LAS AVENTURAS DE
LUCAS JUAN
Por L. RAMIREZ
I
LA INOCENCIA DEL SEÑOR ATILA
En mi memoria siempre estará presente el caso del señor Atila Fernández. Desde el principio, este asunto tomó un derrotero siniestro y grave, pero a medida que las investigaciones avanzaban, su cariz fue haciéndose más y más tremebundo, hasta desembocar en un impactante y mediático problema que estuvo en boca de la ciudadanía durante varios meses, y que seguramente, todavía existen muchos miles de personas que lo recuerdan, incluso cuando han transcurrido más de veinte años de los acontecimientos.
Lucas solía recibir a sus clientes en su despacho, ubicado en nuestra casa. Pero en el caso que nos ocupa, debimos desplazarnos a la prisión de H* porque nuestro cliente estaba encarcelado debido a un auto de prisión sin fianza e incomunicada dictado por el juez de forma inmediata a su detención. Se le acusaba de asesinato por envenenamiento en la persona de su esposa, de la que estaba separado e inmerso en un desagradable divorcio contencioso.
Las pruebas parecían concluyentes, y el fiscal solicitó prisión sin fianza e incomunicada. El juez aceptó tal petición, ante la impotencia de la defensa, sin posibilidad alguna ante la ausencia de hechos probatorios de la versión del acusado.
En la primavera de 1997, Lucas fue requerido por el Señor Atila Fernández para que se hiciera cargo de la investigación del caso. Recibió una carta, escrita de puño y letra por el mismo Atila, en la cual se le suplicaba, con ruegos encarecidos, su colaboración en la resolución del caso, ya que el inculpado juraba y perjuraba su inocencia. Según sus palabras “tarde o temprano se dará con la prueba que me exculpe, y no tengo duda de ello porque yo y solo yo sé con total seguridad que no cometí ese crimen”.
Esa afirmación fue suficiente para Lucas, el cual esgrimía el siguiente argumento: “un culpable, aunque no reconozca su culpa, se aferrará a resquicios y argumentos legales para evitar la cárcel. Contratará a buenos abogados seguramente. Pero Atila me contrata a mí y esa es la mejor de las pruebas que poseo para creer en la inocencia de mi cliente, y para que este caso se me presente como todo un reto a mis habilidades. Sin duda me volcaré en su resolución”.
El día convenido, 14 de abril de 1997, Lucas y yo nos desplazamos a la prisión donde estaba encerrado nuestro cliente, para escuchar de su boca su versión de los hechos y para escenificar el comienzo de las investigaciones que debían librar a nuestro cliente de ser objeto de una injusticia. Eran cerca de las seis de la tarde cuando se presentó el reo. Era un hombre de unos 35 años. Alto, rubio y con bigote y perilla. Sus modales eran educados y su voz, compungida por la emoción, resultaba elocuente y agradable al oído. Nos saludó con una inclinación y tomó asiento frente a nosotros. Observé como Lucas lo escudriñaba con su habitual tic, lo cual denotaba un interés reconcentrado.
Tomo la palabra el preso:
Señor Lucas, ante todo agradecerle su amabilidad por prestarse a investigar este asunto. Antes de comenzar, le diré que pude estar usted seguro que está frente a una persona inocente y que, por tanto, no perderá usted tiempo ni reputación haciéndose cargo de mi problema. Eso se lo garantizo con el más solemne juramento que nunca haya hecho un hombre. Seguidamente le contaré con todo detalle lo que sé acerca del asesinato de mi esposa, si es que fue un asesinato, y procuraré no omitir aspecto alguno, sabedor de la importancia que para usted tienen los detalles.
Atila tragó saliva, se aclaró la voz y comenzó su relato.
Mi esposa se llamaba Susana Díaz y tenía dos años menos que yo. Llevábamos casados unos trece años y no teníamos hijos debido a un problema de ella relacionado con eso que llaman “matriz infantil”. No era estéril, sino que tenía pocas posibilidades de quedar encinta. Durante unos años siguió un tratamiento prescrito por el médico ginecólogo, pero ya hacía unos cinco años que lo había abandonado.
El hombre guardó silencio unos segundos, y siguió. Lucas, en ese momento experimentó un muy sutil cambio en la expresión de su mirada, que yo observé, pero dejó seguir el relato.
Mi mujer era una buena persona. Sin embargo nuestras formas de ser chocaban con frecuencia, y la imposibilidad de tener hijos deterioró bastante nuestra relación, hasta el punto de hacerse inviable. Al respecto le aseguro que jamás la amenacé, ni la agredí ni siquiera recibió un empujón de mi mano. Acepté nuestra incompatibilidad de buenas maneras y comprendí con su deseo frustrado de ser madre.
Hace unos dos años, decidimos darnos un tiempo para meditar sobre nuestra relación y nos separamos. Yo marché a vivir a un piso de alquiler y ella se quedó en la casa de ambos. Nos veíamos con poca frecuencia, pues esa era la idea. No obstante nuestra relación seguía siendo cordial, aunque fría y le aseguro que yo la hubiera ayudado en cualquier cosa que me hubiera pedido, sin la menor duda.
¿ y se veían con frecuencia? – preguntó Lucas sin darle importancia a su pregunta, mirando hacia otro lugar que yo no acertaba a comprender.
Una noche del mes de enero de este año, coincidimos en un pub nocturno. Ni yo ni ella habíamos provocado el encuentro. Simplemente teníamos amigos comunes y solían ir a ese establecimiento, y por ello nos vimos allí. Estuvimos saludándonos y cada uno estuvo hablando con gente diferente. Eran ya las dos de la madrugada cuando, a causa de un pequeño malentendido, azuzado por un conocido que suele comportarse como catalizador de broncas, tuvimos una agria discusión, agravada por el alcohol y llegamos a insultarnos y amenazarnos mutuamente. Ese es el episodio que esgrime el fiscal como antecedente de maltrato por mi parte para justificar que yo pudiera haber decidido dar muerte a mi ex esposa. Llegué, incluso, a pedirle disculpas a los pocos días, y ella me las aceptó, reconociendo que había sido culpa de ambos. Quedamos tan amigos.
Atila bebió un poco de agua, mientras Lucas seguía con su postura excéntrica y sombría. Nuestro cliente siguió:
La tarde que fue descubierto su cadáver hacía más de dos semanas que yo no la veía ni hablaba con ella por teléfono. La última vez que nos vimos fue, como le he dicho, un par de semanas antes porque coincidimos en la cola del supermercado. Nos saludamos, nos interesamos el uno por el otro y nos despedimos sin más. Cuando la policía llegó a mi casa, el domingo del asesinato y tras hallar su cuerpo sin vida, yo acababa de levantarme de la siesta. No había salido de casa en todo el día y de repente recibí la noticia de su muerte. Un agente me dijo que debía vestirme y acompañarles a la comisaría para tomarme declaración. Tras cuatro horas de interrogatorio, me dejaron en libertad. Tres semanas más tarde me detuvieron, acusado de asesinato por envenenamiento. Eso es todo lo que puedo decirles, y me he explayado todo lo posible, pero la verdad es que no sé ni una palabra más de este triste asunto.
Lucas guardó silencio, mirándome de soslayo. Luego dijo algo que me dejó sorprendida, máxime conociéndole como yo le conocía.
- No me cabe duda de que dice usted la verdad. Puede parecer alocado por mi parte decir eso, pero mi intuición es abrumadora en este caso. Le ayudaré y encontraré al culpable. Confíe en mí. Ahora debo hacerle unas preguntas.
Adelante – dijo Atila.
- Durante cuánto tiempo exactamente estuvieron ustedes separados?
- Yo me mudé al piso de alquiler el día 12 de marzo de 1995, y hasta la fecha de mi detención he estado viviendo allí. No ha pasado ni una sola noche fuera de ese lugar.
