Una luminosa tarde de abril, Abderramán disfrutaba tarareando tonterías repantingado en un banco, a la sombra de unos sauces situados en medio del amplio y cuidado jardín, cuando vio que Carlos se le acercaba.
-¡Vaya!- le saludó –Creí que hoy no ibas a venir.
Abderramán era tostado y tenía 34 años, mientras que Carlos era blancucho y rozaría los 20. Ambos eran bien parecidos y tenían buen aspecto, del que inspira confianza, el ideal para timar. El chico se sentó junto a su amigo.
-Hoy me tocó sesión extra- se excusó, encogiéndose de hombros y poniendo cara de fastidio -Ya sabes cómo son. Vine en cuanto pude. He pasado un día chungo y tenía ganas de verte un rato.
-Vaya, lo siento… Pues hablemos de otras cosas, ¿no? Por ejemplo: ¿tú nunca te has parado a pensar si todo esto que tenemos delante y nos creemos que forma parte de nuestra vida no es más que un sueño del que saldremos en cualquier momento, sin tener siquiera la certeza de quiénes y cómo seremos al despertar?... ¡Podría tratarse de un sueño metamórfico!
-¿Un sueño metamórfico?
Y le aclaró que es el tipo de sueño en el que caen los insectos mientras cambian de forma de orugas a mariposas, y del que se despiertan siendo seres distintos a los que eran anteriormente, horrorizados, suponía él, ¿quién se lo iba a imaginar?, dirían, y que le planteaba la posibilidad de que a ellos les pasara algo parecido.
Carlos le escuchaba atónito y el árabe se iba animando:
-¿Tú crees que cuando despertemos seguiremos siendo como ahora, o seremos mandriles mutantes, o saltamontes gigantes, o vete tú a saber?... Mmmh… Esto tiene el sello de la CIA.
-Amos no flipes, Abde. ¿De verdad que estabas aquí sentado pensando esas cosas cuando he llegado yo o me estás vacilando?
-¡No cabe duda!- su amigo no le escuchaba y parecía entrar en éxtasis -Un sueño metamórfico inducido por la CIA, no puede ser otra cosa… Mmmh… Pues si la Agencia llega a adquirir esa capacidad será una amenaza muy seria para el mundo entero, nadie estaría a salvo… Vamos, Carlos, debemos dar la alarma a través de la red, la gente tiene que saberlo ¡Hay que salvar al mundo y no tenemos tiempo que perder! No dejes de recordármelo, ¿eh?- le pidió.
Y Abderramán se le quedó mirando con expresión burlona y rompió a reír.
-¿Qué pasa? ¿Qué parte no me has contado, dónde está lo divertido?
-¡Ja, ja, ja, ja!- no paraba de reírse -¿Te imaginas que tú te despiertas siendo yo y yo siendo tú? ¡Ja, ja, ja, ja! ¡Qué gracioso!
-¿Dónde le ves la gracia? Yo casi preferiría la opción del saltamontes gigante, si puedo elegir- lanzando una mirada iracunda.
-¡Pues en que entonces tú serías un moro de mierda, como yo soy aquí ahora! ¡Ja, ja, ja, ja!- se partía de risa -¿Te imaginas? ¡El muy noble Carlos Pelayo Suanzes convertido en un moro de mierda por arte de birlibirloque! Je, je, je, je. ¿Cómo lo llevarías?… Anda que no me iba a reír yo viendo las cosas que harías para recuperar tu posición social y salir del hoyo.
Abderramán era hijo de un influyente industrial marroquí, del que las malas lenguas decían que traficaba con cosas, y Carlos lo era de un afamado cirujano plástico madrileño, del que las viperinas aseguraban que en su familia todos eran un poco raros y que más de uno se había suicidado.
-¡Gilipollas!... ¿Moro de mierda tú? Sí, ya, pobrecito mío. Pues anda que no tiene pasta tu padre con esos cochazos que gasta. Y el reloj y la ropa que llevas, ¿qué? ¡Un moro cuentista y charlatán, eso es lo que eres!
-Un moro cuentista y charlatán, sí señor, sí- su amigo se limpiaba las lágrimas con un pañuelo que sacó del bolsillo -Pero ya verás como yo esté en lo cierto y te despiertes mañana convertido en una morsa verás qué bien lo vas a a pasar, je, je, je, je. No te preocupes, amigo, te buscaré una buena charca y no te abandonaré, je, je, je, je.
Por fin el árabe se puso un poco serio, dispuesto a escuchar, pero el chico no decía nada, así que tras un silencio intercambiaron sus miradas.
-Bueno, cuéntame lo qué pasa, ¿no? ¿O soy yo el que debo adivinarlo? ¿Cómo va tu naufragio?
-¡Puuuf!... No sé por dónde empezar… No valgo para nada, no me puedo centrar en nada, no soy capaz de mandar un mensaje a un amigo, no sé sacar una lata de coca cola de una máquina, no sé para qué sirve un euro…
-Bueno, vamos mejorando, ¿no?- Abderramán sonrió e hizo un sincero gesto de aprobación -Ayer además de todo eso tampoco sabías cómo atarte los zapatos, ¿o es que estás perdiendo la memoria y se te olvidó decirlo hoy?... No creo… Así que no está del todo mal- concedió al fin - Si continúas así, en menos de un año te encontrarás algo mejor, anímate hombre, echa los hombros atrás.
-¡Vete a la mierda!- le miró furioso.
De pronto, una chica calzada con deportivas de marca y embutida en un vistoso chándal rojo y negro pasó corriendo a su lado y se perdió tras la cima de la ladera que había frente a ellos mientras ambos la seguían con la mirada.
