Álvaro Luengo

EL OBSEQUIO


Elefancio pegó un respingo al oír la puerta abrirse y se asomó a ver quién era.

-Ayúdame, anda- le saludó Mari Tere, su mujer, que llegaba cargada con bolsas de la compra- No te quedes ahí parado… ¿Has visto a la asistenta nueva?... Por cierto, ¿cómo se llama, que no me acuerdo?

-La que ya no luce- contestó él.

-¿La que ya no luce? ¿Se llama así? ¿Es india o qué?

-Me lo ha dicho ella- se explicó él -Le he preguntado cómo se llamaba y me ha dicho que lucía, y yo le dije que sentía que hubiera dejado de hacerlo pero que cómo se llamaba, y ella me lo repitió, así que ese debe ser su nombre.

-¡Ay, hijo, qué tonto eres! Tú siempre con tus chistecitos inoportunos… ¿Quieres quitarte del medio y ayudarme a colocar cosas?- le apremió Mari Tere una vez llegados a la cocina -¿Y qué ha hecho? ¿Se ha marchado ya?

-Sí, sí, ya hace un rato, pero yo quería contarte que…

-¿Y qué te ha parecido?- le cortó ella, de camino a la cocina.

-Eeerh… Pues nada de especial… Sólo nos ha dado tiempo para echar un polvillo apresurado, así como de conejo, porque me ha dicho que tenía jaqueca y se ha ido a su casa.

Mari Tere le miró con hastío y chasqueó la lengua.

-Elefancio, hijo mío, te has quedado encasquillado… ¡Siempre repitiendo las mismas gracias! ¡Qué pesadito te pones a veces!

-Así que no me ha dado tiempo a hacerme una idea muy clara de ella- continuó él, sin inmutarse –Pero tengo que decirte que por fuera era muy llamativa.

-¿Muy llamativa, dices?- se interesó ella -¿Qué quieres decir?... ¿Era guapa?... Descríbemela…

-Pues era un pibón de los de aquí te espero y llevaba en la camiseta su número de móvil con el mensaje de “disponible 24 horas” impreso en letras  grandes de color rojo a la altura del pecho… Lo que yo llamo una mujer muy llamativa, vaya.

Ella le miró con sorpresa y de ahí pasó al disgusto y la reprobación:

-Ay, Elefancio, como dices tantas tonterías al cabo del día no sé cuándo hablas en serio o no. A mí no me dio la impresión de que fuera una de esas cuando hablé con ella por teléfono, pero lo de marcharse antes de tiempo el primer día de trabajo no es empezar las cosas con muy buen pie, así que prefiero que no vuelve más… Hasta ahí podíamos llegar… Anda, hijo, no dejes esa la bolsa en el suelo y déjala sobre la mesa, hazme el favor. ¿No ves que tiene algo que chorrea?

-Perdona, Mari Tere, es que estoy un poco confundido. Quería contarte que esta mañana me ha pasado una cosa muy rara mientras estabas en la calle.

-¿Una cosa muy rara, dices?- ella enarcó las cejas sin dejar de colocar envases por los estantes de la cocina -¿Y qué es lo que te ha pasado?... Podrías ayudarme un poco mientras te explicas, ¿no?

-Pues verás- continuó él, empezando a colocar cosas aleatoriamente a su alrededor -Resulta que al rato de bajar tú a la calle…

-¡Las anchoas son en la nevera, que te lo he dicho mil veces!- le interrumpió ella –Anda, guárdalas ahora que luego se te va a olvidar hacerlo.

-Vale, vale, pero escucha, que quiero contarte… Decía que al rato de bajar tú a la calle han llamado al timbre. Y abro y me encuentro con un chico joven, de unos 30 años, muy pulcro, vestido con chaqueta y corbata, que me sonríe de una manera un poco empalagosa y me dice:

-Buenos días, don Elefancio- me tiende su mano y se inclina -Soy Bernabé Calabuig, el ahijado del tío Enrique, el de Barcelona, y no quería dejar de pasar a saludarles, porque me han destinado a Madrid, y me sentiría muy honrado de poder venir a visitarlos de vez en cuando, ya que ustedes son la única familia que me queda, ya que el pobre tío Enrique falleció hace seis meses como sin duda sabrá.

-¡Hostias, Pedrín! ¿Y qué demonios querrá este ahora?- pensé yo, y me quedé mirándole boquiabierto.

-¡Ahí va!- exclamó Mari Tere, en tono de sorpresa -¿Ahijado del tío Enrique, el de Barcelona?... ¿Con el que comimos un día en su casa y nos estuvimos riendo luego de lo ostentosos y engreídos que eran?

-Ese mismo tendrá que ser, digo yo, porque no había otro…

-Pues yo no me acuerdo de que tuviera un ahijado.

-Ni yo tampoco, niña, ni yo. Es la primera noticia que tengo de su existencia.

-Y ya no volvimos a verles más, y ni siquiera sabía que hubiera muerto… ¿Te acuerdas de la vajilla que pusieron?... ¡Qué cosa tan espantosa!... Y eso que les debía haber costado un dineral, porque era de la Cartuja de Sevilla.

-Esos, esos, sí. Pero bueno, a lo que iba…

-Y el vestidito que llevaba ella, ¿qué me dices de él?… De Armani, eso sí, pero es que no podían haber elegido peor percha… Que daba la impresión de que lo iba a reventar en cualquier momento.

-Sí, sí. A mí me daba miedo acercarme a ella por si me dejaba tuerto con el botón del escote, je, je, je… Pero déjame que te cuente, déjame hablar…

-Claro, claro que sí. Pero qué mujer tan fuerte, qué barbaridad… ¡Qué mechas llevaba!... Y coqueteaba contigo, ¿eh?, porque se le notaba que le gustabas, y tú te fijaste mucho en su escote, por lo que veo.

-De coquetear nada, mujer, o al menos yo no me di cuenta. Ella solamente fue amable conmigo y me preguntó por mi trabajo.

-Amable, sí, sí… A saber lo que entiendes tú por ser amable… Y se interesó por tu trabajo, ya, ya, que seguro que le dijiste que eras fontanero.

-¡Mujer!... Tampoco te pases de rosca, que no hubo nada de nada.

-¡Y era mucho más joven que su marido!- continuó ella -¡Menuda lagarta que tiene que ser!

