Jona Umaes

La nube

           Habían pasado pocos días desde que su primo Juan falleciera a causa del cáncer. Después muchos años luchando contra la enfermedad, esta le fue carcomiendo órgano tras órgano. Mientras no dañó ninguna parte vital, disfrutó de su existencia, aunque con muchos altibajos. Vivía cada instante al máximo, sabedor de que en cualquier momento las cosas podrían complicarse y verse postrado en una cama. El dolor y malestar, siempre presentes, le hacían poner los pies en la tierra y sumirlo en una tristeza rallando la depresión. En esa alternancia de ánimo aguantó hasta que la muerte le dio un toque de atención para que se preparase para lo peor. Tras varias semanas en cama sumido en el desaliento, sin esperanza de recuperación, lo llevaron de urgencias al hospital donde finalmente claudicó ante la lacra que lo consumía. Sus últimas horas las pasó sedado e inconsciente.


           Fran lo sintió mucho. Juan era muy vital y derrochaba generosidad, incluso siendo consciente de la enfermedad. De mediana edad, contaba los mismos años que él. Eso le hizo pensar cuán dueñas son las personas de sus destinos. Mejor no cavilar en exceso, dedicarse a vivir y hacer lo que esté en nuestra mano. Ya que las cosas malas venían solas, veía una estupidez amargarse la vida uno mismo. El fallecimiento de su primo le recordó su propio mal. Nunca pensaba en ello salvo cuando el corazón le daba una buena sacudida y lo asustaba. Su problema era congénito y desde que tuvo conocimiento del mismo intentaba llevar una vida sana y hacer ejercicio. Eso no garantizaba que viviera más años, pero al menos él no iba a ser el responsable de acortarse la vida por dejadez o resignación.


           Tenía el don del artista. Desde muy pequeño, sus dibujos llamaban la atención por la precisión y lo complejos que eran. Dibujaba como un adulto con años de experiencia. Con el paso de los años orientó su vocación hacia la arquitectura. Después de superar su carrera en tiempo récord, montó su propio estudio y no paraban de llegarle proyectos. Tenía la suerte de ocupar su tiempo de trabajo haciendo lo que le gustaba.
 

           El azar quiso que un día le tocase la lotería. No lo hizo millonario, pero él, que nunca había tenido suerte en ese aspecto, el hecho de que ganase algo después de tantos años jugando, le dio mucha alegría. Más por la suerte que por el dinero. Con esa cantidad tendría para unos cuantos caprichos y poco más. Lo comentó con su pareja y familia, para ir a celebrarlo a algún sitio. Esa noche se durmió dándole vueltas a la cabeza a qué lugar podrían ir de convite. El sueño que tuvo fue algo atípico. Se vio fuera de su cuerpo, flotando en el aire. Podía observarse durmiendo en penumbras, con la tenue luz que se colaba por la ventana, y acariciaba su rostro relajado. Se vio ascendiendo, atravesando el edificio hasta ver cómo la azotea se iba empequeñeciendo más y más, abriéndose paso la panorámica de la ciudad luminosa y dormida.


           Al instante, se vio en un lugar totalmente bañado de luz. Era como estar en una nube pero sin cielo, el cual había sido sustituido por un infinito blanco. Un vapor humeante hacía de suelo, llegándole a las rodillas. No sentía presión en los pies. Caminaba pero sin sensación de peso, como flotando. Aquello era un desierto luminoso de neblina. Daba igual donde dirigiera la mirada, todo era claridad. Comenzó a caminar y poco a poco vislumbró figuras de personas a lo lejos. Conforme se acercaba vio que no hacían nada en especial. Simplemente permanecían quietos, algunos charlaban, otros miraban a los demás. Desde luego, estaba siendo un sueño muy original. Lo plasmaría en un dibujo cuando despertara. A lo lejos creyó ver a su primo y aceleró el paso para ir junto a él. Advirtió que tenía un aspecto saludable, con el semblante alegre y derrochando salud.


—¡Hola Juan! ¡Qué alegría verte! —dijo dándole un fuerte abrazo.
—¡Hola primo! ¡Cómo estás!
—Bien. ¡Qué lugar más curioso este! ¿no?

—Sí que lo es. ¿Aún no has visto esos hombres alados que aparecen de repente?

—¿Alados? No, acabo de llegar y solo después de un rato caminando he empezado a ver a gente.

—Es muy curioso. Tienen unas alas blancas enormes, y surgen de la nada. Descienden y cogen a alguien de la cintura con sus pies y se lo llevan lejos.

—¡Qué pasada! te juro que nunca había tenido un sueño así.
—Yo tampoco, es la primera vez. Mira quién viene por ahí —dijo,

 señalando a su espalda.

