Eduardo Dip

El tiempo

Decidí esperar, no quería tomar una decisión apresurada y mucho menos equivocada. Sabía que lo debía pensar bien y hacer una buena elección. Después las cosas pueden salir bien, o no tanto, por no decir mal, pero sea lo que sea, y salga como salga, uno debe ejecutar sus acciones lo mas pensadas y razonadas posible.
Aunque también están los que dicen que la mayoría de las cuestiones humanas hay que hacerlas con el corazón. Mi Padre siempre me decía que en la vida había que tomarse su tiempo, pero en el mix de sentimientos y razonabilidad, siempre debía prevalecer el corazón, sobretodo cuando ante una decisión importante se dudaba en la forma de sentenciar la cuestión. Ahí, siempre uno debía inclinarse por lo que siente en tu interior, lo que le sale de tus entrañas. Y me lo recalcaba con un énfasis acentuado, como si me estuviese dando la fórmula secreta de la felicidad. Pero en fin, yo siempre lo escuché, aunque no siempre aplicaba su consejo.
 
Y aquí estaba yo, dubitativo, frente a la puerta de mi dormitorio, pensando que hacer, pero con la sangre caliente haciéndome acelerar el pulso y produciendo en mis manos un leve temblor, por lo que se me dificultaba sostener el revolver calibre 22 que también heredé de mi Padre, pero que jamás había usado.
Finalmente mi siguiente acción fue ejecutada de forma equilibrada.
Compulsivamente entre a la habitación golpeando la puerta contra la pared, lo que sumando a mi expresión desencajada de mi rostro, aterrorizó tanto a mi esposa, como a su amante (el joven técnico en computación, que por lo visto, no solo nos hacía el service de nuestras P.C. sino también que extendía sus servicios a otras especialidades).
Viendo que el espanto causado los mantenía paralizados y en silencio, una cierta tranquilidad comenzó a normalizar mi tensión y mi pulso empezó a decrecer en sus palpitaciones. Esto me permitió poder pensar unos segundos más, aunque en ningún momento dejé de apuntarles realizando un movimiento pendular con mi mano derecha, la que sostenía el arma, de forma que pareciese que estaba eligiendo a quien dispararle primero.
Y esos segundos fueron suficientes para hacerme decidir sobre mis actos siguientes. Entonces ya sin duda alguna, apunté dando apoyo al arma en mi mano izquierda, y realicé dos disparos tan seguidos que parecieron uno. No siendo un experto ni mucho menos, me consideré satisfecho con la precisión de ambas ejecuciones, las que, produciendo solo un orificio de entrada, fueron a detenerse dentro de la pared en que daba el respaldar de la cama y por sobre unos diez centímetros de sus respectivas cabezas.
 
A cincuenta metros de mi casa, me dí cuenta que había dejado el revolver sobre la cómoda del dormitorio sin haberle borrado mis huellas digitales ni evitando dejar rastros de mi presencia. Automáticamente regresé casi corriendo, y para mi sorpresa, en el instante en que cerraba la puerta de entrada, un nuevo disparo retumbaba en el ambiente. Esto me dejó completamente helado y ahora el paralizado y aterrado era yo.
Los siguientes cinco segundos sin aliento fueron interrumpidos por i mujer, quien quitándose los guantes quirúrgicos de sus manos, me dijo:
-Toma tu tiempo amor, y llamá a tu abogado. Acabas de asesinar a mi amante.
 

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Published on e-Stories.org on 02/21/2013.

 
 

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