Fernando Egui

Los Monstruos de Ekman

“Yo no creo, yo sé”
Gustav Jung   



                                                                                

 
La mayoría de las personas tratan de esconder sus Emociones, en lugar de exteriorizarlas en un contexto controlado y ecuánime. Un balance, en contraposición a lo que demostramos. El ideal de un estado consciente y equilibrado se nos pierde una y otra vez. Jugando a esconder dichas emociones y sus subsecuentes estados, evitamos mitigar sus devastadores efectos; sin siquiera intentar apuntarles y seguirlas  conscientes de su existencia y su impacto, dominándolas finalmente.
 
Esto nos revela una verdad: el enemigo número uno de la raza humana son, esas, sus emociones; actuando en nosotros como saboteadoras del autocontrol.
 
Somos ciertamente una raza vulnerable. Una enorme masa de inseguridad. Vulnerables a nosotros mismos y a nuestras circunstancias. Esa vulnerabilidad, permea para transformarse en miles de sentimientos, filtrados y no filtrados; aprendidos o tal vez asumidos.
 
Nuestra naturaleza nos define, inevitablemente, débiles. Al menos así lo demuestra la gran mayoría.
 
¡Evolución, ja! Vaya evolución...
 
Somos una consecución de circunstancias. Una sucesión de eventos inadvertidos que, de alguna u otra forma, nos afectan y nos modifican. Vivimos en una Caja de Skinner sin siquiera sospecharlo. En muchos casos, turnándonos el uso de las batas para analizar y deliberar acerca de nosotros mismos, descubriendo nuevos manipulandums, interviniendo, participando y siendo afectados una y otra vez.
 
Nos rige una cadena de sucesos relevantes e irrelevantes que han transformado nuestro entorno y nos han salpicado de experiencias, para ofrecernos la opción de generar un esquema de conducta, muchas veces, de carácter constante. Una personalidad. Un estilo acostumbrado de vida, lleno de inercia. Lleno de demasiada inercia...
 
La mayoría piensa que sabe a dónde va, pero su Realidad es tan impredecible como un barco a la deriva; con eventuales tormentas y con eventuales atardeceres también… Con situaciones controladas y no controladas nuestro errante andar se resume en reacción.
 
La vida es como un enorme festín que no acaba... en donde algunos creen que sufren y en donde otros creen que disfrutan. En donde algunos participan y otros... se retraen sustentando su vulnerabilidad.
 
La vida es... un Kermés ¡Sí, eso es! Un Kermés. Creo que es lo que más se acerca al concepto que quisiera ilustrar.
 
Permítanme la gentileza de explicarles.
 
El Kermés, o también conocido como Kermesse, no es más que una fiesta popular, al aire libre, con bailes, rifas, concursos y demás atracciones. Eso es.


                                                                            

 
Una vez asumido, o quizás más bien entendido esto, no pretendo que comparta mi conjetura pero de tal forma, según lo planteado, podremos adentrarnos en un escenario que demostrará varias situaciones que han marcado mi percepción; situaciones, en las que fui testigo del sentimiento y la conmoción, teniendo como única referencia mi sentido, mejor desarrollado, de la sensibilidad.

Los escenarios por los que pasé me llevaron a identificar los elementos fundamentales que rigen a mis reacciones; descubriendo así los trazos en el dibujo de mi andar.


*****
Me encontraba yo entonces caminando sin rumbo establecido. Inerte. Como aparecido en un sueño. Estaba yo en un Kermés, el cual se organizaba anualmente para recaudar fondos y contribuir así con el mejoramiento de la infraestructura física y emocional del pueblo.
 
Ese pueblo, donde yo vivía, no era más que en un simple pueblo, con unos -algo particulares- habitantes y muchas historias sin sentido absoluto, más allá de su intrínseca y característicanormalidad. Entre esas historias, la mía. La historia de unos monstruos que me han acechado toda mi vida...
 