- ¿ha mantenido usted relaciones durante ese tiempo?
- Sí señor. Dos veces. Una vez contraté una prostituta a domicilio y lo hicimos en mi casa. Otra vez fui al “Rincón de la Alegría”, el conocido Club de alterne con dos amigos. Fuera de esas dos ocasiones, no he estado con ninguna mujer. De hecho puedo decirle que durante nuestra separación no he salido de copas más de tres o cuatro veces.
- ¿sabe usted si ella ha tenido alguna relación?
- Lo ignoro completamente. No puedo decirle más que coincidimos una vez en el pub de copas el día de la discusión. Ese día ella estaba con algunos amigos suyos y, aunque no me fijé demasiado, creo que no tenía nadie alrededor que pudiera parecer su pareja o amante.
- ¿sabe usted de alguien que pueda desear hacerle daño a usted? – preguntó Lucas enfatizando mucho el “usted”.
- Hasta el punto de arruinarme la vida, no. Sin embargo sí que tengo algunas enemistades que consisten en un par de clientes insatisfechos, pero nada más. Fuera de eso, no creo tener problemas con nadie.
- ¿sabe usted de alguien que quisiera o tuviera motivos para matar a su esposa y luego culparlo a usted?
- No. Que yo sepa y hasta que nos separamos ella no tenía enemistades. Ignoro si después surgió alguna, pero hasta nuestra separación, no las tenía.
- Debo advertirle que es muy poco lo que tengo para sustentar un plan de investigación. También, como sin duda usted sabrá, es muy poco lo que tiene la policía, salvo pruebas circunstanciales y algún que otro conocido suyo que le vé capaz de hacerle eso. Ahí no nos llevan ni le llevamos ventaja. De todas formas, esté tranquilo y confíe en mí. Creo que podré ayudarle y lo creo porque también creo firmemente en su inocencia, y eso hace que deba existir una explicación que encontrar. Soy optimista por ello.
Nuestro cliente asintió con emoción contenida. Lucas y yo nos levantamos y después de darnos un apretón de manos, salimos de la cárcel y montamos en nuestro coche camino de casa.
- La muerte fue por envenenamiento. Susana tomó un café con cianuro y murió a los veinte segundos. Alguien había puesto el veneno en su taza – dije yo.
- ¿en su taza? – preguntó Lucas mirándome. ¿y por qué no en el azúcar, en la leche o en el mismo café molido?
- Bueno, ya me entiendes – dije yo.
- Perdona, cariño, pero hablo más conmigo que contigo. Repasemos los hechos que argumenta el fiscal y la policía. Según ellos, Atila la envenenó premeditadamente una vez que pudo acceder a su cocina y depositar el veneno sin despertar sospechas. Tal vez llevaba días o semanas en la azúcar o en el café, así uno u otro día Susana lo tomaría. Era una muerte relativamente aleatoria…. ¡qué extraña forma de asesinar!
Lucas quedó en silencio mientras yo conducía. Puse la radio pero me pidió que la quitara. Sin duda estaba inmerso en hondas cavilaciones.
- Hace ya un trimestre del asesinato. Eso tiene mucha importancia para mí – dijo. Susana vivía en la capital y Atila en un pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí…. Hay algo que me gustaría comprobar, y lo haré mañana mismo. Tengo un par de teorías que necesito contrastar.
Guardó silencio durante las cuatro horas de viaje y cuando llegamos a casa siguió sumido en sus pensamientos. No quise molestarle. Después de cenar me fui a dormir y él quedó sentado en el sofá. Cuando desperté, por la mañana, comprobé que Lucas no había dormido. Seguía allí sentado, en la misma postura y con la jeringuilla junto a él. La morfina tampoco le había hecho dormir.
- ¿qué hora es? – me preguntó.
- Las siete y cuarto.
- Debo salir antes de las ocho. Tengo un día interesante por delante.
- ¿has averiguado algo?
- Me temo que Susana es víctima de un asesino peculiar, muy inteligente y al que le está sonriendo la suerte…de momento. Eso es tanto peor para nuestro cliente. De lo que averigüe hoy dependerá en buena medida el final del caso.
Había anochecido ya cuando Lucas llegó a casa. Moqueaba y le lloraban los ojos. Necesitaba morfina con urgencia, y se administró una buena dosis de inmediato. Exhaló un suspiro de satisfacción y me miró con sus ojos brillantes. Quise ver una sonrisa en su rostro, pero si la hubo despareció de repente.
- ¿qué tal? – pregunté.
- Tan poca cosa que me ha sorprendido positivamente. No he hallado lo que buscaba, pero esa circunstancia puedo interpretarla también. Estoy esperando una información que me llegará mañana y que es crucial para este asunto.
- ¡de qué se trata? – pregunté yo.
- Un listado de las últimas muertes por cianuro en unos lugares concretos – respondió Lucas.
- ¿estás pensando en un asesino en serie?
- No exactamente, sino en una serie de asesinatos por cianuro, que son cosas muy, pero que muy diferentes – respondió con una sonrisa apenas esbozada.
- No te entiendo – confesé.
- Tampoco lo deseo. Es solo una de las dos teorías que manejo, pero que me parece la más probable.
- ¿quieres cenar?
- Sí, pero favor.
Comimos y nos acostamos. Eran cerca de las nueve de la mañana cuando nos despertamos. Lucas corrió a su PC para ver si había respuestas. Leyó detenidamente un correo que había recibido y apretó el puño en señal de victoria.
- Lo que yo pensaba! – dijo. Hay dos muertes más por cianuro en los últimos meses y en la capital. Dos personas más están encarceladas acusadas de envenenamiento, como Atila. Justo lo que yo pensaba: un hombre de mediana edad, y una joven de 20 años son las víctimas. El ex novio de la joven está acusado de asesinato como Atila y el hermano del hombre, también. Susana es la tercera víctima. También se declaran inocentes.
- ¡Un asesino en serie! – dije yo.
- No – dijo Lucas, una serie de asesinatos, que es algo muy, pero que muy distinto.
- Es la segunda vez que me haces ese matiz. Explícamelo, por favor.
- Prefiero esperar un poco más. Luego te juro que te lo revelaré a ti antes que a nadie – me contestó.
Lucas salió de inmediato. Dijo que iba a ver a su amigo el Jefe de Policía de Madrid y que seguramente llegaría por la noche. Efectivamente, eran más de las once cuando apareció. Su cara revelaba sentimientos contrapuestos. Aunque predominaba la alegría, había algo sombrío en su expresión. Quedó unos minutos semidormido y cuando los efectos del rush se aliviaron un poco me miró y comenzó a hablar.
- Sabes que cuando una persona inteligente toma un derrotero malvado en su vida, se convierte en alguien tan peligroso que no nos imaginamos hasta donde puede llegar. Este es una caso típico que demuestra esa afirmación. El autor o autora de estos envenenamientos es alguien frío, calculador, malvado e inteligente y, por desgracia, le ha salido bien su plan. Encontrarlo es tan difícil como hallar una aguja en un pajar, pero al menos tenemos localizado uno de los extremos de la madeja. Podemos empezar a tirar de él.
- Explícate – dije.
- Tres muertes han sido detectadas, de momento, a causa de envenenamiento por cianuro. Estoy seguro que ha habido más, y puede hasta que todavía queden algunas más. Estos tres casos han sido diagnosticados, pero si le ha ocurrido a un anciano que estaba esperando su muerte, nadie ha investigado ese caso, y es solo un ejemplo. Por fortuna, mañana visitaré las casas de las tres víctimas, y sé lo que busco. El reto está en dónde encontrarlo. La única pista que tengo es que las tres víctimas tienen un producto idéntico en sus casas y ese producto es comestible. Susana hacía la compra en el supermercado “Kiklo plus”, al igual que las otras dos víctimas. El asesino envenenó cierto producto para provocar varias muertes, de forma que la que realmente quería perpetrar quede enmascarada por las otras ¿lo entiendes ahora?
