Lupita Mueller

Recordando a Jürgen

 

 

 

RECORDÁNDOTE, JÜRGEN

(NOVELA AUTOBIOGRÁFICA)

 

LUPITA MUELLER

 

EDITOR

RÓMULO PARDO URÍAS


 

 

 

ÍNDICE

I. RECUERDO DE TI 3

II. VISITÁNDOTE AMIGO.. 3

III. ESTALLAR FELIZ SIN DEJAR GUARDAR SECRETOS. 4

IV. TUS GUSTOS. 5

V. MI BODA Y VIDA AL SER EXTRANJERA, DISTANTE DE LA PATRÍA, MÉXICO.. 6

VI. JUNTOS EN RECUERDO DE INFANCIAS. 7

VII. NUEVA REALIDAD Y ARRIBO A ALEMANIA. 8

VIII. OTRA VEZ EN MÉXICO.. 10

IX. MEMORIA BERLINESA. 11

X. MEMORIA OTRA. 12

XI. CRISIS PRIMERA. 15

XII. UN TIEMPO EN QUE MI HIJO PARTIÓ DE CASA. 18

XIII. JÜRGEN Y SU AMANTE. NUESTROS GUSTOS. 19

XIV. NUEVA YORK 11 DE SEPTIEMBRE. 20

XV. REENCUENTRO.. 22

XVI. ¡VAMOS A DIVERTIRNOS! 23

XVII. DIARIO DE TU TÍA. 24

XVIII. FESTEJO MUNDIALISTA Y REMEMBRANZAS DE LA RDA. 26

XIX. OTROS TIEMPOS. 32

XX. WILFRIED Y TU LABOR CON LOS JUDÍOS. 36

XXI. FESTEJO.. 39

XXII. TU DIARIO JÜRGEN.. 42

XXIII. CARLOTA Y MAXIMILIANO.. 52

XXIV. VERTE DE NUEVO.. 55

XV. ADIÓS,  AMOR. 56

 

 

 

 

I. RECUERDO DE TI

 

Hoy el día es para soñar, soñarte llegando en noticias de ti. Igual soñar tu relato de la historia de Alemania, ese que me has narrado tantas veces, para escucharlo otra vez. ¿Cómo olvidar tu sed cultural por este, mi México, un lugar otro tiempo paraíso? Jamás tendrá fin, no cesará en ti, esa sed.

Fuimos dos almas en soledad, relatores nocturnos, en computadoras encendidas, de los últimos acontecimientos, de algunas verdades, pocas, y de las mentiras extensas.

Aquí aguardo, Jürgen, espero cualquier señal de ti, de tu regreso. ¿A quién le importa? Me gusta fantasear. También pienso en tu espíritu visitándome cuando lo añoro cada vez. Habitas mi pensamiento comunmente, Jürgen, mi queridísimo interlocutor alemán.

 

II. VISITÁNDOTE AMIGO

 

Tomé un avión rumbo a Berlín. Vivo era como tenía que encontrarlo. Recuerdo llegar a su departamente cuando las noches comenzaban a hacerse largas. Él yacía acostado cuando lo vi. Su aspecto semejaba un cadaver. Lo besé en las manos y en la frente. Sus ojos ahora eran más grandes debido a su pérdida de peso, mas sonrió al verme. Al abrir sus delgados labios mostraron una dentadura manchada por los sesenta cigarros fumados al día. Cuando me vió se sorprendió. Incorporándose lentamente, me dio un abrazo amistoso, de una amistad lejana, desde cuando nos conocimos al tener yo veintidos años, en 1976. Él fue mi mejor amigo aquel entonces. Pero ¡qué digo!, sigue siendo mi mejor amigo. Aun en días gélidos, tal este es, lo recuerdo, pues fue de los pocos alemanes acogedores conmigo, cual yo era en aquellos días.

En ese entonces me reía de todo, no obstante encarar a dos generaciones complicadas: la de la guerra y la de la posguerra. Berlín, pese a estar llena de viejos con sus perros, tenía un inigualable carisma.

Alemania Occidental era una isla rodeada por un muro. Al otro lado de él, la Alemania Democrática nos miraba con añoranza, una añoranza del que se sabe perdedor, por una parte, y víctima, por la otra. Sin duda, la historia marcándonos como vencedores y vencidos había ya derribado el muro —para volver a ser una sola Alemania—, pero esa reunificación tomaría décadas en concretarse. El capitalismo se enfrentaría al socialismo, lo cual tenía un costo muy alto.

 

III. ESTALLAR FELIZ SIN DEJAR GUARDAR SECRETOS

 

Recuerdo aquel día cuando me dijeron estaba embarzada. Me encontraba en mi oficina haciendo traducciones del alemán al español. Tuve un júbilo enorme, quise gritarlo a los cautro vientos, pero mi jefe, un alemán con sentmientos aristocráticos más grandes a los de Federico el Grande, tuvo un altercado conmigo. Dijo del embarazo deber guardarse el secreto hasta el final. Entonces recordé a una conocida quien guardó el secreto de su embarazo hasta irse con sus padres a Ixtapan de la Sal —lugar de muchas visitas de judíos mexicanos—. Fue ahí cuando se descubrió su embarazo. ¡Qué cosas, mon Dieu! Nadie lo hubiera pensado

Aquel día, al llegar a mi departamento, escuché el Concierto para piano #2 de Brahms. Comencé un diálogo con ese ser al fin llevado en mis entrañas. Finalmente me sentía un ser humano completo, sin tanto llanto, sin las depresiones aquellas obligándome a volver de Alemania a fines del 79.

Mi esposo abrió una botella de champagne y brindamos por mi bebe, ese ser encontrado en mi matriz milagrosamente. Sobre todo, un ser muy cercano a mi corazón.

Telefonée a Jürgen. Hizo ironías sobre mi romanticismo, al ser más pragmático, un tanto semejante a mi esposo. Finalmente reímos. Reír era su vocación. Su alegría por la noticia fue enorme. Llevaba en mi vientre y en mi mente un ser pequeñito, pero más valioso que una obra excelsa de Bernini.

 

IV. TUS GUSTOS

 

A Jürgen le gustaba la música, la pintura, la arquitectura, los hombres guapos. Igual que Thomas Mann en Muerte en Venecia, donde quedaba perfilado como un amante de rubios, delgados y enigmáticos varones. Ahí viene, ahora, el segundo movimiento de Brahms. Ven, Jürgen, vamos tú, yo y mi amante, porque mi esposo antes de serlo fue mi amante. Nos casaremos en Zehlendorf después.

 

V. MI BODA Y VIDA AL SER EXTRANJERA, DISTANTE DE LA PATRÍA, MÉXICO

 

El día de mi boda aún llevaba el abrigo grueso de mi madre, ese prestado abrigo. Ella asistió a mi boda. Después, a solas, lloró amargamente porque yo siempre fui su Sorgenkind (niña problemática). Fue hasta la partida de mí hijo, por un año a Inglaterra, cuando comprendí la forma en que se extraña a los hijos cuando se van.

Igual yo extrañaba México, su comida, a mis hermanas, las conversas de los sábados cuando nos reuníamos a platicar sobre películas o tan solo para oír a mi madre contarnos historias de su vida.

En 1976 Berlín fue sorprendente para mí por su vida nocturna, sus bares, la Filarmónica, los paseos por parques y la solidaridad entre amigos. Fue entonces que conocí a Butz. Se convirtió en mi amigo, pese a no llevarse conmigo, ignoro por qué. Los amigos se escogen como las flores, los árboles, la naturaleza, y la empatía nace a través de pláticas y vivencias comunes.

Vamos Jürgen, debo pujar con más fuerza para que nazca mi hija Diana, hija de dioses, bella como el Sol, murmullo acariciable, tan amada por todos quienes la conocen, tan ecléctica, mi soprano, arpista y jaranera. ¡De prisa Diana, apúrate, tienes que nacer!

 

                                                                      

VI. JUNTOS EN RECUERDO DE INFANCIAS

 

Buenos días, mi querido Jürgen. Hoy te encuentras mucho mejor. Has sacado del refrigerador tus medicinas, las tomaste mientras me recuperaba del cambio de horario. ¿Sabes? Mientras me arreglo pon el Adagio del Concierto para clarinete de Mozart.          

Él fue mi fascinación después de Bach. Mozart te alimenta el espíritu y ayuda mucho a crear. Ocasionalmente pienso en ver el pasado desde una avioneta pequeña y volar sobre la campiña alemana. Lo más amado de tu país para mí son los viñedos flanqueando la rivera del río Rhin.

No te apresures para salir e ir con tu madre al trabajo del huerto en su jardín. Ella jamás aceptó tu preferencia sexual. Ella te rechazó, te alejó de su vida. Únicamente al necesitar tus servicios, cerca de Stuttgart, te llamaba. Entonces aflojabas la tierra, sembrabas hortalizas: papas, zanahorias y varios vegetales más. Esa hortaliza te salvó de morir cuando eras niño, apenas al tener tres años. Fue después de la capitulación de Alemania, tú enfermaste de tifus. Entonces muchos alemanas buscaban comida en los basureros. Tú te salvaste por aquellos vegetales, cosechados en esa época por tu mamá. No fuiste el único salvado de esa forma. Muchos murieron, demasiados.

Eso ya pasó y me duele contarlo. En fin, tú conoces mi pasado. Nunca sufrí de hambre. Mi padre trabajó en la Hoechst[1]  y ganaba lo suficiente para mantener una familia de ocho hijos. Mi Jürgen querido, todos sufrimos. El sufrimiento es parte de la vida. Todos los hombres sabios lo han aceptado. Tú y yo también lo conocemos.

 

VII. NUEVA REALIDAD Y ARRIBO A ALEMANIA

 

¿Me preguntas qué cómo aprendí tu idioma? A raíz de mucha constancia y un gran esfuerzo. Asistí a una escuela llamada Hartnack Schule. Tenía compañeros turcos, iraníes, venidos en huída del Sha de Irán. Además había uno que otro latino forzado a dejar su país por el ascenso de los militares. Entonces había pocos, aunque su presencia era muy importante. Se encontraba entre ellos una argentina, casada con un chileno. Se volvió mi mejor amiga.

Chilenos, chilenos ¡Que difíciles momentos vividos en los años setenta, cuando la ciudad de Santiagio ardió y Allende fue hallado muerto en La Moneda, aquel 11 de septiembre de 1973! Las embajadas saturadas por chilenos. Quienes podían, huyeron de la furia del general asesino, Augusto Pinochet. Corrían como las aguas de un río ensangrentado. Fue hasta que tuve cuarenta años cuando conocí el río Mapocho al lado de mi esposo. Me sentía feliz de escuchar a Mercedes Sosa al tiempo que mi corazón se aceleraba y sacaba un llanto estridente, fuerte como una bala. Dime ¿dónde quedó tu padre? ¿Acaso murió en el frente ruso y nunca lo conociste?

Verdaderamente nunca hablaste de él. Te faltó su presencia masculina, tan importante en la vida. A veces, querido Jürgen, tenemos que enfrentar nuestro pasado. Yo te contaré de la muerte de mi padre, que todavía, después de tantos años, me sigue doliendo. Su ausencia fue el árbol de Navidad en el invierno de 1966, arrancando raíces profundas poco a poco, esas raíces desconocidas. El hombre, no acepta fácilmente las derrotas y la muerte de mi padre fue una batalla contra una fulminante diabetes, la cual deshizo en su cuerpo cualquier esperanza de vivir.

