Suspiró con alivio cuando entró por la puerta principal. Se dirigió inmediatamente a la Recepción.
-Necesito unas alas- dijo en tono grave.
-No tenemos en este momento- respondió una voz cansada, desde el otro lado del mostrador.
-Pero, ¿cómo? Se supone que esto es un hospital.
-Lo es, aunque de momento no tengamos las alas. Están escasas, ¿sabe?
-¿Cuánto tiempo debo esperar? ¡Me siento débil!
-No puedo asegurarlo. Los ángeles guardianes como usted no han sido muy afortunados últimamente. Sé de qué me habla: cuando las personas que les han sido asignadas no cumplen con su parte, ustedes simplemente -a veces poco a poco, a veces bastante rápido- pierden sus alas… sus plumas se vuelven grisáceas, como ceniza, se marchitan, resquebrajan y caen dolorosa, penosamente… lo lamento.
El ángel miró un momento hacia el vacío, y luego hacia el emisor de la voz con un gesto pensativo, como reteniendo una pregunta.
-Con suerte- agregó la voz, tratando de ser sincera- los recolectores tengan algo más tarde. Ya sabe, cuando la persona asignada y su ángel cumplen, las alas del ángel crecen más de lo usual, incluso el doble… y de esas hermosas y relucientes alas se desprenden preciosas, valiosísimas plumas que los recolectores, con grandes esfuerzos, a veces consiguen traer a los hospitales…
-Tengo sed… - murmuró con suavidad el ángel, más para sí mismo, mirando otra vez hacia el vacío.
-Por lo pronto- dijo la voz, en tono cordial- descanse, le vendrá bien. La sala de espera está por ese pasillo, en la primera puerta a la izquierda.
El ángel cerró los ojos un momento. Tomó aire y caminó tranquilo.
Ya sabía lo que encontraría.
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Published on e-Stories.org on 10/06/2015.
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