-¡Mari Tere, por favor, déjame hablar!... Seguro que es un zorrón verbenero conocido en toda Barcelona por su promiscuidad y poca higiene, vale. ¿Pero me vas a dejar que te cuente lo que me ha pasado hace un rato, o no?... Que te estaba diciendo que…

-Vale, hijo, no te pongas así… ¿Qué es lo que quería el Bernabéu ese?... Porque vendría a pedir algo, eso seguro- preguntó Mari Tere, dejándose caer sobre el sofá para continuar la charla desde allí –¡Menudos son los catalanes!

-Pues te equivocas, mujer, te equivocas- replicó Elefancio, tomando asiento en una butaca frente a ella -Porque el chico no venía a pedirnos nada. Al contrario, ya verás. Primero se excusó muy educadamente por haberse presentado sin anunciarse, y me explicó que había perdido nuestro número de teléfono, pero que de ninguna manera quería dejar de pasar a saludarnos, porque el tío Enrique le había insistido mucho en que así lo hiciera porque éramos unas personas excelentes según decía él.

-¡Qué simpático el tío Enrique, mira tú por dónde!- ironizó Mari Tere –Sólo nos hemos visto una vez en la vida y ahora nos sale con estas… ¿Y el chico no querrá quedarse a vivir en casa, verdad? Porque si se trata de un par de días, vale, pero más no, ¿eh? ¡Que por ahí no paso!

-Que no es eso, que no es eso, mujer, que dejes ya de hacer juicios precipitados y déjame terminar… Me dijo que se hospedaba en el Excelsior, y que estaría allí a nuestra disposición para cualquier cosa que quisiéramos de él, y que nos había traído un obsequio…

-¿Un obsequio?- le interrumpió Mari Tere -¿Te dijo que había traído un obsequio?... ¡Si esa palabra ya no la usa nadie! ¡Qué chico tan raro! ¿De dónde habrá salido?... Y, oye Elefancio, ¿el Excelsior no es el hotel en el que estuvimos aquellos días en los que hicimos las obras en casa?... Es ese mismo, ¿no?

-Sí, el que está aquí cerquita, en la plaza de los Aspavientos. Y bueno, el caso es que…

-Pues era un buen hotel. Las habitaciones un poco justas, eso sí, pero el bufet era estupendo… ¿Te acuerdas de lo bien que comimos allí?

-¡Sííí!... Me acuerdo de que daban un entrecot buenísimo, pero…

-¡Y las ensaladas! ¡Cuántas variedades tenían! ¡Y qué ricas! Las de aguacates con gambas estaban buenísimas… ¿Y te acuerdas de los platazos que se comía la gente?... ¡Y la familia aquella de americanos con esos niños tan gordos, que se ponían todos hasta arriba!...

-Sí, sí, ¡qué bestias!- opinó él -No me extraña que haya esta epidemia de obesidad en el mundo. Media humanidad se muere de hambre mientras la otra mitad se muere por las consecuencias de su obesidad… ¡Cómo somos los humanos, qué desastre!

-Es que la gente no tiene medida con la comida, que allí se servía todo el mundo tres o cuatro platos y no se cortaban ni un pelo- añadió Mari Tere, que se mantenía esbelta y atlética a pesar de sus años -Y para subir luego a echarse la siesta a la habitación hasta que les recogía el autobús aquél para enseñarles Madrid.

-Si es que no hay corazón ni páncreas que aguante eso. La gente se vuelve loca con la comida, y si es gratis ya ni te digo, que ese es el sueño de cualquier comidófilo, pero déjame que siga con lo del obsequio, que no acabó ahí la cosa- insistió él.

-De acuerdo, pero déjame que te diga que eso de obsequio me suena a expresión payesa, de gente del campo, de aldeano… ¿Entiendes lo que te digo?... Suena muy pretencioso, es como un quiero y no puedo, porque luego te dan una figurita que han comprado en una gasolinera y se quedan tan anchos… ¿No te suena mal a ti?

-Pues no sé, Mari Tere, no sé. No había caído. Puede ser que tengas razón, pero no tengo ni idea de dónde ha salido este chico y además eso no viene al caso... ¿Me dejas que te siga contando o no?

-Pues claro que sí, hijo, a ver si acabas de una vez con tu historia y puedo seguir con mis cosas de una vez, que llevas más de media hora hablando sin decir nada y aún no sé qué me estás contando.

-Pues lo de Bernabé, Mari Tere, lo de Bernabé- Elefancio daba muestras de  estar perdiendo la paciencia -Del ahijado del tío Enrique, el que ha venido de Barcelona y se ha presentado hoy a traernos un obsequio.

-Eso ya lo sabía, hijo, pero ¿qué es lo que nos ha traído? ¿Una pastora de porcelana o qué? ¡Habla de una vez o calla para siempre!
-Pues a eso voy, mujer, si dejas de interrumpirme un rato para poder hacerlo.

-¿Interrumpirte yo? ¡Pero si hablas y hablas y no dices nada! Tú tienes un problema muy serio a la hora de expresar tus ideas, Elefancio, porque no hay quién te entienda. Y no soy la única que lo dice.

-Si te refieres a lo que pasó con Tania, la antigua asistenta, ella no me entendió porque es ucraniana y no entiende ni papa de español. Le pedí que no hiciera ruido porque iba a echarme la siesta, y se puso a pasar la aspiradora al otro lado de la puerta, dándole golpes a la madera y cantando a voz en grito canciones de Eurovisión, que eso era lo peor… ¡Pero yo le había pedido que no hiciera ruido y claro que me molesté con ella!  

-Es que tú nunca acabas de dejar las cosas claras, Elefancio, que ese es un defecto que tienes, porque lo que tú dices no siempre coincide con lo que piensas, y así hay muchas veces que no se te entiende bien, y lo sé porque me pasa a mí, que tienes que hablar más clarito y no dar por hecho que seamos los demás los que vayamos a adivinar tus pensamientos.

-¡Qué cantidad de bobadas dices, mujer! Yo hablo siempre muy clarito y me entiende hasta el tonto del pueblo, aunque más allá de él ya no sé. Te digo que Tania lo hizo aposta porque estaba cabreada, que no le quisimos subir el sueldo cuando nos lo pidió en plena crisis.

