Y esta historia es larga, porque comenzó detrás de los Muros del Mundo
cuando los Anales del Gran Sueño; y en ese entonces (ya tan lejano), sólo se
escuchaba rumorear a los Colosos. Fueron aquellos los que custodiaron la
inmensidad; y os digo que hacía mucho que existían y en ella rondaban
solitarios.
En más de una ocasión se reunieron sobre los Pilares del Saber y
se sentaron en silencio; y su mismo juicio no les hizo moverse porque su
inteligencia les inquietaba. Cavilaron en cuanto a aquella impaciencia que
tenían, e incluso especularon más allá de la conciencia, hasta que su gnosis
se redujo al letargo y fraguó gigantescas cadenas que los adosaron. Así fue,
que de entre todas las cosas que pensaron, fueron las Palabras las que
entendieron por último. Y no tardaron en aprenderlas y volverse eruditos,
pues al poco tiempo de decirlas se dieron el nombre de los Nombrados.
Luego, hablaron una Gran Poesía; y cada verso resultó ser más
magnífico que el otro. Entonces, sobre sus hombros pesó una rima armoniosa
que al final se vio convertida en un Vestigio del Origen. No obstante,
dichos fragmentos comenzaron a doler, porque los Nombrados no pararon
aquella composición y el peso de su principio terminó por doblegarles.
Quisieron dejarla, pero las cadenas que los ataban no lo permitieron; y era
cierto que cada eslabón los maldecía. No tuvieron más remedio que permanecer
sobre los pilares, y no aguantando el peso tormentoso de su rima, decidieron
juntarse en un último intento por equilibrarse. Se acercaron lo suficiente
unos con otros, oscilando sobre el abismo de su propia condena, y
aferrándose de las manos se unieron en un penoso esfuerzo por cargar juntos
aquellas piezas.
Se tomaron con ánimo, y cada uno de aquellos pedazos que
soportaban se aunó con los otros por mera conformidad. Con ello formaron el
cosmos, e igual engendraron una cofradía de ingenios que allí merodearon
eternas. Ya al final, ocurrió la armonía, y aunque los Nombrados estaban
cansados por el peso de su poesía, consiguieron componer el tema la
infinitud.
Poco después, hubo los Colosos que se entusiasmaron por continuar aquel
legado rítmico y decidieron seguir hablando aquella composición, pues tenían
el afán de provocar a aquellas inspiraciones que deambulaban en ese dominio.
Entonces hablaron en su momento, y se crearon, y se volvieron inmortales.
Así nacieron Ellas, las Voces, y junto a su majestad vi surgido el Reino
Lejano. Aquel donde se pintan los cielos y se dibujan las nubes.
Sin embargo, hubo los otros Nombrados que ya no soportaban el peso titánico
de la Gran Poesía; y odiaron su ruido y por injusta incomprensión repugnaron
su voz. Se negaron a hablar en su momento, prefiriendo mantener en silencio
su inicio, y al último buscaron el ensueño eterno para mantenerse atados a
una desidia lóbrega. Con ellos resultó la carencia, y en su afonía se
llamaron los Antiguos, quienes vieron nacido el Reino Vacío. Aquel donde
nada siguió siendo.
Fuere su culpa que demás Colosos cayeran en el desorden, causando que
hablaran con embrollo, lo cual hizo que se hundieran en la confusión y se
perdieran en el desarreglo. Por ellos apareciere el Reino Desconocido. Y
aquel dominio dividió lo Vacío de lo Lejano.
La calma no perduró por mucho, y vi surgir el descontento; y los Antiguos
que dormían en el sosiego sintieron disgusto por la algarabía de las Voces,
porque cada vez que hablaban la Gran Poesía quebraba sus hombros. Desearon
el silencio sobre todo lo reinante, y no quisieron escuchar nunca más el
rumor de los que hablaban. Por ello, comenzaron a extender su soñolencia sin
previo aviso y llenaron con el desuso lo que antaño regia imperioso.
El miedo se apoderó del Reino Lejano, y las Voces vieron la negrura que en
la distancia, se volvía sombría con la intención infame que le perseguía
airosa. Temerosas al final tiránico que se acercaba, convinieron en un
heraldo que fuera al Reino Vacío en su nombre, y que con su misterio,
despertara todo aquello que necio se aferraba a la somnolencia. Unieron sus
voces al unísono, haciéndolo con bella armonía, y aquella fue tan bella que
de la misma nació el Verbo, al cual llamaron Nairú; quien hablaba y jamás
erraba en su voz, pues siendo hijo de la concordancia sólo el orden
conocía.