—Fran se giró y vio cómo su primo Pedro venía hacia ellos.
—¡Hombre, Pedrito! ¡tú también por aquí!

—¡Hola Fran! —y le dio un par de besos—. Qué sorpresa verte de nuevo. ¿Qué tal Juan? —saludó también al otro.

—Aquí estaba obnubilado, cuando he visto aparecer a tu primo.


           Pedro había tenido un infarto mientras se relajaba escuchando música en la cama. Era más joven que Fran y su muerte, hacía un par de meses, había sido un palo muy fuerte que nadie esperaba.


—¿Hay más gente de la familia por aquí? —preguntó Fran. Me encanta este sitio y volver a veros.


De repente, Fran vio surgir de la nada un hombre con alas y descendiendo, cogió a su primo Juan de la cintura y partió con él no se sabe dónde.


—¡Hasta luego! —decía este despidiéndose con la mano y una sonrisa en la boca. Te lo dije, aparecen sin más.


Fran se quedó boquiabierto por la escena que acababa de presenciar.

—¿Has visto eso? ¡Qué maravilla!

—Sí, aparecen cuando menos te lo esperas.

—¿Y dónde irán?

—No sé. Lo he visto muchas veces desde que estoy aquí.


El hombre alado y Juan desaparecieron absorbidos por lo blanco que todo lo inundaba.


—Es una lotería, escogen al azar. Aún no ha llegado mi turno.
—Ja, ja, pues a mí hoy me tocado “la primitiva”. Calderilla, pero me hizo ilusión que la suerte se acordase de mí.

—Pues a ver si nos tomamos unas cervezas frescas, que lo echo de menos. En este lugar no hay nada de nada.

—Ya veo. El caso es que, aunque he llegado aquí volando, ahora no puedo hacerlo. Parece como si esta niebla baja me lo impidiese.
—Sí, a mí me ocurrió lo mismo. No podemos salir de esta nube si no es porque vengan los que llegan volando y nos lleven.


Justo al decir eso, surgió otro hombre con sus alas blancas y cuando parecía que iba a coger a Pedro lo sobrepasó y asió a Fran elevándolo a las alturas.


—¡Estás en racha primo! ¡Hoy te ha tocado la lotería dos veces!
—Ja, ja, sííí. Ya ves, la suerte atrae a la suerte.

 

Fran vio disminuir de tamaño a su primo conforme se elevaba, hasta percibirlo como un diminuto punto, al igual que a las demás personas que allí había.


—Vamos a dar un paseo —dijo el hombre alado.

—¿Y a dónde me llevas?

—Lo sabrás en seguida.

 

           A pesar de estar volando, en ningún momento salieron de aquella nube blanca, por lo que Fran tampoco podía ver paisaje alguno, tan solo notaba el agradable frescor del aire en su rostro.
 

—¿Sabes? —dijo Fran al hombre. Este un sueño digno de contarse. Ojalá logre recordarlo cuando despierte.


La mirada compasiva con que le obsequió el otro le resultó enigmática.

—¿Qué eres? —dijo Fran.

—Soy un hombre alado.

—Eso ya lo veo, pero ¿por qué haces lo que haces?
—Cada ser tiene su lugar en la vida y ha de dedicarse a algo. Yo me dedico a reciclar almas.

—Tienes una labor muy curiosa. Entonces, ¡eres un ángel! No me importaría volver a vivir esto cuando llegue mi hora.

—Sí, soy un ángel. Escúchame bien, Fran. Esto no es un sueño —dijo el hombre con una voz dulce y fraternal.

—Claro que sí. Un sueño raro pero un sueño —dijo Fran, verdaderamente convencido de que así era.

—Tu corazón dejó de latir mientras dormías. Algo parecido a lo que le ocurrió a tu primo, aunque lo de él fue distinto.


           Fran se quedó mudo al oír aquello. El aire que acariciaba su rostro se volvió de repente frío al desplazar por sus mejillas las lágrimas incipientes. No lo podía creer. Al fin le había llegado su turno sin haberse percatado siquiera.


—No estés triste. Realmente nunca morimos, solo cambiamos de recipiente. Atiéndeme bien —dijo el hombre, como preparándolo para algo importante.


Los ojos del ángel comenzaron a brillar mientras le decía:


—Ahora dormirás un sueño profundo y vacío. Te depositaré en la mente de una niña recién nacida. Cuando llegue la hora, despertarás y formarás parte de su ser interno, guiándola en su vida y proporcionándole tu saber y tu memoria, si así lo deseas. Las habilidades que ella desarrolle estarán impregnadas de las tuyas. Así ha de ser, como siempre ha sido.


El ángel soltó a Fran y este perdió la consciencia.

 

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Published on e-Stories.org on 06/06/2020.

 
 

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