-Y yo creo- continuó ella -que eso te viene de haber sido el único chico entre tantas hermanas mayores que tú, y de estar acostumbrado a que todo el mundo estuviera siempre pendiente de ti y de tus deseos, y eso no puede ser porque así no hay quién te entienda. 

-Vale, Mari Tere, lo que tú digas- se rindió él -que ahora ese asunto me trae sin cuidado. ¡Que yo lo que quería era acabar de contarte el asunto del obsequio! ¿Me dejas terminar o no? ¿Lo estoy dejando claro? ¿Entiendes el significado de mi solicitud o no? ¡Que luego dices que no hablo claro!

-Pues claro que sí, hijo, claro que sí. ¿Cómo no la voy a entender? Así de clarito es como tienes que hablar siempre, para que se te entienda, porque recuerdo que el otro día…

-¡Mari Tere, por favor!- él la miró de manera asesina -¿Me vas a dejar hablar de una vez o no?

-Pues cómo no, mi niño, pero no te acalores tanto a ver si te va a dar un aire… ¿Qué fue lo que dices que te pasó con el obsequio, chiquirritín?

Elefancio la miró enrabietado pero evitó entrar al trapo.
 
-Pues el caso es que me pidió que bajara un minuto con él a la calle para dármelo, porque lo tenía en el maletero del coche, que a su vez estaba mal aparcado. Y se excusó por la molestia que me causaba.

-¡Huuuy qué raro suena eso!... ¿Y tú qué hiciste?... ¿Bajaste?... ¡Ese te iba a robar!

-Pues esa fue la idea que se me vino a mí, sí. Pero el chico resultaba muy persuasivo y convincente, y su tono de voz y su limpia mirada me hicieron confiar en que nada malo me iba a pasar. Incluso me pidió permiso para poder llamarme tío Elefancio si a mí no me parecía mal, fíjate. Y el caso es que bajé con él las escaleras como un corderito.

-Ay, dios mío, a ver si te drogó o algo así… ¿Recuerdas todo lo que pasó luego?... ¡Seguro que te hipnotizó y algún compinche suyo nos robó mientras tanto!- Mari Tere se puso en pie de un brinco -¡Cielos, mis joyas! ¡Voy a ver si están mis joyas!

-Tranquila, mujer, no te sofoques que no falta nada!- la tranquilizó él, mientras la acompañaba hasta el dormitorio -Que ya me he asegurado yo y todo está en su sitio y no falta nada.

Ella le hizo caso omiso y pasó revista al interior del cajón, cerrándolo al poco rato y exhalando un suspiro de alivio.

-¡Ay, Elefancio, qué susto me has dado!... ¡Es que tú siempre te dejas timar, hijo, porque tú para eso eres más tonto que Pichote!... ¿Te acuerdas lo que pasó con tu estupenda idea de montar un bar con tu amigo Carlos en El Escorial, no?... ¡Pues que te engañó, que eso fue lo que pasó, y perdiste hasta el último euro que pusiste mientras que él no puso nada y vivió dos años estupendamente a tu costa, marchándose luego de rositas!... Y mira que te lo advertí, pero no me hiciste caso.

-Mujer es que así no vale. Tú juegas al no fijo ante todas las propuestas que te hago, y luego te apuntas el tanto, entre o no entre. También me dijiste que no me asociara con mi amigo Alejandro en su negocio de los coches y mira el pastón que me perdí al no hacerlo…

-Alejandro es un robaperas, hombre, y cualquier día acabará mal, que te lo tengo dicho… ¡De qué te ibas a asociar tú con él!

-Bueno, de cualquier forma eso tampoco viene a cuento, así que bájate de las ramas y déjame que siga: el caso es que bajé con Bernabé a la calle y por el camino hasta el coche me fue contando una historia que me parece una patraña, pero que tiene cosas que me hacen dudar…

-Pues qué quieres que te diga, hijo, que tú cumples con el tipo ideal para contarle patrañas y engañarle, que se te ve amable, despistado, con algo de dinerillo, que en el caso de que haya que acabar a hostias tampoco vas a ser un gran problema… ¡El tipo ideal!...

-Hombre, Mari Tere, que tampoco te pases tanto. ¿Me estás diciendo que tengo aspecto de gilipollas o qué?... Anda que ya te vale…

-¿Te acuerdas de cómo te engañó aquél chino que te endosó una docena de DVDs de sus películas “de última hornada” y que luego en casa resultaron estar vacíos?... ¡Ja, ja, ja, ja!... ¡Qué incauto eres, Elefancio!

-Sí que me acuerdo, sí. Y aún no sé cómo me dio el cambiazo, porque en su portátil se veían todas muy bien. Lo tuvo que hacer al meterlos en la bolsa.

-Y mira que te advertí que aquel tipo no me gustaba nada, que tenía una mirada muy torva y que te iba a dar gato por liebre, pero tú ni caso... ¡Como siempre!

-¿Y qué querías que hiciera en esta ocasión? ¿Llamarte al móvil para explicarte la situación y pedirte consejo delante de él? Todo ocurrió de una manera muy inesperada y rápida, y no sabía muy bien qué hacer.

-¿Todo? ¿Qué más pasó?... Pero habla, hijo, habla. Dime lo que te contó de una vez, que llevas ya una hora con tu dichosa historia… ¡Mira que eres pesado, Elefancio! ¡Qué bien puesto tienes el nombre, hijo mío!

-Calla y escucha, mujer, porque esto ha sido muy raro. Me aseguró que el obsequio que me iba a entregar era muy valioso, pues se trata de un objeto provisto de propiedades misteriosas que influían sobre las vidas de sus propietarios, y que si lo cuidábamos y conservábamos con cariño gozaríamos de unas larguísimas vidas fetén.

-¿Unas larguísimas vidas fetén?... ¿Eso fue lo que te dijo?

-Sí, fetén dijo, que a mí también me sonó rara la expresión.

-¿Te dijo que gozaríamos de unas larguísimas vidas fetén?- repitió -¡Qué chico tan raro!... ¿Tenía acento argentino?... ¿De dónde puede haber salido?

-Y me aseguró que eso había sucedido con casi todos sus propietarios anteriores- continuó Elefancio, sin desviarse ni un ápice de la meta -Los cuales tuvieron unas magníficas vidas llenas de salud, dinero y felicidad.