Ellas platicaron, y le encomendaron fuera a lo oscuro para que despertara lo
que inoportuno dormía. Nairú les servía, pero como no era lo que debía ser,
no podía despertar lo que siempre había sido. Entonces, las Voces
comprendieron que era verdad, y después hablaron como antes lo habían hecho
y dijeron su nombre mil veces. De ellas nació una euritmia que fue más
inteligente que la primera, y resultó una luz grandiosa, que envolvió el
cuerpo de Nairú con gran afinidad y se transformó en su inicio. Fue, que
sobre su cabeza nació una gran corona de cuatro alas que lo honró olímpico
en todo su triunfo; y lenguas antiguas con fervor lo enaltecieron y le
veneraron.
Y Nairú fue; y las Voces nuevamente le pidieron que viajara, pero aquél
desconocía los caminos delante que bien ni ojos primeros hubieron de verles.
Las Voces miraron que era cierto, y hubieron visto el misterio que rodeaba
su reino y lo volvieron música, diciéndola en siete estrofas que cantaron en
secreto. Terminaran de cantarle para luego guardar silencio, y entonces, en
el espacio, se hiciera luminoso un camino que no parecía tener principio. De
aquel trillo de añiles luceros vino en fugaz cabalgata Isindir, el Corcel
Peregrino. Andador de los Senderos Perdidos y Corredor de los Albores
Lejanos. Un caballo de blanco pelaje con cabellos más rojos que el fuego.
Aquél, era Señor del Cielo, e igual que las Voces, ya estaba. Si Nairú subía
a su lomo seguro él lo llevaría.
Las Voces nuevamente le pidieron que fuera a lo oscuro, pero Nairú no creyó
que los dormidos supieran que venía a despertarlos en su nombre y por ello
dudó. Ellas, sabiendo que tenía razón, platicaron por última vez, diciendo
con igual cadencia algo más bello que todo lo hablado. Con esto dieron
nobleza a la presencia de Nairú, y dentro de él se refugió la esencia de
todo lo dicho. En seguida, las Voces pronunciaron en voz alta todo lo que
era sublime e hicieron nacer el Oro de la Plenitud, del cual forjaron el
Cetro del Recuerdo. Se lo dieron a Nairú en virtud de su mención y le
llamaron Emisario. Por lo tanto, ya en él habían dispuesto todo su origen, y
lo que decía se dijo y no hubo quien lo cuestionara.
Sucedió que las Voces le pidieron que se marchara, y Nairú que les servía,
obedeció, pues montó a Isindir y se fue. Dejó atrás su reino lleno de
enigmas y su propia luz sirvió de faro a los ojos del Corcel Peregrino. Más
tarde cruzaron las Sendas del Reino Desconocido; y ahí vieron cosas
impronunciables, pues al ser hechas del embrollo indistinto siempre
confundieron su verdadero comienzo.
Llegaron por fin a las fronteras del Reino Vacío y allí sintiesen una
tristeza despojarlos de su ardor, pues la negrura que divisaron en lo
distante, se había convertido en la conclusión perversa de un adiós extraño.
Ambos temieron, lo que atrajo sombras que vivían como atisbos de desolación.
Y aquellas, sintiendo envidia por la luz de Nairú, comenzaron a rodearle con
maldad. Le exigieron les diera su brillo, y muchas veces le gritaron
soberbias. Entonces, cuando extendieron sus brazos oscuros para dominarle,
Nairú hizo relinchar a Isindir; y alzando muy en lo alto su cetro dorado,
gritó majestuoso palabras que hoy no se me han olvidado.
-¡Necios a escuchar la razón, despierten y ahora escuchen la mía!
Su voz retumbó con fuerza, cual estruendo que se estremeció brutal, haciendo
un eco milenario que se convirtiera en millones de sonidos latentes.
Entonces, todo lo que dormía recibió su propio sonido, despertando raudo de
su letargo y creándose así el Reino del Esplendor; el cual venciera
victorioso la sombra que arrastraba lo concluso hacia una ignorancia que
causaba desconsuelo. Así, el Reino Vacío se fue y se creó el Universo, hogar
de los Interminables, y los primeros a quienes las estrellas hubieron
llamado los Dioses. Aquellos son los que reinan lo que no se mira, y son
quienes venero y adoro como mis deidades.
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Antonio Rivera Berumen.
Published on e-Stories.org on 12/11/2010.
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