- Claro que sí – dije yo emocionada.
- Es solamente una teoría, pero cada vez cobra más sentido. ¿cómo sabía yo que últimamente ha habido varias muertes por cianuro? Porque eso debía haber ocurrido si mi teoría está en lo cierto…y así ha sido.
- ¡Genial Lucas, Genial! – grité yo abrazándolo. ¡Eres un genio, un puto genio!!
Pero – dije yo – respóndeme por favor a una pregunta: ¿qué estabas mirando cuando Atila nos contó el relato en la cárcel. Me tienes intrigada.
Lucas me miró y solamente esbozó una sonrisa. Estaba claro: eran cosas suyas. Siguió:
- Si logro identificar el producto usado como vehículo, las cámaras de seguridad harán el resto. Al menos confío en ello – dijo Lucas.
- ¿qué producto usarías tú para envenenar a varias personas sin despertar sospechas?
- ¿azúcar, café, harina, salchichas…? ¡no? – dije yo.
- No, no, no…. El azúcar viene en kilos y requiere mucho cianuro para garantizar un envenenamiento. Debe ser alguna cosa que sea controlable par ano provocar algo que se haga demasiado notorio. Debe haber cinco muertes a lo sumo, poco más. No sirven intoxicaciones curables, no: la forma debe garantizar la muerte sí o sí. El vehículo debe ser algo muy individualizable y fácilmente portable y que no despierte sospechas cuando se coloque en las estanterías del supermercado. Debe ser pequeño de tamaño y divisible a la vez que fácilmente manipulable para introducir el veneno……
- Creo que comienzo a verlo claro – dije yo. Yo añadiría que no puede ser más que algo que se ingiera de una sola vez, porque de lo contrario el cianuro se notaría. ¿no? Además es algo que no necesita ser cocinado, que se ingiere tal cual viene.
- ¡claro que sí! ¡ genial cariño! – Lucas saltó de alegría. ¡claro que sí! – dijo dándome un achuchón y un gran beso. ¡debe ser …divisible en unidades, y el veneno solamente debe estar en alguna unidad del total. Esto implica que habrá varios “totales” en los que uno y solo uno de sus elementos estará envenenado.
- ¡claro que sí! – grité yo ¿pastillas de vitaminas? ¿pastelitos? ¿donuts?
- Los donuts y los pastelitos no me cuadran porque son muy perecederos, pero las pastillas de vitaminas, sí. Eso es lo que comenzaré buscando mañana en las casas de las víctimas. Si no es eso, será algo muy similar….
Al día siguiente, Lucas me pidió que le acompañara en la inspección ocular de las casas. Yo accedí. La joven vivía con dos chicas más, en un piso compartido. En su mesilla de noche no había nada, pero en la cocina encontramos un bote de cápsulas de valeriana natural. Las otras dos chicas nos aseguraron que era de la fallecida y que la tomaba cada noche al irse a la cama. Ninguna de ellas la había tomado nunca. En la casa del hombre envenenado había también un frasco de cápsulas de valeriana. Su esposa dijo que ambos la tomaban a diario. También Susana tomaba Valeriana y también hallamos un bote de cápsulas en su casa. Lógicamente en solo una de las cápsulas estaba el cianuro. Que le tocara a uno u otro era cuestión de suerte, solamente. De inmediato la policía hizo un comunicado a los medios para prevenir posibles envenenamientos ya que la cantidad de botes envenenados era desconocida. El paso siguiente era localizar al asesino. El lugar donde había comprado el producto era el “Kiklos Club” y nos personamos allí para pedir las cintas de las cámaras de seguridad. Los botes de pastillas estaban en una estantería que se observaba muy bien en las cintas. Lucas dedujo que habría que revisar un mes antes de la muerte de la primera víctima, ya que el contenido era de 30 cápsulas por envase. Comenzamos a visionar las cintas, las cuales se repartieron entre cuatro policías. Lucas y yo supervisábamos. No nos llevó mucho tiempo: en menos de dos horas vimos claramente el rostro del asesino. Sacó cuatro envases de un bolso y los colocó en la estantería. Miró a ambos lados y cogió uno y lo puso en su cesta de la compra. Luego siguió disimulando.
Las cintas tenían una gran calidad de imagen, pero incluso con menos calidad hubiera sido posible distinguir en ellas el rostro de nuestro cliente Atila Fernández cambiando la valeriana que Susana había comprado por otra que tenía en su poder. En la cinta del día siguiente, Atila puso tres envases en la estantería, los tres los tenía en su bolso y cada uno de ellos tenía dentro una cápsula rellena de muerte.
II
EL CASO DEL ESCRITOR DESAPARECIDO
Los problemas de Lucas Juan con la morfina no eran poca cosa. Llevaba muchos años con este vicio adictivo, y su cerebro la necesitaba para funcionar de forma normal. Solía usarla dos veces al día, pero si la hora de la dosis se le pasaba, los síntomas de abstinencia no tardaban en llegar. Yo le había sugerido muchas veces que se desintoxicara pero él argumentaba que no le suponía mayores problemas que depender de ella y no había tenido que tomar una deriva delictiva en ningún momento.
En el verano de 1999, antes de marcharnos de vacaciones, mi pareja recibió una llamada en la que un misterioso cliente le solicitaba una entrevista. Aunque ciertamente podían peligrar nuestras merecidas vacaciones, Lucas decidió arriesgarse y le concedió la cita.
La tarde del 29 de julio, sábado, a las ocho en punto, llegó a nuestra casa el cliente que no quería dar nombres. Era un señor adulto, de más de cincuenta años. Su porte denotaba clase y educación, y vestía con mucha pulcritud y un cierto atildamiento. Era muy alto, de complexión fuerte y lucía un bigote muy singular por lo poblado y espeso del mismo.
Se presentó como Señor Anzarda, natural de Vigo y residente en Segovia desde hacía unos diez años. Decía dedicarse a la literatura, pero como editor. Se forma de hablar, sus maneras y su escogido vocabulario le delataban como poseedor de una notable cultura. Hechas las presentaciones de rutina, Lucas le invitó a sentarse y a exponernos el caso que deseaba someter a consejo.
- Yo soy un hombre inquieto por naturaleza – comenzó diciendo. Mi vida ha sido un ir y venir constante en el sentido de que he sido muy aventurero y osado. Me han ocurrido cosas singulares, suficientes para llenar varios libros, pero nunca me había visto tan desconcertado y perplejo como ahora. Por eso he decidido poner mi problema en su conocimiento.
Lucas se frotó las manos, señal de impaciencia e interés y le indicó que continuara.
- Hace unos días, uno de mis escritores apareció muerto en el fondo de un pozo situado en unos campos de maíz del pueblo de M**. Todo parece indicar que fue un suicidio, ya que se encontraron los objetos personales y la documentación del fallecido en el piso donde vivía, junto con una nota de suicidio. El cuerpo estaba atado a un lastre, el cual, a su vez, pendía con una cuerda de sus piernas. Su nombre era Adolfo Hernando, y llevaba tres meses en paradero desconocido. Fue un agricultor, dueño de la finca donde está el pozo, el que lo encontró y avisó a la policía de inmediato. Tenía 41 años y se encontraba pasando una mala racha, debida seguramente a problemas de índole económica y personal. Era soltero, y vivía solo con un gato en un apartamento del barrio de Delicias, en Madrid.
- ¿tiene usted la carta, o la leyó? – preguntó Lucas.
- He podido copiarla, ya que me menciona a mí en ella. Aquí la tiene.