-¡Qué suerte!... ¿Y casi todos has dicho?... ¿Y qué pasó con los que no consiguieron sus larguísimas vidas fetén?... ¿Qué fue de ellos?- preguntó Mari Tere.

-Eso mismo quise saber yo, y me contó que se sólo se supo del caso de un propietario que, cegado por el resplandor de su clamoroso triunfo social, en un ataque de soberbia postergó al obsequio en el fondo de un cajón de la casa, proclamando a los cuatro vientos que sus éxitos eran sólo suyos, y que los supuestos poderes mágicos del obsequio no eran más que una sarta de supercherías…

-¡Qué atrevido!... ¿Y qué pasó?

-Pues que al poco tiempo fue invadido por un pénfigo de una virulencia extraordinaria y murió consumido, retorciéndose entre horribles dolores mientras su cuerpo se deshacía lentamente sobre su cama de hospital, sin que los espantados médicos pudieran hacer nada por él.  

-¡Ay, por dios, que esto me está dando mal fario, Elefancio! Que todo esto suena muy raro... ¿Seguro que no te drogaron?

-No comí ni bebí nada con él, así que no puede ser- replicó él – Pero el caso es que me aconsejó que lo colocáramos en algún lugar de preferencia en la casa, para que se sintiera respetado y nos beneficiara plenamente con sus poderosos influjos.

-¡Lo que nos faltaba!... ¿Así que ahora tenemos que colocar el obsequio presidiendo el salón, no?... Pues a eso sí que me niego, porque ya me equivoqué al ceder cuando te empeñaste en colocar ese retrato tan solemne de tus padres tan serios, que parece que van a un entierro más que a su boda… Que ahora da miedo sentarse en el sofá al oscurecer delante de ellos, oye, que no te quitan el ojo te pongas donde te pongas… ¡Qué agobio da verlos, siempre juzgándote!... Y mira que yo me llevaba bien con ellos, ¿eh?, que esto te lo digo sin segundas.

-Sí, ya, sin segundas, seguro que sí… Que con mi padre te llevabas bien, vale, porque le gustabas, pero con mi madre os llevabais a matar. Y además eso no viene a cuento ahora y no me interesa hablar de eso, Mari Tere, porque quiero llegar al final de lo que te estoy contando, por favor. El caso es que el chico siguió insistiendo en que le diéramos un trato excelente, poniéndole ofrendas de cuando en cuando de primera fila, y le pusiéramos ofrendas cuando le pidiéramos algo especial, porque, según decía, el obsequio había llegado para formar parte de nuestras vidas, y en caso de ser despreciado podría ofenderse gravemente y colmar nuestras vidas con desgracias pestilentes y espantosas, alternativa que no me hizo mucha gracia oír.

-¡Si ya te digo! ¿Así qué el señor obsequio podría enfadarse con nosotros y castigarnos con su ira si no le rendimos pleitesía adecuadamente?... ¡Lo que nos faltaba!... ¡Pues yo casi prefiero quedarnos como estamos y que el chico este se guarde su obsequio donde la quepa!... Pero mira tú que si nos toca la lotería gracias a él… Anda, Elefancio, no me tengas en vilo, dime de una vez de qué se trata el dichoso obsequio y en qué lugar de preferencia lo has colocado, que no lo he visto al llegar.

-Pues verás, mi niña. El caso es me entregó una caja como si fuera una de zapatos, pero más plana, envuelta en papel de regalo. Y me insistió mucho en una última instrucción, que era que deberíamos abrirla a las 12 en punto de la noche para que la transferencia pudiera tener lugar con toda su fuerza.

-¡Ja, ja, ja, ja!... ¡Te has fumado algo y me estás vacilando, ¿no?!... ¿Y tú te tragaste eso?… ¿Aún crees en los cuentos de hadas?... ¡Elefancio, por favor!

-Qué va, mujer. En las hadas no creo, pero en los enanitos sí, porque esos sé que existen y ya han venido a ayudarme algunas veces con algo importante cuando yo se lo he pedido. 

-Los enanitos, los enanitos… No digas más majaderías, hombre… ¡Los enanitos tampoco existen!

-¡Sí que existen! ¿No te acuerdas de cuando tenía que presentar todos los papeles para la inspección de la tienda y se me estropeó el ordenador el fin de semana y no podía acceder a la documentación que estaba allí?... Pues aquella misma noche soñé cómo tenía que hacer para arreglarlo, paso por paso, y lo hice al día siguiente como me había dicho el sueño y funcionó. Y yo no entiendo ni papa de informática. Y aquello me salvó de un buen marrón con hacienda y fueron los enanitos los que me soplaron al oído aquél sueño, que sé que fueron ellos y te lo dije en su momento… ¡Los enanitos existen y aún tengo más pruebas de ello!

-¡Tonterías! ¡Yo no los he visto nunca y jamás han venido a ayudarme en nada!

-¡Porque tú no crees en ellos y no se lo has pedido nunca con el corazón! Y además tú trabajabas en el ayuntamiento, y yo en la juguetería, que eso les debió inspirar más confianza.

-Eso debió ser, sí, porque si no, no lo entiendo. ¡Preferirte a ti que a mí!

-Pues si no te lo crees, tú te lo pierdes. Peor para ti.

-Vale, muy bien, pero ¡qué es lo que pasó con el obsequio? Anda, acaba de una vez, que tenemos que hacer la comida.
 
-No te preocupes por eso que bajamos a comer al bar y ya está. Déjame terminar que no sabes lo que pasó… El caso es que se despidió de una manera muy correcta, excusándose otra vez por lo imprevisto de su visita y pidiéndome que te diera un abrazo y un beso muy respetuoso de su parte.

-Sí, sí. Si hay que reconocer que el Valdebernardos este es muy educado, pero hay algo en la historia que no me acaba de gustar y me da un poco de miedo… ¿Tú  crees en la magia, Elefancio?... En la magia negra, quiero decir, en los hechizos, encantamientos y cosas así…

-¿Creer yo en la magia?... ¡Ni por asomo, mujer!... ¿No te has percatado de mis criterios científicos después de llevar más de veinte años juntos?... ¡Qué valor!... Pero en los enanitos sí creo, porque ahí sí que tengo la certeza de su existencia.

-¡Ya estamos! ¡Qué incoherente eres! Pues si crees en los enanitos tienes que creer en la magia, porque en tu juego vale todo.

