Kike Ibeas

EL ÚLTIMO DÍA

La calle estaba igual que la recordaba, exactamente como cuando era niño. Sólo las cosas triviales habían cambiado, tales como los escaparates o los adornos de las terrazas, también como no, la gente había cambiado, yo también Y demasiado para el gusto de la gente que me es sincera. Por lo demás todo bien, la misma cera, la terraza del bar, la Tienda de música y la suciedad de las calles. Los mendigos cambiaron pero permanecieron sus hábitos, no se cómo, ni por qué, decidí volver sobre los pasos de mi niñez, algo me arrastró calle abajo y me llevó de la mano hasta aquí.
Desde que empecé a escribir la historia de mi familia me sentí atraído por variar mis rutas, me engañé a mí mismo para atajar por estas calles que tanto me recuerdan. Y rellenaba cientos de páginas con las fragancias, tactos y sabores de mí Infancia, mi familia y mis amigos, el temprano adiós de los que compartieron conmigo tantas jornadas ahora medio borradas por la bruma del tiempo. Me levanté hipnotizado, dejé mi máquina de escribir y caminé. Siempre me gustó el aire en la cara mientras camino, un solo soplo de aire puede haber recorrido el mundo antes de pasar a través de uno y continuar su viaje. Y aquí estoy mirando la ventana de mis ancestros, la misma por la que nos decían adiós cada Navidad, el mismo balcón por el que de infante, hacía que pescaba con mi caña y mi capirote de papel, mientras la abuela preparaba los postres a escondidas de nuestra ilusión. ¿Cuál fue la última vez?, De haberlo sabido...
Me decidí a llamar a la puerta y alimentar mis recuerdos, con las imágenes nuevas de mi pasado, la niebla entró en mis recuerdos hace ya algunos años y borró parte de las cosas que yo tenía guardadas desde niño, según subía las escaleras me invadió el olor del portal y trasformó en pena mis sentimientos, se había despertado ya el recuerdo y había sido el olfato el primero de los sentidos en hacerlo.
Dudé...
¿Y si los nuevos recuerdos borran los pasados? ...
Llamé al timbre.
¿Y sí?...
Sonó la cerradura al abrirse.
Parecía ver a mi hermano a mi lado, haciendo bromas y agitando su espíritu adolescente mientras la puerta se abría. Le llamaré después y le contaré todo esto.
Té echo de menos hermano.
Mi discurso estaba preparado.
Lo siento señora, mire. Mis abuelos vivían aquí hace ya muchos años y quería echar un vistazo, sé que igual le parece estúpido pero..
La puerta se  abrió.
- ¡Lo siento señora...!
- ¡Agustín, hijo! No te esperaba cariño, pasa estoy con mi amiga.
- ¡Abuela!, creo que dije, completamente perplejo y con el corazón latiendo rápido y bombeando adrenalina hacia mis atónitos sentidos.
Mi abuela se giró sobre si misma y volvió sobre sus pasos arrastrando los pies,  torció a la izquierda y después a la derecha antes de desaparecer por el pasillo. No se percató de mi estado semiinconsciente.
- Es mi nieto.
La escuché decir a través del eco de los muros de piedra y el suelo de tarima, cerré tras de mí la puerta y reconocí el sonido de las campanillas que colgaban por  detrás, yo mismo las descolgué y embalé hace ya más de veinte años.
- Pasa hijo, pasa.
El salón se mantenía igual que lo recordaba, los pocos detalles que aparecían en mi mente nebulosos se refrescaron con la vista y memorización de todos los rincones que  pasé por alto en su día.
Mi abuela estaba risueña, como feliz, su amiga clavó sus ojos en mi y me dedicó una amplia y bonita sonrisa.
- Ay hijo, tenías que ser artista de cine.
La besé y me senté mirándolas, ella también estaba muerta, incluso lo estuvo antes que mi abuela. Recuerdo su cara  al enterarse de la noticia,  se sintió sola y en primera línea de fuego, el adiós a un amigo duele, duele más cuanto más mayor se es y cuanto más se ha compartido.