Lucas la leyó en voz alta:
“He llegado a la certeza de que la vida que me ha tocado vivir no tiene ya interés ni acicate alguno para mí. La mala suerte se ha cebado conmigo y he decidido libre y personalmente ponerle fin. Pido disculpas a todos los que puedan ser perjudicados por mi decisión, en especial a mi editor, el señor Emilio Anzarda, al cual le lego todos mis manuscritos y borradores para que, a su criterio, pueda publicarlos si lo estima oportuno. Deseo a todos los que me han apreciado mucha suerte en sus vidas. Adiós para siempre…”
El editor no pudo reprimir un suspiro de angustia, y las lágrimas asomaron por un instante a sus ojos.
- Como ve, lo tenía bastante claro. Una pena – dijo el señor Anzarda.
- Ahora deseo que me haga un relato de sus últimas relaciones con él, sin omitir detalles, así como de las relaciones profesionales entre ambos. Recuerde que es muy conveniente que lo haga lo más ordenadamente posible – dijo Lucas.
- Publicó su último libro en junio del año pasado. Fue un fracaso en ventas, si bien la crítica lo alabó. Personalmente creo que era una buena obra, pero en ella se notaba que no estaba en su mejor momento anímico. Tardó mucho tiempo en corregirla, y tuve que apremiarle para llegar a tiempo a su publicación. En los meses posteriores a la salida a la venta del libro hablamos algunas veces, temas profesionales, y quedamos para cenar un par de veces. Pocos días antes de desaparecer yo le había llamado para pedirle que escribiera otra novela y me dijo que haría lo que pudiera, pero que no le apretara con los plazos porque no estaba en su mejor momento de creatividad. Unos días más tarde llegó a mis oídos el caso de su desaparición. Fue un amigo suyo, Emilio Haynes, el que alertó a la policía y el que puso la denuncia. Ambos tenían una relación sentimental, ya que era homosexual. No vivían juntos, pero se veían con frecuencia. La búsqueda resultó infructuosa, y se prolongó por espacio de varias semanas. El dispositivo de búsqueda se relajó a partir de entonces y, al cabo de tres meses más o menos, fue encontrado su cadáver en las circunstancias que le he mencionado. La autopsia reveló muerte por
ahogamiento, y es estado del cuerpo confirmó que murió inmediatamente a su desaparición.
- ¿Estaba muy descompuesto el cuerpo? – preguntó Lucas.
- Bastante. Sus pertenencias y la identificación de su pareja, el señor Haynes, pudieron bastar para identificarlo.
- Siga por favor.
- El caso está concluido, ya que parece seguro que no hubo violencia ni intervención de más personas.
- Pero hay algo más ¿no? – preguntó Lucas.
- En efecto. Hace unos días ha ocurrido algo que por extraño y grave me ha empujado a consultarle a usted. Es lo siguiente. El compañero sentimental de Adolfo me llamó y me dijo que un señor se había puesto en contacto con él de forma misteriosa y sospechosa y
le había emplazado a reunirse para hablar de Adolfo. En esa entrevista, este caballero le relató una historia extraña y le intentó sonsacar una información relativa a la posibilidad de que Adolfo no estuviera muerto en realidad. Le sugirió que el fallecido tenía asuntos muy graves pendientes con ciertas personas, y esas personas le habían contratado para constatar que, efectivamente, el escritor estaba muerto y que no había trampa en ello. El compañero de Adolfo asegura que recibió un mensaje velado en el cual se le amenazaba gravemente si ocultaba algo. Le sugerí poner el caso en manos de un detective, y él pareció no querer que las cosas trascendieran, pero luego, hablando y sopesando la situación, me dijo que yo decidiera y que él colaboraría en todo sin reservas.
Lucas quedó muy pensativo, y dijo:
- Es necesario que ese señor hable conmigo, de forma inmediata. ¿puede usted localizarlo?
- Está en la cafetería de abajo esperando mi orden para subir a verlo a usted. Ha venido conmigo.
- Bien; dígale que suba de inmediato.
Unos minutos más tarde llegó a nuestra casa un joven de no más de treinta años, amanerado y vestido de forma elegante. Tomó asiento una vez se presentó y Lucas le pidió que relatara lo que tenía que decir.
- Supongo que ya sabe usted que Adolfo y yo éramos pareja. Llevábamos un par de años juntos y estuvimos un tiempo conviviendo. Hará cosa de un año decidimos dejar la convivencia, por motivos económicos y además porque Adolfo decía que la soledad le ayudaba a escribir mejor. Teníamos un contacto frecuente, y no teníamos secretos el uno para el otro. Unos meses antes de desaparecer, Adolfo recayó en su depresión y el motivo fue económico: estaba en la ruina. Se había endeudado mucho y con prestamistas poco recomendables, y estaba asustado porque le era imposible pagar. Ya le estaban exigiendo la deuda, y las exigencias eran cada vez menos amistosas…ya me entienden. Una semana antes de su desaparición se entrevistó con un cobrador y cuando acabó la entrevista le noté angustiado y, creo, también muy asustado. Le reclamaban 150.000 € y el último libro había sido un fracaso en ventas.
Anzarda asintió ante esta aseveración.
- Después de aquello – siguió – Adolfo se volvió taciturno y desconfiado ante todo el mundo. Casi no salía de casa y me pidió varias veces que no le visitara porque podía ser peligroso para mí. El resto ya lo saben ustedes. Me enteré cuando la policía se puso en contacto conmigo para anunciarme la aparición del cadáver de Adolfo.
- ¿esperaba usted este desenlace? – preguntó Lucas.
- Si le digo la verdad, hace unos años no lo hubiera pensado en absoluto. Adolfo era una persona muy cobarde en lo que se refiere a auto infligirse daños. Sinceramente, no lo ví nunca capaz de quitarse la vida, y menos de esa forma. Una sobredosis de barbitúricos podía entrar en la lógica suya, pero tirarse a un pozo lastrado…. Sin embargo, últimamente era tal su estado anímico que no tengo más remedio que decir que sí lo veo capaz. Nunca lo hubiera pensado, pero las últimas veces que nos vimos me dejaron tan preocupado que ahora le encuentro sentido a esta actitud suya.
- Ahora necesito saber los detalles del hallazgo del cuerpo. También quiero que me relate el momento del reconocimiento del cadáver, el cual lo hizo usted si no estoy equivocado – dijo Lucas.
- El cuerpo fue encontrado en el fondo de un pozo de brocal, de unos siete metros de profundidad y lleno de agua en un ochenta por ciento. Estaba atado con una cuerda a un bloque de hormigón, de unos veinte kilos de peso, por las piernas.
- Perdone – interrumpió Lucas. ¿Cuánto medía Adolfo y cuál era su peso aproximado?
- Un metro setenta más o menos, y pesaba sesenta kilos en ese momento, poco más o menos. Había adelgazado mucho.
- ¿de qué pierna estaba atado? – pregunto Lucas.
- De ambas piernas, a la altura de los tobillos – respondió el otro.
- ¿puedo leer el informe de autopsia? – siguió Lucas.
- Aquí lo tengo – dijo el compañero del fallecido. He sacado una copia para usted.
- ¿resaltaría usted algo del mismo? – dijo Lucas.
- Hubo que acudir a signos y detalles de sus pertenencias debido al mal estado del cadáver, y su rostro estaba comido por los animales que viven en ese pozo, el cual alberga peces grandes, culebras de agua y sanguijuelas… su rostro estaba muy deteriorado y descompuesto. La autopsia habla de señales en los brazos, en las muñecas y algunos golpes que se explican por la caída y el posible golpeo con un armazón de metal para motor que tiene el pozo en sus paredes. La policía no ha encontrado evidencias que indiquen un posible homicidio.
- Más tarde leeré el informe – dijo Lucas. ¿añadiría usted algo más?
