Y llegó el otoño.
Con él la pantalla lluviosa que deformaba la visión de la palmera del patio del
colegio y de las clases del pabellón de enfrente, donde estaban esas chicas tan
altas y tan guapas que me llamaban tanto la atención porque estudiaban cosas que
me parecían muy fáciles pero para ellas eran demasiado complicadas.
Mientras tanto, la
maestra nos hablaba de Machado y de Sevilla. De Lorca y del jinete y todas las
palabras que él y que Juan Ramón Jiménez escribían con j para dar resonancia al
fonema y romper un poco la monotonía machadiana. La maestra que tenía el pelo
liso y moreno y era dulce, en sus formas, en su trato hacia nosotras. Incluso
la monja que se ocupaba de nuestro curso. Era todo un mundo de canciones,
amabilidad, cortesía, buenas maneras. Resaltaban lo positivo en nosotros,
nuestra creatividad, nuestro dominio de las materias, dejando a un lado
nuestros aspectos negativos que cuidaban con cariño. Del curso anterior,
tercero, recuerdo la tiranía de unas compañeras, la frustración de una
maestra, la severidad de la madre y la
pasividad de la tutora. Del curso
posterior, sólo un día que fui con el uniforme manchado y me llamaron la
atención.
Aquella tarde de
poesía machadiana, de buscar un lema para un ejercicio de lenguaje, de recortar
y pegar en una cartulina las figuras optimistas de unos payasos que
engalanarían la pared de la clase, del cántico contenido a dos voces para
preparar un lejano mes de María no se me olvida. De la relatividad de las
figuras femeninas mayores y menores que estudiaban con nosotras. Los juegos a
la cuerda, al mate y al balonmano. La bajada por la escalera que llamábamos
prohibida, porque se usaba ya únicamente para las clases de cuarto mientras que
el resto de las escaleras del colegio se modernizaban o se abrían nuevas salas
para facilitar el uso. De cómo se acabó la tiranía del curso anterior negándome
a ser víctima activa de los prejuicios y obsesiones de unas cuantas niñas de
papá. De la promoción para continuar estudios y de los cambios ocurridos en el colegio,
en la sociedad, en nuestra vida
Ni siquiera
recuerdo qué entretenimientos teníamos en el barrio por aquel entonces. Iba al
colegio a aprender con mucha seguridad, cariño y tranquilidad y no me
entretenía tanto en quedar con mis amigas a bailar y a escuchar música, a
saltar a la comba y al elástico, a tontear con los niños del barrio, a correr
con la bicicleta arriba y debajo de la calle principal que, como todas las
calles del minibarrio, tenía nombre de flor para engalanar a la Inmaculada, nuestra
patrona. El barrio era el de la Conciliación, de Cartagena y las calles Dalia,
Clavel, Azucena, Rosa…
Mi uniforme era de
color marrón, con una camisa beige. Llevaba el pelo corto para que no se me
enredara tanto. Fue el primer año que interpretamos con la flauta y entre las
notas vivaldianas del otoño y las de los anuncios de los pantalones Lois
multicolores, pasamos el curso y en verano, en Navidad y en Semana Santa, nos
íbamos a La Vila Joiosa a pasar unos días con nuestra abuela y a pescar cangrejos
y gambas en el puerto pequeño, para que sirvieran de cebo a las cañas, a subir
a las barquichuelas o a sentarnos con Mercedes ante su tienda de comestibles y
aprender de las triquiñuelas del arte de la compraventa.
Volvíamos a casa. Y
seguía con mi afición favorita y oculta: esconderme debajo de las estanterías -
que tenían un hueco en la parte inferior – a leer todos aquellos libros y
enciclopedias que mis padres me prohibían porque no era lectura para niños y
mucho menos para niñas. Aparentemente yo aprendía a coser, a pintar, a escribir, a leer, a bordar y a repasar la
ropa para ayudar a mi madre. Ocultamente iba adquiriendo conocimientos de los
poetas iberoamericanos – José Martí – de las mujeres que escribían con
seudónimos masculinos – Fernán Caballero – de las cuales posteriormente mi
abuela me hablaba, de la incógnita del espacio y de cómo nacían los niños. Mis
dedos repasaban las enciclopedias de Salvat, de cocina, de filosofía, de física
y química, rápidamente e iba aprendiendo geografía, axiomas, que luego callaba
prudentemente ante mi familia y mis profesores para que no me descubrieran,
puesto que como me pillaran el castigo iba a ser mayúsculo. Y así, mientras en
el colegio iban bajando mis notas con la llegada de la adolescencia para que no
se notara tanto lo que mi cerebro iba adquiriendo, en la esquina del muro, allá
al fondo, planeábamos estudiar con beca, construir un cohete y marcharnos a
Venus a conocer a los extraterrestres que parecían ser mejores personas que
nosotros.
Nostalgias, venturas
y desventuras de otros mundos, de otras edades, de otras épocas.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Maria Teresa Aláez García.
Published on e-Stories.org on 04/13/2008.
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