Anoche...

La Diosa birló de mis peligrosos sueños una romántica poesía, involucrada en algo inconmensurable e inalcanzable. Perturbando las somnolientas noches de frío y soledad. Al instante, el tabaco se evaporaba, la gaseosa escaseaba. La debilidad invadía mi prosaico interior, deseoso de amar. Busqué, sin cesar respuestas en versos de indefinibles hormas, pero llenos de ansiedad, por sentir el calor de su albo cuerpo. La sutileza de sus áureos cabellos invadió mi hermética habitación destruyendo mi calma interior, para descompensar mi vida y mi resurrección. Acaricié su aroma con la debilidad de mi torpe nariz, quise ostentar aquella silueta prohibida por la eternidad. Precipitando, con locura sobre mis agónicas manos sus delirantes nevados pechos ensalzados por aquellos pretenciosos botones de rosas que imponían vehemencia prohibida. Enrredándome en una esquiva prosa me acerque lentamente, para acariciar su mano, la bese, pretendiendo que escanciara su fértil y sabroso licor sobre mi sitibundo silencio, para beber de ese excelso néctar que Apolo vedo. Por mis dedos escurrió la tinta que manchó mis rojas manos en la combustión de un pacto de sangre entre papel, pluma y verso. Ocultando en la intempesta una pervertida  sensación, donde la confusión buscó el intenso mirar de un paraíso inexpugnable. Calipso y mar. Pretenciosas lágrimas que quieren destronar los secretos de la envenenada escéptica miel que olisco sin encontrar…

Arturo Elias

Sedelke-Quiroz

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