- Solamente decirle que sus acreedores me han molestado, incluso yo diría que amenazado con respecto a la posibilidad de que todo sea un fraude.
- Ya se lo he contado yo – dijo Anzarda.
- El que se entrevistó conmigo dijo ser contratado por los acreedores como detective privado, pero yo creo que era uno de ellos, a juzgar por sus maneras y su discurso. No obstante, tengo dudas.
- Bien – dijo Lucas, ahora necesito considerar el caso. Necesito un teléfono o dirección de contacto de ambos para caso necesario.
- Aquí tiene los teléfonos y las direcciones de los dos – dijo Anzarda. No dude en llamarnos para lo que necesite.
Los dos hombres se despidieron y quedaron a disposición de mi pareja, y lo hicieron visiblemente más aliviados que cuando entraron.
Cuando se marcharon, Lucas quedó en silencio, se levantó y tomó el kit de morfina y se suministro una amplia dosis. Luego se puso a leer el informe de autopsia y a meditar sobre el caso.
Unas horas más tarde, salió de casa diciendo que volvería para la cena. Dejó el informe allí y yo me puse a leerlo. Me llamó la atención el hecho de que el médico forense indicara que tenía señales de ligaduras en las muñecas y el cuello, pero también decía que no se encontró maniatado ni tampoco se hallaron cuerdas en el pozo. El informe toxicológico revelaba consumo de alcohol y de antidepresivos y ansiolíticos, los cuales coincidían con la medicación que tomaba el fallecido para su enfermedad depresiva.
Eran las doce cuando llegó Lucas. Venía azorado, muy contrariado, y moqueaba. Se inyectó la morfina nocturna y releyó varias veces el informe del médico forense. Luego quedó pensativo.
- No me cuadra nada – dijo. Para que esto tenga sentido, debió subir el lastre al brocal y atarse allí los pies. Luego empujaría la piedra y saltaría al pozo. Eso es lógico, pero hay un problema que no es baladí, por cierto. He visto el pozo y su brocal no tiene más de cinco o siete centímetros de anchura. Es muy difícil hacer esto en tan poco espacio de anchura. Además, el armazón del motor está cubierto por el agua y esta debió amortiguar el golpe que supuestamente se dio. Una persona borracha y drogada tendría serios problemas para ejecutar esos actos tal como debieron ser. Aquí hay algo que no cuadra en absoluto. Finalmente está el asunto del tipo de persona que era el escritor, poco dado a suicidarse. Para este tipo de suicidio se requiere mucha valentía y determinación y al parecer este señor no tenía nada de eso.
- ¿un asesinato tal vez? – pregunté yo.
- Sí, pero no un asesinato corriente. Es obvio que los que tenían motivos para ello no fueron los autores, porque si no, no habrían acudido en su busca para cobrar: su deuda ya estaría saldada con la muerte del escritor – dijo Lucas.
- ¿entonces?
- Este caso es muy interesante y mucho me equivocaré si no asistimos a un desenlace sorprendente – dijo Lucas.
Al día siguiente, mi pareja salió temprano de casa y estuvo todo el día fuera. No llegó hasta pasada la medianoche, moqueando y estornudando violentamente. La morfina se había desvanecido y tenía el mono. Después de la dosis nocturna, se puso a escribir un rato.
Luego se sentó frente a mí.
- He citado a Anzarda y al amante del muerto para mañana por la mañana. Creo que he hallado la solución – dijo tranquilamente. Sin embargo, aunque sé qué ocurrió, el caso dista todavía de estar terminado. Para ello necesitaré otros medios que, de momento, no están a mi alcance. Espero tenerlos tras la entrevista. Ahora me voy a la cama. Ya no queda más que hacer hasta mañana.
Nos acostamos y Lucas durmió profundamente. Era obvio que sus preocupaciones habían desaparecido. Yo sabía que eso indicaba que tenía el problema solucionado, al menos en lo que a él se refería.
Eran las nueve y media cuando llegaron el editor y el amante del fallecido. Tomaron asiento y yo les serví un café. Lucas se dirigió a ellos.
- Comenzaré diciéndoles que Adolfo no es la persona que estaba en el pozo y mucho me equivoco si no está vivo y coleando. Solamente ignoro el paradero, y confío en que alguno de ustedes me lo revele.
- Pero señor Lucas – dijo el editor, eso que usted dice es imposible. Me deja usted perplejo.
- Sin embargo a Emilio no lo dejo tan perplejo ¿verdad? – dijo Lucas dirigiéndose al otro. Usted sabe que lo que digo es cierto, y apostaría a que también sabe donde se encuentra su amigo. ¿verdad?
El rostro de Emilio era un poema. Hablaba por sí solo. No podía negarlo.
- Sí señor ¿para qué mentir? Lucas está escondido en lugar seguro y nadie excepto yo sabe ese lugar. Confió en mí y yo no podía defraudarle. Pero ¿cómo lo ha sabido?
- Ese es mi trabajo. Luego les diré como he llegado a saberlo. Ahora solo deseo que me responda a una pregunta ¿quién es el muerto?
- No lo conocía. Adolfo me dijo que era un cadáver sin identificar que había conseguido sobornando a un empleado del mortuorio del hospital. Alguien que no tenía parientes. Eso fue lo que me dijo.
- Pero eso no es cierto ¿verdad? – dijo Lucas. Ese señor murió en el pozo y no estaba en ningún mortuorio. Creo que la gravedad del asunto no es como para que usted siga mintiendo y protegiendo a su amigo, que por mucho que lo aprecie, ahora es un asesino y usted debe colaborar con la justicia. De lo contrario estaría usted cometiendo un grave delito.
- Pero eso no es cierto. Era un cadáver – dijo Emilio.
- Estaba vivo antes de ser tirado al pozo – reiteró Lucas. Eso es seguro. Hable claro y diga la verdad, se lo aconsejo por su bien.
- La verdad es que ignoro todo lo que dice. Adolfo me dijo lo que yo le he indicado.
- No es normal que confíe en usted para todo, menos en ese punto. Estoy seguro de que usted sabe quién es y cómo ocurrió…. Déjeme ayudarle – dijo Lucas.
- Todo pasó así – empezó Lucas. Adolfo concibió un plan para desparecer y simular un suicidio. Se sirvió de un vagabundo al que conoció, ayudó, y finalmente asesinó cuando
se hubo ganado suficiente confianza. El día de autos, le invitó a beber y le suministró medicamentos para dejarlo inconsciente y esos medicamentos eran los mismos que tomaba él para su depresión. Después lo ató de manos y cuello, lo llevó al lugar del pozo y después de arrojarlo vivo simuló la escena….y, usted le ayudó en todo el proceso.
- No tengo más remedio que darle la razón: fue así. Yo no podía hacer otra cosa, y consiguió engatusarme. Pero ¿cómo lo ha sabido usted? El plan era perfecto…. – sollozó Emilio.
- Casi, pero no perfecto. Hubo un par de errores gravísimos, que los han delatado. Han logrado engañar a la policía, pero no a Lucas Juan. Mi reputación, modestamente, no es exagerada. Estuve en el pozo, sabía el aspecto físico de Adolfo y al reconstruir los hechos me encontré con que nada cuadraba. Su versión era imposible.
Anzarda estaba estupefacto. Estaba claro que él no tenía nada que ver en el asesinato.