Qué importa ahora si tu padre murió en la batalla, víctima de una granada que le hubiera partido el corazón, o si murió en Siberia cuando Stalin forzó a los alemanes a pagar un alto precio. Sí, tú soñastes muchas veces su regreso, pero el camino a casa es largo. Cruzar todo el Este, humillado y apedreado por el odio justificable. Ese viaje, quizá tu padre, un afamado abogado, sin afinidad por Hitler al considerarlo un psicópata, una inteligencia maligna, quizá no lo hubiera sobrevivido. Pasaron muchos años para que una de mis cuñadas, la más grande de todos los hermanos, me contará cómo su madre debía esconder el pan, el único pan dispuesto para comer por cada día.                                                                          

 

VIII. OTRA VEZ EN MÉXICO

 

Diana se convirtió en mi compañera inseparable. Mi esposo ya se acostumbraba al calor mexicano cuando tuvo el coraje de enfrentar a sus padres, hermanos y amigos, para dejar Alemania en el verano de 1980. Difícilmente se adaptó a la Ciudad de México, aunque poco a poco recuperó su alegría innata. Gracias a su primer trabajo conoció compañeros con quienes compartía la picardía y el ingenio mexicanos, su algarabía y atrevimiento. Los viernes eran sagrados pues hacíamos intensamente el amor en nuestro diminuto departamento, cercano al Metro Taxqueña. Prefiero, ahora, regresar a Diana.

Ella debió encontrar un camino bastante sinuoso para llegar a mi matriz. Después de un sinfín de tratamientos, los ginecólogos me declararon estéril. No hay, Jürgen, verdad absoluta ni sentencia verdadera. Cambia todo, todo cambia. Por fin un esperma logró feduncar un óvolu perfecto y dar paso a la creación de un ser maravilloso.

Mi hija cambió mi vida de tal forma que decidí estudiar por las tardes para obtener mi título de maestra de inglés. Ya no deseaba trabajar como secretaria o traductora. Quería ser maestra y estar con mi bebe todo el tiempo posible. ¿Qué podemos decir de un hijo? Para mí fue un bálsamo, un viaje en barco llevando con orgullo a mi bebe con sus primeros llantos, sus primeras risas, sus primeras palabras.

 

IX. MEMORIA BERLINESA

 

Mi primer otoño conocido en Berlín, durante el 76, fue hermoso. Sí, hermoso como acostarse en una hamaca y mecerse hasta marearte. ¡Cuán felices éramos mi esposo y yo! Él me decía “muchacha” lo que me causaba mucha risa porque en México así nombramos a las personas del servicio doméstico. Nosotros fuimos muy afortunados de ser una familia burguesa. Mi madre tenía tres “muchachas” y descansaba un poco por la tarde, platicando conmigo o viendo telenovelas. Mi hermano mayor se molestaba porque decía debíamos leer a Marx, Kant y Lenin. Nada sencillo para mí. De muy joven tuve en encuentro con un libro que ahora es un bestseller en Alemania. Mi padre logró conseguir, no sé cómo ni dónde, Mein Kampf. Ya desde muy temprana edad me inclinaba por la lectura, mi pasatiempo favorito. Tanto más si el contenido era erótico o si hablaba de jóvenes muertos por drogas.

No me debo desviar, Jürgen.

Vienen nítidamente las imágenes de aquellos años aciagos. Te conté ya mi falta de entendimiento de por qué los judíos no huyeron de Alemania, si en el libro bestseller ya era anunciado un odio racial inhumano e incomprensible.  ¿Qué pasó con Alemania esos años, Jürgen? ¿Cuál es el origen del mal y del odio? Tú no me ofreciste grandes explicaciones.

Mi padre nos había contado lo ocurrido durante los años siguientes a la Primera Guerra Mundial y el alto precio pagado por los alemanes. En los años veinte hubo una crisis monetaria mayor y grande a escala mundial. El dinero perdió drásticamente su valor. Los grandes capitales estaban en manos judías y pululaba un inmenso odio entre la población. Así surgió el nazismo, el racismo aunado a una historia colectiva. Poco a poco, libro tras libro, entedí algunos por qués de la Segunda Guerra Mundial. Obviamente no es lo mismo sufrirlo cuando te queman la epidermis. Stalin no fue mejor que Hitler, pero ya no quiero hablar de la guerra. Dejaré, en cambio, que los muertos murmuren por las noches sus pecados, los cuales lloraré, como llorararé por todos aquellos muertos injustamente y de forma inhumana. Mi esposo se negó mucho tiempo a platicarme de estos eventos, aunque con el tiempo, la historia y sus consecuencias no pueden esconderse debaje del mantel. Esa era la expresión de mi familia política.

 

X. MEMORIA OTRA

 

Hoy te levantaste muy temprano para preparar el desayuno. Eso significa te sientes más fuerte. Me gusta. Ha valido la pena, por tanto, que viniera desde México. La gran ciudad, por encima de su tremenda transformación, mantiene en ella sus encantos. No volverá a ser aquella ciudad tan bella, tan transparente en palabras de Carlos Fuentes. Podíamos ver de norte a sur y de este a oeste. En el este los volcanes nos ofrecían cada día un paisaje onírico.  Muchos americanos y extranjeros europeos venían a ese México desconocido por los mismos mexicanos. Mi esposo me llevó por primer vez a Oaxaca cuando nos hicimos novios en 1975. No soy adivnina ni bruja o maga, pero sí creo que el destino está escrito en los astros. Así lo comprendí cuando Diana me dio clases de astrología. Muchas dudas fueron aclaradas. Comprendí la importancia de ser Sagitario, la de tener cuatro planetas en Escorpio. Seis planetas en agua y cuatro en aire me hicieron sentir de otro mundo. Sentía distinto, amaba diferente y con tanta agua mis emociones se desbordaban.

¿Sabes algo Jürgen?, he olvidado cuándo es tu cumpleaños. Hubiera sido fascinante saber qué cosas estaban predestinadas en tus astros y qué tránsitos viviste al enamorarte del hombre que sería tu más grande amor: Wilfired, con el pelo oscuro, su mirada profunda, una nariz regular y labios muy carnosos. Entre los hombres atraídos por hombres muchas veces existen los roles. Sin desenfado, me platicaste que él solía vestirse de mujer, pero tú, como el buen macho que eras —más viente años mayor—, lo despojaste de esas costumbres femeninas y lo volviste tu amante en 1990. Aquel año fuimos a visitarte sin hijos. Tomamos y comimos mucho. De pronto los amigos presentes y mi hermano Guillermo discutíamos de política y otros asuntos. Celebramos, obviamente, la caída del muro berlinés, pero tú sentenciaste tu deseo de que lo construyeran más y más alto. Eras un bribón, descarado. Tu ironía podía lastimar a quien no te conociera como yo. Al despedirnos, ya en la madrugada, en Steglitz, nos abrazamos. Todos repartimos besos y cuando estabas a punto de partir me dijiste: —tengo SIDA—. No logré detenerte. El tren arribaba y debía salir a Wiesbaden. La sangré se me heló. No supe qué decir. Tu vivirías varios años más gracias a los adelantos científicos, aunque tu deterioro fue palpable y avasallante. Hice una pausa. Tuve que llorar un poco, como el gato llora abajo. Tiene hambre y debo darle de comer. Bon nuit, Jürgen.

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Al ser mi esposo contratado en México por un bufete con poco personal, en el año 1984, yo tenía tiempo de haber dado a luz a mi segundo hijo, Victor. Diana y Victor se convertirían en mi más grande tesoro, en mi Sinfonía No. 9 de Beethoven. Ya para aquel entonces vivíamos en una casa no muy amplia, pero eso me hacía amarla porque podía prescindir del personal doméstico. Victor y Diana fueron bautizados en la iglesia católica. Más tarde los llevaría a hacer su primera comunión. Cuando me confesé después de décadas, el sacerdote me absolvió y me dijo —Dios nunca nos deja. Siempre está con nosotros—. No soy religiosa ni lo seré. Cuando era joven fui acosada sexualmente, lo que fue el último capítulo de mi vida con la iglesia católica.

Y tú, Jürgen, me obsequiaste una Biblia de Lutero, muy antigua, traducida al alemán. Confieso que he leído muy poco, por estar escrita en un alemán antiguo que me resulta muy complicado. Cuando me revelaste que no creías en Dios sentí escuchar a mis dos hermanos. Por un tiempo también dejé de creer en él, aunque lo necesitaba, me era imprescindible al entrar en esta casa enorme y sentir esa ausencia del yo, esa vacuidad que me sorprendía en ocasiones. Un rayo de luz incandescente se posaba en mi cabeza. Comprendí que no estaba sola, sino que ahí estaba él, Dios, a quién tú también amaste, aunque el dolor nos aleja de lo divino y tú jamás dejaste de ser creyente. Yo sé que me acompañas cuando escribo estas memorias. Te quedas asombrado de la rapidez de mis manos, sin que nunca logrará aprender a tocar el piano o la guitarra. No se me daba —como decimos usualmente en este país—. Pero quiero recordarte que quizá tu amigo Camilo, un sacerdote jesuita, era uno de tus mejores amigos. Muchas veces pensé de ti ser más católico que yo.

 

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El sol empieza a salir. Es un día bello, lleno de sorpresas. ¿Tal vez quieras acompañarme a caminar al Tiergarten? Ven, amigo querido. Muéstrame ese Berlín, ahora, en este 2018, alejado vertiginosamente del doloroso pasado. Ese Berlín disfrutado en el presente por los berlinenses y esa multiplicidad de extranjeros, Berlín cosmopolita gracias, en gran parte, a Merkel. Posiblemente ahora me quedaría aquí, leyendo libros, tomando vino rojo o fumando un poco. ¿Por qué no? Te miro una vez más y de súbito rompes en llanto. No llores, estamos unidos espiritualmente. En este instante preciso, en esta Catedral de Köln, reconstruida totalmente. Porque la reconstrucción de Alemania forma parte de su organización y estoicismo.

 

 

XI. CRISIS PRIMERA

                                                          

Ayer entré al cuarto oscuro: ¿soñaba? Quién sabe. Fue en 1979 cuando un psiquiatra me diagnosticó como psicópata. Tener miedo, un miedo inexplicable, sentirse ajeno al ser y experimentar ataques de pánico. En eso consiste el cuarto oscuro.

Debió ser cuando regresamos de München, y Butz, un amigo nuestro, de mi esposo y mío, me ofreció trabajar en un negocio con un hombre, diputado en el SPD —Partido Socialdemócrata de Alemania—. También Butz nos acompañaba a pasear. Una vez fuimos juntos a Budapest. Me pareció fascinante, igual que Checoslovaquia y, por supuesto, la parte este de Alemiana. Aun con huellas en sus paredes de la Segunda Guerra mundial, su gente era más amable, tenía iglesias y museos.

En fin. Butz me confesó, durante al viaje a Budapest, que sus padres le habían heredado buena cantidad de dinero, con el fin de emprender un negocio. Pero él escogió mal. No por carecer de inteligencia, sino porque varios diputados semejan tiburones listos con sus dientes filosofos a arrancarnos donde más duela.

Entonces fueron días para mí de debut y despedida en poco tiempo, por aquel diputado en quien Butz puso toda su confianza y capital. El abominable hombre me despidió, no sin antes humillarme, aprovechándose de la ausencia de su socio, mi amigo.

Sali de la oficina. Llamé a mi esposo. Le relaté lo ocurrido, llorando caminé sin sentido. No deseaba más permanecer en Alemania, quería el refugio de mi madre y mis hermanos. Comenzaron un sinfín de alucinaciones, invandiendo mi mente. Ese deambular sin saber a dónde, ese peso de cuarenta y cinco kilos, sin querer comer nada distinto de un Apfelstrudel,[2] ese tomar pura agua mineral… desataron algo en mí… no sé. Los psiquiatras dijeron era una depresión reactiva. Otras fueron más allá y constataron en pocas palabras mi necesidad de tomar pastillas azules. Mi situación empeoró. Casi con veinticinco años no quería vivir. Recuerdo, querido Jürgen, tu salud en esos días. Llegaste muchas veces a saludarnos. Fuiste una especie de ángel, quisiste salvarme de todo: del cuarto oscuro, los tiburones, las sombras donde quedé envuelta para llevarme a la luz, a Dios, en quien ya no creía más. Era mucho dolor, demasiado… dolor. ¿Me entindes?