Pensará usted que mi juicio lo he perdido en el transcurso de tal aseveración, pues tal vez su raciocinio no cree ni creerá en tales criaturas. Le aclaro que es tan cierto que esos monstruos existen, como tan cierta es mi existencia y la suya en cuestión...
 
Aquella casi aldea exponía todo lo que tiene cualquier poblado de camino. A decir verdad, no tenía muchos habitantes, sin embargo, además de sus gentes, gozaba de un patrimonio básico y casi típico. En su bucólico paisaje se apreciaban: una escuela, varias cantinas y bodegas, una iglesia, muchos caballos, algunas gallinas y uno que otro perro sin dueño, a los que ladrar les era habitual.
 
A veces me pregunto si los perros al ladrar tratan de comunicarnos algo más allá de su entorno, más allá de la etológica razón.
 
En fin, qué más elementos puede albergar un pueblo como en el que yo vivía. Una intención geográfica dentro de su propia y básica existencia. Un punto en el mapa. Cualquier mapa.
 
Todos los años era tradición visitar aquella enorme feria, en donde la gente del pueblo se daba un poco de tregua para pasar un día lleno de diversión y entretenimiento.
 
Año tras año se cumplía la tan esperada tradición, y días antes a la fecha prevista para tal evento, se podían apreciar  actividades y ocupaciones en pro de aquel Kermés.


                                                                        
 
Era la fecha esperada. La razón de aquellos habitantes. Incluso la mía.  La excusa para seguir en aquel pueblo mitigando ansiedades.
 
Cada año el espectáculo superaba las expectativas. Con el pasar de los años mejoraban los preparativos; las reacciones se hacían más evidentes y satisfactorias. Las visitas de habitantes de otros pueblos también eran acostumbradas ante tales fechas. Simultáneamente, la multitud se acrecentaba cada vez más para participar en aquello; en ese día en el que todos coincidían en un mismo lugar.
 
Aquel pueblo limitado gozaba de miles de opciones para entonces (a diferencia del resto del año) Música, ofertas, comida, risas, anécdotas, muchedumbre, abundancia, y lo más esperado: Las Atracciones.
 
Ciertamente se apreciaban escenarios pequeños en los que, podría usted, apuntar con un rifle para ganar algún premio si atinaba en el blanco asignado; probar su fuerza en un sin número de disciplinas; participar en concursos de bailes y demostraciones de destrezas adquiridas; pero, lo más esperado por la mayoría era conocer esas Atracciones que gozaban de un ingrediente exclusivo. Eran llamadas Atracciones de Terror, alma de aquel Kermés y motivo de tanta concurrencia.
 
Solo los más atrevidos se daban a la tarea de edificar grandes quioscos y carpas, para generar una experiencia única y aterradora a quienes osaban visitar aquellas Atracciones especiales, en donde estimular reciamente los sentidos de los visitantes era la intención.
 
Diferentes grupos armaban sus conceptos y los mostraban a los espectadores locales y foráneos, retando a los más valientes a atravesar lo que escondían sus tenderetes.
 
Muchos corrían despavoridos. Otros reían a carcajadas dejándose envolver por aquellos momentos. Algunos entraban voluntariamente, mientras otros, eran obligados por mayorías que les persuadían con retadores improperios y ludibrios verbales.
 
En mí, a decir verdad, ya se había borrado cualquier surco de impresión pues, año tras año esperaba con ansias una experiencia nueva que realmente me sacudiera. Ya mis ganas exigían una demostración creativa, distinta y cegadora. Mis ánimos disminuyeron y mi capacidad de asombro cayó en un inevitable letargo emocional. No encontraba la calidad que mi exigencia buscaba.
 
Mi interpretación del asombro había cambiado y así también mi análisis perceptivo. Mi idea de lo nuevo era cada vez más ambiciosa y a la vez pesimista. No encontraba ya sentido a aquellas ferias, al menos para el séquito ególatra de mi talante.
 