- Unos días antes de desaparecer, Adolfo conoció a un vagabundo muy parecido a él en el aspecto físico. Tenía su altura y su peso, poco más o menos. Creo que ya le había echado el ojo, y perdió kilos para lograr más veracidad y mayor parecido. Se ganó su confianza y le hizo creer que era dueño de la casita que hay en la finca del pozo. Le proporcionó una cama y le llevó comida. El día del asesinato, previamente dispuesto todo con su ayuda, añadió medicamentos a la bebida y cuando estuvo inconsciente apareció usted. Lo ataron de pies y manos, y hasta del cuello. Luego lo llevaron al pozo atado. Allí le quitaron las ligaduras de las muñecas y el cuello, le ataron la piedra y lo arrojaron al pozo, vistiéndolo antes con las ropas de Adolfo. El primer fallo fue atarle la piedra a las dos piernas, cosa que nadie haría porque sería así muy difícil actuar luego y tirarse al pozo. Usted le ayudo a tirar el cuerpo, aún con vida, pero dormido, al agua. Deformaron el rostro del vagabundo y lo golpearon. Así, la autopsia reveló que había agua en sus pulmones y que la muerte fue por ahogamiento. Pero las muñecas tenían marcas de ligaduras, así como el cuello (segundo fallo). El tiempo jugaba a su favor, porque mientras más tardaran en dar con él, más deformado y descompuesto estaría y sería más fácil confundirlo. Usted no puso objeciones en el reconocimiento de la víctima, porque usted era fundamental en el encubrimiento de la identidad del muerto. La carta, los objetos personales, y demás atrezzos eran cosa fácil. Fue Anzarda el que le propuso a usted venir a verme a mí, y claro, usted no podía negarse sin despertar sospechas. Confió, pues, en su plan, creyéndolo perfecto….pero no fue así. La i!
dea era,
por supuesto, seguir con ello hasta que las aguas se calmaran y luego marchar los dos a vivir a otro lugar. Eso es todo. Pero , se me olvida algo: todo esto fue facilitado por la suerte: Adolfo fue agraciado con un premio de 195.000 en un sorteo pocas semanas antes, y pensó que si pagaba a sus acreedores se quedaría igual que estaba. Con ese dinero podría seguir viviendo lejos de Madrid. Esto último es solo una conjetura, porque casualmente me enteré que un premio de ese importe había tocado en el lugar donde Adolfo vivía, y lo había reclamado alguien por medio de un banco. En el banco no me dieron datos, pero logré sacarle a un empleado el aspecto físico del agraciado y…era muy parecido a…usted. Estoy seguro que fue usted ¿me equivoco?
Emilio estaba asombrado.
- Todo lo que usted ha dicho es la pura verdad. Es increíble! Parece que usted estuviera allí con nosotros. Lo ha relatado exactamente como fue, hasta el detalle más mínimo.
- Ese es mi trabajo. Por eso me dedico a él en cuerpo y alma. Puede estar usted seguro que si alguna cuestión llega a mis manos, el resultado será muy diferente que si nunca la hubiera conocido. Ahora llegará la policía, le ruego que esté usted tranquilo y que asuma las consecuencias de sus actos – dijo Lucas.
Y así terminó la historia del falso suicidio del escritor Adolfo Hernando. Lucas solo dijo al respecto:
- El recurso a la mentira siempre nubla el conocimiento. Es una forma que tiene la naturaleza de evitar las injusticias.
III
EL CASO DEL RELOJ DE DISEÑO
Una tarde de relax, hablando con Lucas de todo y de nada, la conversación derivó a la cuestión de cómo se dio cuenta él que tenía ese especial don para el razonamiento deductivo. Se confesó gran admirador de Arthur Conan Doyle y de Edgar A. Poe. Había devorado todos los libros de detectives que cayeron en sus manos y así había aprendido los métodos de Sherlock Holmes y de todos los grandes detectives de ficción. Le pregunté sobre sus comienzos y me contestó:
El primer caso que pude resolver ocurrió hace ya veinte años. Yo tenía veinticinco y estaba terminando el doctorado en exactas en la Universidad de Madrid. Llegó a mí por casualidad, y luego, cuando estuvo concluido, decidí escribirlo. Aquí está.
Lucas me enseñó un sobre que rezaba “El caso del Reloj de Diseño”. Le pedí que me dejara leerlo, y sonrió asintiendo.
Espero que te resulte interesante. A mí me apasionó y no miento si te digo que fue ese asunto el que me marcó el camino de la ciencia criminal.
El manuscrito de Lucas decía así:
“Había llegado a mis oídos la desaparición de una chica de Toledo en extrañas circunstancias. El caso cobró una gran repercusión debido a que muchos medios de prensa se hicieron eco del mismo. Seguí la evolución del tema por los periódicos, pero pasé unos días en Toledo y fue cuando toqué el asunto de primera mano. Yo ya tenía una cierta fama en el mundillo de la investigación criminal a nivel privado y el compañero propietario de la casa donde me hospedé conocía a los padres de la chica. Les habló de mí, y por eso me ví en el compromiso de tenerles que prestar ayuda y al menos escuchar de su boca el relato de los hechos. Visité la casa de la chica y me entrevisté con sus padres, Guillermo y Sara. Este fue su relato.
Mi hija desapareció el 10 de noviembre del pasado año (1979) – dijo Guillermo, su padre. Era una buena hija y mejor estudiante. Cursaba cuarto de Filosofía y Letras, y sus calificaciones eran excelentes. Su desaparición fue para nosotros inexplicable, seguros como estábamos que no se había marchado por propia voluntad. La policía investigó de forma concienzuda el caso, y llegó a la conclusión de que el secuestro parecía la opción más probable. Sin embargo había un problema y no baladí, y es que yo no soy ni rico ni siquiera adinerado. Si pensaban pedir un rescate, no habría sido mi hija el mejor objetivo para obtener dinero por su libertad. Pero las extrañas circunstancias de su desaparición dejaban a la policía sin explicaciones plausibles, y yo creo que por ello acudieron a esta.
Le propuse que hiciera un relato completo y detallado de todas las circunstancias del asunto, y he aquí lo que Guillermo Salazar me contó:
Los días anteriores a la desaparición de Nuria mi esposa y yo la notamos muy nerviosa y callada. Le preguntamos sobre el motivo y nos dijo que no le ocurría nada. Su sonrisa era forzada y sin duda trataba de tranquilizarnos. Era obvio para unos padres que conocen sobradamente a su hija que algo le estaba pasando. Sin embargo pensamos en amores de juventud y decidimos dejarla en paz, insistiéndole que si quería comentarnos lo que fuese, nosotros la escucharíamos y la ayudaríamos sin duda alguna, vamos que podía contar con nosotros.
Ese día 10 de noviembre, era viernes y sobre las ocho cenó y salió de casa como solía hacer los fines de semana. No era extraño que llegase a altas horas de la madrugada, incluso que se quedase a dormir en casa de alguna amiga. No obstante, siempre solía avisarnos si no pensaba llegar a casa hasta el día siguiente. Por la mañana , cuando vimos que no había desecho ni siquiera la cama nos preocupamos y yo salí para preguntar a sus amigos por ella. Todos coincidieron en que a las cuatro y media dijo que se marchaba y se fue caminando con su amiga Petra, la cual dijo que se quedó en su casa y Nuria siguió con dirección a la suya. Esa fue la última persona que la vio. La distancia entre la casa de Petra y la nuestra no supera los trescientos metros, pero hay que pasar por ciertas callejuelas poco recomendables. Como usted comprenderá marché de inmediato a la policía, la cual aceptó mi denuncia pese a no haber transcurrido el plazo de 24 horas. Se portaron muy amablemente conmigo y comenzaron la búsqueda de inmediato. Usted ya sabe que no hallaron nada de nada. Era como si se hubiera evaporado. Lo único que se encontró fue un reloj de muñeca, con un diseño extrañísimo, que las amigas de Nuria decían que era de ella, pero que ni mi mujer ni yo se lo habíamos visto jamás. Aparte de eso, y durante los seis meses que duró la búsqueda más intensa, no encontraron nada de nada. Mi esposa y yo, como podrá imaginarse, no nos quedamos quietos en ningún momento, incluso contratamos a dos detectives privados, que no aportaron luz alguna a este misterio. Y ahora ambos queremos someterlo a su consideración, porque Lucio, aquí presente, su amigo, nos ha hablado de sus habilidades para la deducción y por probar nada se pierde.