 

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Ya en México mi mamá, acompañada de algún hermano, me llevó con un psiquiatra que me puso a dormir, comer muy bien y tomar laxante para ir al baño. Mi madre había comprado un departamento en la Avenida Pacífico y me sentía protegida. Al cabo de tres meses había recuperado mi peso normal. Entonces pesaba cincuenta y dos  kilos y medía un metro setenta centímetros. Al comenzar a sentirme mejor le escribí inmediatamente a mi esposo, mandándole foto para que constatara que había ganado peso y me encontraba más tranquila. Él me llamó de inemdiato por teléfono. Dijo tener muchas camisas para planchar y que sus padres habían ido a ayudarle con veinte cajas de cartón.

 

XII. UN TIEMPO EN QUE MI HIJO PARTIÓ DE CASA

Años más tarde, cuando mi hijo Víctor fue a estudiar a Inglaterra por un año, cerca de Cambridge, comprendí lo que tus padres sufrieron al verte partir. Fue entonces que te busqué por internet. Realmente fue un golpe de gracia, ya que Víctor era mi gran compañía. Por ese entonces, Diana estudiaba canto, teatro, antropología, y casi no estaba en casa. Más tarde me enteré del perdón de Diana por haberme concentrado más en su hermano que en ella. Al cabo de eso lo comprendió, pues a Victor le costó mucho trabajo lo escolar. Una vez instalado en Ely, le dieron el cargo de Head of the House. Él me escribió para decirme quería quedarse en Inglaterra, pero su padre le replicó que tendría, primero, que acabar la preparatoria en México.

Cuando regresó era todo un inglés. Hablaba perfectamente como ellos, le gustaba vestir de traje. Sin embargo, Diana, que tenía un ojo clínico para sus padres, cuando fuimos a China notó que extrañaba mucho a su hermano y comenzó a idear un plan para que se quedara en México, en su casa. El plan consistía en tomar, junto con él, el método Tomatis. Un francés descubrió era posible, a través de música filtrada, curar a niños autistas, a personas con deficiencia en el aprendizaje, además de traumas inconscientes, depresión y muchos daños más. La música utilizada era de Mozart, pues él alegraba el alma con sus composiciones. Además escuchábamos cantos gregorianos. Así, uno se podía dormir profundamente y calmarse, calmarse mucho.

 

XIII. JÜRGEN Y SU AMANTE. NUESTROS GUSTOS

 

Para esos años tú y Wilfried habían dejado de ser amantes. Se convirtieron en compañeros nada más. Yo no pude evitar reír al escuchar tu relato de que Wilfried te había confesado tener amoríos con otro hombre. Como él vivía en el piso de arriba, tú podrías disfrutar de la soledad, algo que nos emparentaba por esos años, aunque tú siempre me animabas a continuar con mi tercer diplomado en Casa Lamm. Tú y yo discutíamos entonces sobre literatura, sobre como los maestros estaban viendo con nosotros Sturm und Drang, pues leímos a Goethe y Thomas Mann. Fue también en ese entonces que leí los diarios de Mann, donde volcaba toda su preferencia por los rubios. En ese punto me quedó claro que su personaje en Muerte en Venecia era una proyección verdadera del escritor, pero también de su personaje, verdadero o ficticio.

Los escritores y poetas somos narcisitas. Yo nací poeta. Observar era mi tarea favorita. Por las noches, cuando miraba la luna, sentía la necesidad de escribir. Mi madre fue soprano, su voz nos ha deleitado por mucho tiempo. Creo que mis hermanos, así como mis hijos, están más inclinados a la creación, al arte. Solo el arte salvará la tierra. ¿Tú lo crees, Jürgen? ¿Verdaderamente crees que se acabe nuestro planeta? Nunca en el pasado reflexionamos sobre la ecología. Quizás en Alemania más que en Estados Unidos. Dado que somos una copia al carbón, aquí existe, igualmente, un culto al auto, a esa comodidad de trasladarse sin el menor esfuerzo físico. Yo contigo caminaba mucho. Eso recuerdo a tu lado, en tantos parques berlinenses dignos de admirarse. Fue en una caminata de esas que te atreviste a contarme tu reacción cuando Wilfried llevó a su novio al departamento de arriba: tú tomaste el árbol de Navidad y lo echaste con todo y adornos por el balcón. ¿Habra sido un escándolo, Jürgen, o no? Verdaderamente me hiciste reír.

 

XIV. NUEVA YORK 11 DE SEPTIEMBRE

 

Hoy es 11 de septiembre de 2001. Posiblemente, al mismo tiempo, estamos tú y yo presenciando cómo dos aviones se estrellan contra las Torres Gemelas. Ya no creemos en nada ni en nadie. ¿Qué está pasando, Jürgen? ¿Es acaso el fin del mundo? ¿Se trata de una señal apocalíptica? No muy lejos de la Casa Blanca, el presidente de los Estados Unidos lee un cuento a niños pequeños. Los Estados Unidos han sido víctimas de un ataque terrorista, perpetrado por suicidas comandados por Osama Bin Laden. La gente se acerca y ve un espectáculo nunca antes visto en su vida.  

En 1987, mi esposo, mis hijos y yo vivimos en Brooklyn-Heights, en Nueva York. El recuerdo más patético para mí, y el más peligroso, es cuando mi hija Diana, de seis años, quedó atrapada en las puertas de salida de las Torres Gemelas. De su oído derecho salía un poco de sangre. No supe qué hacer. Muy pronto me auxilió un policía y me preguntó si quería llevar a mi hija al hospital más cercano. Mi respuesta fue afirmativa. En un santiamén mi hija estaba en una plancha para que le realizaran una tomografía. Al final únicamente me quedó el susto, pues Diana no sufrió ningún daño Cerebral. Su oído también estaba bien. Vïctor continuaba durmiendo en su cochecito, en tanto su hermana y yo salíamos del Hospital.

 

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Los cuerpos comienzan a caer desde las alturas. Aquí no hay distingos de raza, color o religión. Reinan exclusivamente el horror y el miedo. Discretamente me alejo del lugar. Estoy a salvo, pero tú ya no crees en nadie ni en nada. Los enormes rascacielos arden. Todo cambia. Viajar se vuelve, a partir de esto, una tortura. Mi cabello negro y mis ojos grandes despiertan sospechas. El primer mundo se encuentra trastocado. Tanto tú como yo somos testigos del derrumbe de aquellas torres, algo que cambiará la historia. La Guerra contra Irak comenzará en marzo de 2003. Cierro los ojos, pero no puedo dormir.

 

 

 

 

 

XV. REENCUENTRO

 

Nos veremos muy pronto. Volamos a Berlín mi esposo y yo. Trato de no olvidar cada detalle de ese viaje. Esa sería la última vez que nos veríamos y como tú tenías dos razones muy importantes para quedarte en Berlín, lo asumí con valor, ese valor que he tenido durante toda mi vida. Y en las buenas y en las malas yo seguiría siendo tu amiga mexicana, en ocasiones algo triste, en otras muy alegre.

Recuerdo cuando nos renimos en la famosa Puerta de Brandemburgo, cerca del medio día. Nos dirigimos rumbo a Sannsouci. Al llegar comenzaste a contarnos la vida de Federico el Grande. Primero nos mostraste las tumbas de sus perros, porque amaba a los animales, quizá más que a los seres humanos. Antes de entrar al castillo donde vivió nos fuimos a caminar hacia una pequeña montaña, ubicada atrás de los bellos jardines.

Todavía hacía frío en Berlín. Yo iba, sin embargo, bien abrigada y mi marido acaparó una conversación sobre política contigo. A mí la política no me fascina, pero mi marido insistía en que leyera los periódicos. Sin duda, en estos últimos años México se convirtió en un país violento y peligroso, donde reinaban cerca de doscientos veinte grupos de narcotraficantes, movilizadores de todo el mercado de drogas vendidas en los Estados Unidos.

 

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Vuelvo a mi relato de nuestro paseo

Comimos un emparedado y tomamos cerveza. Después nos conducimos finalmente al castillo de Federico el Grande, quien también era amante de hombres, y, según constaste, no permitía que ninguna mujer se le acercara. Hablaba y escribía francés a la perfección. Su castillo me pareció aburrido, igual de aburrida que era la vida de la realeza prusiana. Para divertirse, sin duda, lo mejor era pensar en viajar a un país latino, cercano a Alemania.

 

XVI. ¡VAMOS A DIVERTIRNOS!

 

De noche fuimos mi esposo, tú, Wilfried y yo a la ópera. La gente va muy arreglada y gusta bastante de brindar con champaña, a la que le dicen “Sekt”. La familia de mi esposo tenía un fábrica de “Sekt” con el nombre de Matheus Müeller. La abuela de mi marido solía contar extraordinarias historias de cómo en su juventud se relacionó con la realeza de distintas nacionalidades, pues su padre vendía los vagones para los trenes. Después de brindar entramos a la ópera y vimos La Traviata. Tomaste mi mano y comenzaste a llorar. Era un llanto quedo, las lágrimas rodaban por tus mejillas. Era esa mano en señal de despedida de mí. Créeme, yo también lloro en silencio mientras escribo estas líneas. ¿Qué sería de ti? ¿Cómo pasarías tus últimos años? La muerte es una transición.

Te siento tan cercano de mi tristeza que casi juraría estás a mi lado. Buenas noches Jürgen, love, Lupita.

 

XVII. DIARIO DE TU TÍA

 

Todavía duermes. Aunque dicen de un diario íntimo no debería ser husmeado, leeré lo relatado por tu tía Antje sobre la postguerra en Berlín:

Los rusos han dejado Berlín en ruinas.  Tenemos miedo.  Siempre pensamos que la paz sería peor que la guerra.  Ahora ellos, nuestros enemigos, están violando mujeres.  Tengo miedo, mucho miedo.  Casi no hay luz en el búnker, comida tampoco.  Tenemos frío.  Trato de ayudar a una joven que sufre un ataque de nervios y no tenemos medicinas.  ¿Dónde quedó la gloria prometida?  ¿Dónde quedó el III Reich?  Ahora somos víctimas de abusos sexuales, de tratos inhumanos.  ¿Dios mío, dónde estás?

Los rusos nos han descubierto.  Entiendo su idioma.  Lo estudié en la preparatoria.  Se quieren llevar a la chica que está mala de los nervios.  Les suplico que no lo hagan, pero aún en su idioma no les impresiona.  Después de abusar de ella varias veces, alcanzó a oír una detonación de un arma, y mi intuición me dice que la han matado. Salgo del búnker y todos me manosean.  Por fin me defiende un General y me ofrece una manzana.  La como casi con desesperación.  Él me trae a esta casa que todavía se mantiene en pie.  Hay una cama y me tapa con cobijas gruesas.  ¿Qué pasará con los demás?  ¿Cómo vamos a reconstruir nuestra tierra? El Führer está muerto.  Lo dijeron por la radio.  Confieso que lloré cuando escuché el Adagio de la Séptima Sinfonía de Bruckner dirigida por Fürtwängler.  Yo crecí cerca del río Rhín.  Mis padres no eran ricos, pero mi abuela sí.  Nos mudamos a su casa cuando mi padre regresó de Polonia mal herido.  La abuela tenía una casona con dieciocho cuartos y, por supuesto, hablaba francés y tocaba su piano de cola.  Recuerdo cuando los americanos tomaron su casa.  Se comportaban como unos cerdos.  No tenían ni un ápice de educación.  En una ocasión un soldado se subió al piano y comenzó a bailar.  Mi abuela sacó un rifle de cacería de mi abuelo, e hizo una detonación al aire.  A partir de ese momento se sorprendieron y nunca jamás le faltaron al respeto.