Esas mismas ganas me llevaban a querer algo más intenso, más real y menos ficticio que aquellasAtracciones llenas de disfraces,  de actores de poca monta, de ornamentos y ruidos ya comunes y predecibles a mi crítica; bajo los esfuerzos de un escenario decorado para pretender causar algún efecto, no fructífero a mis anchas.
 
Al final del día, las gentes apuntaban ordenada y sistemáticamente, a través de un tradicional método de selección escrita, decidiendo cuál fue la Atracción más llamativa, más espeluznante y más cautivadora. El cierre del evento era la premiación final ¡El gran premio de la Feria del horror!
 
La entrega del galardón se daba lugar sobre una tarima dispuesta únicamente para cerrar la faena, recibiendo al ganador con aplausos y aclamaciones de los ansiosos espectadores. El acto lo precedía uno de los organizadores principales de aquella feria, quien honraba en nombre de la multitud al premiado sembrador de miedo, ganador entre los hacedores de Atracciones.
 
Ese día anduve distinto. Esperaba otra cosa y penosamente me encontré, como prueba de lo insignificante para muchos y maravilloso para otros, con más de lo mismo visto en años anteriores. Caminando entre la gente pensaba en la  inconformidad que me invadía. En mi propia y más completa sensación de lástima divagaba añorando algo genuino, algo nuevo, algo de buena distracción para restar crédito al menoscabo de mis días primeros en aquellas ferias. Yo necesitaba algo intenso en qué pensar y llevaba años buscándolo. Esa caminata fue la gota que rebosó el vaso. Ya estaba asqueado hasta de pensar. El aceite de mi humor se había quemado para tornarse denso, espeso y oscuro como mis pensamientos.
 
Me encontré sentado en los límites de aquella feria, sin más que apreciar; alejado de la muchedumbre y apartado del ruido inútil a mis oídos y a mis ideas.
 
Una tos seca me sacó de mis ensoñaciones y me recordó que debajo de mis zapatos había un suelo tangible y térreo. En efecto era una tos de anciano la que escuchaba cerca. Levanté mi cabeza buscando el sonido con mis ojos. Ligeramente extrañado, caminé unos pasos más entre algunos árboles y uno que otro arbusto. Pensé por un momento que alguien me seguía, pero al verlo, pude darme cuenta de que tal vez, él, llevaría ahí más tiempo que yo.
 
Detrás del último árbol la tos reveló su ancianidad. Mis ojos contemplaron ahora la imagen de aquel senil personaje y las líneas de su rostro me revelaron su longeva trayectoria. Lo sentí cercano, al menos fue la primera impresión que me causó. Casi familiar.
 
Vistiendo un atuendo poco menos que circense se levantó del piso, donde estaba sentado, para saludarme incorporándose rápidamente, como quien no esperaba una repentina y menos deseada visita. Paradójicamente abrió el diálogo con juvenil entusiasmo.
 
-Sea usted bienvenido- me indicó vivaz, a pesar de su previa tos, despertando mi interés.
 
-¿Quién es usted? Atiné sin demostrar educación alguna.
 
El viejo recogió un sombrero del piso y llevándolo a su cabeza mientras limpiaba el ala de éste con mucho garbo indicó:
 
-Lo importante no es quién sea yo caballero, sino quién sea usted– Aquel personaje continuó cual anfitrión- Permítame importunarlo con una nueva interrogante ¿Qué tanto se conoce usted a sí mismo?
 
-No le entiendo…- respondí, pensando que aquel viejo estaría algo tiznado.

Inmune a mi desdén, volvió a formularme otra pregunta con mirada retadora y entonación típica de aquellos quienes hacían su teatral introito:
 
-¿Se conoce usted caballero, lo suficiente como para entenderse?
 
-Baahh… ¿de qué rayos habla señor?- respondí.
 
El viejo continuó hablando, sin importarle la viscosidad de mi humor.
 
-Sea usted bienvenido a la mejor Atracción de este Kermés. Solo los más avalentados podrán atravesar su tranco. Solo los más astutos podrán entender lo que esconde nuestro fantástico tenderete.
 
