Patricia Pacheco Dominguez

Sin Salida

 

En mitad de aquel maldito desierto, con la arena metiéndose en mis ojos, sentía que estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. No recuerdo por qué narices acepté entrar en el ejército. Quizá simplemente me dejé llevar por lo que se esperaba que hiciera, descendiente de una familia en la que todos los hombres entraban a formar parte del ejército de tierra. Pero allí estaba, cargando con mi enorme macuto, custodiando el furgón médico hacia una ciudad perdida en ese inmenso terreno árido.

Mis compañeros, agotados por el largo camino recorrido, apenas habían abierto la boca. Y yo menos. Me sentía frustrado. Dejé vagar la mente hacia mi antiguo hogar, mi casa, mis amigos, mi familia... Recordé las lágrimas de mi madre al verme marchar y sentí cómo mi pecho se encogía. A ella nunca le gustó la idea de que me alistara, pero no puso objeción. Sabía que, tarde o temprano, me llegaría la hora de hacerlo.

Unas fuertes ráfagas de viento nos obligaron a tapar nuestra boca con el pasamontañas. El calor era asfixiante.

-Joder... ¡Estoy harto de este maldito viento! -refunfuñó James a mi lado-.

Le miré de reojo y sonreí para mis adentros. No dijo nada más y nada menos que lo que todos estábamos pensando.

-¡¿Por qué narices hemos tenido que venir andando?!

-No te quejes tanto -le recriminó John detrás de mí-. ¡Piensa que esta será nuestra última misión!

-¡Eso eso!

Macius había levantado sus brazos desperezándose, y sonreía sólo de pensar en lo que se le avecinaba.

-¡Por fin nos darán el permiso! ¡Estoy deseando volver a casa! ¡Jajaja!

-Tú lo que quieres es volver para estar con Helen... -contesté girándome hacia él-.

-¡Qué cabrón! -exclamó James apretando el puño- ¡Si a mí me esperara un bellezón cómo ese, también me moriría de ganas de volver!

-¡Jajaja! ¡Ya te digo! -se le unió John-.

-Ei, no hables así de mi futura mujer, capullo...

Y con media sonrisa en sus labios, le golpeó con el puño en el brazo.

A la distancia, por fin pudimos vislumbrar la silueta de la ciudad dónde debíamos dejar, a buen recaudo, el furgón médico. Al parecer, tras sufrir un ataque indiscriminado por parte del ejército represor, habían pedido ayuda a las fuerzas internacionales para que les suministraran servicios médicos.

A medida que nos acercábamos, las casas, marrones por la arena que todo lo envolvía, estaban medio destartaladas. Se veían los agujeros de bala en muchas de ellas, y de vez en cuando, alguna casa en ruinas dejaba al descubierto la crudeza de aquella estúpida guerra. Atravesamos las calles en silencio.

-Muchachos, estad atentos -dijo el capitán a través del auricular-.

Apreté el fusil contra mi pecho y empezamos a mirar a un lado y a otro, dispuestos a entrar e combate en cualquier momento.

El grupo delantero hizo un gesto y el convoy se paró en seco.

-Un posible vehículo bomba a las tres -volvió a decir-.

Del todoterreno en el que viajaba el capitán, bajaron dos artificieros y se dirigieron hacia el coche sospechoso.

-Oye, ¿no te da mala espina todo esto?

Me giré hacia James sorprendido.

-¿Por qué lo dices?

-No hay ni un alma...

-Bueno, es normal, ¿no? -dije intentando tranquilizarle-. Después del ataque del otro día, esta pobre gente habrá huido de aquí.

-Ya, pero... Bueno, no me hagas caso. Quizá tengas razón.

Pero la verdad es que era, cómo mínimo, inquietante. Todas las veces que habíamos ido a alguna ciudad, había gente por la zona, intentando volver a su rutina diaria. Pero allí no había nadie. Ni rastro de vida.

-¡Falsa alarma! -gritó el artificiero haciendo un gesto con el brazo para que continuáramos-.

Reanudamos nuestro camino. Sólo faltaba girar en un par de calles y, por fin, llegaríamos al hospital. Estaba deseando llegar. Un mal presentimiento me había estado acompañando desde que nos habían asignado aquella misión y quería que terminara de una vez por todas.