Algo en la lectura del diario me trajo el recuerdo de mi primer viaje a Alemania, vine a Berlín en 1941 cuando me casé y tuve una hija.  Ella era mi tesoro, mi plenilunio.  El mejor regalo de Dios..  Mi más grande anhelo, y por las noches solía inventarle historias de hadas y duendes.  Ella era muy pequeñita.  Había nacido prematuramente.  A los seis meses y medio, ni siquiera podía encontrar en mi pobre seno algo de comer.

 

La tía Antje tuvo una hija, aunque su vida, la de esa niña, fue una historia corta. La tía cuenta sobre una vieja conocida, que trajo un sacerdote para darle los santos óleos.

Relata Antje, tú tía:

La bautizamos con el nombre de Ana Sofía y esa misma noche, mi ángel, mi pequeño tesoro se fue al cielo sobre mi pecho.  Había mucha solidaridad en aquel entonces, y mis amigos alemanes trajeron papas, miel, pan, para que no muriera de tristeza.  Al principio no quería comer, pero una mano generosa tomaba mis manos, me bañaba, me hablaba con amor.  Entonces reconocí a Mutti.  Ahí estaba junto a mí, dándome fuerzas, y fuerzas siempre había tenido.  Pero sin querer recapacitar más, lloré entre sus brazos y comí.  Finalmente dormí, y cuando me dirigí a la cocina, me di cuenta que había algunos rusos presentes.  Sentí un escalofrío.

 

Cerré su diario, el cual me había confrontado con un relato desconocido. Los norteamericanos contaron la historia a su manera.

 

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Yo tuve un novio judío, de padres refugiados en México. Fue en el año 1974 cuando sostuvimos este noviazgo. Yo desconocía su cultura, sus costumbres religiosas, sobre todo, y muy importante, su historia. Daniel me regalaba libros de Isaac Asimov, Bertol Brecht e Irving Shaw. Su madre me comentó que ellos, los judíos, nos habían dado con Jesucristo el mejor de los negocios. Yo no le contesté. Ella continuó preguntándome muchas cosas: sobre el muro de los lamentos, si conocía la Tora, el Talmud… Yo simplemente le sonreí y me retiré. En mi cabeza reflexioné en la posibilidad de llegar a un acuerdo, el cual me favoreciera, para no converitrme al judaísmo. Más tarde su hermana, Helen, se ensañaría conmigo y me humillaría al recibir una toalla femenina para la regla. Supe en ese punto que ella me rechazaba, que no deseaba mi sangre se mezclara con la suya, la de Daniel. Big deal. Me decidí a dejarlo y meses más tarde conocí al que sería mi esposo. La vida, en ocasiones, es bizarra.

 

 

XVIII. FESTEJO MUNDIALISTA Y REMEMBRANZAS DE LA RDA

                         

Jürgen, buenos días. Hoy el día está espléndido. Si te animas un poco puedo llevarte al Wannssee para ver los veleros, la playa, el Club de nudistas. Qué divertido sería.

Aquella misma noche que Alemania ganó el mundial de soocer de 1990, un 8 de julio, Jürgen y Wilfried fueron a embriagarse del gusto a una famosa cantina siciliana y berlinesa, cercana estrechamente de la plaza Charlottenburg. El nombre de la cantina era el mismo que el de la plaza. Ahí tomaron cerveza durante toda la noche y, aunque no existiera en aquellos días una ley que permitiera vivir juntos a los homosexuales, se estuvieron besando. Los comensales eran indiferenes a esto pues bebían extasiados por el triunfo alemán, de la selección dirigida por Beckenbauer, aquel famoso futbolista que encabezó al equipo alemán para que también ganara la Copa del Mundo en 1974. Junto a Wilfried y Jürgen, quienes se daban arrumacos —enamorados como nunca—, había dos parejas de novios sentados en la misma barra. Las mujeres ocupaban el centro y los hombres los extremos. Cada pareja se besaba, radiantes de alegría, felices, exclamando vivas a Alemania. De súbito, las mujeres en el medio, al cabo de besarse largamante con sus novios, voltearon a verse y comenzaron a besuquearse en la boca. Los novios, en las orillas, vieron esa escena con bastante naturalidad, con filosofía, no se inmutaron. Jürgen, al observar, exclamó: —Mira, Wilfried, aquellas dos parejas, están más adelantadas que nosotros, son más vanguardistas, son bisexuales—. Mientras bebían, vieron la llegada de un grupo de alemanas a la cantina, que debido a sus expresiones y vestuario, por sus ropas, semejaban típicos recién llegados de Berlín Oriental. 

 

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El muro acababa de haber sido destruido, aquella noche del 9 de noviembre de 1989. Esto gracias a que el encargado de prensa del Partido Comunista de Berlín Oriental dijera a todos podían cruzar, mediante un visado, al Berlín Occidental. Alguién logró preguntarle a partir de cuándo y él respondió —desde hoy mismo—. Arremolinándose por decenas de miles, la gente hizo cola para pasar al Berlín capitalista, mientras los guardias fronterizos del Berlín socialista carecieron del coraje para dispararles. Desde ese momento histórico, el gran muro dejó de existir, el muro de Berlín. Para fines de 1990 las dos Alemanias tuvieron elecciones y se reunificaron, volvieron a ser un solo país. Mientras bebía cerveza, Jürgen recordaba a los alemanas orientales. Comenzo, en aquel momento, a llorar…

 

—¿Porque lloras?—, preguntó Wilfried.

 

—Compañero, me acordé de muchas cosas amargas que viví en mis visitas hechas a la Alemania Oriental—, respondió Jürgen.

 

—¿Tenías familia allá?—, continuo Wilfried.

 

—Tenía dos hermanos casados. Uno de ellos era maestro. Estudiaba y leía mucho. Te puedo decir que en la biblioteca se echó como 20 años de lecturas—, aseveró Jürgen.

 

—¿Y qué pasó con él?—, Wilfried insisitó.

 

—Comenzó a escribir sus reflexiones sobre el marxismo, hizo sus anotaciones en varios cuadernos que un buen día ya no aparecieron— racalcó, Jürgen.

 

—¿Se los robaron?—, prosiguió interrogativo Wilfried.

 

—Él consideró que uno de los amigos que iban a su casa, en una de esas noches que se quedó a dormir,  se los llevó y los entregó a la Stasi[3]—, afirmó Jürgen.

 

¿Crees que por eso le quitaron el trabajo?—, retomó Wilfried, inquisitivo.

 

Sí,  le dejaron de pagar por más de dos años, porque tuvo el atrevimiento de escribir algunas reflexiones sobre los puntos de vista de Marx, expresados en el Manifiesto Comunista y en el prólogo de El Capital, que explicaban la degradación del socialismo en la República Democrática Alemana y de pasada en el llamado bloque socialista—, explicó Jürgen..

 

—Esos cabrones de la Stasi, no sólo eran los que trabajaban allí en la corporación,  dijo Wilfried,  que eran como 100 mil,  sino también los ciudadanos que se corrompieron y se convirtieron en informantes. Si te ubicaban como persona inteligente, con ideas propias, querían saber todo de ti,  hasta si tenías lunares en las nalgas, cada cuánto hacías el amor,  si tenías un amante;  si no, para buscártela,  porque las amantes infiltradas, son el mayor instrumento para saberlo todo de alguien. Una vez que un hombre está haciendo el amor con una mujer prohibida, después que se desnuda, no sólo de la ropa sino de todo su espíritu, entonces la policía puede saber hasta los detalles más íntimos, aquellos que pueden avergonzarte, con los que pueden destruir a tu familia, y si los revelan, acaban con tu imagen pública. Eso hacia la Stasi,  corrompía, con un buen trabajo de extorsión amenazando con divulgar secretos íntimos, a tus mejores amigos, aquellos que sabían mucho de ti, y se volvían informantes del Estado, del Partido Socialista Unificado de Alemania, que llegaba a saber todos los aspectos más íntimos de tu vida— Wilfried respondió aumentando. 

 

—¿Y tú cómo sabes todo eso Wilfried?—, ahora Jürgen, preguntó.

 

—Bueno antes de conocerte yo fui también a la RDA por razones de trabajo, ¿no te lo había platicado? Y mis amigos me contaron todo, tuvieron confianza en decírmelo todo, porque sabían que yo trabajaba en el lado capitalista y ganaba buen salario. No tenía necesidad de venderme para convertirme en un espía de ellos.  Además que yo mismo descubrí que uno de ellos,  muy cercano a mi, era informante de la Stasi,  porque en una ocasión llegó bien pasado de copas al departamento y, entre dormido y despierto,  comenzó a relatar que venía de la oficina de la policía secreta y dijo que ellos querían saber porque iba yo al Berlín Oriental,  cuál era mi trabajo.  Armand se llamaba él,  mi amigo borracho soltó toda la sopa aquella noche sin darse cuenta de que lo escuchaban. Mencionó que los de la Stasi ya sabían que yo era homosexual y eso hizo que se interesaran más en mí y mis visitas al este—, volvió a explicar Wilfried.

 

—pues esa fue una de las razones por las que el socialismo valió madres,  era un régimen policíaco.  Marx dijo que el comunismo llevaría a la desaparición del Estado, lo dijo en el libro La guerra civil en Francia, y en el Manifiesto, y esos cabrones lo que hicieron fue crear un Estado todopoderoso, cada vez más grande, dueño de todas las empresas. Acuérdate, afuera de las fábricas había un letrero que decía Esta empresa es propiedad de todo el pueblo alemán, pero los administradores de las empresas los ponía Honecker, no los trabajadores. Los quitaba y los removía a través del tesorero del Partido. Se supone que los trabajadores debían dirigir las empresas, pero no fue así, quienes mandaban eran los burócratas rojos, que se olvidaron de desaparecer el Estado, como dijo Marx—, Jürgen expresó.

 

Al terminar de hablar Jürgen, tenían cada uno cinco cervezas encima, tomadas durante la plática. Su lenguaje fue volviéndose atropellado y lento. No menos intenso, por tal motivo. Wilfried llamó al mesero, pidió la cuenta y pagó. Caminaron, Jürgen y él, hasta el departamento. Ingresaron y subieron al segundo piso. Abrieron la puerta del departamento y Jürgen, después de haber entrado,  se tiró en la cama. Wilfried se acostó en el sofá. Inmediatamente se durmieron.

 

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Ni media hora transcurrida del momento en que Jürgen cayera dormido, abrió los ojos pelones, como si de otro mundo le hubieran hablado. De inmediato pensó en su hermano preso. Wilhelm era su nombre. Recordó, entonces, que él le obsequió un cuaderno con las mismas notas de sus muchas vivivencias en la RDA, previas a ser suspendido laboralmente y, luego, apresado. Se trataba, evocó Jürgen, de una copia del cuaderno hurtado en su casa que le mencionó a Wilfried. Wilhelm acabó muriendo en la cárcel de tuberculosis. Jürgen volteó hacia su buró, donde encontró el cuaderno escrito por su hermano cuatro años antes de la caída del muro de Berlín. En ese cuaderno Wilhelm había expresado algunas reflexiones relativas a las ideas de Marx y su aplicación en el Berlín comunista. Aproximándose, Jürgen tomó el cuaderno y comenzó a leerlo. En aquellas páginas había mucho de profecia, escritas pese a que Wilhelm había sido miembro del partido gobernante, el Partido Socialista Unificado de Alemania. Eran, por decir lo que Wilhelm pensaba y veía desde el interior, algo muy valioso, al mismo tiempo reponsable, pero, además, muy peligros por ese tipo de pensamiento aún siendo comunista.