-¿Cuál tenderete?- Interrumpí. Y al extender su brazo lenta y elegantemente, casi como parte de una danza oriental, aquel viejo, me hizo creer que había aparecido como por arte de magia una gran carpa de tela negra, con un letrero de madera en la entrada, el cual decía: Los Monstruos de Ekman.

Quedé cautivado inmediatamente. Me dirigí hacia la entrada con  la más firme intensión de apreciar algo nuevo. Luego de unos escalones, una cortina también negra ocultaba el interior de aquella atrayente carpa. El viejo finalmente me indicó:
 
-Deberás estar consciente de sentir lo que sientes en cada escenario. Podrás apreciar a los 6 Monstruos que te han perseguido y perseguirán toda tu vida... Cada escena revelará algo en tu mano. ¡Adelante! ¡Entra! No esperes más...
 
Me dispuse a entrar, lleno de intriga, lleno de ganas. Aparté la cortina negra y avancé, dejando atrás aquel extraño anfitrión…
 
Una completa oscuridad me dio la bienvenida a aquel lugar. Y segundos después se fue revelando algo.Como una abertura en mi pasado, frente aquella tela negra de mi realidad. Me abrí paso con la ayuda de mis manos, rasgando aquel ojal; al atravesarlo inexplicablemente me vi situado en una ocasión, aparentemente real, en la que presencié un acto de agresión, en el que un hombre golpeaba a una mujer sin tregua. La maltrataba sin clemencia mientras la atacada mujer yacía tirada en el piso. Un golpe tras otro era propinado a la mujer, cada vez más fuerte, cada vez más hiriente.
 
La ira me invadió deseando matar a aquel bandido el cual golpeaba sin razón a la desvalida, desfigurándola con sus puños. Corrí con todas mis fuerzas para terminar con aquel agresor. Mi indignación superaba cualquier sensación y mi corazón acelerado me gritaba que matara a aquel hombre. Que le desfigurara también hundiendo mis puños en su rostro. Definitivamente iba a hacerlo. Estaba dispuesto. Estaba preparado para arrebatarle su vida y emprendí mi carrera hacia él, queriendo evitar una muerte para generar otra. Corrí con todas mis fuerzas, lleno de ira, lleno de odio. En medio de mi carrera alcancé a ver su cara. Era impresionantemente igual a mí. Era yo. Pero justo antes de embestirle, desapareció toda imagen de mi vista; inconscientemente dejé de correr y detuve la inercia de mi cuerpo en la oscuridad. Aturdido recordé entonces que estaba yo en una Atracción y que aquel viejo me había persuadido para que entrara a descubrir algo distinto y novedoso. Aun tenía mis puños cerrados y al aflojar sus falanges, pude darme cuenta, de que en mi mano derecha había un mensaje, escrito en un pedazo de papel. Lo abrí y mágicamente se iluminó por sí solo para revelar lo que decía. Alcancé a leer: Rabia.
 
Y así el primer monstruo se reveló ante mí.
 
Mi memoria me expuso al viejo invitándome a estar consciente de lo que sintiera. Y por primera vez lo hice; estuve consciente de todo lo que había sentido al estar inmerso en tal emoción. Me pregunté cómo habría logrado todo aquello tan real. Recordé cada detalle en mi emoción, cada fragmento de mi reacción. Y lo registré consciente en mis reminiscencias.
 
Guardé el papel en mi bolsillo y caminé unos pasos, esperando encontrar tal vez lo que pudiese ser la salida de aquella carpa, pero de nuevo, en aquella oscuridad se abrió un orificio destellante para revelar nuevas imágenes. Metí mis dedos abriendo la escena como en la primera ocasión, rompiendo la tela de la oscuridad y adentrándome en esta siguiente experiencia. Atravesé el umbral.
 