-Quién fuera un guepardo para correr tras la gacela- suspiró Abderramán –Supongo que es ella, ¿no?... La chica de la que me hablaste ayer, quiero decir, esa que tenía ese nombre tan festivo.
-¿Fernanda?- el chico de hizo el despistado –Mmmh… No sé, no creo.
-¿Cómo que no creo?- el árabe se mostró incrédulo -¿Acaso no me hablaste de una chica guapísima con grandes ojos grises dotados de licencia para matar? ¿Me estás diciendo que no era esa?
-¿La viste la cara? A mí no me dio tiempo a verla.
-Ella subía corriendo a tu espalda y al verme sonrió un instante a modo de saludo pero al advertir tu presencia cambió de rumbo y aceleró. Y sí que era guapa, sí. ¡Si es que quedar contigo es un desastre, me las espantas a todas!- rió.
-Bueno, ¿y qué más me da que fuera ella o no, si cuando nos conocimos ya la cagué a base de bien?- exclamó Carlos, molesto -¡Si ya me odia!
Y es que le había contado a su amigo que había encontrado a una chica que le había gustado muchísimo –tendrías que verla, es preciosa, y no veas el carácter que tiene- en una sesión del programa “conócete mejor”, convocada para intercambiar puntos de vista sobre el aborto y en la que desgraciadamente mantuvieron un áspero rifirrafe sobre el tema:
-¡Pero mi cuerpo es mi cuerpo, ¿no?!- repetía ella con vehemencia, con su carita de muñeca, sus mejillas encendidas y esos ojazos magnéticos que le hipnotizaban… ¡Completamente irresistible! –Y en mi cuerpo solo mando yo, ¡vamos no te jode! Hasta ahí podíamos llegar. ¿De qué tengo yo que aguantar a un parásito que vive a mis expensas, chupándome la sangre, si yo no quiero hacerlo? ¿O acaso no se nutre y respira de mí?
-¡Pero se trata de acabar con la vida de un embrión de ser humano que solamente necesita el soporte adecuado para desarrollarse por completo! Es tu hijo, es un ser vivo, igual que tú y que yo, que solamente necesita un poco de abrigo, respirar y alimentarse.
-¿Solamente un poco de abrigo, respirar y alimentarse?... Ja, ja, no me hagas reír… ¿Y su ropa, sus comidas, la guardería, tu tiempo y todos sus cuidados, quién te los compensa? ¡Un hijo no deseado puede arruinarte la vida!
-¡A ti lo que te pasa es que eres una julandrona irresponsable!- llegó a decir él –Porque te va mucho la marcha pero no tomas medidas para evitar quedarte embarazada, ¿no? ¡Viva la fiesta! ¡Si hubiera muchas que pensaran como tú la humanidad se extinguiría!
Y ante el tumulto organizado- ¿Cómo? ¿Qué? ¿Qué le ha llamado? -la moderadora dio por terminada la sesión.
-¡Será gilipollas el niñato este!- dicen que decía ella al salir.
-¿Cómo no se dará cuenta? ¡Si esto es un crimen!- pensaba él.
E intercambiaron una profunda mirada de odio al salir… ¡Qué ojos tenía esa chica!
Pero es sabido que el corazón vence a la razón, y que del amor al odio hay solo un paso, y que aquella chica de ojos grises era tan bonita que Carlos se quedó con ganas de más, no dudó ni un segundo en ir a buscar su nombre en el tablón de asistentes: María Fernanda García Encéfalos, decía allí… Mmmh… de inmediato se puso a tramar planes para hacerse el encontradizo con ella y poder disponer de una segunda oportunidad. Se disculparía por los insultos y cambiaría de tema con maestría y celeridad, ¡eso es! ¿Pero de qué hablarían? Tenía que pensar en un buen tema, uno con gancho, y que le interesara a ella, porque si fallaba a la primera no habría una segunda oportunidad.
Abderramán sonrió.
-Bueno, pero como tengo la suerte de ser un moro de mierda y no tengo ninguna posibilidad con ella, me evito el problema y me quedo tan ancho, ¡ja!, ¿cómo lo ves?
-¿Tú un moro de mierda?- saltó Carlos, indignado -¡Tú lo que eres es un oportunista! Anda que no llevas buena vida en tu califato, ¡si nunca te ha faltado de nada! ¡Un moro cuentista, charlatán y oportunista, eso es lo que eres!...
-Je, je, je, je… ¡Qué atrevida es la ignorancia!- resopló Abderramán mirándole con fingida lástima –Pero para que veas que soy magnánimo te voy a invitar a un sándwich, ¿quieres? Me acerco a la cafetería y traigo un par de ellos con bebidas mientras tú te quedas aquí comiéndote el tarro pensando de qué le vas a hablar a tu amada si es que la vuelves a ver, ¿a que sí?, je, je, je, je. ¿Por qué será que los blancuchos sois tan tontos? No entendéis nada... Los de anchoas con queso y tomate están muy buenos, ¿te traigo uno?
-Sí, espera que te doy el dinero.
-¿El dinero? ¿Pero no dices que no sabes para qué sirve un euro? ¿Qué me vas a dar, 20 céntimos? Anda, anda, déjalo. Otro día vamos a comer a un asador de cordero y ahí pagas tú, ¿de acuerdo? Ya verás para qué sirven los euros, je, je, je.
Y echó a andar ladera arriba canturreando cosas irreconocibles.
-Sí, estás tú fresco.
Así que mientras su amigo iba a por el encargo, Carlos se quedó a solas con sus tribulaciones.