Les advertí de que no teníamos nada por donde comenzar, tan solo ese reloj que, incluso, tampoco estaba claro que perteneciera a ella. Le pregunté por el lugar donde se encontró el reloj.
La policía encontró el reloj en una calle por donde tal vez pasara mi hija camino de casa. Se trata de la rotulada como calle Dos de Mayo de 1808 y está situada en un barrio conflictivo y poco recomendable. Estaba con la correa de la muñeca rota y desprendida de la parte principal del mismo. Comprendo que es muy poco para sustentar una investigación, pero Lucio nos ha hablado tanto de usted….
Mi pensamiento instintivo e inmediato fue negarme a asumir aquel galimatías sin cabeza, pero algo me decía que podría ser una engañifa a priori, y, por ello, decidí hacerme cargo del asunto sin garantías de éxito, cosa que Guillermo y su esposa supieron entender.
Solo tenía un “reloj raro”, en una calle aledaña y posiblemente arrancado de la muñeca de la desaparecida. No era nada apenas, pero menos sería no tenerlo. Procuré construir una teoría sobre tan nimias bases, pero al cabo di con una. Pude ver el reloj en cuestión, debido a la amabilidad del jefe de policías de Toledo. Me compartió cierta información relativa al ese objeto, como que había sido vendido por un ambulante que iba de paso por varias ciudades cercanas a Madrid. Habían logrado localizarlo y solo pudo recordar que había vendido tres ejemplares en Toledo. No era mucho, pero algo era.
Con tan magra información me marché a casa y con la foto del reloj delante, traté de pensar. Me desperté a las cuatro horas, muy inspirado, y sabiendo con exactitud qué debía hacer al respecto. Marché con rumbo definido y averigüé que el vendedor se llamaba Jorge Huelva, y que recordaba haber vendido dos relojes a la vez, a un chaval joven y otro a una chica de unos veintitantos años que no guardaba relación con el aspecto físico de Nuria. Esa era toda mi información de partida.
A la mañana siguiente puse en marcha mi plan. Visité a las dos mejores amigas de Nuria. Se mostraron muy reacias a compartir ciertos secretos conmigo, pero cuando les demostré que no daba palos de ciego, colaboraron. Mi teoría era la siguiente: Nuria trabó cierta amistad con un joven que le regaló ese reloj porque a él le había gustado. La compra, como dice el vendedor, la hizo el chaval y Nuria lo recibió como regalo de “compromiso”. El hecho de que apareciera arrancado literalmente del brazo de la joven me sugería una discusión amorosa, y el hecho de que hubiera sido el reloj y no otra cosa más fácil de arrancar me decía que el autor del hecho era el mismo que le regaló el objeto. Ahora bien ¿quién podría adquirir un reloj tan moderno y también guardar tan celosamente su intimidad? Alguien joven y al que la relación podría ocasionarle molestias de saberse. Un reloj no tenía la elocuencia de un anillo, ni de un colgante ni de una esclava. Era un objeto que casi nunca se relaciona con un compromiso sellado. El que se lo regaló era un amante secreto, y la actitud de Nuria pocos días antes
de desaparecer indicaba mal de amores. Las amistades de la chica podrían ser decisivas. Decidí interrogarlas.
Petra, la joven que la vió por última vez se sinceró cuando le revelé cierta información que yo no tenía por segura, pero me jugué el farol y salió bien. La chica me dijo que Nuria andaba liada con un joven casado y había sufrido un flechazo sentimental. Estaba muy enamorada y como era una jóven pasional no llevaba bien eso de ser “segundo plato”. Los días antes de su desaparición ella había dado a elegir al joven entre su esposa o ella, y él le había dejado claro que no pensaba romper su matrimonio aún. Hice unas cuantas preguntas más a Petra, pero no obtuve información importante.
Cuando llegué a casa me puse a meditar sobre el caso. La lógica apuntaba al amante secreto como responsable. Una entrevista con él sería una condición de partida inexcusable. Ya había prestado declaración y, sobre todo, tenía una sólida coartada. Ese mismo día había viajado a Madrid y se había hospedado en un Hotel de la capital. Tanto el libro de registro como algunos testigos lo aseguraron sin duda alguna. El joven en cuestión vivía muy alejado del lugar donde se encontró el reloj, y para haberla abordado camino de casa debía haberle hecho un aguardo con el consiguiente riesgo de ser visto por alguien. Por último, jamás hubiera dejado esa prueba en el lugar de los hechos, máxime si él era el que se lo había arrancado de la muñeca. La verdad es que su participación en el hecho me parecía como poco remotísima y, sin descartarlo del todo, lo aparté de la lista de sospechosos. Luego estaba su esposa. Podía ser que, despechada, urdiera un plan para matar a Nuria, aprovechando la ausencia de su esposo en Madrid aquella madrugada. Eso era posible, pero muy poco probable, dado que reconocería el reloj como idéntico al de su esposo y tampoco lo dejaría allí porque constituiría una prueba que señalaría sin duda a la pareja. La otra opción era alguien ajeno y que el reloj estuviera en el suelo fruto de un forcejeo en el cual se rompió la pulsera. El robo como móvil o la violación eran los que podía haber tenido un extraño, y como no apareció el bolso ni el cadáver (para buscar signos de agresión sexual), no podía ser consistente. Debo confesar que mi intuición no reaccionaba a estas posibilidades.
Al día siguiente iría a visitar al joven amante y a su esposa. Ese debía ser mi punto de partida. Que de aquella entrevista obtuviera alguna pista me resultaba cosa poco plausible, pero había que hacerla.
Cuando me acosté, me puse a pensar sobre el particular y analicé los hechos una vez más. Entonces vino a mi mente otra explicación que antes no había considerado: alguien que se sintiera desplazado por el amante y que tratara de inculparlo dejando allí el reloj. Pero para sostener esa hipótesis tenía que interrogar de nuevo a Petra, la mejor amiga de Nuria y hacerle unas preguntas muy delicadas.
Finalmente decidí ir a hablar con Petra en primer lugar y después con la pareja de casados.
Me levanté a las seis de la mañana, desvelado por un insomnio debido a mi consumo de opiáceos. En esos años ya solía desayunarme con codeína y, cuando podía, recurría al Tilitrate o a la dihidrocodeína. Mi adicción aún era leve. Me suministré una buena dosis de tilidina y puse dos comprimidos de Contugesic en el pastillero. Salí de casa cerca de la nueve de la mañana con dirección a casa de Petra.
La joven no pudo disimular el desagrado que le provocó el verme en su casa tan temprano. Le dije que mi visita era muy importante y que si de verdad apreciaba a su amiga, debía atenderme.
Usted dirá – me dijo.
Quiero saber si en su reunión había algún chico enamorado de Nuria.
Rubén sí que lo estaba, pero desde que Nuria comenzó con el casado él se apartó de ella y al poco comenzó a salir con una chica. Parecía que la cosa entre ambos iba en serio.
Háblame de ese Rubén – dije yo.
Tiene 25 años y estudia en el Conservatorio Violín y se está doctorando en Farmacia. Es un chico sano y deportista, pero muy celoso y egocéntrico, según me parece a mí.
¿y sobre su personalidad y carácter?
Ya le digo, es muy egocéntrico y no soporta el fracaso. Después es muy buena persona y nada agresivo. A veces le he notado ciertos detalles de mentalidad fría y calculadora, como maquinador vengativo.
¿le ves capaz de matar a Nuria? – pregunté mirándola a los ojos.