En esta ocasión me encontré frente a un callejón sin salida. Al final de éste, unas personas sentadas sobre sus pantorrillas y talones ocultaban, a su vez, con las espaldas una laboriosa actividad. Algo hacían en el piso y yo no alcanzaba a ver qué era. Mi curiosidad me llevó a aproximarme para entender en qué se afanaban con tanta premura y desesperación.
 
Estando cerca pude apreciar que aquellas personas eran muy delgadas, sus torsos desnudos dibujaban marcadamente las costillas y columna vertebral. Aquello era en verdad tétrico. Una oda al hambre. Una cosa irrepetible. Al asomarme por encima de sus cabezas, ya a pocos centímetros de ellos, me di cuenta de que estaban comiendo desesperadamente. Llevando trozos de carne ensangrentada a sus bocas. Cual animales. Ciertamente el hambre les invadía. Mi impresión empezó a modificarse.
 
Mi cuerpo se arqueó involuntariamente al notar que, lo que comían, pertenecía a  algo antes humano, sus restos estaban abiertos por el tórax, con las vísceras exhibidas que aquellos seres hambrientos desgarraban sin cesar.
 
Uno de aquellos volteó hacia arriba y me miró haciendo ademán de invite, ofreciéndome participar en aquel canibalesco festín. De nuevo su parecido conmigo era tan conmovedor como escalofriante.
 
Nunca antes había sentido tanto asco. Llevé mi mano derecha a mi boca para evitar vomitar y sentí con mis labios la textura del papel que nuevamente escondía el revés de mis nudillos. Lo tomé y leí ante aquellos devoradores: Repugnancia.
 
Y así el segundo monstruo se reveló ante mí.
 
Me volteé y abandoné aquel convite llevando mis manos al estómago. De repente empezó a llover. Caminé por un rato buscando salir de aquella calle hundiendo mi cabeza entre mis hombros. No levanté mi mirada más allá de unos centímetros delante de mis pies. Tenía frío. Seguía caminando, preguntándome como podría haber ocurrido aquello. Cómo esos rostros se parecían tanto al mío.
 
Era de noche y no entendía dónde estaba. La calle se hacía angosta. Las luces eran muy tenues. La lluvia arreciaba y no encontraba salida, no entendía a dónde me dirigía. Estaba perdido. No sabía dónde me encontraba. Ya con mi mirada en alto, las gotas de la lluvia dificultaban aun más mi visión. Aquel callejón se hacía hasta el horizonte, interminable. Alcancé a escuchar unos ruidos detrás de mí. Inexplicablemente, a poca distancia, aun se encontraban aquellos quienes comían carne humana. Pero yo había caminado suficiente como para alejarme. ¿Cómo era posible? Me asusté.
 
El cadáver desmembrado ahora era una pila de huesos. De nuevo los veía devorando la carroña cual buitres. Escuchaba el chasquido de sus lenguas y sus dientes masticando eso que entre sus manos parecía comida. El sonido del chocar con los huesos penetraba en mis oídos.
 
Definitivamente eran caníbales. Pero esos caníbales eran copias de mí. Sus rostros eran mi viva imagen. Con expresiones ajenas a las mías, pero con idénticas facciones ¿Qué hago yo aquí? Ya han devorado toda la carne y solo quedan los huesos de su festín. Uno de ellos se levantó dirigiendo su asquerosa mirada hacia mí. Que horrible espejo se dibujaba ante mí. Aun tienen hambre. Aun no han saciado su apetito.
 
Empecé a correr ante la amenaza de un ataque. Y sentí sus pasos acelerados detrás de mí. Volteé nuevamente en mi carrera. En efecto, corrían también detrás de mí. Mis yo. Escuchaba sus respiraciones. Aquellas bocas ensangrentadas emitían extraños sonidos a mis espaldas y entre ellos, el sonido de un ronco:
 
-Ven... Veeeen...
 
