Jona Umaes

El ascensor

          Por fin se decidió a acudir a Urgencias para que le vieran el dolor que le martirizaba desde hacía meses el brazo. Ni se inmutó cuando la doctora le echó un rapapolvo, reprochándole acudir a Urgencias por algo así sin haber consultado antes a su médico de cabecera. Le soltó la excusa de que no había tenido tiempo y que estaba muy preocupado porque la molestia ya duraba demasiado. Pensó para sus adentros que de ninguna manera iba a esperar días para la cita médica más los meses correspondientes de la cita con el especialista. Quería, de una vez por todas, salir de dudas de que no se trataba de algo grave.

          Abandonó la consulta más tranquilo, aunque se preguntó cuánto tiempo más tendría que esperar para que desapareciera el dolor. Se dirigió hacia el ascensor y pulsó el botón de la planta de salida. Junto a él entraron una pareja de ancianos. Los hospitales le deprimían. Aún tenía fresco el recuerdo de cuando tuvo que permanecer una semana hospitalizado por una intervención y en los días de recuperación escuchó el llanto estertóreo de una madre y su hija por la muerte del padre en los instantes que él paseaba por el pasillo para estirar las piernas. Los ancianos se bajaron en una planta intermedia y él quedó solo.

          Se sorprendió al ver que la luz de la tecla que había pulsado para bajar a la planta 0 estaba apagada y en lugar de ella se había iluminado la de la cuarta planta. Pulsó repetidamente la tecla para descender, pero esta continuó apagada. El ascensor comenzó su ascenso haciendo caso omiso a su orden. Cuando se abrió la puerta se encontró en casa de sus padres.

          Era una escena en la que aparecía él sentado en el salón de la casa familiar. Acababa de dejar la vivienda conyugal. Estaba destrozado. Deshecho en lágrimas, apenas podía articular palabra. Su madre intentaba consolarlo mientras el padre lanzaba preguntas, incrédulo, queriendo saber qué es lo que había ocurrido. Ver aquello le enturbió como tierra removida en el fondo de un lago cristalino. Todo eso estaba más que olvidado y el presenciarlo de nuevo le ensombreció el ánimo. No quiso mirar más. Se volvió y tomó el ascensor, preguntándose a qué venía aquello. Pulsó machaconamente el botón de la planta baja, pero este lo ignoró, iluminándose el de otra planta, la tercera. Maldijo el panel de pulsadores mientras el ascensor comenzó a descender. En apenas unos segundos se detuvo y se abrieron las puertas. Un pinar con el cielo rabiosamente azul le dio la bienvenida.

          En tan solo unos instantes le vino a la memoria aquellos momentos. Ocurrió hacía muchos años. Cuando se fue de ruta de bici, a su aire, escapando del agobio de la ciudad. Fueron días mágicos donde tan solo escuchaba el viento entre los árboles y el cantar de los pájaros. Apenas se cruzó con un puñado de ciclistas en aquella escapada. No solo era paisaje boscoso, sino que donde terminaba este, la arena de la playa le invitaba a tumbarse a descansar. Los barcos de pesca pasaban ante él con el típico ruido de motor renqueante, dejando una estela de espuma blanca tras de sí. Todas aquellas imágenes pasaron a la velocidad de la luz. Fue una aventura agridulce. La escena que veía a las puertas del ascensor le resultó dolorosa. Ocurrió el último día antes de su regreso. En una mala caída, se fastidió el tobillo y se vio tirado en el suelo rabiando de dolor. Aquello tuvo consecuencias. A pesar del reposo y la rehabilitación, no se curó del todo bien y, a veces, cuando forzaba el pie haciendo algún ejercicio, una punzada le recordaba que él ya no era el de antes, lo cual le producía tal frustración que maldecía su suerte. Aquella visión le produjo angustia y desazón. Volvió al interior del ascensor tan dolido que se quedó sin energía. Pulsó resignado el botón de la planta 0. Este parecía no querer nada con él ese día y el pulsador que indicaba el número 5 se iluminó. El ascensor lo impulsó hacia arriba sin él poder hacer nada, cual una hoja desgajada llevada por la corriente.

          Un nuevo escenario se plantó ante él tras abrirse las puertas. Estaba con una antigua pareja. Al contrario que en las plantas anteriores, aquello lo llenó de alegría. Había olvidado por completo aquellos momentos en la playa. Habían salido a cenar a un chiringuito y la luz del atardecer invitaba a hacerse fotos. No lograba recordar la última vez que se vio tan feliz. El tiempo había pasado volando, aquello sucedió hacía años. También le vino a la memoria la razón de la ruptura. Fue una de aquellas lecciones que solo se aprenden viviéndolas en primera persona y no de la boca de otro. Aquella visión fue el desencadenante de que recuerdos enterrados afloraran de una primavera olvidada. Con ellos se dio la vuelta y entró de nuevo en el ascensor con la esperanza de que ahora sí, pudiera salir de aquel edificio. Pulsó el botón rebelde que, de nuevo, se burló de él. En esa ocasión lo llevó a la planta 2.

          Cuando se abrieron las puertas, la blancura de la nada le dio la bienvenida. Mirara donde mirara no halló límites a aquel infinito albor. Camino unos metros como si de un fantasma se tratara y se topó con una mesa sobre la cual yacía un cuaderno abierto. La silla ligeramente escorada parecía invitarle a tomar asiento. Así lo hizo. Cogió el cuaderno y lo hojeó desde el inicio. Todas las hojas estaban en blanco. Cuando miró la tapa se dio cuenta de que se trataba de una agenda. La cifra 2023 resaltaba dorada sobre el fondo oscuro. Un bolígrafo "descapuchado" en posición sugerente, junto al cuaderno, en complicidad con la silla, parecía decirle "tómame". Cuando lo cogió, algo cambió en su interior. De repente se sintió fuerte. El cuaderno en blanco parecía hablarle, era como si desease que escribiera algo en sus páginas. Nadie más que él podía hacerlo. Entonces comprendió la metáfora. Todos aquellos sube y baja en el ascensor, la agenda en blanco, el bolígrafo, no podía significar más que una cosa. Se levantó y tomó de nuevo el camino hacia el ascensor. Ahora sí, cuando pulsó el botón de la planta baja, este se iluminó y salió del hospital pisando fuerte el presente, que al fin y al cabo, era lo único que podía vivir.

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Published on e-Stories.org on 04/23/2023.

 
 

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