Corina Lupia

Éxtasis


Déjame conocerte, Anne. Quiero saber todo sobre tí. Cuéntame, ¿cuál es tu color favorito, el aroma que más te gusta? Lo que más disfrutas y lo que más detestas. Tus temores más profundos, las tristezas y frustraciones que guardas secretamente en algún lugar de tu memoria. Lo que te hace sonreír. Lo que te hace llorar. Todo.
Te observo, con las manos ardiéndome de impaciencia; quiero que me lo cuentes. De tus labios salen palabras entrecortadas; pequeños retazos de una oración que mueren allí, en el sofocante calor de la habitación. Luego comienzas a gritar, así, como sabes que me gusta. ¿Nunca te han dicho que tu voz se oye muy hermosa cuando lo haces? Nítida y apasionada, y sale directamente de tu garganta —por donde ahora deslizo mi lengua—; y perece en un murmullo ronco.
Continúo con mi labor; tus alaridos de placer son la única respuesta que quiero obtener en este momento. Incluso mi mente se siente afiebrada; te digo que esto jamás me pasó con nadie. No lo he olvidado todavía: sí, quiero todo de tí. Pero sé que ahora estás cegada por el delirio que te producen mis caricias, y no puedes hablarme; en cambio, me conformo con tu cuerpo retorciéndose entre las sábanas desgastadas. Te hablo mientras mis manos resbalan por tu piel sudorosa. Te lo repito: quiero conocer todo sobre tí, Anne. Ésta y todas las noches que nos quedan juntos.
Cada parte de tu cuerpo me pertenece, ¿lo sabes? Vuelves a gritar, y tomas bocanadas de aire cada vez más profundas. Yo me muero de ansiedad, y sé que es precipitado, porque tenemos el resto de nuestras vidas, y quizá hasta la eternidad para conocernos, pero sabes que siempre he sido impaciente, y me apresuro a llegar más y más adentro de tí; descubrir todos los secretos que ocultas debajo de tu piel, tan exquisitos como la expresión desencajada de éxtasis que me regalas ahora.
Mis sentidos parecen agudizarse en ese instante que llego a la gloria. Cada pequeña porción de piel se estremece, se me erizan los vellos de la nuca, me zumban los oídos. Y mis manos, aún así, siguen buscando más, con ansias enfermas.
Vuelvo a observarte, luchando por recuperar la respiración, y me pareces la mujer más hermosa del mundo. Te beso en los labios suavemente; no puedo exigirte más. Te has quedado dormida. Estoy tan feliz ahora mismo. Y te murmuro, aún sabiendo que sumida como lo estás en tu letargo no me escucharás, que te amo.
La habitación finalmente está en silencio, luego de tantas horas. Sonrío, dejando pasar mis manos por la suave piel abierta de tu pecho. El líquido rojo mana de allí sin parar, al igual que el parqué se inunda con la sangre que lentamente se desliza por la hoja de mi cuchillo. Tu tez nívea está teñida de carmesí casi en su totalidad; salvo por tus ojos, que los he guardado en mi bolsillo. Tus orbes verdes son demasiado bellas como para no quedármelas —aún así te ves preciosa sin ellas—.
Me deleito una vez más con la visión frente a mí, mi pulso vuelve a acelerarse, y las imágenes y sonidos pasan por mi cabeza a toda velocidad, como una película. Y entonces aprieto en mi mano, igual de temblorosa que al principio, tu corazón aún latente, y recuerdo ese sonido celestial, nítido y apasionado del que hablábamos antes. Los gritos desesperados saliendo de tu garganta cuando te lo arranqué.
Quiero saber todo sobre tí, Anne.
¿Me dejas conocerte?

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Published on e-Stories.org on 07/27/2010.

 
 

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