-De eso nada… ¡Ni hablar!... En la magia todo son trucos y nada es verdad, mientras que los enanitos son seres reales, como tú y como yo, que es una cosa muy diferente.

-¡Lo dirás tú! Anda, no perdamos más el tiempo y tráete la caja para acá, que vamos abrirla a ver qué es lo que tiene…

-Pero Bernabé me insistió en que debíamos abrirla a las 12 de la noche, ni un minuto antes ni otro después…

-¡Déjate de tonterías!... ¿Y si tiene algo malo?... ¿Una araña grandota o un bicho dentro y se escapa por la noche?… ¡Ay, dios mío!... Debemos abrirla ahora mismo. Ponla en la mesa del comedor y separa la cara mientras lo hagas, no sea que haya un sapo dentro y te escupa.

-Pues ahí es a donde voy, Mari Tere, que eso es lo mismo que he pensado yo y que sería mejor abrirla cuando no estuvieras tú delante.

-¿La abriste sin esperarme?... ¿Y qué había dentro?... Habla, hijo, habla de una vez…

-La puse sobre la mesa y empecé a cortar cuidadosamente el papel del envoltorio, para no darle meneos, y al segundo tijeretazo sonó un pequeño estruendo de cristales rotos en su interior.

-¿Un pequeño estruendo, dices? No me hago a la idea de cómo puede resultar eso.

-Pues es algo así como una pequeña explosión controlada seguida por muchos, muchos ruiditos de cristalitos rotos que se expandían en su interior. Me asusté al pensar que podría haber roto algo de tanto valor y abrí el paquete sin más miramientos, y me encontré con un bonito marco marrón ovalado de lo que tuvo que ser un espejo, con decenas de trocitos rotos brillando a su alrededor.

-¡Ay, hijo mío, qué torpe eres!... ¡Mira que ir a romperlo!... ¿A ver cómo es?

-Ven, mira, está aquí, en el comedor. No sé qué hacer con él, y te digo que no lo rompí yo, porque no lo golpeé ni forcé para nada. Se rompió él solo.

-¡Anda, pues sí que es bonito!- dijo Mari Tere -¿Romperse él solo?... ¡Eso no puede ser, Elefancio!... A menos de que… A menos que…

-¿A menos que qué?

-A menos de que fuera realmente un espejo mágico y se rompiera al enfadarse contigo por abrirlo antes de tiempo, ¿no crees? ¿Por qué no llamas al Windsor y hablas con él? Es sábado, y a esta hora seguro que lo encuentras ahí.

-Es el Excelsior, mujer, y no el Windsor. Y ya he llamado. Y me dicen que no existe ningún Bernabé Calabuig registrado allí y que no conocen a nadie con ese nombre.

-Pues qué pena, porque el marco es muy bonito. Pues entonces yo voto por tirarlo todo a la basura y olvidarnos de este asunto, que cada vez me va gustando menos..

-¿Qué dices mujer? ¡A la basura no!... ¿Y si se enfada aún más con nosotros?

-¿Quién?

-¡El espejo! ¿Quién va a ser si no?

-¡Pues qué le vamos a hacer! Lo dejamos en manos de dios.

-¡No, Mari Tere, no!... Que las manos de dios son con frecuencia inseguras…  Mejor en las nuestras.

-¡Ay, Elefancio, qué cosas dices!... ¿Qué quieres que hagamos entonces?

-Vamos a recomponerlo en el grado en que podamos y lo colocaremos en algún lugar de preferencia de la casa, tal como el muchacho me indicó, y veremos qué es lo que pasa luego.

-¡Menudo coñazo, Elefancio! ¿Tú has visto la cantidad de cristalitos que hay aquí? ¡Le vamos a echar toda la tarde!

-Pues no nos queda otra- afirmó él, encogiéndose de hombros.

-Ay, Elefancio, no te pongas tan serio que me haces dudar. Seguro que no se trata de una trola que te has inventado para meterme miedo, ¿verdad? ¡No habrás sido capaz!- le apremió, cogiéndole del brazo.

-Es todo cierto, Mari Tere- confirmó él -Y esto me está empezando a inquietar.

-Vale, pues entonces así lo haremos- accedió Mari Tere de mala gana –Y lo pondremos en lugar de la foto de tus padres, que es el sitio de preferencia de la casa, para que esté contento.

Así que los dos se sentaron en la mesa armados de pinzas y pegamento, y se entregaron intensamente a la tarea.

-Mira que has sido torpe, Elefancio- le recriminaba ella -Mira que ir a romperlo tratándose de un objeto mágico que hubiera podido cambiar nuestras vidas y sacarnos de esta aburrida rutina… ¡Ya te vale!... No sé si te perdonaré algún día por lo que me has hecho.

Elefancio la miró iracundo.

-¡Aaay!- exclamó llevándose el pulgar a la boca -¡Maldita sea! Me he vuelto a cortar, y esta vez es más profundo que las anteriores... No sé si tengo un cristal dentro... ¿Me acompañas al baño y me ayudas a curarme?

Mari Tere asintió y al levantarse se quedaron mirando el resultado de su trabajo. Era desalentador. La superficie del espejo era una lámina de cristalitos rotos, unos mirando para Soria y otros para Onteniente.

-¡Si parece un desierto chileno!- exclamó Mari Tere.

-¿Lo dices por las grietas en el suelo? La verdad es que sí. No nos ha quedado muy bien- asintió Elefancio.

Y por si fuera poco, la abrupta superficie se encontraba salpicada de gotas de sangre y profanada por siniestras huellas dactilares sanguinolentas, lo que le daba al conjunto un aspecto poco atractivo.

-Mira la huella de mi pulgar, qué bien se ve ahí- indicó él, orgulloso de que su hazaña fuera recordada.

Mari Tere permanecía callada, pero en el baño, mientras sujetaba el dedo de Elefancio bajo el chorro del agua fría, explotó:

-¿Pues sabes lo que te digo? ¡Que esto del obsequio no es más que una mierda y que ya me tiene harta! Ahora mismo voy a tirar todos los cristales a la basura, y el marco lo bajaré el lunes a la cristalería para que le pongan un espejo, y ya está. Que eso es lo único que voy a hacer y que creo que ya es bastante.