Jürgen comenzó a leer en voz alta…

 

—¿Porque caerá el socialismo?—.

 

Su voz inicial era pausada y leyo:

—No será porque existan graves crisis económicas, no será.  Este no es el factor fundamental, no veo entusiasmo en la gente. Los edificios donde viven los berlineses, sin pagar renta, están hechos una mugre, todos descarapelados y despintados, la gente no los cuida, en el trabajo la gente cumple pero ya no opina, no dice lo que piensa por temor a que le quiten el trabajo, los cargos directivos se otorgan en la más alta esfera del partido por Honecker, así que la gente no tiene entusiasmo por progresar. No hay democracia en los centros de trabajo, bueno hasta en el Berlín capitalista se sabe que los empresarios gestionan políticas para la empresa, tomando como base la opinión de los obreros, eso ha dado por resultado el llamado milagro alemán, en cambio en donde vivimos, los alemanes del Este, la Alemania socialista, no se puede opinar e inconformarse en el centro de trabajo, ni se puede solicitar que cambie el administrador de la empresa del Estado. Tenemos muchas empresas, pero los procesos tienen 20 años sin renovarse,  igualmente los frutos de la producción. Nuestros autos se ven muy rezagados a los que se producen en el mundo capitalista. No se han cumplido con los valores originales del socialismo, cuando inició el bloque socialista. Podemos hablar de una derrota cultural, las masas trabajadoras consideran que el capitalismo es mejor; estoy seguro que cuando este estado de cosas desaparezca, no habrá nostalgia por el socialismo, será muy débil la nostalgia. Podemos hablar de una burocracia roja que maneja las empresas del Estado sin el pueblo,  a estas alturas las masas ya no creen en el socialismo, fracasaron las estructuras políticas—.

 

Jürgen concluyó su lectura.

           

                                                                        

XIX. OTROS TIEMPOS

 

—Buenos días, Jürgen, llegó la hora de levantarse—.

—Y ¿quién te dijo que me voy a levantar—.

 

—¿Ya te olvidaste que hoy viene Wilfried a verte?—.

 

—Ah, sí Wilfried ¿Y viene con su Pudel?—.

 

—Bueno, por favor ya no le digas Pudel porque un buen día vas a meter la pata y se enterará Wilfried que así lo llamas—.

 

—No me importa lo que piense. Tú sabes que odio a ese gringo, como tú lo llamas—.

 

—Entonces ahora soy yo la que tiene la culpa ¿Sabes por qué me alejé de la Iglesia católica?  Porque todo es culpa y castigo.  No, gracias—.

 

—¿Y tú crees acaso que yo dejé de creer en tu Dios sólo por qué está de moda?—.

 

—¿Qué es eso de moda?—.

 

—Lo que vivimos los jóvenes.  Esa batalla contra el “autoritarismo”, contra nuestros padres, contra la homosexualidad—.

 

—Pero ahora ya no son penados por la ley alemana—.

 

—¿Y qué, nos brindan enormes aplausos en las reuniones?—.

 

—Quizá la gente conservadora, que no niego sigue existiendo, pero entre amigos no—.

 

—¿Sabes qué edad tenía cuando por fin me atreví a “salir del clóset”?—.

 

No sé, lo ignoro.  Quizá en Friburgo—.

 

—No, querida, hasta que me instalé en Berlín con Willhelm, mi primer

amante.  Tú no lo conociste, pero era “delicioso”—.

 

—Wilhelm, Wilhelm.  ¿Qué no fue el que murió en África?—.

 

—Así es. ¿Tú sabes cuántos amigos han muerto por ser portadores positivos del VIH?—. 

 

—No sé, Jürgen, díme o déjame reflexionar, ¿quizá catorce?—.

 

—¿Me creerías treinta?  Willhelm murió en Etiopía víctima de fuertes

diarreas, deshidratación y descuido—.

 

—Te noto nervioso Jürgen—.

 

—Yo no sé qué clase de muerte me espera.  Entiéndelo. Ana—.

 

 

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La noché llenó de reflexiones mi ser. Miré al cielo. Era posible admirar la luna y su esplendor. Estaba fuertemente aferrada a la idea de que los científicos encontraran la cura del virus mortal. Preferí, cambiando mi atención, tomar unas cuantas copas de vino del Rhin.

Al cabo de un rato llegó Wilfried sin su Pudel.  Sus ojos tan grandes y profundos me recordaban a los gitanos.  Sí, eso era.  Wilfried tenía —según yo— sangre de gitano.  Él se encargaba de cuidar de Jürgen cuando enfermaba. Ya no tenían relaciones sexuales porque ahora Jürgen había adquirido impotencia.

Jürgen había esmerado su dedicación toda la tarde a cocinar.  Nos preparó Maultaschen[4] con esa ensalada de papas que me fascinaba…

 

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte, Ana?—, dijo Wilfried.

 

—El necesario—, asentí contundente.

 

—Hay tantas cosas que hacer culturalmente en Berlín, que pienso pasearme como solía hacerlo antes por el centro de la ciudad ¿Sabes, Wilfried?, el centro al que yo me refiero no es el de ahora.  No es la avenida de Unter den Linden ni la Puerta de Brandemburgo— expliqué.

 

—¿Y no piensas buscar trabajo?— preguntó Wilfried.

 

—Mira, Wilfried, me quedé huérfana de padre a los trece años y desde entonces trabajé.  Seguía yendo al Highschool por las mañanas y en las tardes trabajaba de recepcionista.  No me arrepiento ni un momento de no haber sido una mujer de carrera—, profundicé aclarando.

 

—¿Te refieres a tu contrincante, Marion?—, insistió Wilfried.

 

—No, Marion era francesa, y sí era mujer de carrera, pero para mí siempre fue una buena amiga—, completé

 

—¿Y dónde está ahora?—, inquirió Wilfried con un cinismo ahora asomado.

 

—No sé, muy probablemente en otra vida— enfaticé.

 

Al traer Jürgen el postre, me levanté y los dejé platicando.  No quería hablar de Marion.  Eso era rascar la llaga. Wilfried se transformaba con Jürgen.  En mi interior pensaba que él odiaba a las mujeres, lo cual no me causaba sorpresa, pues hubiera querido él mismo ser mujer.  No todos los caminos son rectos, algunos tienen sus bifurcaciones. Tal vez una parte de mí era muy yang.  Ya hablaremos luego de eso, Jürgen, que les traigo algo de poesía:

 

Soñar, soñar que el alba nunca llegue,

con un verdugo cruel que me ejecute,

y muero en el deseo de amarte en vida,

y muero por transgredir lo inexistente.

 

Y llevo en mis espaldas tantas noches,

en que ofrecí mi cuerpo a la mañana,

en una cama suave con cien nombres,

que he olvidado al fin de mi memoria.

 

¿De qué sirve la vida sin tus besos?

¿Sin tu voz que me brinda paraísos?

Mañana vendrán pájaros exóticos,

a carcomer mis ojos, mi cerebro.

 

Y justo cuando entierren sombra y sombra,

Serás libre al fin en cada viaje.

Serás la rebeldía de mi ser y mis locuras.

Podrás festejar cual rey sin reino.

 

 

XX. WILFRIED Y TU LABOR CON LOS JUDÍOS

 

—¿Te gustó ver a Wilfried? ¿Qué haces quemando esos papeles en la chimenea?—pregunté.

—Son cosas privadas.  En mi ya larga carrera como jurista, tuve que ayudar mucho a los judíos—asintió, Jürgen.

¿Y qué piensas de ellos?—reviré.

Ana, tú que llevas un nombre judío deberías conocer sus costumbres, saber de la diáspora, de su largo peregrinaje por Europa, de donde ahora regresan poco a poco—respondió algo acelerado, Jürgen.

—Yo sólo sé que su religión es sui géneris, mas la respeto porque mi hija vivió con uno de ellos durante cinco años. Eso me permite, creo, opinar algo sobre ellos—afirmé.

¿Y qué te enseñó ese hombre que era un adonis, casi tan perfecto como una estatua de Moisés?— retomó inquisitivo la palabra, Jürgen.

 

—Con él aprendí el valor de todo lo material.  Lo compartido, la solidaridad con los demás. Además, la desgracia de haber nacido dentro de un kibutz,[5] en donde los niños eran educados en un comunismo severo. Aprendí a ser sanadora, porque él había dejado su carrera de músico para convertirse en sanador.  Recuerdo sus deliciosos platillos. También su búsqueda por el bienestar de los seres humanos.  Especialmente con los más necesitados, aunque de tiempo en tiempo sentía miedo por algo externo, desconocido. Algo que los mexicanos no hemos conocido jamás—contesté extensa.

 

¿Te refieres a la guerra?—inquirió otra vez, Jürgen.

 

Ellos se sentían alemanes; se habían integrado a nuestra sociedad desde hace muchos siglos, y no creían que el Führer fuera capaz de lo que hizo—argumenté exaltada.

 

Afortunadamente muchos intelectuales, filósofos y otros personajes lograron escapar del Holocausto—proseguí.

 

—Buenas noches, Ana me siento muy cansado—cerró definitivo Jürgen.

 

 

—Dame tu brazo, yo te llevaré a tu cuarto—repliqué atenta.

 

—¿Sabes? Antes de dormir quiero constatar algo muy importante contigo.  Yo pienso que la única libertad del ser humano, o sea, lo que lo distingue de los animales, es precisamente eso, morir si su vida ya no vale la pena.  Pero tanto tú, como yo, tenemos obligaciones para con otros, y por ende no tenemos el derecho de quitarnos la vida—agregó antes de dormir, Jürgen, mi amigo alemán.

 

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Por fin se ha dormido.  Por momentos me siento horrorizada de verlo tan delgado. Es lo normal. Él  muchas veces tiene diarreas incesantes.  No pierde, sin embargo, la esperanza. Pienso si yo fuera realmente una sanadora, ya habría encontrado su curación. No debo permitirme caer en la desesperanza, tengo que luchar, necesito luchar. En tanto revolotean todas estas ideas en mi cabeza, fumo un cigarro, busco un cenicero. De pronto, me encuentro en el escritorio de Jürgen un poema, uno escrito por mí algún día y que le envié tiempo atrás…

 

Dime ¿dónde están los muertos, sus mortajas?

¿Acaso defiendes con tus actos, casos que han quedado impunes como el viento?

¿Por qué si soy mujer, mi nombre Digna Ochoa, disparan contra mí los hombres

grises?

 

¿Por qué se ignoran muertes, se callan voces, en este, mi país tan lastimado?

 

 

 

———————————º——————————

No quiero ser mujer, pues si camino cansada por el Valle de la Muerte en Ciudad Juárez, vendrá cualquier verdugo que acribille mi cuerpo con violencia y

vejaciones. Un sudor frío baña mi espalda.  Él está cerca de mí.  Me toma por atrás y me desnuda, y siento que no puedo defenderme.  El hombre que me viola y me desangra llevando una máscara de hierro, aprieta mi cuello con tal fuerza que pierdo, poco a poco, el aliento.  No llores, madre mía, si no llego.  Estoy aquí, rodeada de mujeres, mujeres que hoy mueren y murieron, quedando impune su delito.  No llores, madre mía, y dame esos brazos que tuviste cuando fui sol, luz, alegría.  ¿Si alguna vez me dicen que soy loca, pues muero cuando mueren tantas muertas? ¿Quisiera preguntar a los responsables de tanta impunidad que hoy se vive aquí en mi país? Ese país que fuera antaño, un nombre orgulloso mexicano, el cual ahora se deshoja y se muere, cual árbol enfermo agonizante.