Ella no pudo aguantarme la mirada, miró al suelo, y dijo:
No lo sé…. Puede ser. Pero es mi opinión, no más.
Le dí las gracias a Petra y marché con dirección a la casa de la pareja de casados. Por el camino cambié de idea y traté de entrevistarme con el tal Rubén. Tenía su dirección, así que llamé a su casa y me recibió sorprendido. Vivía bastante lejos de la casa de Nuria. Leí en sus ojos una sospecha y su lenguaje corporal revelaba que se había puesto a la defensiva cuando supo quién era yo y qué buscaba de él.
¿qué quiere saber concretamente? – preguntó.
Qué relación tuviste con Nuria antes de que ella saliera con el joven casado y cuál cuando comenzó su relación con él. Finalmente también me gustaría saber dónde estabas el viernes 10 de noviembre entre las tres y media y las diez y media de la madrugada del sábado 11.
Presté declaración a la policía. Ahí está todo – respondió.
Si no te importa y realmente deseas encontrar a tu amiga, sería muy importante que me la repitieras a mí, que no soy policía – le dije muy serio.
Nuria y yo teníamos una relación de amistad rozando lo sentimental. Así estuvimos dos años. Ella comenzó a verse con Lucio, el joven casado y yo comencé a salir con mi novia actual, Sonia. Respecto al día en que desapareció Nuria, yo estaba con mi novia en una cochera que tienen mis padres cerca de casa. Allí estuvimos hasta el amanecer.
¿cómo era su relación con Lucio a partir de que saliera con Nuria? – pregunté.
No era cordial, si tampoco mala. Simplemente nos ignorábamos mutuamente.
Lo último: ¿este reloj era de Nuria? – le mostré la foto del reloj de diseño.
Sí, creo que sí. Se lo ví un par de veces puesto, pero no lo llevaba siempre. Como se lo regaló Lucio, cuando discutían o pasaban una mala racha, ella no se lo ponía.
Eso es todo de momento. Perdona si más adelante tengo que volver a hablar contigo. Prometo que será solamente si no hay más remedio. Muchas gracias por tu tiempo.
Me marché a casa con una sensación de optimismo que no tenía una causa directa. Simplemente había avanzado mucho más de lo que esperaba. En mi mente, una solución comenzaba a cobrar forma. El reloj de diseño había sido suficiente para tejer una teoría muy probable, y ahora debía buscar la forma de contrastarla.
Cuando llegué, preparé un baño caliente y previamente escribí la información de que disponía en orden y haciendo un croquis. En la bañera di forma definitiva a mi solución y también concebí la forma de comprobarla. Incluso podría determinar el paradero del cuerpo de la joven, ya que el secuestro estaba, para mí, totalmente descartado.
Hice un esquema mental. Helo aquí:
Rubén conoce perfectamente el significado del reloj encontrado. Sabe que es un símbolo de compromiso y que lo es hasta el punto de que en las crisis de esa relación, el reloj lo lleva o no lo lleva Nuria dependiendo de la salud de la relación en ese momento. Su aparición en el camino de regreso a casa, tirado en el suelo y con la correa rota significa pelea entre Lucio y Nuria, por lo tanto el ´joven se convierte en sospechoso.
Iba a seguir con mi esquema cuando, de repente una luz se encendió en mi mente. Llamé a los padre de la joven desaparecida y les pedí que me dejaran visitarle de inmediato. Pregunté por la habitación de la joven, busqué en sus cajones y joyeros y.. allí estaba el reloj de Nuria. Yo sabía que lo encontraría allí. Los padres de ella quedaron estupefactos. Los miré con sonrisa triunfal y les dije que acababa de poner a prueba mi solución hipotética.
Seguidamente marché a la policía y conseguí que me acompañaran a casa de Rubén. Cuando me vió su rostro se tornó demudado y su aspecto apareció de repente como el de una persona vencida y que ha tirado la toalla.
Tenemos que hablar – le dije. Estos señores que me acompañan son policías. Ahora quiero que llames a tu novia y, con cualquier excusa, haz que venga de inmediato aquí.
¿pero…por qué? – pregunto titubeante.
Haz lo que te he dicho, por favor – respondí secamente.
Llamó a su novia, Sonia, y unos veinte minutos más tarde estaba en la casa. Al vernos se quedó sorprendida. Pero cuando supo que dos eran policías y yo detective aficionado, se derrumbó literalmente en el sillón. Cerró los ojos y asintió….
Yo sabía que tarde o temprano todo se descubriría – dijo.
¿dónde está el cuerpo de Nuria? preguntó el inspector Hernán.
Está oculto en un lugar a las afueras de Ocaña, en un pozo antiguo y abandonado, al que es muy difícil llegar – confesó sollozando.
Iremos allí de inmediato – dijo el oficial García Cortés.
Yo debo marcharme a casa – dije. Pero si son tan amables me gustaría explicarles cómo he logrado solucionar este pequeño problema.
Nos encantaría. Ha sido increíble cómo en dos días ha solucionado usted algo que nos parecía irresoluble. Le estaríamos muy agradecidos si nos contara sus deducciones.
¿qué tal mañana a las nueve en mi casa? – dije yo.
Allí estaremos.
Cuando los agentes llegaron, acompañados por el intendente jefe, me felicitaron efusivamente y, ante mi amigo y los padres de la joven, les relaté mis pasos para dar con el culpable.
Nunca he abordado un caso con tan poco de partida. Ese reloj era lo único, y para colmo no estábamos cien por cien seguros de que perteneciera a la víctima. Sin embargo había dos cosas que me hicieron tomarlo muy en cuenta: lo extraño y singular de su diseño y el hecho de que fuera un regalo de compromiso. Ah! También estaba el hecho de que sólo se hubieran vendido tres ejemplares y todos por el mismo vendedor, el cual, por fortuna, tenía buena memoria.
Pero donde usted vio una reloj que explicaba el misterio, nosotros no vimos más que un objeto sin importancia – dijo el intendente.
Sin embargo todo apuntaba a una venganza amorosa, de despecho. Y en ese contexto, un reloj de compromiso tiene mucho significado – respondí. La aparición del reloj en el suelo fue una pista cuyo objeto era inculpar al que se lo regaló. Eso estaba claro. Pero lo que me diño la pista definitiva fue el tercer reloj que se vendió. Lo compró la novia de Rubén, que encaja perfectamente con la descripción del vendedor. Esa explicación se ponía a prueba de manera muy sencilla: si el de Nuria estaba en su casa, el que apareció debía ser el tercer reloj. Me aseguré que el tal Lucio lo tenía en su poder, así que no había más que un camino: el reloj fue colocado por la única persona que lo podía poner: Sonia. Así, deducir que fueron Rubén y Sonia los que secuestraron y mataron a Nuria era la consecuencia directa. Lo hicieron golpeando a la joven o dejándola inconsciente de alguna forma. La llevaron a la cochera y planearon el lugar donde la ocultaron. El resto ya lo saben.
El intendente y García Cortés se levantaron de sus asientos y me abrazaron efusivamente, deshaciéndose en elogios. Me felicitaron varias veces y quedaron a mi disposición para cuando me hiciera falta su ayuda.
Nos despedimos y me quedé sentado en el sofá. 150 mg de tilidina y una buena cena me dejaron listo para la cama. Me dormí en seguida, y a las doce horas desperté. Una euforia contenida me dominaba. Lo había hecho bien. Estaba satisfecho conmigo y había llevado la paz a una familia angustiada”.
Impresionante Lucas, impresionante. No tengo palabras para esto. La ciencia criminal tendrá a un excepcional detective – dije.
Gracias por tus palabras, cariño – dijo Lucas. El tiempo lo dirá todo, incluso para mal….
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Laureano Ramirez Camacho.
Published on e-Stories.org on 05/04/2017.
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