El circo de Yip
“Ummmmmm” se dijo Yip ese día, por qué como de costumbre, nadie había comprado ni una entrada para la función.
Yip pensó que eso no era malo, que tal vez no estaba en el país adecuado. Así que Yip recogió la lona, guardo a todos los animales en sus jaulas, enganchó su circo al remolque de su carro y con un escueto ¡arigato! se despidió de las piedras del país de las piedras.
Yip se dirigió al país de los cerdos sandías. Estos son animales inteligentes, se dijo Yip, sabrán apreciar mi arte. En un instante montó su espectáculo y se fue a la taquilla a esperar a los visitantes. Poco a poco los cerdos sandías fueron llegando, pero cual no fue la sorpresa de Yip al ver que los cerdos entraban por un lado del circo y salían inmediatamente por el lado contrario. Semejante desfile porcino frutícola se prolongó durante horas, y Yip con cierto toque estoico seguía esperando a que sus orondos espectadores se guardaran la debida compostura y vieran la función. Pero los cerdos con forma de sandía solo estaban interesados en comerse la lona del circo, y se hubieran comido incluso a los leones caracoles si Yip no hubiera intervenido a tiempo, recogiéndolo todo y encerrándose en su caravana. No saben apreciar mi arte, se dijo Yip, no sin un pequeño reproche en su tono.
Yip decidió que sí, que se había equivocado de público, y se mudó con ilusión y soltura al país de las zanahorias araña. Ellas si serían un buen público, intuía Yip, porque son unos seres que se saben estar quietos y nunca nadie se ha quejado de seres tan educados. Sin más preámbulos Yip montó su espectáculo en medio de la ciudad-huerto de las zanahorias araña, esperando que estas acudieran en tropel.
Un año estuvo esperando Yip a que estas salieran de la tierra y acudieran a su divertido espectáculo. Desde que sepan que el maravilloso circo de Yip está en la ciudad sin duda acudirán, se repetía Yip sin parar en espera de que sus ilusos deseos se convirtieran en realidad. Pero lo que no sabía Yip es que las zanahorias araña no tienen ojos, boca ni oídos, solo unas patitas de araña que les sirven para tejer telas de algodón de azúcar para atrapar a los pulpos araña. Y este, sin saberlo yip, era todo su interés.
Yip desconsolado e inconsolable recogió nuevamente su circo, sin nunca perder la esperanza de que un día sería el suyo el circo ambulante más famoso del mundo entero.
Yip llegó al país de las estrellitas de mar fugaces, porque consideraba Yip que estos seres eran mágicos y que en su forma de moverse había arte, como la que él regalaba al mundo. Las estrellitas de mar fugaces sabrían ver sus esfuerzos, Yip confiaba en ello.
Tan pronto como montó el circo empezaron a llegar las estrellitas de mar fugaces, y antes ni siquiera de poder alegrarse de tan enorme éxito, estas empezaron a marcharse sin siquiera haber contemplado el primer número del circo de Yip. Así llegaban, y ziuuuuuuup, en un momento desaparecían, dejando a los leones caracoles y a los elefantes payasos con una estela de polvo de estrella que los hacía estornudar.
Al final todo el circo estaba tan lleno de polvo de estrellitas que los animales, y más aún, el propio Yip, empezaron a asfixiarse compulsivamente y tuvieron que cerrar el circo.
Yip no comprendía que el único interés de las estrellitas de mar fugaces es resplandecer un momento en el mar del firmamento para que alguien pidiera un deseo, para después desaparecer para siempre. Tal es la naturaleza de estos seres y tal la pena de Yip por no poder comprenderlo.
Yip, que nunca se había rendido, se rindió, convencido de que a nadie le interesan los malabarismos de los leones caracol; ni los números de un fino humor elefantino de los elefantes payasos; ni siquiera había tenido éxito su número estrella, el famoso salto mortal bajo bolas de fuego metido en el agua con cadenas y siendo acosado por pirañas escupe ácido atado de manos y pies y con una bola de gofre a punto de estrellarse en su cabeza que había ideado.
Así empezó a llorar Yip, mientras los leones caracol, los elefantes payasos, los monos paloma, las cebras sin raya, y todos los demás amígales del circo lo miraban desconsolados. Tan fuerte fue el llanto inconsolable de Yip, que el cielo lo imitó, derramando una tromba de agua tan grande como nunca antes se había visto en el país de las estrellitas de mar fugaces. Así, el llanto de Yip y la lluvia lluviosa se mezclaron con el calor de la tierra fugaz, y de esta mezcla nació una niebla espesa y casi sólida, que como es bien sabido, es el hogar de los duendes risueños.
Yip se asombró al ver delante de él a un duende risueño salido de esta niebla como por arte de magia. Por qué lloras yip. Lloro porque nadie aprecia mi arte. Tu arte, yip, no depende de la admiración de los demás, depende de tu propia admiración. Pero yo trabajo duro. Pequeño Yip, aprende a disfrutar de lo que haces y todo el público que necesitarás en la vida serás tú mismo.
Yip no entendía muy bien esto, pero le hizo caso al duende risueño, y sin mucha convicción al principio, eso sí, Yip montó su espectáculo para él mismo en el país de Yip. Al principio no se sintió satisfecho, pero a medida que se quitaba la presión de esperar un público que sabía que nunca vendría, empezó a ver con otros ojos de Yip su espectáculo de circo. De hecho, Yip inventó un par de números nuevos, aún más espectaculares que los anteriores, y sin casi proponérselo, disfrutó, por primera vez, de ser un artista libre y satisfecho.
Al cabo de un tiempo empezaron a llegar los cerdos sandías, que olían el tufo de la felicidad y querían comerse la alegría de Yip; las piedras del país de las piedras notaron la vibración y los ecos de la pasión como ningún otro ser es capaz hacer, porque tienen paciencia y eligen con criterio todos sus movimientos, y acudieron en tropel; las abejas moto querían libar el néctar de la dulzura de carácter de Yip, que regalaba con cada número; las zanahorias arañas y los pulpos arañas venían ahora en pareja a disfrutar de un espectáculo que se tejía con cada nuevo y espectacular número; incluso las estrellitas de mar fugaces, que nunca habían apreciado ningún arte que no fuera el suyo, gastaron sus últimos momentos fugaces en sentir que el último deseo que querían conceder era el de hacer feliz a Yip, que sin duda se lo merecía.
Así fue que el circo de Yip se convirtió en el circo ambulante más apreciado y famoso del mundo justo cuando Yip dejo de temer.
Y yo, que soy un duende risueño y no tengo cara de culo me despido sin demora con un colorín arigato este cuento está acabado.
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Published on e-Stories.org on 10/16/2016.
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