Jona Umaes

Tengo un amigo...

        Tengo un amigo que usa Instagram. Como cualquiera que utiliza esta aplicación, aparte de para sus fotos con las amistades, selfis y recuerdos de viajes, también frecuenta el chat.

        Resulta que ha conocido a algunas chicas por este medio. Hay tanta gente ahí metida que seguramente sea la mayor plataforma de ligue que hay. Claro que hay que invertir tiempo hasta que das con alguna persona que te siga el rollo.

        Conoció a una cordobesa "adoptada", Susana. Realmente era catalana, pero se había criado en Córdoba. Me contó que desde la línea 0 ya estaban riendo. La verdad es que envidio a la gente que tiene ese don de atraer con la escritura. Claro que, lo había conseguido después de una larga lista de silencios y borderías de muchas otras que no tenían ningún interés. Pero hay que reconocerle el mérito de no cejar en el intento.

        Todo esto lo narro tal y como me lo contó. Todos tenemos ese amigo especial, que nos es tan cercano y que nos confía sus inquietudes y anhelos y del que siempre hablamos cuando tiene algún problema :-)

        Tuvo la "suerte" de que conectaron al instante. Cada día, a distintas horas, echaban un rato de charla. Llegaron a engancharse tanto que se daban, religiosamente, los buenos días y las buenas noches. No quedando aquello solo en lo virtual, un día acordaron conocerse en persona, en Córdoba, por supuesto. La chica resultó ser más alta de lo que él esperaba. Aunque él también lo era, se había imaginado a la chica más baja por las fotos de su Instagram. Y es que no se le ocurrió preguntarle en ningún momento cuánto medía.

        Según me contó, era preciosa. Mucho más guapa en persona. Las fotos no le hacían justicia. Se sentaron en una terraza a tomar unas cervezas y algo de picar. Lo lógico era que si se llevaban bien por chat, sería igual forma en persona. Efectivamente, así fue, pero aquí la lógica no tiene mucha razón de ser. De hecho, algunas personas se expresan mejor por escrito que hablando y luego, cuando se conocen en la realidad, es un desastre, porque no es lo mismo hablar frente a frente que en lo virtual.

        Ahí estaban los dos compartiendo experiencias, como si se conocieran de toda la vida. Después de un par de cervezas ya reían más que hablaban. Él no tardó en cogerle la mano al primer descuido. Ella la aceptó como si nada. Se besaron sin reparos. Continuaron hablando un rato más. El tiempo pasaba volando y se hizo tarde. Él la acompañó a la parada del bus. Se quedaron algo apartados, en una zona donde no había tanta luz, y él se despidió cogiéndola de la cintura y besándola, como si quisiera sorberla toda ella. Al fin llegó el bus y se despidieron en la distancia con un saludo de mano.

        Mientras él regresaba al hotel, continuaron hablando por el chat de Instagram. Ambos habían quedado gratamente satisfechos con la cita y enamorados hasta las trancas.

        Todo iba como la seda. Continuaron con su ritual de conversaciones por Instagram. Se sentían cada ve más cerca el uno del otro, a pesar de los cientos de kilómetros que los separaban.

        Un día, mi amigo recibió un mensaje de una guiri. Según me contó, los recibía a menudo. Curiosamente, solían ser chicas que servían en el ejército americano y posaban con armas de fuego. Tan guapas y con esos rifles en las manos, producían un fuerte impacto. Él les respondía y pasaba un rato practicando inglés, a la vez que coqueteaba. Tras unos días chateando, todas acaban diciéndole que querían contarle un secreto, algo muy importante que no deseaban que saliera a la luz y que podría beneficiar a ambos. Ya se sabía la perorata de memoria. Siempre la misma historia, con el dinero de trasfondo. Terminaba bloqueando a la tipa o tipo porque, a fin de cuentas, nunca se sabe quién hay detrás de esos perfiles.

        Pero el mensaje que recibió en esa ocasión era distinto. Era una chica normal, muy mona, eso sí, pero que no tenía nada que ver con el ejército. Le empezó a hablar, diciéndole que quería hacer amistad. Al parecer era polaca, y se disculpó por su inglés, que no era correcto. Él le dijo que tampoco lo dominaba, y que no se preocupara. Habituado, como estaba, a hablar con toda la que pillaba por la red, no le dio la mayor importancia. Charlaría durante unos días con ella, y luego pasaría a la historia. Ahora ya no tenía tiempo para tontear, ya que Susana tenía toda su atención en los ratos que ambos coincidían para chatear.