¿A dónde están los muertos, nobles jóvenes, llevando en la memoria el comunismo?  Aquellos que se ahogaron en silencios, en un día de octubre, triste tierra.  Y marchan nuevos jóvenes que llevan el miedo, estandarte del que lucha, por defender a todos los que sufren, por ser hijos del pan, de la tortilla… del hambre.

No me preguntes más, querido Jürgen, pues hemos perdido un paraíso, aquel que Dios creó con tantas playas y tierras que hoy son opio, heroína.  Yo quiero vivir sin tantas madres, sedientas de saber de tanta muerte: Acteal, Ayotzinapa y mi amigo, que vive exiliado, desnombrado, cual ave que se estrella junto al fuego.

 

XXI. FESTEJO

                                              

Hoy es un día especial.  Siempre lo celebramos de esa forma.  Es mi cumpleaños. Nuestra celebración será aquí, en el departamento de Jürgen.  Hemos acordado que cada invitado traiga una ensalada, es lo que deseo.  Igualmente Wilfried me sorprendió, trajo un enorme ramo de rosas rojas y un pastel de chocolate inmenso.

Cuando volví del mercado, me encontré el olor dulzón de las rosas, por eso decidí subir al departamento de Wilfried.  Al abrirme la puerta para darme el saludo, alcancé observar a su novio, echado y tendido en la cama, con una infusión en el brazo. Wilfried, al notar mi curiosidad, me condujo al balcón para contarme de John, quién había pasado muy mala noche y tenía muy fuertes diarreas y vómitos. Le pregunté por qué no lo llevaba al hospital. Fue cofensional cuando dijo querer cuidarlo él mismo. Pese a saber que tendría buena calidad de vida, Wilfried prefería ser su doctor de cabecera.

 

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De lejos, un leve lamento alcanzamos a oír y Wilfried corrió rumbo a John.  Su amante quería cualquier medicamento que controlará su terrible dolor estomacal. Al irme acercando, Wilfried conseguió la medicina. John era un joven realizadamente hermoso, sus ojos voltearon y me miró con ternura. Esa forma de verme era súbita, de un solo golpe. Me hizo olvidarme del aborrecimiento que, a raíz de las platicas con Jürgen, había nacido en mí.  Wilfried le puso una inyección en los glúteos. Alcancé a ver ver que John tenía llagas en distintas partes del cuerpo. Wilfried lo manipuló y proporcionó al paciente un medicamento antirretroviral llamado ARV.[6] 

Despedí mi presencia de ellos dos, para irme a caminar en las cercanías de uno de los monumentos dedicado a las víctimas del Holocausto.  Sus paredes producían en mí aislamiento, desasosiego, un devaneo cercano al miedo a lo desconocido.  Por momentos experimenté asfixia. Debo de haber perdido el conocimiento, ya que desperté en el hospital. Entre sueños y estando ahí, vino a mi cabeza un fragmento del diario de la tía Antje, la tía de Jürgen.

Experimenté conmiseración por él.  Logré enfrentarme por primera vez a mí miedo respecto lo que podría esperarme, con Jürgen, de enfermar gravemente.  Tendría que llevarlo al hospital y atenderlo. En él seguía existiendo cierta aversión por los enfermos portadores del VIH. Conocía casos de enfermeras cuya negativa a manipularlos era sólida.  El factor humano ante esta enfermedad, comenzada como brote hacia los años ochenta, fue, a mi entender, una muy dura, una reacción en cadena. Paritcularmente por su extensión, poco a poco, por su ala letal en todo el mundo, por provocar esas cifras de muertes enormes y exorbitantes.  Entre esos números, también hay mujeres y niños.

 

Teníamos que formarnos afuera del campo de concentración y los nazis iban escogiendo a los menos débiles.  Estábamos viviendo la “solución final”  Desde lejos observé cómo formaban a los hombres en la planicie y los rociaron de gasolina, para después inmolarlos delante de nuestros ojos.  Mi corazón y mi alma estaban secos.  Mi cerebro apenas podría recordar más tarde estas imágenes.  Cuando llegaron los rusos a liberarnos, ni siquiera pude sonreír.  Me rescataron y me llevaron a un psiquiátrico en Suiza.  Tarde tanto en rescatarme que pasaron décadas y más décadas hasta que mi alma se liberó de tanto sufrimiento.

 

Era de noche al darme cuenta estaba en un hospital. Cómo pude me liberé de las agujas, conteniendo la conexión con un líquido médico para acallar mi voluntad. No quería dormir rodeada de aquella soledad. Caminé a casa.  Al llegar, Jürgen había tirado la totalidad de la comida al basurero.  Él estaba detrás de las rosas de Wilfried, fumando un cigarro. Tuvimos, en ese instante, un altercado, cuando se enteró que visité a Wilfried. Así, Jürgen comenzó a hacerme una serie de reproches —quizá justificables—, aunque en lo profundo ignoraba mis vivencias aquel día. Yo jamás me prestaría para ser víctima de sus celos, estúpidos e infundados.

Prontamente, fui a mi recámara y me encerré ahí. Hice el intento de ser justa y poner mi corazón sobre una balanza para que no fuera este a dar al abismo. Una sensación extraña me recorrió. Yo no estaba del todo bien. Muchas ideas e imágenes asaltaban mi mente en eseo momento. ¿Podría ser posible, quizá, que me encontrara en Egipto, cargando piedras para el Templo de Rámses II? ¿Estaba, tal vez, encerrada y cautiva en la pirámide, al lado de Radamés, juzgado entonces por traición?

                                                                                                                     

XXII. TU DIARIO JÜRGEN

 

He recurrido, otra vez, a tu diario, Jürgen. Volví a él, otra vuelta.  Me sorprendió tu admiración respecto los prusianos. Comprendí, no obstante, el por qué le habías comprado tantos libros sobre ellos a mi esposo. Si no me equivoco al recordar, uno de ellos se titulaba Preussen eine Legende.[7]

Comencé a leerte, Jürgen. Fuiste sedado tras una larga discusión con Wilfried, quien muy afectado quedó por ella. Una vez más, los celos lo traicionaban.  Sin discutirlo mucho ni por más tiempo, Wilfried subió a su departamento, en tanto tú apretabas los puños en el sofá.  Después de inyectarte, caiste en un sueño profundo. De tu Diario esto fue lo encontrado en mi lectura.

Te confesabas, atimismo,  como un enorme admirador de Federico II el Grande, monarca pruso a partir 1740. Esto era así, debido a su mutua y compartida, especial atracción, hacia los hombres. Aunque no exclusivamente por ese motivo. Admirabas a Federico II por su amor a las letras, las artes, la poesía y la filosofía. Para ti estábamos frente a un intelectual, cuya decidida admiración en pro de los liberales franceses, principiando por Voltaire —quien vivió durante tres años en el palacio de Sanssouci, construido en Postdam por Federico II— era notoria.  Tenías también vocación inmensa, una sed cultural francesa, particularmente, y sobre todo, por los surrealistas Antonin Artaud y André Bretón.

Incluso, durante una de las etepas de tu vida, Jürgen, viviste en carne propia aquello del surrealismo, junto a una francesa, Dominique. Tenía labios gruesos. Compartía, también, su amor por el pensamiento surrealista, ese que hacía del subconsciente y del sueño su más importante expresión. Tú, iniciaste la relación con Dominique, convenciéndote de que no eras heterosexual sino que te gustaban los hombres, eso sí, abrumado por la cultura homofóbica, obligándote a ocultarte. Querías hacer una última prueba, una última vez, del verdadero sentido de tu sexualidad, para así estar seguro respecto de si sólo se trataba de un accidente ese encanto por los hombres o si era algo interior más profundo. Pensabas, Jürgen, eso era algo que te superaba como persona, podríamos decir algo genético. Aquella temporada,  Dominique y tú vivieron con intensidad plena aquel experimento del subconsciente, llegaron a descubrir, en interminables noches, insuales figuras, de sombrías creaciones, sombras de las ramas y el follaje de las hojas. Verdaderamente eso les encantó pero les hizo un profundo daño. Ambos sostenían una dimensión de su consciencia surrealista,  un magnífico y gigante rasgo de existencialismo, cuando eran como eran en medio de esa sociedad. Esa sociedad que veía como inadmisible aquellas variantes como tu modelo cultural, Jürgen. Tú, homoerotizado, inclinado por el deseo de amar a los hombres. Dominique, madre soltera, todavía enamorada de un africano, quien la abandonó inclusive con una enfermedad sexual. Sin quererlo, ni saberlo, también te contagió a ti, Jürgen. Por ello, sumergidos en el surrealismo, se hundieron igual, y con más fuerza, en la depresión, la cual se agravó para ambos. Dieron por concluida la relación a partir del momento en el cual tú, Jürgen, le dijiste a Dominique —me pegaste la gonorrea—. Un minúsculo acontecimiento como ese la ayudó para descubrir el origen de sus ardores vaginales y los de su uretra.  Pero igualmente sirvió para finalizar su relación, finalmente.

Jürgen, viste a un médico, te inyectó antibiótico específico y sanaste. Aquella experiencia al lado de Dominique te sirvió para confirmar esas, tus preferencias sexuales. Tenías, en cambio, un tono ligero de bisexualidad, aunque tu elección final y gusto se inclinaba prioritariamente por hombres. Así, profundizaste en la veneración y admiración por Federico II, el Grande, de Prusia. De cariño, por si fuera poco, lo llamabas Fritz. Desde aquel entonces, y gracias a Dominique o a lo vivido a su lado,  comenzaste a leer profundamente todo respecto a Federico II, el monarca pruso. Hasta llegaste a la conclusión de que su orientación sexual no era un fenómeno pasajero. Entendiste bastante bien el significado de ser gay a mitad del siglo XVIII, tal y como lo fue Federico II, el Grande. Él se veía en el espejo como producto equivocado de la naturaleza. Debía reprimir sus antojos, sabiendo perfectamente ser el príncipe heredero del reino pruso. Comprendía perfectamente, también,  la necesidad de dar escondite a la personalidad real de lo que la naturaleza hubo hecho con él. Al tomar conciencia de los valores, de la cultura, del mundo que lo rodeaba, Federico II sabía ser un producto equivocado de lo natural.

 

———————————º——————————

           

Jürgen no deseaba ser mujer, esa motivación jamás estuvo en él. Siempre se sintió satisfecho como hombre. Entendía la diferencia de sus hormonas, que eran suficientes. Testosterona no le faltó, su atracción homoerótica no la podía explicar. Tuvo que reprimirla por el temor a su madre, más que a sus amigos y a su familia. Durante muchos años se escondió, escondió su sentir, generó una habilildad inmensa de engaño a los demás. Nadie logró percatarse de ello, de su preferencia, no consiguieron penetrar en los recovecos abismales de su personalidad. Esta actitud de engañar y manipular personas lo arrastró a la frustración, por tener necesidad de hacerlo, con la finalidad de no ser degradado en caso de dar la cara y enseñar quien era.  Al grado de hacerlo, incluso en una sociedad moderna como Alemania, esa sociedad que en 1968 fue sacudida por los jóvenes, quienes se mostraban entusiastas de alcanzar un entorno más abierto y más justo políticamente. Sin duda, los problemas de la sexualidad refirieron, en ese entonces, en exclusiva a una mayor libertad, pero sin ahondar dentro del tema de la homosexualidad y el homoerotismo. Entonces, el pensamiento de Jürgen estaba estructurado sobre la base de considerar si, en pleno siglo XX, la preferencia sexual  “equivocada” era tan recriminada,  cómo había sido en pleno siglo XVIII, con aquel padre tan conservador como el de Federico II, el Grande,  rey en Prusia. Partiendo de estos razonamientos nació, en Jürgen, una admiración por Federico II, al mismo tiempo que por su padre Federico Guillermo I. Esa admiración también lo era por la Guerra de Siete Años, la historia del Sacro Imperio Romano Germánico, las consecuencias del luteranismo en Europa Central, la historia de los Habsburgo y de la dinastía de los Hohenzollernla historia de Prusia,  de Silesia,  de Polonia,  de Austria,  de Brandemburgo,  de Francia, de Napoleón, de los ilustrados franceses. Todo aquello era un esfuerzo para ponerse al tanto del mundo que habitó su personaje, el rey Federico II el Grande.