-¡Lo único que me pasa es que soy un pijo de mierda y no valgo para nada! Al fin y al cabo, ¿a quién le importa mi existencia? Si desapareciera del mapa, ¿quién le echaría de menos?... Su madre murió cuando él tenía seis años, y pocos recuerdos, aunque muy tiernos, le quedaban de ella, su padre siempre estaba viajando de congreso en congreso, y su madrastra le evidenciaba constantemente que él era un estorbo y un “hijo de segunda clase”, ¿pues qué otra cosa iba a ser?, anteponiendo siempre los elogios y los intereses de sus dos hermanastros a los suyos propios. Como ella decía: ¿por qué no puedes ser tan positivo como Ricky? Él también tiene sus problemas y les planta cara con una sonrisa en los labios y no como tú, que siempre tienes que verlo todo negro y te desanimas y te pones hecho una fiera por cualquier cosa, ¿por qué eres siempre tan áspero, Carlos? ¿No podrías tomar un poquito de ejemplo de la dulzura de Susana?... A lo que él contestaba: pues no, mamá -aunque odiaba llamarla así se veía obligado a hacerlo por imperativo de su padre- pues no, porque Susana es una chica y yo soy un chico, y yo soy como soy, y no estoy dispuesto a hormonarme y que me crezcan las tetas para adquirir su dulzura, y estoy hasta los huevos de vivir a la sombra de Ricky, solamente porque a él le quieres más que a mí, ¿está claro? ¡Así que déjame en paz!
-¡La envidia entre hermanos es una cosa muy fea, Carlos! Y tu padre se va a disgustar mucho cuando sepa lo que has dicho.
Y se disgustó tanto que accedió a la petición de su esposa de enviarle a estudiar a Boston, en los Estados Unidos, con el pretexto de proporcionarle una “excelente formación integral”, a saber qué era eso… ¿Pero a estudiar el qué, que era lo más importante?... Pero eso a nadie parecía importarle, y él no tenía ni idea de lo que quería ser en la vida, aunque médico no, eso por descontado. ¿Qué se le había perdido a él en Boston?... Pero Abderramán tenía razón y más le valía dar con algún tema para romper el hielo con ella en cuanto tuviera ocasión… ¿De qué podría hablarle?... Y de repente se le presentó una brillante idea: le hablaría de las madres eso es. Todo el mundo quiere a sus madres y él le preguntaría sobre la suya y elogiaría cualquier cosa que ella le dijera, ahí no podía fallar, era un acierto seguro.
-¡Despiértate, chico, estás ensimismado! Mira quién viene conmigo- la voz de Abderramán sonó muy jovial.
Y casi le dan los siete males cuando alzó la mirada del suelo y se encontró de bruces con su amigo y con la chica de sus sueños.
-Ho ho ho hola- acertó a tartamudear, poniéndose en pie rápidamente –Me llamo Carlos.
-Ya lo sé- respondió ella secamente -Acepté venir un rato porque me lo pidió Abderramán, que es un encanto y no un grosero y un gañán como tú. No entiendo cómo podéis ser amigos.
-Bueno, lo somos de preguntarnos la hora y poco más- precisó Abderramán.
El chico le miró indignado.
-Y espero que me presentes tus disculpas por lo que me llamaste el otro día- continuó ella -¿Cómo fue lo que me llamaste?... Jodedora indeseable o algo así.
-Julandrona irresponsable- precisó el árabe, a quién la situación parecía divertirle mucho –Que resulta parecido aunque no sea exactamente lo mismo.
-Sí, julandrona irresponsable, eso fue lo que dije- confesó Carlos –Y yo, eeerh, lo siento, lo siento mucho, María Fernanda, de verdad.
-¿María Fernanda? ¿Me has llamado María Fernanda? ¿Por qué me llamas así?- preguntó encolerizada.
-¿Yooo?... Eeerh… Creí que ese era tu nombre… glup…
-Me llamo Fernanda, FERNANDA, ¿entiendes? ¡No me vuelvas a llamar María Fernanda que te tiro algo a la cabeza!- y le mostró furiosa una lata de coca cola zero que llevaba en la mano. Sus grises ojos reflejaban tempestades en el mar.
Carlos miró a Abderramán en busca de una respuesta.
-Ya te dije que su nombre me sonaba festivo- expuso él como toda explicación. Y se quedó tan ancho.
La chica le miró extrañada y sonrió.
-Pues eso, Fernanda, que lo siento mucho, que me perdones- Carlos quiso meter baza y habló en tono compungido -que me acaloré en la discusión y perdí el control, me ofusqué y no debí decirlo, lo retiro.
-¿Lo de la julandrona o lo de María Fernanda?- pidió Abderramán que aclarase, conteniéndose la risa.
Carlos dio un paso hacia él con ademán de estrangular a su sonriente amigo cuando una alegre carcajada de la chica le hizo frenar en seco.
–Pues continuemos la charla sentados, ¿no os parece?- les propuso Abderramán -Las comidas de pie no son elegantes.
Ellos aceptaron y la chica tomó asiento entre los dos en el amplio banco.
Fernanda tendría veintidós años, y su madre era una reconocida cantante de ópera casada con un músico del montón, un magnífico número dos, tal como ella le catalogaba en público ante cualquier situación sin que él se sintiera nunca ofendido en modo alguno. Estudió en los mejores internados y en su vida no le faltó de nada excepto la presencia habitual de sus padres, que por motivos laborales tenían que viajar mucho.
Era de estatura media, delgadita, con buen tipo, llevaba una cinta roja sujetándole el pelo y no parecía muy sudada, lo cual era una ventaja a la hora de sentarse a su lado.
