Jona Umaes

El sillón

          Luis paseaba por la playa una tarde de invierno. El sol había comenzado su descenso y bañaba de oro todo cuanto iluminaba. De vuelta hacia la carretera, tenía que pasar por una zona de tierra donde la lluvia del día anterior había dejado una gran charca. La rodeó y se encontró con que alguien había depositado un sillón en medio de aquel descampado. Sorprendentemente, estaba en muy buenas condiciones, no tenía manchas, parecía hasta nuevo. Se sentó en él. Era una sensación extraña estar al aire libre, como si se encontrara en una casa sin paredes, mirando el sol descender y los coches pasar a pocos metros.

          Llamó a un amigo que tenía una furgoneta y le dijo que se pasara por allí, que se quería llevar el sillón para su casa. Lo colocaría en el patio, bajo la parra. En una hora ya tenía el asiento en el lugar que ocupaba una silla de exterior bastante incómoda. No era habitual que recogiera cosas de la calle para llevarlas a su casa, pero ese era un caso distinto pues, mirara por donde lo mirara, aquel sillón parecía recién desembalado, sin desperfecto alguno.

          Entonces, no imaginaba lo que suponía tener aquel asiento en su patio. Allí fue donde se sentó derrotado cuando, tras el chequeo médico que se hacía en la empresa cada año y las posteriores pruebas con el especialista, le comunicaron que tenía cáncer. Últimamente se sentía más cansado de lo normal y no se explicaba por qué. Fue casualidad que le tocara el reconocimiento cuando empezó a notar ese malestar que no tenía razón de ser, pues él siempre había gozado de una salud de hierro. Bajo la parra, apoyó la cabeza en el alto respaldo mirando como los rayos de sol se colaban entre las verdes y rojizas hojas, y alumbraban algunas uvas que parecían encenderse como bombillas. Las lágrimas comenzaron a brotar y correr por sus mejillas. Se las secó con la manga de su bata, sin saber qué sería de su vida a partir de ese momento.

          Acarició con su mano el aterciopelado reposabrazos hasta bajar por el lateral. Sus dedos se toparon con algo rígido. Extrañado, se asomó y vio que había un pequeño cuadrado de plástico con una especie de tapa. La desplazó hacia la izquierda y vio la luz una pequeña pantalla digital donde un cero de color rojo se convertía en un uno. No recordaba haber visto aquello cuando examinó el sillón en la playa. Tampoco sabía qué significaba, pero, al poco de haber visto como la cifra cambiaba, notó que la congoja que lo dominara hacía tan solo unos momentos, había desaparecido. Se levantó y cuando fue hacia la cocina se dio cuenta de que el informe médico que había dejado sobre la mesita del pasillo no se encontraba allí. Estaba convencido de haberlo depositado ahí y no en otro lugar, pero, aun así, buscó por las distintas piezas de la casa sin lograr dar con él.

          Desistió tras un buen rato intentando encontrarlo. No tenía importancia, más tarde le escribiría un email a su médico para que le mandase una copia. Aún no le había comunicado la mala noticia a nadie. Llamó a su novia, Elena, para contárselo.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? —dijo él.

—¿Quién es?

—Luis, ¿quién si no?

—¿Luis? No conozco a ningún Luis. Se ha debido de equivocar.

—¿Estás de broma? ¡Que soy yo! —protestó él.

—Pues le aseguro que no le conozco de nada. Lo siento —y colgó.

          Luis se quedó cuajado. ¿Pero, cómo no puede conocerme? Aunque insistió en la llamada, no cogieron el teléfono. Dejó el asunto para más tarde y escribió el email al médico pidiéndole que le mandara el informe de nuevo. Luego comió algo y se echó la siesta. Cuando despertó, miró el correo desde el móvil y leyó la contestación.

          “Disculpe, creo que ha habido un error. No tenemos constancia de que usted haya sido paciente nuestro, por lo que no podemos ayudarle en lo que nos solicita. Un saludo”.

          “¿Pero qué diablos está pasando aquí?”, se dijo. Por otro lado, el malestar que sintiera horas antes se había esfumado. Ya no sabía qué pensar. Cuando fue al trabajo, al día siguiente, se acercó al centro médico y en las pruebas que se había hecho aparecía todo normal, sin nada de lo que hubiera que preocuparse. Cuando llegó a la casa se sentó a pensar en lo sucedido. Por un lado, ahora resultaba que no tenía novia, pero por otro, tampoco estaba enfermo. El resto de su vida, continuaba todo igual, sin cambio alguno. Era para volverse loco.