Pero ahora está contenta, contenta y viva, no me pregunté ¿Por qué?, ni ¿cómo?, Me relajé y disfruté de su compañía.
La tarde corrió amena. La amiga de mi abuela se despidió y desapareció por el pasillo,  me dio por pensar en el día en él que brindé con mi hermano en el bar de abajo en su memoria.
Mi abuela la acompañó hasta la puerta y volvió, se sentó de frente y me miró..
- Abuela - dije.
- ¿Una cerveza hijo?
- No  abuela ya no bebo; lo dejé.  
- ¿Desde cuándo?, Hijo.
- Bueno , tengo que decirte algo abuela.
Sonó el timbre.
- ¿Vas tu hijo? ..
Recorrí el pasillo sintiendo el miedo, me encontraba desplazado pero en casa, tiré del pomo de la puerta rápido y brusco, como el que trata de pescar "in fraganti" a un fantasma en el armario.
- Hola Agustín, no te hacía en casa.
- Hola abuelo. ¿Dónde has estado?
- Dando un paseo hijo, ya sabes. ¿Te quedarás a comer?.
- Claro, sí. Creo que sí.
Recorrimos juntos el pasillo, él se quitaba la gabardina y andaba con garbo, como en sus mejores tiempos. Después de morir la abuela se fue apagando y se le ajó el carácter, toda una vida juntos es demasiado tiempo para decir adiós. Cuando murió se desconectó mi último eslabón con la infancia.
Eslabón que en cierto modo recuperaba hoy y que me convertía de nuevo en un niño feliz, no es que la desgracia se cebase sobre mí desde entonces, es que las cosas cambian queramos o no, y se echan de menos cuando se pierden y se aprecian cuando se encuentran. Miré a mi abuelo caminar y quedé con mis pensamientos.
Nos sentamos los tres en el salón tomando aperitivos, de esos que antaño preparaban cada viernes para nosotros. Nos mirábamos y hablábamos con los ojos.
Sentía que tenía algo que ocultar, pero luché contra eso. No quería descubrir el juego, me encontraba a gusto entre mis recuerdos, mis recuerdos vivos, pero también me llamaba poderosamente la atención lo que me estaba ocurriendo, y ellos, ellos estaban tal y como los recordaba. Me dio miedo que se difuminara todo en cuanto lo nombrase, que despertase del sueño en que me sumía, que apareciera de golpe en el salón de la consulta del dentista o el bufete de abogados que ocupa actualmente esta casa y que algún desconocido me abofetease para que dejase de decir tonterías incongruentes. La cosa es que había vuelto a ser niño, vuelto a ser nieto, eso es algo grande  y muy especial. Ellos me miraban y sentí la misma sensación que tenía de chico, cuando no sabía como abordar un tema o una pregunta a mis padres y ellos miraban sabiendo de antemano lo que les iba a decir.
Si, ellos lo sabían, claro que lo sabían y de seguro que esperaban que se lo preguntase, pero el Agustín Juarros que ellos habían conocido ya no era el mismo, este nuevo Agustín había madurado, ya no callaba y esperaba a oír, ahora era adulto.
Debatieron internamente mis dos puntos de vista... y hablé.
- Bueno abuelos, ¿me lo vais a contar o no?.
- Qué quieres que te contemos hijo.
- Abuelos tengo cuarenta y seis años, casi nadie  tiene abuelos a los cuarenta y seis, ¿me explico? ...
- Mi abuelo apuró su cerveza y miró a su mujer, que le miraba con ojos tiernos.
- Estamos aquí por que tú nos has llamado; con tus recuerdos.
Estupefacto analicé sus palabras, expresadas de un modo distinto a las anteriores, ya no ejecutaba un guión de frases conocidas, no era tan familiar su tono de voz, creo que nunca, en vida, mi abuelo me habló de esa manera, quizá, creo que sí, como a un hombre.
- Yo os he recordado a menudo desde que... bueno desde entonces, que diferencia hay ahora.