-Toma- Abderramán se dirigió a Carlos ofreciéndole un sándwich -De queso, tomate y anchoas no quedaba más que uno, así que a ti, que eres vegano, te traje uno de ensalada de col con zanahoria, que es una combinación muy sana y elimina muchos gases, ¿te parece bien?
-¿Vegano? ¿De dónde te has sacado que yo soy vegano?- su iracunda mirada no hizo mella alguna en la sonriente cara de su amigo- ¡Ni soy vegano ni tengo gases, todo eso es mentira!
El árabe lanzo una mirada cómplice a Fernanda y ella reprimió una risita.
-¡Joder con el moro cuentista este, la mierda de sándwich que me ha traído! ¿Es que no había otro peor?
Abderramán fingía sorprenderse conteniendo la risa.
-¿Qué te ha llamado?- preguntó Fernanda, horrorizada -¿Es posible que te haya llamado moro de mierda y cuentista? ¿Y tú se lo consientes?... ¡Pues yo no! ¡Porque él sí que es un racista de mierda, eso es lo que es! Y ya era hora de que alguien se lo dijera en la cara.
Con las mejillas encendidas aún estaba más guapa.
-¡Que no, Fernanda, que no! Yo le llamé moro cuentista y la mierda se la adjudiqué al sándwich. Se trata de un error, que yo no soy racista, tienes que creerme…
-¿Moro cuentista y de mierda es un error y tú no eres racista?
Carlos no se había desmayado nunca en su vida pero aquella vez estuvo cerca de hacerlo.
-Abderramán, por favor, ¡di algo!
-¡Ja, ja, ja, ja!- el otro se partía de la risa -Lo que dice es cierto, Fernanda, Carlos no es racista, son juegos que nos traemos entre nosotros. Y tú alegra esa cara de acelga, muchacho, que has tenido una suerte estupenda y aún quedaban dos de anchoas cuando llegué, ¡ja, ja, ja, ja!
-Muchas gracias, hombre, pero trajiste solo dos- Carlos, herido en su orgullo, tenía ganas de revancha.
-Pues claro, porque tú y yo somos dos. Uno y dos, ¿no ves?- su amigo no dejaba de fingir sorpresa -Sabes contar hasta dos, ¿verdad?, te lo enseñaron de niño, ¿recuerdas?, seguro que sí, haz memoria.
-¡Abde!... Hoy te la estás buscando, ¿eh?- le advirtió el chico, con furia.
-Pues traje dos sándwiches, sí. Uno para ti y otro para mí, ¿cuántos querías comerte?
Fernanda asistía a la escena con curiosidad mientras una sonrisa iluminaba su cara.
-Sí, vale, ¿y ella qué?- inquirió el chico, incómodo porque quería coger las riendas del encuentro y no sabía cómo hacerlo.
-Yo nunca como entre horas, no quiero engordar- aclaró la chica, oportunamente.
-¿Engordar?... ¡Pero si estás famélica!- objetó Carlos.
-¿Famélica yo?- saltó Fernanda, muy ofendida -¿Acaso insinúas que paso hambre? ¿Por quién me tomas?
-¡No, no! No quise decir eso- no sabía qué hacer, aquel no era su día, no daba una a derechas –Quiero decir que estás muy bien así como estás, delgadita pero con curvas…
-¿Curvas? ¿Ves cómo sí que estoy gorda?- se puso en pie de un salto y giró lentamente sus caderas frente a ellos para que pudieran juzgar con fundamento mientras reprimían su aplauso -¡Te burlas de mí o qué! ¡Estoy hecha una foca y me llamas famélica!
Carlos miró a su amigo en busca de ayuda pero el otro se limitó a sonreír beatíficamente, encogiéndose de hombros.
-Con la iglesia hemos topado- parecía decir.
Se hizo un silencio que valía su peso en oro, porque al fin tenía la oportunidad de llevar la conversación a su terreno y torear en la plaza. No la dejó escapar:
-Tu mdrsegronopiensadseso- - farfulló.
-¿Quééé?
Carlos tosió y se aclaró la voz.
-Que tu madre seguro que no piensa eso.
-¿Mi maaadre? ¿Qué tiene que ver mi madre en todo esto?- ella ardió como una falla.
-Cálmate, por favor, Fernanda, lo que dije fue solo un ejemplo. Quería decir que cualquier persona que te quiera, y seguro que tu madre es una de ellas…
-Por favor, no vuelvas a mencionarla, por favor- exclamó descompuesta - ¡Odio a mi madre!
Los dos amigos se quedaron de piedra ante tan rotunda afirmación.
-Pero, mujer, ¿cómo puedes decir eso?- quiso saber Carlos –Las madres son lo mejor que hay en el mundo, no solo porque les debamos la existencia sino por su generosidad y el amor incondicional que nos profesan durante toda la vida, un cariño incomparable a cualquier otro que podamos recibir de otras personas, ya sean amigos, novias, novios o lo que tú quieras y….
-Cállate ya, por favor- escalofríos -Me pongo enferma solamente por pensar en ella, la odio. ¡La gran soprano María Fernanda Encéfalos, ella siempre tan perfecta y tan exigente con todo el mundo! Si supierais cómo es capaz de humillarme cada vez que cometo un error, por pequeño que sea, o cuando muestro la más mínima imperfección o debilidad me entenderíais, pero no es posible, no, porque vosotros tendréis madres normales, de las que os quieren, os cuidan, y se preocupan por vuestro bienestar y vuestra felicidad, ¡nada que ver con la mía!- su voz temblaba y sus palabras se atascaban en su garganta.
Abderramán escuchaba en silencio pero Carlos no pudo contenerse e intervino para aliviar el evidente dolor de su amada.