          Transcurrió otro día y volvió a sentarse en el sillón del patio. Le gustaba su tacto y lo acogedor que era. Se acordó de cuando vio el número en el lateral y volvió a desplazar la tapa. Allí continuaba el uno, pero al poco de mirarlo pasó a ser un dos. Seguía sin comprender qué significaba aquello. Se quedó un rato más sentado y le sobrevino de golpe un cansancio tremendo, le dolían hasta los ojos. “Otra vez este malestar, ¡pero si ya estaba bien!”, se dijo.

          Se levantó un poco mareado y se fue a la cocina a picar algo. Para su sorpresa, el informe que no encontrara hacía unos días, estaba justo donde lo dejó. No entendía nada de lo que sucedía. Después de tomar algo, sonó su móvil, era Elena.

—Hola, cariño, ¿qué tal? —dijo ella.

—Te llamé el otro día y me dijiste que no me conocías —dijo él.

—¿Yo? ¿Cómo iba a decirte eso? ¿Estás bien?

—No, no estoy bien. Me están pasando cosas muy raras. Te llamé para decirte que…—en ese momento se le nubló la vista y a punto estuvo de caer al suelo. Se sentó en una silla y continuó—. Estoy enfermo, Elena. Es grave.

—¿Qué te pasa? ¿Desde cuándo? —dijo ella preocupada.

—El informe médico, es horrible. Tengo cáncer.

—¡No puede ser! Si eres un hombre muy sano. ¿Cómo es posible?

—Yo tampoco lo entiendo, pero es así. Me dan unos mareos repentinos y siento malestar. Esto no ha hecho más que empezar.

          Estuvieron hablando un buen rato y él le contó lo del sillón que encontró en la playa. Elena, aunque le hizo gracia la ocurrencia, estaba muy preocupada por su novio. ¿Qué sería de ellos ahora?

          Caprichos del destino, a Luis le tocó la primitiva. De repente, se vio con unos cuantos de cientos de millones de euros en su cuenta. Pensó que invertiría parte de ese dinero en acudir a los mejores médicos del mundo por si hubiera algún tratamiento con el que pudiera mejorar, o al menos alargar lo más posible la vida. Si no había remedio para su enfermedad, disfrutaría el tiempo que le quedara con su novia y familia. Se sentó de nuevo en su sillón preferido, bajo la parra. La cabeza le bullía de ideas. Dio descanso a su imaginación y puso los pies de nuevo en tierra. Se acordó de los extraños números que se movían en el lateral del sillón. Le dio por mirar de nuevo, y la cifra dos pasó a ser un tres.

          Al fin entendió qué significaban esos cambios de números, porque a continuación, no solo recuperó la vitalidad y su salud volvió a ser la de siempre, también se encontró que su cuenta bancaria había vuelto a su saldo habitual. Su novia dejaba de ser su novia, una vez más, y el resto, todo permaneció igual. Al cambiar la cifra en el sillón, este le transportaba a una Tierra paralela donde todo era igual salvo en ciertos aspectos. ¡Era magnífico! Se preguntó cuál de sus dos vidas era mejor. Una vida de riqueza, disfrutando con su pareja, pero en la que tenía los días contados, o la otra, donde conservaba la salud, aunque sin el amor de Elena y el disfrute de su riqueza. En cierta forma era un privilegiado, podía pasar de un mundo a otro cuando quisiera y vivir las dos vidas, descansando cada cierto tiempo de la enfermedad que lo estaba lacrando y que en breve plazo acabaría con él.

          Las semanas transcurrían, pasaba más tiempo con su novia, disfrutando una vida de lujos y derroche, como nunca conoció, pero sintiendo cómo se apagaba al mismo tiempo. Lo de disfrutar era relativo, al fin y al cabo. Pasaba de vez en cuando a la otra realidad, para tener algo de alivio durante un tiempo. Pero Luis no tenía el libro de instrucciones del sillón, y no se le ocurrió que tanto cambio podía tener un límite. Un día, cuando quiso volver a la vida con su novia, se sentó en el sillón y esperó a que el número cambiara, pero eso no sucedió. Golpeó impaciente con el dedo la pantalla de las cifras, sin resultado.

          Consciente de lo que aquello significaba, se preguntó si el destino fue quien quiso que encontrara aquel sillón y que aprendiera una lección que, para su juventud, valía más que todo el oro del mundo. Nada es más importante que la salud. Con ella, todo es posible. Sin ella, el disfrute es limitado y lo demás pierde su valor.

 

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Published on e-Stories.org on 05/15/2021.

 
 

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