- Mira hijo tú nos has recordado, has venido aquí, te has paseado por las calles de tu pasado sintiéndote solo, has proyectado cientos de veces nuestras imágenes sobre tus pensamientos y los has plasmado todos en un papel, en cierto modo nos has dado la vida de nuevo, me entiendes hijo; con tus recuerdos no nos has dejado morir del todo.
Nadie muere mientras quede un solo ser que lo recuerde, nosotros estamos aquí, en este mundo loco que no habíamos podido imaginar de ninguna de las maneras, permanecemos vivos en ti y aquí estamos, y aquí llevamos mucho tiempo. El otro día vi como pasabas por delante de aquí con una chica, levantaste la vista y miraste, pero no entraste, yo estaba aquí, y tu abuela, hubiéramos estado encantados de que pasaras y hablar pero tú no has venido hasta hoy ni has llamado .
- ¡Vendimos esta casa!. Dije echando la cabeza hacia atrás y tapándome la cara.
- Maldita sea Agustín, tú nos has traído, tú decidiste escribir ese libro con todos nosotros como personajes.
La abuela irrumpió en el salón con una bandeja metálica en las manos, preparaba la comida.
- Estás hecho un asco chico,  estabas mejor la última vez que te vi..
Mi abuelo cambió de tema.
- Tú sin  embargo estas mucho mejor ahora abuelo, tenías muy mala cara la última vez que te vi..
- Nos has despertado con tu máquina de escribir,  hijo.
Sonrió mostrando su más hermosa sonrisa, sentí el abrazo de la abuela por la nuca y su beso en la mejilla.
- Vamos a comer familia.
- Hoy tenemos un invitado muy especial.
Las horas pasaron rápidas, hablamos de todo, de las cosas que uno pasa por alto cuando tiene quince años y mucha prisa por vivir.  les dije que les quería, ahora y entonces, y que si nunca se lo dije fue por que tenía que ser así, nunca fui hombre de pasar la mano por el lomo, ni de palabras dulces ni confesiones.
Ese día olvidé todo eso.
Disfrutamos de nuestra compañía y de largos paseos por el centro, les expliqué del "cómo” del paso del tiempo en su ciudad y de todas las cosas que habían pasado desde, la. penúltima vez que nos vimos.
Leímos juntos mi libro y recordamos cada episodio.
Ya caía la tarde en la ciudad y nos sentamos los tres en un banco, yo a fumar un cigarro y ellos a descansar.
- Tienes que dejarlo ya, hijo.
La voz de mi abuelo volvió a ser profunda y lejana.
- ¿El qué?
- El libro, tienes que dejar de escribir sobre nosotros y dejarnos marchar, lo que estás haciendo es grande, pero es tiempo de dejar las cosas en su sitio. Tu recuerdo nos mantiene aquí, tienes que acabar ese libro hijo, y dejarnos marchar.
Se levantó y caminó quedamente, la abuela me volvió a besar en la mejilla.
- Mi chico.
Una lágrima asomó por sus enrocados ojos.
- ¿Debo dejarlo abuela?.
No pudo contestar,  pero movió la cabeza afirmando mientras apretaba fuerte la boca. Alargó sus ancianas manos hacia mi cara y la palmeó con más amor del que nunca volveré a recibir.
Te hemos dado lo que tanto ansiabas, ya tienes tu último día de niñez cariño.
Aquella tarde en el parque quedó el tiempo congelado, él de pie a dos metros, mirándome, erguido, dulce. Ella mimándome como al niño que dejó de serlo en ese momento que ahora me daban. despidiéndose de mi. Que la muerte nos separó sin previo avis. Que un hasta mañana fue un hasta nunca, ellos me dieron ese último día,  me ayudaron a encontrarlo, el último día de niño, el primero de hombre lo pasamos juntos en el parque, yo a cambio les dije que les quería.
Fumé, esperé y volví a casa a escribir fin..

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Published on e-Stories.org on 05/21/2012.

 
 

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