Maria Teresa Aláez García

Abajo... arriba...

ABAJO… ARRIBA

Hace mucho tiempo, vivía entre las estrellas. Quizás no. Quizás más allá de las estrellas. Tuve la poca consideración de colocarme en un límite entre universos. De quedarme observando el paso de la existencia y también de la no existencia, entre el vacío, entre tubos de un material transparente y puertas extrañas donde por medio de algún chispazo la gente podía pasar de un lado al otro. Podía ver a gente que dormía y que viajaba sin perder su vida, entre un lugar y otro y podía ver, incluso, a personas pasando a través de las paredes.

Por supuesto, todo fruto de una imaginación calenturienta y de elucubraciones. Quizás puestas en forma de cuento, harían historias de ciencia ficción maravillosas aunque a Carl Sagan o a Julio Verne, a esa altura, es difícil llegar. Y, claro, espiritualmente hablando.

En la realidad, no salí del barro y me metí en el fango. Pero me ilusionaba mirar hacia arriba y ver un poco lo que el firmamento nos regala a todos. A fin de cuentas era gratuito y mi vista también podía mirar sin pagar. Como fantasear tampoco cuesta – quizás tiempo, pero fantasear se puede hacer mientras se realiza otra cosa o cuando se duerme, que es un tiempo obligado o al viajar, para no perder ese tiempo inútilmente en alguna conversación banal o estúpida – intenté subir más allá de lo que la realidad – que no mis aspiraciones – me permitían.

Hasta me construí un dominio en Internet donde miraba en la noche, tiempo en el cual me sentía libre, hacia las estrellas. Otro producto de la elucubración.

Pero la vida manda. Y manda que la gente no tenga sueños muy a menudo o que los intente hacer realidad. Y manda que resolvamos nuestros problemas. También manda pisar con los pies en el suelo y que movamos este mundo un poco, sobre todo cuando los demás no quieren moverlo, sea porque no se atreven – son flojos, personas con poco carácter, personas tímidas o sumamente egoístas y negligentes – sea porque tienen mala idea o desean tener el poder de mandar o mover a la gente a su provecho y tener el poder de resolver las cosas a su antojo, modo y provecho y no cuando sea necesario, pues fue necesario ir cayendo en el fango, en la cerrazón, en el pozo del desosiego, en la sima de la desidia, sostener en los cimientos del vacío del universo el peso de toda la maldad, de la inutilidad, de la vagancia, de la miseria, de los desechos derivados de los errores humanos.

Me dí cuenta de que era nocivo estar allá arriba. Era feliz pero no me implicaba con lo de abajo. No, con lo de la mitad no, puesto que causaba precisamente parte de lo que estaba abajo y deshacía lo que estaba arriba y había gente que ya intentaba que eso no ocurriera. Pero en esta era de lo reciclable, quizás fuera necesario hacer algo con lo que caía para que volviera a subir. Como el ciclo del viento, así es el ciclo de la vida. Como el agua. Igual que decían los presocráticos que todo era agua o todo era aire o quizás todo era tierra o mejor aún, todo deviene de la misma energía, de la misma materia, todo somos todo igual. Haría falta que lo negativo fuera útil.

Y bajé a la par que me bajaron. No fue dura la caída porque fue casi toda voluntaria. Pero procuré acompañarla de más miseria que llevarme. La miseria de la gente que entiende las cosas a su manera, sólo a su manera, que es tan vulnerable que necesita dar lecciones a los demás de aspectos que ellos ven equivocados y no saben ir más allá. Me colocaron varias etiquetas – ahora nos dedicamos en esta era de la información, a etiquetar para supuestamente colocar todo en orden y actuar en consecuencia. Pero los seres humanos o nos colocamos una pluralidad de etiquetas o dejamos que todas nos resbalen. Y por propia iniciativa, no me quedé en la miseria normal donde me querían colocar. Bajé aún más bajo.

Ya sabemos que conforme se baja al interior de la tierra, puede hacer frío. Pero después hay temperaturas enormes pues el núcleo de la tierra está compuesto de hierro y otros metales a elevadas temperaturas. El manto y la corteza nos protegen de ese gran calor. Tenemos hasta agua. Hubo alguien que me dijo que la atmósfera se formaba por que el calor del núcleo hacía que se evaporara el agua de la superficie. No es cierto pero tampoco me voy a poner ahora a explicar la formación de la atmósfera.

Me sumergí en lo más hondo y miserable. Junto a las ratas. Junto a lo que la soledad despreciaba. Paseé por donde la gente no quiere venir. Ví cosas – no todas, hay quien las ha visto peores en la superficie – que la gente oculta porque les da vergüenza, miedo o porque no las entiende en su mayoría. Encontré que mucho de lo que había tenía una convivencia pacífica consigo mismo o se había hecho a la idea de vivir así. Ni era feliz ni se sentía miserable. Simplemente se limitaba a ser.

Y yo me limité a estar para lo que hiciera falta.

De cuando en cuando viene alguien y nos trae una luz. Nos hace falta. Entonces enciendo o encendemos alguna vela hecha de sebo o quizás hacemos una hoguera. Y hervimos agua o quemamos cosas que ya no son útiles, cosas de nuestro interior y de nuestro exterior. Eso se une con el aire y sube hacia la superficie en un grado de purificación. O se une a la atmósfera. O el agua limpia, en forma de humo, se condensa y como nubes, lleva la lluvia que se encargará de regar los campos o de hacer crecer esos árboles que planta la gente de la superficie que quiere cuidar de que el planeta no se acabe. Y parte de esa lluvia cae para poder dar agua a gente que no tiene dónde beberla y recorre kilómetros con un bidón para poder beber cada día y lavarse.  Y otra parte es usada para otras cosas que no son agradables, pero que vendrán hacia nosotros para seguir siendo usadas en este proceso continuo de purificación cada vez que una persona de la superficie pierda por unos minutos la vergüenza o su prepotencia o su distanciamiento y nos ofrezca, de nuevo, otra luz, otra alegría, otra cerilla con la que hacer otra hoguera y seguir purificando.

A fin de cuentas, somos todos necesarios en esta bendita tierra. Y hasta los feos, viejos, tontos, cretinos, sucios, gordos – léase igualmente viejas, feas, tontas, cretinas, sucias, gordas  - y obsesionados tenemos algo que hacer y seguimos siendo útiles en el ciclo de la vida y de la existencia.

 

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Published on e-Stories.org on 02/20/2009.

 
 

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