        Así estuvo un tiempo, con las dos chicas. A veces, con ambas a la vez, porque aunque estuviera en conversación con la cordobesa, la otra le hablaba, esporádicamente, al mismo tiempo, y él, por educación, le respondía.

        Un día, Susana y mi amigo, tuvieron una conversación tal cual esta:

—Oye, ¿quieres que escribamos en inglés? Así practicamos. Me hace falta para la clínica. Llegan muchos clientes extranjeros.
—Claro. Bueno, yo no tengo tampoco mucho nivel, pero podemos probar. De vez en cuando chateo con algún guiri.
—¿Te refieres a la polaca?
—?
—Sí, la chica con la que hablas al mismo tiempo que conmigo.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿La conoces?
—Un poco.
—¿Qué pasa? ¿Ahora me espías?
—No escurras el bulto ¿Qué necesidad tienes tú de hablar con otra chica? ¿No te basta conmigo? ¿O es que eres de los que flirtea con toda la que te encuentras?
—¡Qué fuerte! O sea. Mandas a una amiga a que hable conmigo, ¿para qué? ¿Quieres ponerme a prueba?
—No es ninguna amiga. Soy yo misma.
—¿Pero cómo puedes ser tan retorcida? ¿Te he dado yo motivos para que desconfíes de mí? ¿No estamos bien? ¿Por qué haces eso?
—No me gusta que me engañen y ya veo que no eres de fiar.
—Yo alucino. Pero yo te quiero. Estoy muy a gusto contigo. No venía a cuento eso. ¿Qué será lo siguiente? ¿Espiarme el móvil?
—¿Por qué tienes tú qué hablar con nadie a mis espaldas?
—Mira, yo hablo con quién me plazca. Es mi forma de ser. Charlo con mucha gente y me gusta hacer amistades. ¿Has encontrado algún asomo de coqueteo en mis conversaciones con la "polaca"? Si quisiera estar con otra mujer, la buscaría y no perdería el tiempo contigo. ¿Eso lo entiendes, verdad? ¿O es que por estar contigo ya no puedo hablar con ninguna otra?
—Claro que puedes, siempre que me respetes.
—¿Y no lo hago?
—Me lo has ocultado.
—Cierto, pero no tengo por qué darte explicaciones de todo lo que haga, ¿verdad? ¿O tú me cuentas todo de tus amistades?
Si me sales con estas, mal empezamos. No quiero al alguien absorbente a mi lado. Ya he pasado por eso una vez, y no más. Es un sin vivir. Si estamos bien, disfrutemos, ¿no? Ni yo soy dueño de ti, ni tú de mí. No nos pongamos límites. De verdad que es lo peor que podemos hacer. Eso siempre acaba mal. Ya somos maduros y responsables. Sabemos hasta donde podemos llegar con otras personas. Cuando uno está enamorado siempre es fiel, y los dos lo estamos ¿Verdad?
—Verdad.
—Pues deja de hacer esas tonterías. Sabes que te quiero. Eres lo más importante para mí 😘🤗.
—Y tú para mí 🤗😘.

        Al parecer, era la primera trifulca que tenían, y aunque estuvieron unos meses más, ella no podía evitar la inseguridad de que él la fuese a dejar por otra, a pesar de la atención que se le dispensaba.

        Se fueron a vivir juntos y pasó lo que tenía que pasar. Ella le exigía cada vez más tiempo y él fue cambiando paulatinamente su forma de vida. Sin apenas darse cuenta, se topó con la desdicha de tener que comportarse como una persona distinta a la que él siempre había sido, con tal de sobrellevar la relación. El resultado fue que ninguno de los dos estaba a gusto. Él por la contradicción interna que vivía y ella porque él dejó de tratarla como siempre la había hecho. Sin sentirse a gusto consigo mismo, tampoco podía hacerla feliz a ella.

        De esta manera, supe que hay que intentar no dejar nunca de ser uno mismo, estés con quién estés, aunque tengas que luchar contra el corazón y los sentimientos de una relación. Ceder pero sin perder tu identidad. Si pierdes eso, no te queda nada.


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Published on e-Stories.org on 05/11/2022.

 
 

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