Estaba completamente aterrado y mis piernas empezaban a cansarse. No hallaba salida. Aquella calle era interminable. Maldita sea. Por más que cruzaba a la izquierda o a la derecha, siempre terminaba en la misma calle. Corría aterrado bajo la lluvia con cuatro asesinos detrás de mí. Hambrientos. Nunca había sentido miedo de mí mismo hasta aquella ocasión. Mis piernas no daban más. Caí al suelo, extenuado. Mi rostro golpeó aquel asfalto mojado. Sentía el pavor en mis pulmones. Los que me acechaban, mis yo, se me encimaron. Atinando mordiscos. Rasgando mi piel con sus uñas, mis propias uñas. Traté de cubrirme con mis brazos pero ellos eran más fuertes que yo. El miedo en mis pulmones salía por mi boca en forma de grito. La lluvia seguía cayendo. Y sus dientes me mordían, incesantes, una y otra vez. Era mi boca la que me mordía, la misma que gritaba. El grito fue mi único consuelo. El grito fue mi idioma en ese momento.
 
Inadvertidamente mi mirada se dirigió a un letrero en las proximidades de aquella cerrada calle. Se iluminó para revelarme un mensaje. Mientras era devorado por las bestias de mi propio ser, pude leer:Miedo.
 
Y así el tercer monstruo se reveló ante mí.
 
Cerré mis ojos esperando una pronta muerte pero justo al hacerlo, dejé de sentir la lluvia cayendo; dejé de sentir como se desgarraban mis músculos; dejé de escuchar los roncos sonidos que emitían mis agresores. Dejé de sentir la carne en mi boca. Abrí entonces mis ojos. Me encontré en una superficie plana. De nuevo solo. Herido y adolorido.
 
Estaba yo ahora en un jardín. Alcanzaba a oler la tierra húmeda ligada con el olor de mi propia sangre. Revisé mi cuerpo en busca de explicación alguna y solo hallé las huellas de aquellas mordidas que aun sangraban. Toqué mis labios en busca de sangre pero encontré rastros de carne que escupí saboreando mi desgracia.
 
Me levanté. Al hacerlo pude divisar una casa en mi proximidad. La casa tenía todas las características de aquella con la que siempre he soñado. Para mí. Para mi propia familia. Mis sentimientos dieron un giro inesperado. Caminé hacia la entrada y antes de llegar, la puerta se abrió. De nuevo mi asombro me invadió, pero esta vez al ver a una mujer que me sonreía. Era la mujer más bella que en mi vida había visto. Era mi esposa. Sí, era mi esposa. Una extraña sensación de pertenencia me aseguraba que era mi mujer y las circunstancias lo aseveraban. Paré de caminar y ella, en reacción, corrió hacia mí, para alcanzarme con un abrazo. Con un pañuelo limpiaba mis heridas delicadamente. Ya no sentía dolor.
 
Pude oler su piel, su cabello, su vestido. Con mis ojos cerrados mis labios sintieron el beso más tierno jamás sentido. Eterno momento. Inmedible. Todos mis sentidos se agruparon en los nervios de mis labios y como una implosión en mi cuerpo. Un ligero golpe en nuestras piernas interrumpió aquello perfecto para mí. Aquel momento tan simple y a la vez tan maravilloso. Al ver hacia abajo, un bebé extendía sus brazos gimiendo para ser cargado.
 
Aquella hermosa mujer sonriendo exhaló:
 
-Tu hijo te ama tanto como yo, es hora ya de que entres, todos te esperan...
 
Aquel hogar era nuevo y a la vez habitual para mí. Era lo que siempre había soñado. Era mi hogar. Mi familia. Mi vida. Mi anhelo.
 
Tomé al niño y caminamos hacia la casa. Aquel bebé extrañamente veía mis heridas. Al entrar, me sorprendí al ver a todos mis amigos esperando mi llegada. Estaban ahí para mí. Me sentía tan bien. Me sentía lleno de orgullo, lleno de dicha. Alejado del dolor. Entre tantos saludos y muestras de afecto uno de ellos me extendió un papel. Al verlo, se iluminó por sí solo y pude leer: Felicidad.
 
