Juan tenía una página sobre literatura en Facebook. Hacía críticas sobre libros que leía. Era muy aficionado a la lectura. Cierto día, alguien dejó un comentario sobre una de sus publicaciones. Por las palabras que leyó se dio cuenta que era una persona culta. En especial por la forma de expresarse. Eran palabras duras pero correctas. Rebatía cada argumento que había desarrollado Juan.
Aquello le dejó algo contrariado. No había recibido ningún comentario hasta entonces y el primero que hacían era para contradecir sus ideas. Fue al perfil de esa persona para ver de quien se trataba. Según su biografía era historiadora y poseía un amplio currículum universitario. Tenía cuarenta y tres años, algo mayor que él. Se sorprendió que su galería de fotos fuera pública. En ella había fotos de familia entre muchas otras. Pensó que quizás no conociese que en Facebook podía indicarse el nivel de privacidad de la galería, entre otras características de seguridad, del perfil del usuario. Con esa excusa y también para intercambiar unas palabras sobre el comentario que había dejado en su página, le envió un mensaje por el chat. Como pasaba el tiempo y no recibía contestación, abrió otra pestaña en el navegador y siguió con sus cosas, olvidándose por completo de Facebook.
Pasaron los días y Juan se dispuso a publicar en Facebook otro comentario sobre un libro. Al rato de estar escribiendo se dio cuenta que el icono de mensajería tenía un número marcado. Abrió el chat y leyó el mensaje que habían dejado. Era de la mujer a la que escribió días atrás.
“Gracias por avisarme sobre las fotos de la galería. Desconocía que se pudiese restringir el acceso. En cuanto al comentario que escribí en tu página, veo que eres un gran lector y haces buenas críticas, pero un libro puede tener varias ‘lecturas’, según la persona que lo lea. Hay que tener la mente abierta y ser receptivo también a las críticas. No era mi intención molestarte”
Juan comenzó a escribirle. A los pocos segundos recibió contestación. Así estuvieron un buen rato hablando por el chat. Entre los dos parecía haber buena sintonía. Concretaron un nuevo encuentro en el chat para seguir charlando al día siguiente. Un día tras otro continuaban hablando y conociéndose con palabras escritas.
Como a muchas otras personas conectadas a la red, a Juan le sucedió que comenzó a tener cierto apego a aquella mujer. Es posible tener sentimientos por otras personas sólo escribiendo, sin tener ningún encuentro personal. La ‘conexión’ entre dos personas sólo necesita de palabras. Escritas o habladas. Eso es lo que le estaba sucediendo a Juan. Conforme pasaba el tiempo las conversaciones se tornaban más personales. Se estaban conociendo como si estuvieran tomando café en un bar. Todo iba como la seda. A ella le ocurría igual. Se dejaba llevar, y viendo lo receptivo que era él, le contaba aspectos de su vida que sólo conocían las amistades más cercanas o familiares.
Aquello se les estaba yendo de las manos. Hablaban a diario, y varias veces al día. Juan nunca habló de sentimientos, pero era obvio que los tenía por ella. Y le gustaba pensar que ella también. Él sabía que las relaciones a distancia no funcionan, pero, ¿y si ésta sí? Los tiempos cambian. Con internet, el mundo es un pañuelo y es posible ver y hablar con alguien que esté en la otra punta del mundo. No podía pensar con claridad. Sus sentimientos ‘virtuales’ no se lo permitían. ¿O eran reales?
Tenía miedo de hablarle de lo que sentía. Todo era tan bonito que si lo perdiese de la noche a la mañana por abrirse a ella, iba a dolerle y mucho. Pero ya estaba sufriendo, callando y reteniendo lo que quería sacar de sí. Por otro lado, aunque había mucho feeling entre ellos, aquello no quería decir nada. Una bonita amistad. A veces las amistades pueden ser tan cercanas, sin haber sentimientos de amor, que la línea que separa una cosa de la otra es muy fina, y sólo cuando se traspasa se transforma en algo distinto.
Llegó el día que Juan tomó la decisión. No estaba dispuesto a dejar pasar un día más, porque ella ya se había apropiado de la mayor de sus pensamientos. No dejaba de pensar en ella, y le estaba afectando en el trabajo, perdiendo fácilmente la concentración.
Cuando estaban hablando por el chat, y con el pulso acelerado, abrió su corazón, exponiéndose al más terrible de los dolores o a la dicha más ansiada. Ella dejó de escribir durante unos segundos a leer las palabras de Juan. Él esperó esos segundos, que se hicieron eternos, hasta que vio que ella comenzó a escribir.
“Te tengo mucho aprecio y creo que nunca he tenido una amistad con la que haya conectado tanto como contigo. Esto es nuevo para mí y necesito pensar. Discúlpame. Ya hablaremos”
Aquello dejó frío a Juan. Sus peores temores se habían materializado.
Pasaron los días sin tener noticias de ella. Se arrepintió de haber dado aquel paso. Pero ya estaba hecho y nada podía hacer. Para amortiguar el dolor, se enfrascó en su trabajo. Echaba más horas de lo que le correspondía, pero por las noches, aquello que intentaba ahogar emergía con fuerza porque quería “vivir”. En sueños él no podía hacer nada conscientemente y los recuerdos se hacían vívidos. Por la mañana, al despertar recordaba sus sueños, y se preparaba rápido para ir al trabajo y así borrarlos de su mente cuanto antes.
Durante una temporada, los sueños con ella continuaron, hasta que una noche soñó algo distinto. Iba caminando por un parque. El día era soleado. Los niños jugaban en los columpios y toboganes, o tirados en la tierra, con sus madres atentas en los bancos próximos. Los árboles, durante el recorrido, dibujaban sombras frescas, como marcando el recorrido a seguir para abrigarse del calor. Al final del parque se topó con un edificio blanco. Un cartel con letras enormes en la puerta rezaba “Residencia de sentimientos”. Le llamó la atención el nombre y pasó curioso al interior. En el hall había un tablón con anuncios y cartelería del centro.
“Deje aquí sus sentimientos no correspondidos. Nosotros cuidaremos de ellos”
Se acercó a la recepción de centro para informarse.
― Buenos días. ¿Podría informarme sobre sus servicios?
― Sí, claro. Somos un centro con vocación altruista. Cuidamos de los sentimientos de las personas cuando ya no saben qué hacer con ellos. Liberamos de ese dolor para que puedan continuar con sus vidas.
― Y, por curiosidad, ¿cómo cuidan de ellos?
― Por supuesto, no los alimentamos. Sería una pérdida de tiempo. Lo que hacemos es aplicarles un tratamiento especial que los transforma en música. Cuando la canción ya está madura, la dejamos volar libre y así dejamos la plaza libre para nuevos sentimientos inútiles.
― ¿Una canción? Qué curioso. ¿Y qué utilidad tiene eso?
― ¿No le ha ocurrido alguna vez que escucha una canción y sin saber por qué le llega al fondo de su ser, llegando a emocionarle?
― Sí, me ha pasado.
― Pues esa canción es el sentimiento transformado que nació en usted en algún momento de su vida y que vuelve a su origen.
En ese momento despertó con el corazón libre de lo que le atenazaba.
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Published on e-Stories.org on 11/02/2019.
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