Maria Teresa Aláez García

Y como siempre, 3

III

El saxo baila con una cinta entre las soledades del aire. Su sonido metálico, dorado, añejo, de pistones, de lamento largo y diurno, madrugador a pesar de acompañar las noches, de luz del alba triste, nublada y melancólica, de levantarse de una cama y una compañía ajenas para pasar por casa antes de ir al trabajo, de reconocer que nada será como lo deseamos o que nada saldrá como se ha planeado puesto que nunca estaremos satisfechos con nuestros triunfos y nuestros fracasos llenarán nuestra vida. El saxo acompaña esa visión de lo imperfecto y lo negativo que parece no perderse y menos mal que embellece y coloca un encantador marco a aquello que a nuestros ojos sociales  y prejuiciosos queda destrozado.

Nunca te expliqué el abrazo gélido del desprecio y de la nostalgia, de la soledad en silencio, de lo que se acaba sin remedio. Recubre la espalda que no sé por qué razón es  siempre más sensible en los momentos depresivos y suele requerir de masaje y de calor para dar mayor consistencia al cuerpo y a la mente. Será porque al tener ahí la columna vertebral y la médula espinal, el centro nervioso, es más susceptible. El caso es que se nota el abrazo del frío que entra, como la humedad en los días de invierno en los lugares costeros, cuando la brisa viene a buscar un lugar caliente en los seres humanos. Penetra por la espalda. Mejor dicho, se nota un cuerpo entero que acoge desde la espalda con su pecho y sus brazos rodean los tuyos. Entonces, como si fuera un fantasma de gas gélido, se va introduciendo en tu cuerpo y va volviendo cristalinos los huesos, la sangre, la hiel, la linfa, el mismo oxígeno que entra y el dióxido de carbono que sale y se nota paulatinamente una dormición de las articulaciones que llevan al asentamiento final del cuerpo sea cual sea la postura en la que se encuentre. Ya no cabe gran posibilidad de movimiento pero a continuación, vienen los pinchazos que se clavan en un alma que mucha gente niega y que no se ha visto, que se da como inexistente. Como dejan de existir los sentimientos quizás el alma deje de existir porque es la fragua de los sentimientos. Es fácil negar lo que no se comprueba tocándolo con los dedos o haciéndolo reaccionar químicamente. Así no hay sentimientos de culpa ni apegos ni remordimientos ni miedos a hacer ni el bien ni el mal y si encima la justicia humana va fatal, mucho mejor para quien desea hacer lo que le salga de las narices. Así que si no existe el alma ni hay divinidad alguna,  no existirán el delito ni las expectativas ni el daño ni nada que los semejantes puedan hacernos sino nosotros. Ah, y si no es así es que quizás no conocemos los límites… que nos imponen los demás, los que niegan todas estas cosas. Qué gusto da saber que somos robots con un defecto orgánico sea en el cerebro, sea en la piel o sea en el corazón.  Será un honor y una bendición ser defectuoso. También me ayuda a saber quién merece la pena y quién no y a mejorarme personalmente.

El abrazo de hielo… En las madrugadas, el hielo me abraza y me recuerda que en otro lecho, has hallado ese calor y esa ternura que también hubiera querido darte. El caso es que esto me da igual. No ha ganado ni ha perdido nadie, simplemente ha sido el fruto de otra elección donde yo no tenia ni lejanamente la más mínima opción de ganar. Mi propuesta no tenía un fundamento aceptable. Pero mantener mi presencia o tenerme como un objetivo por si acaso es usarme de objeto y soy una persona. No un robot. Los sentimientos me ayudan a diferenciarme de las cosas y la dignidad también es fruto de un sentimiento. No quiero estar ahí, no al menos como se quiere que esté. Quiero recibir, quiero dar, quiero compartir, quiero amar, quiero llorar y reír y luchar por algo o por alguien, quiero planteamientos y quiero afirmaciones y negaciones. No quiero amar al viento. El viento va y viene y lleva y trae pero es tan baldío, efímero e inconsistente como tú, como yo y como las esperanzas que nos distancian, las mías que las tuyas se dirigen a otros seres y por otros caminos.

Y pensar que en Bayreuth, Wagner podría haber bendecido las manos entrelazadas en las noches eternas, días verdaderos de Tristán. O en La Fenice, haber hecho sentir a Verdi superior al resto de los mortales en la emoción  de sentir sus óperas. Achicarse con Bach en Weimar o en Colonia y …

Como siempre…

Son sueños…

Que no llegarán a nada sin ti y se quedan en el camino del vacío nostálgico.

Leí al guardián del centeno. No vi el hacha pero sí los hachazos de su angustia existencial y sus ganas de criticar al mundo continuamente, a un  mundo tan imperfecto como él y como todos nosotros, el cual, por mucho que nos empeñemos, nunca seremos capaces de perfeccionar o mejorar. Más bien empeorarlo.

La belleza y la perfección ni siquiera vive en nuestros ojos, que son meros receptores de estímulos. Viven en nuestro ser interno, en cómo seamos nosotros.

 

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Published on e-Stories.org on 12/23/2008.

 
 

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