Y así el cuarto monstruo se reveló ante mí.
 
Me senté en una silla y me quedé viendo el papel por un largo rato. Inexpresivo. Analizaba mi vida y sus consecuencias. Mi realidad y sus coyunturas. Y pensé en aquel viejo y cómo había logrado todo esto. Cómo jugaba con mis emociones y las hacía timón de mi barco.
 
El sonido de numerosos llantos que se acrecentaban hizo que me reincorporara. Aun estaba en mi hogar soñado. Aun mi impresión analizaba cada espacio, cada mueble, cada adorno. Y las heridas seguían ahí, en mi cuerpo. Sin embargo, no me había percatado pero todos los presentes vestían con ropas oscuras. En mi sala un funeral se hacía con todos mis amigos en los alrededores. Estaban todos y cada uno de mis amigos y amigas. También mis familiares y personas conocidas. Todos menos mi madre. Mi preocupación me llevó desesperadamente a buscar entre aquella multitud que llenaba mi casa. ¿Dónde estaba mi madre? Mi alma se estremeció de solo pensarlo. La he perdido. Nadie me veía.  Todos se mostraban distraídos. El dolor me atormentaba y me devolvió mi idioma natural: el grito. Grité una y otra vez llorando, mientras caminaba hacia aquel féretro. A pocos momentos de sentir la plenitud de una felicidad inmedible el destino me castigaba con una realidad, y en esa realidad no estaba mi madre. Allí en mi proximidad, una caja de madera. Devastado abracé aquel ataúd lleno de sufrimiento. Grité una vez más mirando al suelo.
 
La mano de una mujer mayor me entregó un pañuelo. En él se iluminaron unas letras que formaban la palabra: Tristeza.
 
Y así el quinto monstruo se reveló ante mí.
 
Me recosté en el piso por algunos minutos. Aun la mano anciana tomaba la mía como muestra de consuelo. Mi corazón se aceleró al notar que la mano pertenecía a mi madre. Era ella. Estaba allí. ¿Cómo era posible aquello? Recordé al viejo. Pensé en el viejo. ¿Dónde estaría? Mi madre estaba viva. Al menos mi madre estaba viva. Quería abrazarla pero mi debilidad no me dejaba. Me encontré acostado. Acostado dentro de aquel ataúd... Era yo a quien velaban. Era mi propio funeral. Era mi madre quien me tomaba la mano. Mi mano muerta. No podía moverme. No podía hablar. No podía gritar. Todos me veían. Todos lloraban. Cerré mis ojos dejando a mi alma gritar por dentro, en silencio, fuera de todo. Fuera incluso de mí mismo. Como un espectro. Como el viento que está y nadie ve. Escapé de todo y la luz de mi consciencia se apagó por un segundo. Pero mis ganas de luchar contra aquello me llevaron a querer gritar más y así lo hice. Asumía ya el grito como modo de comunicación. Gritaba, o al menos trataba, al ritmo de mi respiración 
 
¡Estaba respirando! ¿Cómo podía respirar si estaba muerto?
 
-Estoy vivo- grité una y otra vez –estoy vivo....
 
Me levanté de aquel ataúd y mi impresión me llevó a correr hacia la salida de aquella sala; de aquella casa; de aquella mortuoria escena.
 
Al salir me encontré fuera de la gran carpa negra en la que había entrado en un principio. Volví a estar en la feria a la que yo había ido, consciente de lo que me rodeaba.
 
Sin duda esta ha sido la experiencia más abrumadora de mi vida, pensé, agradeciendo aun estar vivo. Es esta la mejor Atracción de todos los tiempos.
 
Bordeando aquella enorme carpa me dispuse a buscar al viejo, para preguntarle cómo había recreado todo aquello. Para entrevistarlo y conocerlo mejor. En mi búsqueda, a lo lejos, pude divisar que era ya el momento de la premiación y el organizador sostenía en sus manos algo que parecía ser el gran galardón, a punto de ser entregado.
 