-¡Nooo!... ¡A la basura no, Mari Tere, que podría resultarle ofensivo!… Si la historia fuera cierta se trataría de un objeto mágico, con vida y voluntad propias… ¿Y si decide vengarse de nosotros y nos empieza a lanzar calamidades?

-¡Por dios, Elefancio, deja ya de decir tonterías! Toda esa historia no es más que un cuento chino. ¡Las maldiciones no existen!

-¿Cómo que no? ¿Y cuándo un padre le pone a su hijo Abundio, acaso no es eso una maldición?... ¡Y vaya si se cumple!... Yo te maldigo y serás la mofa y la befa de todos los que se encuentren a tu alrededor a lo largo de toda tu vida. Y hasta tendrás que ocultar tu nombre si es que quieres ligar alguna vez… ¡Toma regalo de amor paterno para facilitarte las cosas! ¡Por llegar a destiempo, chaval!

-Hombre, si lo dices así suena muy fuerte, pero yo tampoco creo que lo hayan hecho con mala intención.

-¿Qué nooo?... En cuanto llegas al mundo y te encuentras ahí desvalido, en tu cuna, ya empiezas a oír cosas como ¡mira qué gracioso es, mira qué rico!... ¡Ay que tontito vas a ser túúú!... ¡Mi Abundito, el más tontito!... ¡Ay qué rico es!, y eso nada más nacer, así que imagínate lo que viene luego, niña, ¡menudo planazo!
 
-Será que no han oído nunca el dicho de que eres más tonto que Abundio, digo yo.

-Que no, Mari Tere, que no. Que te digo que los padres que llaman a sus hijos Abundio los maldicen aposta, que claro han oído el dicho más de mil veces, como todo el mundo. No existe nadie en este planeta que no lo haya oído nunca y eso está comprobado por la ciencia. Es una putada y lo hacen a mala idea, que está más claro que el agua. Así que las maldiciones existen y no sabemos cuántas más hay sueltas por ahí.

La inquietud de Mari Tere aumentó.

-¿Qué hacemos entonces?

Tras deliberar y discutir durante un rato decidieron que fuera su propia foto de bodas lo que ocupara el marco, la cual pegaron con cola sobre la capa de cristalitos, y la colgaron en el lugar de preferencia de la casa: en el salón, sobre el televisor, para que el obsequio percibiera que era tratado con máximos honores y evitar que su venganza cayera sobre ellos.

-A ver si así nos perdona- se decían, mirando orgullosos su obra.

-Me he puesto perdida de cola- dijo Mari Tere –Voy al baño a lavarme.

Y según cruza el marco de la puerta, se oye un batacazo de los que hacen época seguido de unos terribles lamentos:

-¡Ay, ay, Elefancio, que me he roto el alma! ¡Ay, qué hostia me he pegado!...  ¿Pero qué has estado haciendo aquí?... ¡Si está el suelo lleno de jabón!... ¿Qué coño has hecho si se puede saber?

-¡Ay, mi niña, cuánto lo siento! Usé el jabón antiséptico para lavarme los cortes de los dedos y se debió caer algo… No me di cuenta…

El suelo del baño era una pista de jabón.

-¡Elefancio! ¡Elefancio ven aquí que te mato! ¡Ven aquí ahora mismo! ¡No huyas, cobarde, y ven a ayudarme! ¡Aaay, cómo me duele!
 

-Pues sí, María Teresa, me temo que es un esguince- le confirmó el joven médico que acudió a atenderla –Pero con este vendaje y tomando su medicación estará usted bien en 15 días. Y recuerde: hielo y pie en alto durante los tres primeros días y no pasee por la calle antes de ver a su traumatólogo.

-¡Lo que nos faltaba! ¡Pues ahora lo vas a tener que hacer tú todo! ¡Y lo vas a hacer fatal!- se quejó ella, desde su butaca y pie en alto, cuando el médico ya no estaba.

Elefancio asintió tristemente, con el aire del que acepta un merecido castigo, rehuyendo su mirada.

-Mari Tere… ¿Tú crees que…? ¿Tú crees que lo que te ha pasado podría tener algo que ver con el obsequio dichoso?- se atrevió a decir –¿Que de alguna manera él haya podido alterar las cosas para que tu accidente sucediera?

-Ay, Elefancio, no me asustes, por favor- ella le miró fijamente -Chico, no sé, pero el caso es que tú y yo estábamos aquí tan tranquilos y tan contentos, y ha llegado la cosa esta y ahora yo estoy como estoy y tú tienes las manos hechas un cuadro y no vales pa ná, que ya he visto que ni te puedes desabrochar los botones de la bragueta para hacer pis.
 
-Con las manos así acabo antes bajándolo de la cintura- admitió él.

-A mí esto ya me está dando un poquito de miedo… ¿Tú crees que nos ha caído encima la maldición del espejo? ¿Por qué no llamamos a la policía?

-¿A la policía? ¿Y qué les decimos? ¿Que se lleven arrestado al cuadro de nuestra foto de bodas porque nos amenaza con llevar unas vidas llenas de penalidades, amenaza que por lo que se ve, está dispuesto a cumplir?... ¿Te imaginas? ¡Qué fuerte, ¿no?! ¡Me llevan al manicomio!

-¿Pues qué hacemos? ¡Si es que hasta me está dando miedo mirarlo! Si parece como si nuestras caras en la foto estuvieran cambiando… ¡Mira qué mirada tan rara tienes!

-¡Ya está bien de toda esta historia, mi niña!- exclamó él, poniéndose en pie y cogiendo el retrato de la pared –No sé si nos estamos volviendo locos o qué, pero me desharé de él ahora mismo. ¡Hay que sacarlo de nuestras vidas! ¡Lo bajaré a la calle y lo tiraré al contenedor de la plaza!

Y sin pensárselo dos veces, Elefancio salió apresuradamente de la casa con el obsequio bajo el brazo, mientras su mujer le perseguía dando saltitos a la pata coja.

-¡Ten mucho cuidado, cariño, no sea que se dé cuenta y te vaya a hacer algo malo por el camino!- se despidió desde el quicio de la puerta, justo a tiempo de ver como iniciaba su descenso el ascensor en el que él bajaba a la calle.
Un fuerte ¡clonk! metálico hizo eco de sus palabras y el ascensor se detuvo a los dos metros de iniciar su descenso.

-¡Elefaaancio!... ¿Estás bien?- gritó ella.

