Para mí el
aburrimiento siempre ha sido un escándalo. Por eso no me sorprende, en lo más
mínimo, haber entablado una novedosa y fructífera amistad con Esteban, aquel
ex-compañero de la secundaria al que por entonces no le llevaba el apunte ,y
que hoy devenido en taxi-boy me proporciona largas y entretenidas historias.
El vínculo afectivo se originó por puro arte
de la casualidad. Nos cruzamos una tarde calurosa en una librería, espacio que
usualmente visito en busca de información, con el sueño de hallar una muchacha
que me seduzca interesantemente, o solo por dar un momento de divague
placentero a mis ideas. Allí me encontraba, entretenido, leyendo una especie de
antología brillante de Roberto Bolaño,
escritor maravilloso y punzante del país vecino de Chile. Oigo el murmullo del
otro lado del stand de libros, allí en el sector de literatura rusa una voz que
le hacía preguntas tan confusas al vendedor que evidentemente se trataba de un
novato, esa persona que hablaba con tono de carnicería era Esteban.
Al girar lo reconocí de inmediato, no había
otro tipo al que se le ocurra ir en musculosa y short de baño a una librería.
Hacía rato no lo veía y para tratar de posicionarme en la charla le pregunté:
¿ey!, qué haces vos por acá? ¿no te equivocaste de negocio? A lo que con una
sonrisa empieza a responderme. Y sí, el no tenía nada que ver con el ámbito de
la literatura, sin embargo su trabajo continuamente lo llevaban a lugares
impensados y pronto entendí que este muchacho estaba provisto de una cantidad
de historias interesantes que no dudamos en salir de allí e ir por una cerveza.
Me preguntó qué hacía yo y evidentemente,
más que buscar ideas nuevas para mis relatos no podía estar haciendo, es lo que
hice siempre le dije, y al cabo de unos pocos minutos toda mi novedad había
acabado. Así que empezó a contar él y rápidamente comprendí que una amistad con
este ex-compañero podría ser la materia prima para que mi imaginación despegue,
ya que hacía unos meses que me sentía repetitivo y sin mucha creatividad.
Esteban era playboy, o como se ve degradada
la profesión por estas latitudes es, lo que usualmente se denomina, un
taxi-boy. Su rostro y algunas fotos más
de su cuerpo se encuentran en una azul y pequeña carpeta de folios, en una
agencia privada y de lo más discreta. La manera más segura de mantenerse en el
curro, y posicionarse, es complaciendo al cliente, de eso se trataba el fin de
este emprendimiento dedicado a los placeres más exquisitos.
Me contó que pronto arribaría un crucero con
turistas europeos que habían reservado sus servicios con un tiempo de
anticipación y que incluso ya habían girado el dinero del pago, no sin
notificar sus deseos e intenciones. El hecho era de lo más atractivo para mí y
le pedí que me cuente un poco más, a pesar de la discreción total que lo
afiliaba a su trabajo estaba encantado, y hasta orgulloso. Sus clientas eran
una italiana y una alemana. La primera no había puesto grandes requisitos, su
intención era no dormir sola y algún paseo por los barrios porteños. Así que
había acordado un servicio de un día completo, el cual incluía una salida por
San Telmo para una clase de tango, cena romántica y dos noches de pasión.
Bastante común y simple le resultaba el primer trabajo, sin embargo la alemana
que solo había solicitado el servicio por una noche, era estudiante de español
y tenía la loca ocurrencia de desfallecerse de placer mientras su acompañante
le recitara versos de Alejandra Pizarnik en español.
Así de complejo era su trabajo y entre
fascinación y risas comenzamos a juntarnos todos los martes a tomar algo en un
bar e intercambiar artes. Al fin y al cabo ambos lucrábamos haciendo uso de
nuestra sensibilidad. Yo le ofrendaba versos calientes de algunos de mis
escritores favoritos como Charles Bukowski y el a cambio me narraba con detalle
alguna historia extravagante. Por su parte el estaba encantado porque no solo
sentía que refinaba su modo de hablar sino que además comenzó a leer con
afición a muchos escritores consagrados de aquí como Julio Cortázar y esto
favorecía la calificación de su currículum en la agencia que además de
calificarlo como una persona: rudo y erótico, ahora añadía “de paladar fino y
sensualmente culto”. Esteban se había vuelto un gran amigo en poco tiempo y mi
producción literaria pronto volvió a ser del interés de las editoriales, y no
solo de aquellas aficionadas y que persiguen algún estilo desvergonzado o de
vanguardia, sino que ahora me encontraba pronto a firmar un contrato para mis
próximas 2 novelas con una editorial de las denominadas “importantes”.
Esteban parecía enloquecer a la clientela y
su cotización iba en alza, se sentía renovado y seguro. La literatura había
moldeado el aspecto de su cuerpo salvaje en una especie de matador de toros,
irresistible y demoledor. Sus transitares de lujuria alentaban a mi imaginación
hacia la desnudez, el éxtasis y el gozo resultaban términos compartidos para
cualquier acción específica del campo que cada uno manejaba, cada vez con mayor
frescura y precisión. La obsesión circundante nos exigía retos, ensayar caminos
nuevos siempre intentando que la boca de nuestra clientela se llene de saliva.
Esta amistad con Esteban me resultaba
maravillosa, ambos habíamos tenido la grata sensación de sentir que estábamos
cooperando con nuestro compañero, él realizaba un aporte sustancial, rico en
condimentos. De a poco despejó sus prejuicios sobre las personas inteligentes,
ya que Esteban no había sido nunca un alumno brillante y a menudo sus
comentarios en clase generaban la risa generalizada, por lo porfiado y
disparatado de sus respuestas, motivo que lo había avergonzado por años,
volcándolo hacia la bestialidad del cuerpo. Yo en cambio siempre obtenía buenas
notas y el reconocimientos de mis profesores, por ende mientras eramos jóvenes
nuestros mundos habían mantenido una prudencial distancia. Más ahora,
comprendíamos la cercanía que nos unía. Ambos buscábamos ser expertos en el
arte de conmover, y es que el ser humano nunca guarda una sola faceta, siempre
hay algo más por descubrir. Muchas veces el sufrimiento o la exclusión
coordinan sujetos sectarios que a menudo avergüenzan la moral de la sociedad.
Magicamente, el encuentro aquel en la biblioteca y la amistad que hasta el día
de hoy mantengo con mi querido amigo, nos había enseñado una grata lección de
vida.
Gracias a un extraño había logrado recuperar
la confianza con las mujeres, me sentía vivaz y había aprendido a utilizar mi
inteligencia con cierto encanto, lo cual me había elevado magníficamente mis
posibilidades de ligar con varias mujeres y suplir así mis complejos nerds de
mi adolescencia. A su vez, Esteban, se sentía feliz por mi actualidad y éxito
literario. Había comprendido el impulso que le daba a mis creaciones y se
conmovió mucho cuando le hice saber que lo consideraba un gran escritor, solo
que sin que el se percatara sus narraciones eran la acción misma, su tinta era
la belleza con que satisfacía a sus clientas.
Quien hubiera sospechado, las semejanzas de
estos dos artistas, un escritor y un playboy.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Francisco Fournier.
Published on e-Stories.org on 09/04/2009.
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