-Pero, Fernanda, ¿no crees que exageras? ¿No eres capaz de recordar nada bueno que ella haya hecho por ti? ¿Nada, nada?... Seguro que hay muchísimas cosas que podrías decir…
-¡Tú calla! ¡No sabes nada de nada!- exclamó ella -¿Quieres saber una cosa bueno que hizo por mí? Pues bien, cuando yo tenía 6 años, empecé a tener una terrorífica pesadilla recurrente en la cual soñaba que mis padres morían en un accidente de avión, y en la que veía sus cadáveres casi irreconocibles, achicharrados, deformados y desmembrados, esparcidos entre los trozos del fuselaje y los restos de los demás pasajeros sobre la pista de despegue. Un nauseabundo y empalagoso olor a pollo quemado inundaba el ambiente mientras las ambulancias y los equipos de salvamento desarrollaban una actividad frenética e inútil, pues a nadie pudieron sacar con vida de ese infierno, y yo me despertaba llorando aterrorizada dando gritos en la noche.
-Caray, eso que cuentas es terrorífico, y mucho más teniendo esa edad, pero creo que eres injusta al culpabilizar a tu madre de eso, ¿no crees?
-¿Injusta? Deja que termine y luego juzga por ti mismo. Recuerdo perfectamente que me daba pánico dormir sola, así que le pedí a Nancy, mi adorada y dulce niñera, que me dejara dormir con ella mientras aquellos sueños permanecieran, a lo que ella aceptó sin poner traba alguna, pues me tenía muchísimo cariño y lo pasaba muy mal viéndome sufrir así.
-Claro, yo lo veo de sentido común. Y supongo que con el tiempo las pesadillas irían desapareciendo y…
-¡Cállate te digo!- la chica estaba fuera de sí, tenía la cara desencajada y gesticulaba con vehemencia –En un principio fue como tú dices, porque las pesadillas no se presentaban durmiendo con Nancy, pero una mañana en la que mis padres volvieron de un viaje antes de lo previsto, mi madre montó en cólera cuando nos encontró durmiendo juntas y de nada sirvieron las explicaciones que recibió de nuestra parte, pues afirmaba que aquella malsana costumbre haría que yo me desarrollara como una persona temerosa, débil y dependiente, todo lo contrario de lo que yo debería ser, pues a la vida había que plantarle cara siempre, y no había nada más despreciable en su opinión que una persona pusilánime que no fuera capaz enfrentarse a los acontecimientos.
-¿Pusilánime?- repitió Carlos, extrañado -¿Y qué significa eso exactamente?
-Que carece de pulso, que ya está muerta- el árabe quiso endulzar la historia con una gota de humor negro pero esta vez no consiguió arrancar ninguna sonrisa de los labios de Fernanda.
-¿Y cómo va a plantarle cara a la vida después de muerta?- el chico mordió el anzuelo y el árabe miró a otro lado.
Fernanda le ignoró con desprecio y continuó con su relato, cada vez más encendida:
-¿Y sabéis lo que hizo a continuación?
-¿Quién, la muerta?- quiso saber Carlos.
-¡No había ninguna muerta, gilipollas, estoy hablando de mi madre, y no te rías de ella porque te pego una hostia!- sus bellos ojos grises se inundaron de lágrimas y el fiero brillar de su mirada descartaba los engaños –El caso es que mi madre despidió a Nancy de inmediato y la sustituyó por una institutriz austríaca llamada Hildegart, que fue la encargada de mi educación hasta que al fin cumplí los 11 años y me mandaron al internado. Pero nada que ver con Nancy, porque iba del mismo palo que mi madre, y me castigaba, siguiendo sus instrucciones, a permanecer de pie en el jardín bajo la lluvia y sin ropa de abrigo durante una hora por cualquier travesura que hiciera, o a tener que salir de compras con ella, llevando una pegatina grande y redonda en la que ponía SOY UNA NIÑA MALA Y TONTA en la solapa del abrigo, para que todos se rieran de mí. Y en una ocasión mi madre llegó a dejarme en el hospital para irse de gira estando yo ingresada a causa de una neumonía que contraje por culpa de uno de sus castigos. ¡Es una madre malvada y odiosa!
Los dos amigos escuchaban su historia sin atreverse a opinar.
-Di algo- le acució a Abderramán.
-No, no. Yo ahora no, mejor tú.
-Es cierto que las pesadillas fueron despareciendo a lo largo de los años, pero lo que nunca se fue, fue ese repugnante y dulzón olor a carne humana chamuscada que aún se me presenta, incluso estando despierta, en los momentos más inesperados –sollozó- ¡No lo soporto! Hace un año por fin di con un chico que me gustaba mucho, pues era guapo, muy cariñoso y atento conmigo, me hacía reír y olvidar mis penas, y se notaba que yo le gustaba mucho a él también. Y cuando por fin se decidió a besarme y yo me prestaba gozosa a ello me invadió una nube de ese asqueroso hedor, como si me lo hubiesen echado directamente a la cara con un spray, y tuve que dar un respingo hacia atrás para poder contener mis arcadas y vomitar sobre él.
-¡Uuuf! Vaya palo, ¿no?! Y eso fue el primer beso… ¿Y qué pasó luego?
-El primer beso nunca se olvida- dijo el árabe, con su sempiterna sonrisa.
Pero la chica no estaba para bromas y Carlos le lanzó una mirada reprobatoria, como diciendo: hombre, Abde, ten un poco más de tacto, que nuestra amiga está mostrando su dolor, córtate un pelo.
