Héctor de Souza

Motivación por la paradoja

Nota: Adaptación del autor sobre relato publicado en el libro “La Empresa Inefable. Fragmentos de una historia apócrifa”, 2003. Los relatos de La Empresa Inefable articulan y recrean, mediante una narración irónica y antojadiza, un repertorio de anécdotas provenientes del mundo de lo cotidiano en las empresas.    

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El profesional entró pensativo al escritorio del socio director del bufete. Dudaba en plantearlo. Ni el desasosiego ni la indecisión le impedían exhibir una apariencia intachable: traje gris de alpaca, camisa blanca como la leche, corbata perfectamente anudada, cabello estricto, engominado y peinado hacia atrás.

Aun sabiendo que en La Empresa se valoraba la capacitación y el desarrollo individual (es más, la competencia curricular agregaba valor per se), el joven se sentía inseguro, que las incertidumbres son muchas y la certeza ninguna, entre otras cosas porque el estilo de liderazgo que ejercía el socio director era algo especial: solía motivar por la paradoja. En las personas radicaba la habilidad de apañárselas con lo que recibían. Quizá por ello se veían reconocidas, y de cierta manera halagadas, si al menos se les maltrataba, por aquello de que cuando no hay caricias, buenas son las bofetadas.

Al contrario de lo que sostiene la teoría más recibida sobre el comportamiento humano, en La Empresa, mediante el peculiar trato personal, se obtenía de los profesionales un grado de adhesión y compromiso envidiables para cualquier organización.

Sea como fuere, que así es el mundo y no se trata de aventurarnos con temerarias deducciones, lo cierto es que los empleados preferían siempre la toxina del sarcasmo a esa desatención amable de no existir como personas, padecida en silencio más que nadie por secretarias y administrativos, “último eslabón de la escala zoológica”, como se proclamaba con mañoso cinismo en La Empresa. Cuando uno es ignorado por otro, no cualquier otro, sino, al contrario, otro que resulta especialmente significativo, se experimenta la peor versión del desprecio.

Pero, volvamos al profesional y sus intenciones. Después de dar algunas vueltas, se animó y, tímidamente, tentó fortuna:
–Me gustaría hacer un posgrado –farfulló.

El socio director del prestigioso bufete levantó su cabeza de la lectura, le echó un vistazo de arriba abajo buscando identificar algo en el joven que explicara la impostura, o que denotara arrepentimiento, y le preguntó con una mezcla de sarcasmo y desprecio:
–¿Y dónde lo querés hacer?,… ¿en la fundación Teletón?

FIN
 

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Published on e-Stories.org on 08/27/2016.

 
 

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