Macario Gallego Domenech

Una noche maravillosa

~~Una noche maravillosa.

Esa noche era especial. Los garbanzos acababan de aventarse y estaban limpios en la era. Juanito sabía que en esas ocasiones alguien tenía que ir a vigilarlos y él quería formar parte de lo que creía una maravillosa aventura.

Sería un buen final para un día en que se había sentido feliz. Su madre le había preparado unas migas que le encantaban. No había escuela y no tenía que llorar para que  supieran lo mal que lo pasaba en ella. Ahora nadie se metía con él. A los mayores les gustaba jugar y Juanito disfrutaba sintiéndose perseguido mientras se escondía en algún rincón. Cuando lo encontraban, alguien lo sujetaba por debajo de los brazos y lo alzaba casi hasta el techo. En esos momentos se sentía grande como su padre y fuerte como un rey.

Le habían preparado un baño. Le habían llenado la pila del corral por la mañana temprano y, después de varias horas al sol, ahora el agua estaba templada. Fue una gozada chapotear en el agua, lanzársela a su madre que a pesar de sus aparentes regaños no podía disimular su contento al ver a su hijo completamente feliz..

Juanito no quería salir y el agua comenzó a agrietar ligeramente su piel. Sal ya que te seco, decía su madre con una toalla en la mano. Pero el niño quería seguir jugando, pues el baño era algo que raras veces  podía disfrutar. Sal que se te van a poner las manos arrugadas. Bueno me salgo pero esta noche me dejas que vaya a dormir a la era.
A Juanito le hubiera gustado ir sólo con el trillador que, aunque sólo tenía doce años, a él le parecía casi un gigante.

Sus padres decidieron que irían todos a disfrutar de la noche, pues había sido un día muy caluroso y tomar el fresco era la costumbre en el pueblo. Casi siempre lo hacían sacando unas sillas a la puerta de la calle, pero, esa noche, acompañarían a Juanito para que pudiera dormir en la era.
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Esta, estaba situada en la salida del pueblo. Para llegar a ella, había que recorrer unas pocas calles apenas iluminadas por unas luces que se colocaban a unos veinticinco o treinta metros unas de otras. Juanito disfrutaba con el juego de sombras que estas luces provocaban. Le encantaba ver   su figura en el suelo desplazándose en un ir  y venir a medida que las iban pasando. 

Llegaron pronto. Estaba bastante oscuro, pues, de la luna, sólo se podía ver un pedacito. Además, las luces del pueblo apenas sí lo iluminaban dándole una apariencia que a Juanito le pareció  de un cuento asombroso.

Hacia calor y se oían cantar las chicharras. A veces, un grillo ponía el contrapunto al monótono concierto. Pero lo que más impresionaba a Juanito eran los espaciados ladridos de un perro no muy lejano. Eran fuertes y gruesos y le hacían sentir temor. En esos momentos, se cogía a las faldas de su madre y se olvidaba de que ya era muy mayor.
 
Sus ojos se fueron poco a poco acostumbrando a la oscuridad y los objetos iban apareciendo como sí fueran sombras. Distinguió la máquina aventadora, las hacinas de mies, la parva y comenzó a sentirse como en casa.Vio como el trillador desenrollaba unas mantas y las colocaba dentro de la parva. Estaba preparando lo que por esa noche serían sus camas.

Había llegado la hora y a pesar de los intentos de su madre para que volviera con ella, se empeñó en sentir el placer de estar sólo como sí ya fuera grande.

Ya metidos entre las mantas, el trillador y él charlaron unos momentos, pero su compañero no compartía su felicidad porque estaba allí por obligación. Además, había madrugado y pronto se quedó dormido. Entonces y por primera vez, Juanito, sintió el sabor agridulce que le producía la soledad  junto a la libertad. El roce de la manta, le hizo recordar su propio cuerpo, pero eran muchas las nuevas sensaciones que se le acumulaban como para prestarle demasiada atención.

El pequeño trozo de luna había desaparecido en el horizonte y ahora el cielo estaba cuajado de estrellas. Era ¡tan bonito!. De pronto, la estela de un cohete surgió en lo alto y él se tapó los oídos esperando el desagradable ruido final. Pero ante su sorpresa ninguna cosa  estalló en el aire. ¡Sería una caricia de luz que el cielo le mandaba!.

Poco a poco, su temor se fue confundiendo con su asombro mientras el canto de chicharras y grillos se iban convirtiendo en una monótona canción que se pegaba a sus párpados y le cerraba los ojos. Sintió frío y se acurrucó dentro de su manta y allí, en aquella quietud apenas interrumpida por algún ladrido lejano, Juanito se quedó profundamente dormido.

A la mañana siguiente al abrir los ojos no encontró lo que esperaba. ¡Estaba en su cama como todos los días!  El no sabía que su madre, temerosa, había esperado su sueño y, en brazos, lo había devuelto a su seguro regazo. Pero ya no había remedio. Había sentido asombró y libertad, ya nunca se borraría de su mente esa maravillosa noche.

 

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Published on e-Stories.org on 05/04/2014.

 
 

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