El viejo debe estar allá. Ese premio se lo merece el viejo. Me apresuré en correr hasta aquella tarima rodeada por la muchedumbre que esperaba al ganador.
 
Mientras corría el organizador hablaba por el micrófono, alagando al merecedor del premio final. Del gran galardón a la mejor Atracción del Terror.
 
Aun lejos pude darme cuenta, luego de escuchar los aplausos, que el premio era entregado a otra persona y no al viejo. Definitivamente el que estaba recibiendo el premio no era el viejo. El ganador aun agradecía por la votación mientras yo corría hacia aquella tarima. Al fin pude llegar. La desesperación de mis gritos alarmó a muchos quienes se abrieron paso dejándome llegar hasta aquel, para mí, no merecedor de tal premiación.
 
Al notar mi intrusión todos se extrañaron, yo había interrumpido aquel acto casi desesperadamente y las personas no entendía el por qué de mi actitud.
 
-¿Qué tienes que decir?- gritó alguien entre las gentes que ya no aplaudían.
 
Tomé el micrófono y exhausto por mi recorrido dije entre balbuceos de cansancio.
 
-Los Monstruos...
 
-¿Qué monstruos?- clamaron interrogándome.
 
-Imbécil estas arruinando la premiación- gritó otro.
 
-¿De qué monstruos hablas?- gruñó otro
 
-¿Por qué estas herido?- exclamó la benevolente voz de una mujer.
 
Los Monstruos de Ekman- indiqué retomando mi aliento. Señalé de donde venía, pero para mi sorpresa la gran carpa negra no estaba. En su lugar, un terreno baldío en los extremos de aquella feria.
 
-Les juro que estaba allí, es la mejor Atracción de la feria- exclamé abrumado mientras el organizador me quitaba el micrófono y un ayudante me tomaba a la fuerza para bajarme de aquella tarima.
 
-Llévenlo a un médico- Se escuchó al fondo de aquel gentío.
 
Todos empezaron a gritarme insultos. A tirarme objetos.
 
La multitud me lanzaba improperios:
 
-Métanlo en un manicomio-
 
-Denle una golpiza-
 
-Idiota-
 
Pude apreciar desconcertado los rostros de aquellos que me gritaban. Quienes no me creían. Quienes ahora se burlaban de mí... En mi desesperación traté de hallar el rostro de aquel viejo entre la muchedumbre. 
 
Mientras era bruscamente bajado de la tarima.
 
Un rostro entre tantos, una vestimenta que lo identificaba. Y una suerte. ¡Eureka! Lo vi. Sí. Allí está el viejo.
 
-Es él- grité –es él....
 
Luego de gritar preguntando si alguien había entrado en Los Monstruos de Ekman, vi entre los rostros de aquel gentío que me escrutaba, el del viejo. Lo contemplé por varios segundos, inmerso en sus facciones. Esta vez identifiqué un detalle pasado por alto. Ese maldito viejo era muy parecido a mí. Tal y como aquellos personajes ocultos en lo que fue una gran carpa negra a mis sentidos. Era prácticamente yo pero anciano 
 
¿Acaso yo mismo me estaba enviando un mensaje desde otro espectro temporal?
 
La gente aun me gritaba.
 
Aquel viejo yo se alejó y caminó hacia el horizonte ya lejano, difícil a mi vista. Pude verme a mí mismo por última vez. El viejo yo volteó y esbozó una ligera sonrisa, para luego desaparecer en la distancia. Por un momento dejé de escuchar los gritos de la gente. Sentí algo en mi mano cerrada. La abrí para encontrar un trozo de papel. Se iluminó por sí solo y la muchedumbre cesó sus alaridos al ver los destellos que salían de entre mis dedos. Todo quedó en silencio. Pude alcanzar a leer:Sorpresa.
 
Y así el sexto monstruo se reveló ante mí.
 
Fernando de argensola
Febrero, 2013

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Fernando Egui.
Published on e-Stories.org on 03/26/2013.

 
 

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