De reflexionar aquel tema, Jürgen obtuvo algunas conclusiones, que plasmó en su diario como sigue…

Federico II el Grande había decidido someterse a su padre después que éste había ordenado la ejecución de Hans Hermann von Katte, su amante. Lo hizo porque en sus reflexiones descubre que los verdaderos culpables de la muerte de Katte son los austriacos. Su Padre Federico Guillermo I no es, desde entonces, su enemigo principal sino Austria. Había una rivalidad histórica entre los austriacos y los prusianos. Los austriacos habían gobernado Europa central desde el siglo XV a través de la dinastía de los Habsburgo y del Sacro Imperio Romano Germánico. Arriba de ellos, territorialmente hablando,  o al lado de ellos, estaba la familia Hohenzollern, dinastía a la cual pertenecía Federico Guillermo I y Federico II, el Grande, de Prusia. Había venido avanzando en la expansión de su territorio, unido a Brandemburgo, desde el siglo XVII.  Austria y Prusia eran vecinos. Después de la aparición de Lutero en el siglo XVI,  Prusia, cuyo territorio sería en el futuro la base para convertirse en la moderna Alemania, se hizo protestante y calvinista, principalmente, el sur continuó católico.  Federico Guillermo I y Federico II el Grande eran calvinistas.  Por tanto Prusia, al adoptar las tesis protestantes, había creado las condiciones para que los germanos dejaran atrás  el régimen feudal y su riqueza quedara en manos de los príncipes y la Iglesia se subordinara al Estado. Estaban sentando las bases de la modernidad: los prusianos, los germanos, de ahí que cuando Napoleón inicia sus guerras napoleónicas dirigidas contra el Sacro Imperio Romano Germánico, enderezara sus armas en primer lugar contra Austria como símbolo del viejo régimen feudal y en contrapartida busca y logra la alianza con los prusianos. Federico II, el Grande, había recibido una educación con fuerte influencia francesa por su madre y se entendía muy bien con ella, era su protectora dulce y amable con su hijo, en contra de lo que fue su padre, un hombre duro con una mentalidad militarizada, masculinizado,  que odiaba la homosexualidad de su hijo, misma que primero intuye y luego confirma. Frente a él, Federico Guillermo I, el padre,  quema los libros franceses de su hijo y rompe su flauta como expresión subconsciente de la dudosa virilidad de Federico II. Destruye también todas las notas realizadas por el Príncipe heredero, de sus lecturas francesas, y le espeta en su cara: Eres un marica—.

 

 

El peor insulto posible del padre Fritz a su hijo era quemarle sus libros franceses y burlarse de él. Para Jürgen, al igual con una madre represiva, la cual no se ocupó de él cuando fue niño, y durante la adolescencia empezó a recriminarle sus amistades, sus lecturas y a romper las notas de ellas hechas por Jürgen, era algo bastante familiar. Por ello, entendió asertadamente la reacción de Federico II, el Grande, ante a su padre.

—Fue un cerdo—, pensó. 

Y siguió escribiendo: 

La mentalidad de Federico II el Grande, se había estado formando con las ideas de la ilustración que anunciaban  un nuevo mundo, cuyos principios teóricos fueron enunciados por los liberales franceses, es decir,  ajenos al pensamiento predominante en Austria, base histórica del mundo que  comenzaba a perecer, el Sacro Imperio Romano Germánico como garante del viejo régimen, frente a los ilustrados que van a iniciar en 1789, apenas después de 3 años de la muerte de Federico II el Grande, la Revolución Francesa, inicio de la modernidad, del mundo actual dominado por los burgueses: el capitalismo. Federico el Grande, entonces, en las mazmorras donde permaneció recluido, comprende que los artífices de su desgracia son los austriacos y no su padre. Los austriacos habían logrado introducir la idea de que la influencia francesa le hacía mal a Federico II y lograron convertir a su Padre, Federico Guillermo I, con sus intrigas, en un instrumento de ellos. Federico Guillermo I, padre de Fritz, era rey de Prusia, era calvinista, comprendía el mundo que venía, de confrontación y guerra por nuevos territorios, como había ocurrido en  la Europa Central durante toda su historia,  y por esa razón también era un militar de mano dura, que formó un ejército altamente disciplinado, con soldados de gran estatura, de más de dos metros;  es decir, comprendía que la guerra que venía estaba por llegar, pero Federico II, su hijo, es quien va a utilizar ese ejército contra Austria. A los siete meses de heredar el poder, de haber sido ungido rey de Prusia, en el año de 1740, cuando muere su padre, lo primero que hace Federico es invadir Silesia la provincia más rica de Austria, la panadería de Europa, y sin anunciarlo toma la iniciativa y considera que los austriacos serán los que paguen por la muerte de su amado Katte, y para lograrlo va a utilizar las armas y el ejército que su padre construyó. Su venganza y la lucidez con la que armó la invasión de silesia, la visualizó recluido en los oscuros calabozos en los que permaneció recluido tras la muerte de su amado, al que vio morir decapitado, pues su padre ordenó que lo ejecutaran debajo del ventanal de la torre donde se encontraba preso y ordenó también que antes de proceder a su ejecución Fritz fuera informado de tal suceso para que pudiera presenciar tan lastimoso acontecimiento para él.

 

Jürgen recordó, frenando en ese momento, el impresionante diálogo entre Federico II y su amante Katte, cuando éste, frente al sable que le cortaría la cabeza, se encontraba sometido. Federico quiso escribirlo como una muestra del amor profundo hacia Katte

 

—Katte, perdóname por haberte hecho esto,  yo soy el culpable—, le gritó Federico II,  desde la ventana del cuarto donde su padre lo tenía preso.

 

—Por ti moriría mil veces—, le contestó Katte, antes de que el verdugo procediera con su sable y le cortara la cabeza de un solo tajo.

 

Este suceso fue desencadenado cuando Fritz decidió escaparse a Francia con Katte, posteriormente que su padre Federico Guillermo lo había humillado, ofendido y despreciado, al encontrarlo tocando la flauta junto con su hermana y su amante, Katte. Fue imposible para Fritz evitar los insultos de su padre, contra él y contra su amante. Katte logró esconderse. Federico Guillermo, se había encolerizado porque oyó, al pasar por su recámara, que Fritz  tocaba el flautín y estaba de fiesta —cuando era su deber estar recluído en una mazmorra a la que él, su padre, el rey, lo mandó, por haber faltado al pase de revista de la guardia real, por haber llegado tarde y desvelado, por haber jugado póker toda la noche. 

Se trató de un encuentro terrible, tal y como Jürgen lo describió en sus notas…

 

—Aquí tenéis al Príncipe heredero de Prusia, mentiroso, cobarde, jugador— dijo el padre de Federico, después de ponerlo frente al espejo.

 

—¿Este es el hombre que un día será Rey de Prusia?— agregó el Rey.

 

Después su padre rompió la flauta, quemó sus notas y sus libros franceses.

 

—Lectura de putas, ¡Marranadas! Al fuego con todo—, reiteró su orden.  —Lee la Biblia, lee el derecho alemán—, le espetó.

 

Y agregó:

 

—Lee acerca de los hombres que se asentaron aquí y convirtieron en tierra fértil los desiertos de Prusia. Eso es tu deber— finalizó.

 

—Me cago en mi deber—, contestó Federico.

 

—Me habéis quitado todo lo que me importa—, prosiguió agregando.

 

—¡Basura!— Respondió el Rey, al tiempo que lo despreciaba por no estar de acuerdo con sus inclinaciones sexuales. Y le enfatizó que en lo sucesivo él mismo llevaría las riendas de su educación, una responsabilidad recaída hasta entonces en su madre, cuando se aproximaban a raelizar un recorrido por el sur de Prusia.

 

Jürgen continuó con sus reflexiones históricas…

Aquel acontecimiento inesperado para Federico lo convenció de que debía fugarse con su amante Katte a Francia y tal vez a Inglaterra. No pensó en todo el daño que ocasionaría a Prusia fugarse y dejar sin heredero al trono el reinado de su padre. Sin embargo había quedado destrozado ante la burla del rey, sobre todo por la rabia con la que destrozó su flauta y se burló de su afición por tocarla, actitud con la que el padre le daba a entender el odio que le despertaba la orientación sexual de su hijo.

 

Jürgen entendía perfectamente el significado malévolo atribuído, por el padre de Federico, al amor de su hijo por tocar la flauta. Y siguió con sus notas sobre Federico II, el Grande, escribiendo en su Diario…

 

Frente a tal agravio, dispuso que la huida fuera en el transcurso del recorrido que haría con su padre, en el momento en que iban a estar cerca de la frontera francesa. Un hermano de uno de los ayudantes de Federico el Grande por equivocación recibe la carta en la que éste manda decir a Katte las condiciones de la fuga a Francia y en lugar de entregársela al amante de Federico se la entrega al Rey de Prusia. Él la lee y lleno de furia dispone la muerte de Katte y la prisión del príncipe heredero, su hijo Fritz. 

Federico va a responsabilizar a los austriacos de la muerte de su amante y  la lucidez con que armó la invasión de Austria para apoderarse de Silesia,  la visualizó lleno de odio,  recluido en los oscuros calabozos en los que permaneció  tras la muerte de su amado. Reflexionada y construida la guerra contra Austria en aquellas angustiosas noches en las que Katte, su difunto amado,  se le aparecía y hablaba con él para convencerlo, ya como alma en pena, de que el culpable no era su padre, Federico Guillermo I, sino los Habsburgos que querían impedir el avance histórico de Prusia, logrado a través de los años y los siglos, hasta llegar a ser la primera potencia de Europa ya en el siglo XXI.

 

Todo eso pasó por el pensamiento de Jürgen, esa noche que le brindó un sueño revelador, fruto de sus lecturas derivadas de su admiración por Federico II, el Grande, de la monarquía Prusa. Admiración devenida gracias a todo lo leído por Jürgen durante  años acerca de Fritz y su vida.

 

———————————º——————————

 

Jürgen compartía la decisión y comprendía los actos de Federico, en tanto se tratraba de una de las causas originarias de la grandeza de Alemania, su construcción como venganza de un amor cortado y degollado por un padre tradicional imposibilitado a entender a su hijo.

Sobre la invasión de Silesia, meditó Jürgen, y luego escribió,  a manera de final a sus reflexiones sobre el pruso Federico el Grande, y la Guerra de Siete años, librada por Prusia contra Austria…

 

Constituyeron el principio del fin del Sacro Imperio Romano Germánico, del viejo mundo, surgido desde hacía más de 1000 años, Imperio que llegó a ser el más grande que hasta ahora haya existido en el mundo y cuyo máximo esplendor fue logrado con Carlos V que fue emperador de prácticamente toda Europa y emperador de todos los territorios conquistados por los españoles en América.

 

De estos acontecimientos y hechos, Jürgen recordó y reflexionó, aquella frase de Carlos V: —En mi imperio no se pone el sol—. Se trataba del Sacro Imperio Romano Germánico, dentro de cuyas causas originarias de su fin definitivo se encontraba la venganza de un hombre por la muerte de su amante decapitado.