-¡Pues qué va a pasar! Yo salí corriendo de allí, avergonzada y asqueada, y el pobre Carlos, pues se llamaba igual que tú, se quedó ahí sentado con un palmo de narices. Durante un tiempo me abrasó con llamadas y mensajes, al móvil, pero no le cogí ni contesté ninguno, porque ¿qué le iba a decir? ¿Qué soy una chalada a la que su madre destrozó la vida? ¿Cómo explicar algo así?- Fernanda se tapó la cara con las manos y rompió a llorar desconsoladamente.
-No llores, Fernanda, eso ya pasó- acertó a decir Carlos para consolarla en actitud caballerosa, poniéndose en pie junto a ella y apoyando una mano en su hombro, mientras su amigo permanecía sentado sin perder detalle de lo que pasaba- ¿Y encima dices que se llamaba como yo? ¡Qué mala suerte la mía!
La chica se destapó la cara, olfateó el aire ávidamente arrugando su naricilla y el pánico transformó su expresión.
-¡No, no, por favor! ¡Otra vez ese olor no!- gritó aterrorizada -¡No lo puedo soportar!
Y sin mediar más palabras echó a correr ladera arriba, sollozando y agitada, con sus deportivas de marca, su vistoso chándal que acentuaba su bonito tipín y su cinta roja ajustada en el pelo, sin volver la vista atrás.
Carlos no sabía qué hacer y por un momento estuvo tentado de echar a correr tras de ella, pero su amigo le frenó:
-Déjala ir, ahora prefiere estar sola.
Asintió de mala gana y volvió a tomar asiento junto a su amigo.
-¡Joder, Abde! No sabía que una madre pudiera llegar a hacer tanto daño, ¿tú habías visto algo así? Y a mí que me pareció que ese sería un buen tema para entablar unas buenísimas relaciones con ella…
-Te felicito, mi querido amigo, eres único, nadie lo hubiera hecho tan mal como tú. ¿Por qué no me consultaste antes?
-Para eso quería verte principalmente, pero no me dio tiempo a hacerlo porque te presentaste con ella de improviso.
-El poder que tiene en nosotros la figura materna es enorme- ahora hablaba más despacio, haciendo pequeñas pausas para elegir las palabras- y ese poder, como todos, puede ser utilizado bien, mal, o regular. Y es normal que así suceda porque eso es lo que pasa con todas las personas: las hay buenas, malas, buenísimas, santas, malísimas y regulares, ¿no? Aunque la mayoría de nosotros somos un poquito buenos y un poquito malos… ¿Por qué no iba a pasar lo mismo con las madres?...
Su amigo le miró extrañado.
-¿Qué quieres decir, que las madres son malas?
-¡Nooo! Yo no me atrevería a afirmar eso, entre otras cosas porque me lapidarían, je, je, je, pero digo que es indudable que también existen las malas madres, porque todos sabemos de ellas a través de las noticias, y sería tonto negarlo. Y con su inmenso poder pueden llegar a hacer mucho daño, créeme.
-Pfff… No sé. ¿Tú madre fue mala contigo? Nunca me has hablado de ella.
-¿Mi madre mala conmigo? No, qué va. Tengo la suerte de tener una madre estupenda, maravillosa, a la que siempre querré y honraré tal como es, con su inmenso corazón y sus pequeñas debilidades, porque ella también es humana y a veces se equivoca, y nunca cambiaré su imagen por la de una figura de santoral subida en un pedestal. No cambio oro por baratijas.
-Es bonito eso que has dicho, tiene su punto. Yo no tengo casi recuerdos de la mía, que murió siendo yo niño, pero los que me quedan son muy buenos y me gustaría tener más.
-Una cosa que me resulta sorprendente es que, por el hecho de ser madres, se vean inmediatamente investidas por un manto protector que las pone a salvo de cualquier crítica y las eleve por encima del resto de los mortales, como a los obispos medievales, y las convierte por arte de magia en sacrosantas del día a la noche. Me cago en tu madre es de lo peor que te pueden decir, lo que más te duele. Y no entiendo porqué eso ha de ser siempre así.
-Hombre, Abde, eso me parece lógico porque sentirnos orgullosos de nuestro origen nos ayuda a mantener nuestra identidad, y una madre es siempre una madre.
-Vale, sí, lo que tú digas, pero vete a decirle tú eso a Fernanda y verás cómo te estrella un tarro de mermelada en la cabeza con toda la razón del mundo- recuperó su sonrisa- En una aldea del Marruecos profundo y oscuro, donde pasé mi primera infancia, una tarde a una vecina le dio por ahogar a su hija Amira, de 6 años, en la bañera de su casa, alegando que lo había hecho por su bien, como siempre dicen las madres, porque la niña estaba poseída por un shaitan, un demonio, les llamáis aquí, y que nada bueno se podía esperar de ella, a pesar de que todos la queríamos porque era una niña muy buena, alegre y encantadora.
-¡Vaya desgracia! ¿Y qué fue de ella? De la madre, quiero decir.
El consejo del pueblo la quiso condenar a muerte por su horrible crimen, pero el amante marido, un buen hombre apreciado por todo el pueblo, aunque lleno de dolor por el triste final de su querida hija, no quiso acrecentar aún más sus pérdidas, y alegó a favor de su esposa que la que estaba poseída por el shaitan era ella, y no su hija, por lo que suplicó su perdón y solicitó la presencia de un Imán para que le practicara un ruqya, un exorcismo, ya que el culpable involuntario de todo aquello había sido él.
-Pobre hombre, ¿y en qué se basaba para decir eso?
-Pues en que tres días antes de que ocurriera el terrible suceso, él volvía a casa cansado del trabajo y encontró una pequeña serpiente en su casa a la que mató sin dilación aplastándola con su pie.
