Jona Umaes

Pide un deseo

Luisito iba con sus padres por las calles repletas de gente y luces navideñas. Estaba cansado de andar y ver tiendas. La madre buscaba unos botines y no terminaba de encontrar unos que le gustase. El padre se quedaba con él mientras tanto, viendo cosas de tecnología o deportes.

 

―Papá, estoy cansado.

―Yo también hijo, ya mismo nos vamos.

―Papá, ¿me coges?

―Ahora no puedo. Aguanta un poco.

―Pero papá…

―¡Calla niño! Espera a que termine. ¡No seas pesado!

 

Su padre tenía un carácter seco y era habitual que le reprendiese de manera ruda. Eso le entristecía. Intentaba hacer las cosas para agradarle, pero era muy exigente y nunca le parecía bien su manera de proceder.

 

―Así no se hace. ¡Así!

 

O le decía:

 

―A ver, ¡quita! ¡Ya lo hago yo!

 

Se estaba criando con ese trato y eso hizo que a su corta edad fuera un niño tímido e inhibido. Por las noches lloraba a veces y se sentía torpe.

 

―Nunca le parece bien lo que hago. -pensaba.

 

El padre, arquitecto de profesión, trataba de inculcarle conceptos básicos de dibujo, pero no todo el mundo tiene el don de saber transmitir. A Luisito le encantaba dibujar. Pero en cuanto se salía de los esquemas rígidos del padre, ya tenía la regañuza asegurada.

 

En aquella tienda habían colocado un árbol de Navidad enorme. Los niños se acercaban para verlo. Como vio que su padre no le prestaba atención, se unió a la algarabía de renacuajos. Justo al lado estaba sentado, en una gran silla, un hombre disfrazado de Papá Noel. Los niños hacían cola para hablar con él. Luisito observaba cómo reía y era simpático con ellos.

 

Acababa de terminar de hablar con uno y ya se acercaba el siguiente de la cola, cuando se dio cuenta que un niño, apartado del resto, observaba con ojos como platos, las luces y adornos del árbol. Le hizo un gesto con la mano para que se acercara. El niño que tenía el turno de la cola cruzó los brazos enfadado y refunfuñando. Luisito se acercó y el hombre le dijo al oído:

 

―No se lo digas a nadie, pero éste árbol es mágico. Pídele un deseo y te lo concederá.

 

Luego lo despidió con una sonrisa y continuó atendiendo la cola.

 

Luisito pensó: “Un deseo…”. Cerró los ojos frente al árbol y dijo para sí:

 

―Deseo que mi padre sea cariñoso.

 

Abrió los ojos y vio cómo su padre se acercaba apresuradamente. Temió una reprimenda por alejarse sin avisar, pero en vez de eso le dijo:

 

―¿Verdad que es bonito el árbol? ¿Quieres hablar con Papá Noel?

―Ya he hablado con él.

―¿Y qué te ha dicho?

―Que sea bueno y me dejará muchos regalos en Navidad.

 

El padre le sonrió con ternura. Su rostro denotaba sosiego, sin la tensión y la dureza en la mirada que su hijo tan bien conocía.

 

En los días siguientes, el trato con el padre era tan distinto que no salía de su asombro. Le gustaba su “nuevo” padre, alentándole y valorando el esfuerzo que hacía en sus dibujos. Le sugería cómo podía mejorar, pero sin aspereza ni reproche.

 

―Mama, me gusta cómo es papá ahora.

―¿Qué quieres decir?

―Que no me regaña como siempre.

―Será la Navidad.

―Sí. -y mostró una sonrisa de oreja a oreja.

 

Los días de fiesta pasaban rápido, y su carácter inhibido fue cambiando por la misma magia que había cambiado a su padre. Había ganado seguridad por sentirse apoyado en los que hacía. Le alentaba a ser creativo. Ya no había una única manera de hacer las cosas. Le dejaba improvisar y lograba sorprenderle con sus ideas.

 

Le decía.

 

―Cuando dibujes, déjate llevar, no te pongas límites. Tienes que tener tu propio estilo, aunque luego cojas ideas de otros y las adaptes a tu forma. Si algún día quieres ser arquitecto, como yo, o diseñador, y estudies para ello, siempre, siempre, con tu estilo por encima de todo. Esas palabras se le quedaron grabadas.

 

Por las noches, antes de dormirse, siempre pensaba:

 

―Por favor, que sea siempre así. Que no cambie.

 

Las fiestas estaban llegando a su fin. Los Reyes Magos le trajeron un juego completo de dibujo, con cientos de lápices de colores de muchas tonalidades y un libro de técnica de dibujo. Saltaba de alegría y se lo enseñaba a los padres con tanto júbilo que no paraba de reír.

 

―¡Papá, mamá, mirad que chulo! Y el libro tiene muchos dibujos y te enseña cómo hacerlos.

 

Los padres reían también por la felicidad de su hijo. Su padre se sentó en el suelo junto a él para ojear el libro. Disfrutaron todos juntos ese día de regalos e ilusión.

 

Al día siguiente de Reyes, la magia, repentinamente, se fue y Luisito lo notó enseguida, nada más ver a su padre. Volvía a ser el de antes, áspero y seco. El deseo que pidió sólo tuvo efecto durante las fiestas. Pero lo que vivió esos días le caló tanto que él ya no era el mismo. Echaba de menos al padre cariñoso de las navidades y aunque todo había sucedido muy rápido, los consejos que le dio los fijó en su mente y los fue madurando con el tiempo.

 

Luisito creció y desarrolló su talento. Con su propio estilo y siempre pintando por amor a su arte, dejándose llevar por lo que tenía dentro, sin afán de notoriedad ni hacer las cosas para los demás, sino para sí.

 

Cuando logró crear una familia, hizo con sus hijos lo que siempre ansió de su padre, y que obtuvo, aunque sólo fuese por unos días “mágicos”, gracias a un árbol en una tienda cualquiera, de una ciudad cualquiera y de un Papá Noel que supo leer en su interior.

 

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Published on e-Stories.org on 12/07/2019.

 
 

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