Llegó hasta la puerta del ascensor dando saltitos como pudo y la abrió para encontrarse con la asustada cara de Elefancio, que la miraba desde la altura de sus tobillos.

Estaba blanco como la cera. La cera blanca, se entiende, que las hay de muchos colores. Tragó saliva y dijo:

-Sí, estoy bien, sí, sí… Pero llama a los bomberos, al 112, anda, que tengo un susto de muerte- y añadió alzando el obsequio hacia ella -¿Qué hago con esto?... ¿Lo tiro al suelo y lo piso a ver si lo mato?

Un siniestro chirrido y un brusco descenso del ascensor parecieron indicar que aquella opción podría no ser la mejor.

-Llama por teléfono, corre, al 112- suplicó él, en un susurro –Estoy cagado de miedo.

Las luces del ascensor parpadearon unos instantes y otro crujido metálico se dejó oír.

-¡Socorro!- Mari Tere se sintió desbordada y pidió ayuda a gritos -¡Que alguien llame a los bomberos!... ¡Ayúdenme, por favor!
 

Media hora después, los bomberos consiguieron izar de nuevo el ascensor y depositar a Elefancio en pleno ataque de nervios sobre una silla de ruedas mientras unos cuantos vecinos cotillas fisgoneaban por allí.

-Alejen esto de mí, por favor- acertó a decir jadeante a los dos sanitarios que le atendían, ofreciéndoles el obsequio con manos temblorosas para que le aliviaran de su carga -¡Llévenselo de aquí!... ¡Se lo ruego!

Y cayó en un llanto histérico.

Ellos miraron atentamente la foto de bodas e intercambiaron sus expresiones de extrañeza.

-Pero si no es más que una foto- le intentó tranquilizar uno de ellos –Una foto de bodas normal y corriente. ¿Por qué le da miedo? No es que ellos dos sean gran cosa, pero…

Le interrumpió un codazo propinado por su compañero.

-Ah, perdón, que el de la foto es usted y no me había dado cuenta, qué despiste tengo.

-Hágale caso y llévesela, por favor- intervino Mari Tere, suplicando al sanitario –Esa cosa está hechizada y tiene poderes malignos.

-¿Qué es lo que pasa?- quisieron saber los bomberos, que se aproximaron atraídos por lo insólito de la conversación.

Uno de los sanitarios se volvió hacia él y se llevó el índice a la sien.

-Han perdido la chaveta- precisó un vecino.

-¡No estamos locos!- exclamó Elefancio, indignado -¡Les pido que se lo lleven! ¡Esta cosa me quiere matar! ¡Fue este marco el que provocó el accidente del ascensor!

-No se preocupe, no se preocupe- le tranquilizó un sensato bombero, cogiendo el obsequio de sus manos –Si este cuadro es el problema ya está solucionado, porque yo me hago cargo de él y queda bajo mi custodia.

Y lo apartó poniéndolo de pie en el suelo, apoyado sobre la pared.

-¡Nooo! ¡No lo ponga usted en el suelo!- advirtió Elefancio, aterrorizado -¡Eso es una afrenta y podría enfadarse aún más!

Se abalanzó sobre el obsequio para levantarlo y volver a sujetarlo entre sus manos, ante el alivio de Mari Tere, que presenciaba todo aquello sumergida en la locura, y el asombro de los espectadores.

-Buenas tardes, tío Elefancio- la voz de Bernabé se dejó oír -¿Quizás llego en mal momento?

-¡Túúú!- Elefancio no sabía si acojonarse o alegrarse ante la súbita presencia del causante de todo aquél desastre -¿Qué es lo que quieres ahora?

-Pues venía a decirle que me equivoqué y le entregué un obsequio que no era el suyo- se explicó el chico -porque confundí los paquetes que tenía en el coche y le di un viejo espejo roto que quiero arreglar para entregárselo a mi hermana, que le tiene mucho cariño porque fue de nuestra madre, en lugar del suyo, que es este otro que aquí les traigo.

Elefancio le miraba con ojos de huevo frito y a Mari Tere se le congeló el aliento mientras el público, que intercambiaba variopintas opiniones sobre lo que estaba ocurriendo, cerró el corrillo para ver de qué se trataba.

-¿Les gusta? ¡No me digan que no es una preciosidad!- quiso saber el chico, abriendo la caja y mostrándoles muy ufano una figura de porcelana que había en su interior –Se trata de la virgen de Limoges del Gran Poder, que dicen que otorga grandes favores a todos aquellos que la veneran… ¡Una pequeña obra de arte!

-Tú… tú…- tartamudeó Elefancio, al borde de un ataque de apoplejía –Pero si llamé al Excelsior preguntando por ti y me dijeron que tú allí no te hospedabas…

-¿Al Excelsior?- preguntó Bernabé, extrañado -¡Pero si le dije que estaba en el Windsor!

-Te dije el Windsor, Elefancio- intervino Mari Tere, dándole la razón –Y no me hiciste ni caso. Como siempre.

-¿Y por qué me dijiste que había que abrirlo a las 12 de la noche, eh? ¡El regalo estaba maldito!

-Pues porque dicen que esa es la hora en la que la virgen se aparece a sus devotos y les muestra todo su poder… ¿Qué me quiere decir, tío?... ¿Qué es lo que le pasa?- terminó Bernabé dirigiéndose a uno de los sanitarios.

-Este señor acaba de recibir un impacto emocional muy intenso y se encuentra algo alterado- le explicó él –Aún no hemos tenido tiempo de explorarle ni de hablar con nuestros superiores para decidir si hay que ingresarle o no.

-¡Vaya por dios!- se lamentó el joven –Espero que no sea nada importante.  Pues entonces me retiro y les dejo hacer su trabajo, que entiendo que mi visita no es oportuna.

Y le entregó la figurita a Elefancio, que se encontraba en estado flotante, al tiempo que tomaba el marco de sus manos.

-¿Pero qué le han hecho?- preguntó extrañado mientras lo acariciaba afectuosamente -¿Por qué han puesto esta foto aquí?... ¡Si era un espejo precioso y ahora está todo pringoso y lleno de grumos!... ¿No vieron los cristalitos en el interior de la caja?... Me costó más de dos horas recoger todos los trocitos para poder restaurarlo…

-Eeerh… Eeerh- balbuceó Elefancio –Yo creí que se me había roto a mí y Mari Tere y yo le pusimos nuestra foto de boda para no hacerle agravio.