-¿Y?... ¿Qué tiene que ver?... No entiendo nada.
-Perdona, pero hay veces que olvido tu sublime ignorancia y que hay que explicártelo todo. Verás. Es de todos sabido que los djinn, los espíritus del desierto, que pueden ser buenos o malos, adoptan a menudo la forma de serpiente, y que el Corán advierte que no las debemos matar, aún en el caso de que encontremos en casa, sin pedirles al menos tres veces que abandonen nuestra morada por si se trata de uno de ellos, pero el marido, aunque era un buen musulmán, olvidó la advertencia en esta ocasión.
-¡Joder con los djinnes! ¿Y tú crees en ellos?
-Pues si te digo la verdad no lo tengo demasiado claro, porque cosas más raras he visto, pero entre los de mi raza es una creencia muy arraigada. El genio de Aladino, el del cuento de las mil y una noches, por ejemplo, está claramente inspirado en ellos.
-Bueno, ¿y qué es lo que pasó?
-El consejo finalmente accedió a sus súplicas advirtiéndole que en el caso de que el ruqya no surtiera efecto serían él y su esposa asesina los que deberían morir. Y el caso fue que acudió el Imán Ragí, el exorcista, a su casa, provisto de sus guantes blancos, para iniciar el rito, y cuando él se sentó frente a ella, la esposa, profiriendo unos terribles alaridos procedentes del averno, se abalanzó sobre él y con dos rápidos y certeros movimientos le dejó ciego clavándole en los ojos el mango de una cuchara sopera que mantenía escondida en su refajo, vaciándole a continuación ambas cuencas con ella.
-¡Hostias, ¿eso hizo?!- se estremeció -¡Qué hija de puta!
-Sí, ya ves lo que pueden llegar a hacer algunas madres, que eso lo sé porque lo viví yo. Y ni que decir tiene que ambos, marido y mujer, fueron linchados de inmediato por el pueblo.
-¡Qué historia tan truculenta! No sé qué decirte.
-Te gustó el cuentito, ¿no? Pues bueno, a lo que voy, que tú o yo podemos estar en una reunión o entrar en un bar hablando mal de quién nos dé la gana, ¿no?, ya sea el papa, los médicos, políticos, Bertín Osborne, o de quién sea, que siempre encontrarás simpatizantes y contrarios a tu opinión, ¿no? Al menos eso es lo normal y lo que cabe esperarse.
-Pues claro, ¿y dónde vas a parar ahora?
-Pues a que no se te ocurra ponerte a hablar mal de las madres cuando estés en una reunión o entres en cualquier bar, porque te linchan allí mismo por blasfemo, vamos que te echan a patadas y te crucifican sobre la puerta, ¿y por qué tiene que ser así en el caso de que hubieras tenido la desgracia de tener una mala madre? ¿Encima la tienes que cantar alabanzas?
-Pues porque en ese tema les tocas a todos en sus fibras más íntimas, Abde, su gran cariño, su gran amor. Digo yo que será, ¿no?
-Estoy de acuerdo contigo, porque tiene que ser el intenso vínculo de amor filio-materno lo que les proporciona el tejido para construir su manto de santidad, pero ahí nos adentramos en el terreno del corazón y ya la lógica no sirve para nada, así que mejor dejarlo ahí y quietos parados.
-Así que le hemos estado dando vueltas al asunto para nada, ¿no?
-Si tú lo quieres mirar así también vale, aunque lo más probable es que esto sea cosa de la CIA, para variar, je, je, je, je.
-Claro, la CIA, ya me extrañaba a mí. Oye, Abde, ¿tú crees en dios y en la bondad del género humano?
-Pues mira, en el caso de que exista un dios todopoderoso, llámese Alá, o Jeová, o como quieras llamarle que permita los horrores que suceden en las guerras y los nacimientos de los niños inocentes con terribles enfermedades congénitas, casi prefiero montármelo al margen de él, no sea que se vaya a fijar en mí y me envíe algún regalito, y sobre la bondad humana… pché… ¿qué quieres que te diga?
-Hombre, podías ser más explícito, ¿no? Eso de pché se puede interpretar de muchas maneras.
-Por pché quiero decir que aprecio y valoro a las personas una a una. Ahora mismo disfruto mucho de tu compañía y tu amistad, pero la humanidad, así como colectivo, no despierta mi entusiasmo, es un desastre, qué le vamos a hacer, porque su norma básica de conducta a través de toda la historia ha sido la de saquear y esclavizar a su vecinos más débiles, ¿o no es así?
-Mmmh… ¿Y alguna vez pensaste en el suicidio?
-Claro, como cualquier persona que tenga un mínimo de sensibilidad e inteligencia, pero no permití que la idea anidara en mi cabeza por mucho tiempo, ¿por qué me preguntas eso?
-Bueno, porque yo una vez llegué a estar sentado en la barandilla de un puente pensando en tirarme al vacío y acabar de una vez con todo lo que me afligía dejándome los sesos contra las piedras de allí abajo, pero no tuve el valor para hacerlo. Y todavía no sé si fui un cobarde o un valiente. ¿Qué piensas tú de eso?
-Yo creo que el suicidio siempre es una opción que debemos tener en cuenta, saber que está ahí, pero que salvo en casos de urgencia, que vayas a caer prisionero de las fuerzas del ISIS o algo así, el suicidio es una opción que casi siempre se puede dejar para mañana, ¿no es así? Las prisas no son buenas ni para los delincuentes, así que pienso que hiciste bien al decidir querer seguir un poco más, a ver si cambiaba tu suerte.