Pero lo que encontraríamos nos dejaría sin palabras. El hospital que se supone que debíamos encontrar, no estaba. Frente a nosotros, un sinfín de tanques, furgones de guerra y soldados armados hasta los dientes, nos esperaban.

-Pero qué... -dije sin entender qué diantres estaba pasando-.

-¡Es una emboscada! -gritó de repente el capitán a través del auricular-. ¡Corred a...!

Pero no pudo terminar la frase. Un misil se incrustaba a través del motor del todoterreno, haciéndolo volar por los aires. La explosión nos hizo correr a refugiarnos entre los escombros que nos rodeaban. John, a mi lado, respiraba agitado, pálido. Le puse la mano en el hombro, y colocándose el arma, asintió con la cabeza. Me acerqué al borde y miré de reojo buscando al resto de mis compañeros. A escasos metros de nosotros, James estaba en el suelo, intentando apartar un trozo de metal que le aplastaba la pierna.

-¡James! -grité corriendo hacia él-.

John apuntó con su fusil hacia los soldados, cubriéndonos las espaldas. Pero no alcancé a tocarle cuando otro estruendo me sorprendió por la derecha, haciéndome caer de culo por culpa de la explosión. Me giré aturdido, con los oídos tronando, intentando averiguar qué había pasado. Mis ojos se abrieron llenos de horror. Con un lanzallamas, habían atacado el furgón médico, y con el calor, el depósito de gasolina había estallado, haciendo caer a su alrededor, los cuerpos despedazados de nuestros compañeros. Vi correr a Macius, sujetándose un brazo que tenía ensangrentado, hacia un edificio cercano. Sin saber cómo narices iba a salir de allí, corrí hacia James, le ayudé a apartarse el trozo de metal y corrí, con su brazo alrededor de mi cuello, hacia aquel mismo edificio, haciéndole un gesto a John para que nos siguiera.

-¡¿Estáis bien?! -exclamé mientras sentaba a James junto a la pared y me arrodillaba para hacerle un torniquete en la pierna, que no dejaba de sangrar-. Maldita sea...

-¡Era una puta trampa! -exclamó John con las manos en la cabeza observándonos-. ¡Hemos caído en su puta trampa!

-Oye, Macius, ¿estás bien? -dije mirándole de reojo-.

Macius se había dejado caer a mi lado, sujetando su brazo herido, con la cara desencajada. Restos de sangre cubría su ropa. Y su mirada, perdida en la otra punta de la sala, estaba aterrada.

-H... Han... -balbuceó-. Han explotado delante de mis narices...

-Supéralo -murmuré-.

Me miró en silencio, y en el momento en que una sonrisa amarga apareció en sus labios, sentí un escalofrío. El horror que había visto, le había cambiado.

Al rato, John, que había ido a vigilar la entrada, entró corriendo con la tez blanca.

-¡Vienen hacia aquí!

-¡¿Qué?! Mierda... -exclamé-.

Me levanté rápidamente, cogí del brazo a Macius, zarandeándole, y le obligué a mirarme.

-¡Macius! ¡Venga! ¡Reacciona! ¡Tenemos que salir de aquí! -me giré hacia John-. ¿Has conseguido conectar con la base?

John negó con la cabeza, bajando la mirada.

-Joder... ¿Qué demonios vamos a hacer?

Pasé la mano por el rostro intentando calmarme. Teníamos que buscar el modo de avisar a la base y sobrevivir cómo pudiéramos hasta que nos vinieran a buscar... Y para ello, lo primero que debíamos encontrar, era la radio que Charles, del grupo delantero, llevaba encima.

-Bueno, primero busquemos a los que hayan podido sobrevivir al ataque -dije-.

En aquel momento, un temblor nos paralizó. El edificio que había frente a nosotros, se derrumbaba tras el impacto de una bomba. ¡Nos estaban arrinconando! ¡¿Qué diantres íbamos a hacer?! ¡¿Cómo narices saldríamos de allí con vida?!  

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Published on e-Stories.org on 02/15/2014.

 
 

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