Bernabé soltó una sonora carcajada.

-¿Qué me dice? ¿Se tomó al pie de la letra la leyenda que le conté?... ¡Eso no son más que habladurías!... En fin, me marcho, que veo que aquí estoy estorbando. Que se mejore pronto, tío, y mis respetos para usted, tía María Teresa.
 

-Total, Elefancio, que no sé qué pensar de todo esto- le dijo Mari Tere una vez que se volvieron a encontrar a solas en el salón de su casa y se habían serenado un poco –Pero lo que sí que sé es que la virgen esta de los limones se va a ir a tomar por culo a la basura ahora mismo.

-¡Pues ya estás tardando!- contestó él.

-Te dije que el obsequio sería una figurita de porcelana- le recordó ella -y no me hiciste ni caso, porque otro defecto que tienes es que siempre te crees que estás en posesión de la verdad.

-Tú dijiste una pastora y se trata de una virgen, que no es lo mismo.

-Virgen o pastora, ¿qué más da? Es una figura de porcelana.
 

Sus vidas se normalizaron a partir de ese momento y no volvieron a saber nada más de Bernabé hasta que dos años después recibieron una invitación suya en una tarjeta muy elegante.

-Don Bernabé Calabuig Trashorras- decía- como mecenas de la Fundación de Investigaciones Iberoamericanas, tiene el placer de invitarles el próximo sábado día 19 a las 18 horas a la recepción que se llevará a cabo en su chalet situado en la calle Zaldívar nº 27 de la urbanización La Finca, con motivo de la celebración del CDXV aniversario de la caída del Imperio Inca del Perú. La contraseña que les será solicitada por el Servicio de Seguridad para el acceso es “más vale honra sin barcos que nada de nada”.

-¿La urbanización La Finca, dice?- preguntó Mari Tere, con los ojos muy abiertos y las orejas enhiestas -¿No es ahí donde viven los futbolistas famosos?

-Sí, ahí viven Ronaldo y compañía- asintió él -¿Cómo habrá progresado tanto este chico?

-¡Ya lo creo que sí! ¡Vaya nivel que se gasta!

Y el caso fue que asistieron, movidos mayormente por su afán de cotilleo.
 
-¡Queridos tíos!- les recibió calurosamente Bernabé cuando el mayordomo les acompañó al interior de la casa -¡No sabéis qué alegría tan grande me llevo al veros! Dejadme que os muestre mi humilde morada, en la que siempre me tendréis a vuestra disposición.

-¿Humilde morada, dices?- repuso Elefancio mientras atravesaban la estancia -¡Pero si esto es un palacio, Bernabé! Salta a la vista que te va estupendamente, querido sobrino, de lo cual nos alegramos mucho, y yo quería pedirte excusas por lo que pasó la última vez que nos vimos.

-Ni me acuerdo siquiera, querido tío, no sé de qué me estás hablando- continuó él, sonriendo amablemente –Y sería un hipócrita si os dijera que me van mal las cosas, porque me han nombrado hace unos días director general de la banca Bolhwinkel en España, ¡en fin! ¡La vida me sonríe!... Este es el salón principal, el de la chimenea más grande, ¿os gusta la decoración? La elegí yo mismo y espero que no resulte muy pretenciosa.

La mirada de Elefancio se quedó clavada sobre el espejo de marco marrón ovalado que presidía la estancia sobre la gran chimenea.

-Es… ¿Es el que estaba roto, verdad?- preguntó, acercándose para observarlo mejor.

-Efectivamente. Este es el obsequio equivocado- confirmó el joven.

 -¿Pero no era para tu hermana?

-¿Para mi hermana? ¡Qué cosas dices, tío, si yo no tengo ninguna hermana y es mi posesión más querida! Perteneció al pobre tío Enrique, ¿sabes?, que no sé si conoces los detalles sobre su muerte, pero que fue algo espantoso… ¡Un pénfigo terrible! ¡Por nada del mundo me desprendería de él!

Elefancio y Mari Tere se miraron entre sí y se separaron instintivamente un poco de Bernabé.

-Y ahora permitidme que os deje durante unos minutos en la encantadora compañía de Lucy, mi secretaria, pues también me veo obligado a prestar atención al resto de mis invitados.

Y Elefancio lo flipa cuando se presenta la que ya no luce, la chica cañón, con todas sus curvas a cuestas, embutida en un ceñido y corto vestido de lentejuelas doradas, que le guiña a él un ojo sin el menor pudor y les dice, besándolos  en las mejillas:

-Al caballero ya tuve la ocasión de conocerle anteriormente, y es un verdadero placer volver a encontrármelo de nuevo, y en cuanto a usted, María Teresa, no me queda más remedio que felicitarla por el magnífico ejemplar que ha conseguido.
Mari Tere la miró sorprendida y se dejó besar sin saber qué decir.

-Entre Bernabé y yo existe una magnífica relación comercial desde hace ya algún tiempo- les aclaró ella con una deslumbrante sonrisa.
 
-Jolín, Mari Tere- le dijo él cuando se encontraban ya en la calle camino de vuelta a su casa unos minutos después –No sé qué pensar de todo esto… ¿Así que el obsequio al final era mágico?... Porque una ascensión tan meteórica como la del chico este, tú me dirás si no…

-Ni yo tampoco sé, Elefancio- contestó ella –Pero a mí este chico no me gusta y yo creo que nos deberíamos mantener alejados de él.

-Pues casi que sí, no sea que nos vaya a meter en otra. Ese no es nuestro mundo y no pintamos nada ahí.

-Y, oye, Elefancio, tengo una duda que me viene ahora a la cabeza.

-Tú dirás.

-Lo del polvillo de conejo ese que me dijiste con la chica que ya no luce fue una mentira, ¿verdad?...

-Pero, mi niña, ¿ahora me sales con esas? ¡Pues claro que era mentira!

-Es que perdona que te lo diga, pero es que a esta chica se la veía muy suelta, a pesar de que se le notaba que estaba operada de todo, claro, que al fin y al cabo no valía tanto y me ha venido el run rún a la cabeza…
 
 
FIN
 
 
 

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Published on e-Stories.org on 12/28/2015.

 
 

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