-Y otra cosa que te quiero preguntar, querido amigo, ¿tú como cojones haces para mantener siempre la calma con esa figura tan estoica y tan amable, conservando siempre el buen humor, ante todas las calamidades que nos trae el día a día, como si estuvieras por encima del bien y del mal??
-¿Que cómo lo hago? Ja, ja, ja, ja. Es muy sencillo, facilísimo. Sólo tengo que escuchar a las voces y seguir sus indicaciones. Siempre me aconsejan bien.
-¿Las voces? ¿A qué voces te refieres?- le miró sorprendido.
-¿Cómo que qué voces? Pues las de tu interior, hombre, cuáles van a ser- le aclaró su amigo -¿Tú no las oyes?
-Pfff… No sé si es lo mismo, pero cuando le doy muchas vueltas a algo a veces me parece oír mi propia voz en mi cabeza diciéndome cosas como no seas idiota, no hagas esto, y cosas así, pero no sé si es eso a lo que te refieres, ¿te refieres a tu propia voz o a voces extrañas dentro de ti?
-A voces extrañas, naturalmente. ¿De verdad que tú no las oyes? ¡Qué raro eres!
Carlos se quedó mirándole perplejo, sin saber si su amigo le hablaba en serio o si estaba siendo víctima de otra de sus chanzas cuando la megafonía del sanatorio interrumpió su charla:
-Buenas tardes- decía -el horario de visitas ha finalizado ya. Rogamos a los familiares y demás visitantes que se vayan despidiendo y que permitan a los internos acudir al comedor, donde se les servirá la cena en quince minutos.
-¡Ja, ja, ja, ja!- rió Carlos -¡Te refieres a esas voces, a las de megafonía! Debí imaginármelo. Claro que las oigo, desde luego que sí. Estoy hasta el culo de oírlas, ¿no te jode? Qué cabrón eres, por un momento creí que…
-Tú siempre escucha a las voces- le interrumpió -y no te fíes nunca de nadie.
Ambos tiraron ladera arriba bromeando rumbo al comedor, obedeciendo a las voces, y Carlos pegó un respingo a la mitad de la cuesta.
-La última cosa, Abde, la última que quería preguntarte hoy y ya te dejo en paz, de verdad, ¿de qué tema me hubieras aconsejado que hablara con Fernanda para tener alguna posibilidad de éxito? ¿Qué hubieras hecho tú?
Su amigo le miró de arriba abajo y le dijo:
-¿Es que tu familia no te enseñó nunca nada? Apenas sabes contar hasta dos, no sabes lo que es un djinn ni tampoco cuál es el arma infalible para deshacer la resistencia de cualquier mujer del mundo… ¿De dónde has salido, Carlos?
-Déjate de coñas, Abde, ¿de qué arma infalible hablas? ¿Alguna droga o algún brebaje al que haya que recurrir?
-Shhhh- bajó la voz y puso cara de misterio –No seas tan simple. El secreto es la lisonja.
-¿La lisonja? ¿Qué quieres decir con eso, hay que hacerles la pelota?
Miró a ambos lados antes de contestar para asegurarse de que nadie escuchaba.
-Baja la voz, alguien podría oírnos, y ellas no deben saber que lo sabemos. De entrada lo del peloteo es una ordinariez, porque eso sería en el caso de que pretendiéramos obtener algo a cambio de la otra persona, y en nuestro caso… en nuestro caso… bueno, algo en común tiene, pero se trata hacer un trabajo mucho más fino, con cariño y delicadeza, salpicando comentarios como: me encanta tu estilo, o tienes mucha elegancia natural, o qué gracia tienes contando las cosas, qué bien te queda ese jersey, hay multitud de ejemplos. El caso es que si asedias a una mujer a base de lisonjas, sin llegar al empalago, eso sí, que tú eres muy dado a eso, tarde o temprano caerá en tus redes. Todas las mujeres sucumben ante las lisonjas.
-¿Tú crees? Nunca sé cuándo me hablas en serio y cuando me estás vacilando… Oye, te recuerdo que hay que salvar al mundo y no tenemos tiempo que perder. Tú me pediste que lo hiciera.
-Es cierto, muchas gracias, no dejes de hacerlo. Lo haremos todo a su debido tiempo, no te quepa duda- contestó, serio y seguro de sí mismo.
La respuesta no le convenció mucho a Carlos, pero se calló.
Luego, durante la cena, echaron de menos a Fernanda.
-Ya te dije que prefería estar sola- le recordó Abderramán, dándoselas de listo.
Se enteraron de la noticia a la mañana siguiente y los dos se estremecieron: habían encontrado a Fernanda muerta en su habitación. Y los del sanatorio no decían nada más porque decían que tenían que hacerle la autopsia. Pero se filtró a través de Loli, una enfermera de planta, que al subir el desayuno la encontraron tirada sobre su cama en chándal, con una bolsa de plástico verde atada a su cuello con una cinta roja, cubriendo su cabeza. No presentaba ninguna señal de sufrimiento o violencia. Y, cosa rara también: en su habitación se encontraron una culebrilla que debió entrar desde el jardín, pero una vez muerta se vio que no era venenosa, así que no pudo tener nada que ver en eso.
-¡Pobrecilla! Al menos se habrá librado de sus pesadillas.
-¡Vaya! Por una vez que me enamoro, va y me pasa esto…
-Oye, Abde, ¿tú crees que la culebrilla esa podría ser un djinn?
Su amigo le miró con sorna.
-¿Tú crees en ellos?- le contestó.
-¡Qué puta vida esta!
Y ahí los dos se mostraron de acuerdo.
FIN
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Álvaro Luengo.
Published on e-Stories.org on 04/17/2019.
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