 

XXIII. CARLOTA Y MAXIMILIANO

                                  

Jürgen, tiene una finalidad tu vida. Siempre la tendrá para mí. ¿Cuál sería su fin? Los recuerdos, tantos momentos de reflexión. Momentos cuando fuimos felices, otros dónde no tanto. Aquí tengo algunas fotos de México. Recuerdo el año 1977, tú todavía estabas sano. Compartíamos muchos sueños. Mi deseo era que conocieras algo de México entonces. Ese México que conocí a través de mi padre, un nacionalista que nos llevaba los fines de semana a recorrer las avenidas. Era entonces mi México hermoso. Podían observarse aún los volcanes, el aire era más limpio. El centro de México tenía muchos edificios, en su tiempo faustuosos palacios coloniales. Existía, sin duda, también el otro México. Éramos producto de dos culturas que se fusionaron: los vencedores contaban la historia, los vencidos callaban. Así fue, así era, no existía realmente una identidad indígena, pues murieron millones. Mas conocía a un chamán, un hombre extraordinario, quien solía hipnotizar para saber si en nuestras vidas existía algún nexo doloroso para sanarlo. Al platicarte en el avión de él, no parabas de reír. Ya en otra ocasión habías mostrado tu interés por Maximiliano y Carlota. Dos días después de llegar a casa de mi madre, nos dirigimos a casa de Pedro, un republicano arribado en los tiempos de la Guerra Civil en España.

He aquí tu relato del Imperio que todavía hoy me deja sorprendida. Así que el chamán, sin averiguar mucho, en un cuarto oscuro, te remontó atrás, ayudándote con un poco de peyote. Viajaste a través del tiempo, lograste saber el destino y raíces exóticas de Maximiliano y Carlota:

El matrimonio de Carlota y Maximiliano no era resultado único de un amor verdadero, ya que desde el principio tenían claro que ambos debían servir a los intereses financieros y políticos de  dos familias gobernantes en Europa y fortalecer sus gobiernos por medio del  matrimonio, como solía suceder entre la nobleza. Por otro lado, Napoleón III con intereses también de expansión, ve que le puede ser muy útil Maximiliano para su propósito, ya que no todas las conquistas se lograban por la vía militar, y tenía en la mira a los personajes que embonaban perfecto para su plan, Carlota y Maximiliano.

En realidad eran solo dos almas atrevidas y rebeldes, aunado a ellas un pensamiento “liberal”. Entonces pudieron hacer esa larga travesía en el mar, durante todas esas horas en que el barco transitaba por el Océano Atlántico mientras la futura Emperatriz de México, Carlota, tenía el mal del “mareo”, no por estar embarazada, sino por estar con el estómago al revés.

Los conservadores mexicanos deseaban establecer una monarquía digna de llevar a cabo la derrota de Benito Juárez, quien se encontraba atrincherado en Chihuahua. Buscaron un candidato que fuera católico, para aminorar la secularización llevada a cabo por Benito Juárez.

Max de Habsburgo, era hijo predilecto de su madre, y  había aceptado la “Corona Mexicana” por ser un hombre que también ambicionaba un trono, poder, y quizá también por alejarse de su hermano, Franz Joseph,  con el que tenía muchas diferencias ideológicas. A esto hay que sumarle un escenario prometedor montado por Napoleón, de que México debía ser diferente, exótico y hermoso. Con estas referencias y engaños de Napoleón III, quién había enviado a Maximiliano listas falsas de votación aparentando que el pueblo de México deseaba que él fuera su emperador, Maximiliano emprendió el viaje.

En el siglo XIX era común colocar miembros de las dinastías europeas en los países nuevos como gobernantes, quienes por lo general tenían que enfrentar el problema de que la población no siempre estaba de su lado.

Napoleón III sabía que Maximiliano no aceptaría a menos que tuviera la certeza de  ser un gobernante deseado, por eso  ideó esa estrategia de las listas falsas. Maximiliano era perfecto para sus fines. Ese personaje de bellas facciones y maneras refinadas. Aspectos que tanto  gustaban a los conservadores de México, pero lo principal, lo más importante,  era que Napoleón III tendría la posibilidad de resolver varios intereses, entre ellos el  poder cobrar la deuda de México con Francia.

Para 1862 desembarcaron las primeras tropas francesas en Veracruz. Carlota, quien había sido educada no para someterse, sino para ser una estadista, fue una mujer quizá demasiado intrépida para su edad y su pensamiento protestante, siendo de mucha ayuda a Maximiliano que siempre detestó las finanzas.

 

Carlota pasa por una gran decepción, la decepción que le había infringido su Max, cuando ya instalados en el Castillo de Miramar, la dejó para llenar sus brazos con otros brazos, con otros labios por lo que a la joven y bella apasionada, le pareció la más fuerte estocada de su vida. El sentirse reemplazada y conocer los motivos por los cuales no podría tener vida sexual con su marido, que tenía una enfermedad venérea. Estaba profundamente herida. Lo demás no lo sabemos. Quizá por eso cerró su alcoba, como también lo hizo en el  flamante Castillo de Chapultepec.

Así dejaron la bella Europa para adentrarse a tierras tropicales de Veracruz, donde caían los frutos de los árboles, y se imaginaban degustando un suculento desayuno, mas a su arribo vieron que no había dicha ni festejo alguno por su llegada. Y así, con desconcierto, al ver que la realidad era lejana a sus expectativas, mismas que  crearon con la información torcida que recibieron, se desilusionaron.

Continuaron su viaje a la Ciudad de México y mientras viajan constatan que habían llegado  a un país en guerra, dividido y ocupado por fuerzas extranjeras. El control francés ocupaba menos de la tercera parte del paìs, el resto estaba en manos de los republicanos encabezados por su luchador por la libertad, Juárez. México enfrentaba grandes dificultades.

 

EL FINAL DEL IMPERIO FRANCÉS EN MÉXICO

 

Carlota se encuentra frente al espejo y una de sus acompañantes en París peina su abundante cabellera. Ella lleva en su mente a su Max, a su Max infiel, quien corre el gran peligro de ser fusilado.

En un carruaje negro llega hasta el Castillo donde la espera Napoleón III. Él se encuentra sumamente ocupado en combatir a los prusianos, quienes se expanden muy cerca de Francia.  Muy preocupado recibe a la Emperatriz Carlota de México.  Para él no hay marcha para atrás.  No tiene la mínima intención de mandar más tropas a México.  Él las necesita ahora para enfrentar otro tipo de invasión. 

La desesperación de Carlota se acrecentó al escuchar la negativa de Napoleón III.  En su mente pululan sentimientos de venganza y odio, odio hacia todo aquel que se niegue a salvar la vida de su adorado Max.

Está por demás pensar el amor que despertó en ella el pueblo mexicano. Ella fue la primera estadista que rigió en estas tierras hermosas que de tajo se tornan como una pesadilla sin fin.

 

Ella ayudó a los indígenas, principalmente. Creó centros de salud y otros más para sentirse útil y admirada por ellos.

Ahora, en Europa y rumbo al Vaticano, hablar con Pío Nono es su última esperanza. Su mente se ha debilitado cada vez más, pues se niega a comer y por las noches la atormentan obsesiones en torno al fusilamiento de su esposo.

Son las cinco de la mañana cuando Pío Nono la recibe junto con su comitiva en una enorme sala del Vaticano.

El Papa se niega a ayudarla. Él está preocupado por la Secularización de la Iglesia y la venta de las propiedades del clero, ejecutadas por Benito Juárez.

Carlota se descompone, se desmaya, y en un delirio avasallador ve como matan, en el Cerro de las Tres Campanas de Querétaro, a Maximiliano de Habsburgo, Emperador de México, mediante tres disparos en el corazón, el 19 de junio de 1867.

Una Carlota demente recibe el cuerpo embalsamado de Maximiliano y lo abraza llorando desconsoladamente.  La tragedia ha terminado con la vida de Maximiliano y Carlota queda como desdibujada, desvanecida, perdida en la Historia.

 

 

XXIV. VERTE DE NUEVO

 

Aquí seguimos con las cartas y los recuerdos. Transcurre el tiempo, se suman sucesos. Hoy es uno de esos días grises eternizados. Te tengo en mi mente y en estos escritos que me recuerdan cómo corrías a verme cuando mi esposo se ausentaba. Habíamos estado en München un año y quizá dos meses. Era hermosa la ciudad. Recuerdo recorrerla varias veces al dirigirme a la escuela para traductores o a mi trabajo en una inmobiliaria, donde sufría por no entender bayrisch.[8] Es tan relativa la felicidad. En ocasiones pensé que no quería irme de Alemania. Estaban ahí mis mejores amigos, aunque siempre me fascinó Europa, en especial Alemania.

 

XV. ADIÓS,  AMOR

 

Ven, Jürgen querido, te llevo en una silla de ruedas para que puedas disfrutar de los parques. Especialmente del Tiergarten, tan cercano nuestro. Te has vuelto muy callado, lo cual me preocupa. Yo sé por qué. Wilfried, el amor de tu vida, murió ayer de un derrame cerebral. Nos ha tomado por sorpresa. Pensamos que él viviría más tiempo, mucho más.

Adquiriste la palidez de un rayo y lloraste en mis brazos tanto, tanto, que creí también nos dejarías entonces. Y lo sé bien. Has vivido luchando contra muchas adversidades. Lo que ahora te ha devastado es subir a su departamento cara a cara con el Pudel, ese enemigo que se negaba a darte los recuerdos de más de dos décadas de una convivencia intensa, alegre. Como si con negarte esos recuerdos pudiera borrar lo existente entre Wilfried y tú. En el fondo Wilfried no dejó de amarte, porque si se mudo para tener una relación con Pudel, vivió cerca de ti, para no dejarte totalmente, para cuidar de ti.

Seguro que Wilfried, veinte años menor que tú, sentía la necesidad de continuar con el juego de la pasión y el deseo. Pero consciente de la realidad, viendo los estragos en tu salud y tu disfunción eréctil, sabía una exigencia desconsiderada, en tus condiciones, el sexo. Por eso buscó un amante, pero tampoco implicaba la muerte del amor entre ustedes. Esto explica la actitud celosa y agresiva de Pudel contigo.

Finalmente lograste convencerlo y conseguiste traer sus libros, loza italiana y dos cuadros al óleo donde estaban juntos. Tus manos temblaban. Tu boca no podía moverse. Ultimadamente, derrotado por el dolor, dejaste los recuerdos de Wilfried y te dirigiste a tu cuarto para vivir tu duelo y tragedia. Yo me acosté junto a ti y darte así un poco de calor, pues estabas muy frío. En ese momento mis lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas. ¿Por qué la muerte es tan ingrata? ¿Por qué no podemos aceptar el perder a las personas amadas?

Cuando te dormiste, finalmente, fui a conseguir lirios blancos para el funeral. La familia de Wilfred te aborrocía, pues te sentían como reponsable de que él contrajera el VIH, aunque eso ni tú ni él pudieron saberlo jamás. Solamente un día los sorprendió la noticia, cuando te pusiste mal y te hicieron estudios clínicos. Eso no definió quien contrajo primero el virus, saberlo no fue, tampoco, lo más importante para ustedes. Algo entre Wilfried y tú estaba muy claro en este punto. Nunca hubo malas intenciones.

En aquel tiempo se sabía demasiado poco del virus, soprendió a muchos. Ustedes decidieron afrontarlo simplemente y cuidar uno del otro.

Mi querido amigo, la tristeza nos abraza, pero estaremos, tú y yo, en su entierro. Duerme Jürgen, por fin, duerme, buenas noches.

 

———————————º——————————

 

Tú me has llevado por un camino desconocido. Comprendo ya, ahora, más a la humanidad. No te juzgo, ni a ti ni a nadie, por sus preferencias sexuales. El amor tiene tantas manifestaciones… basta con que existan seres solitarios, vagabundos por el mundo, en busca de una persona que les inspire ese sentimiento.

Tu madre no pudo o no supo brindarte afecto. Era tu compañero el que te daba esa emoción.

En este momento las campanas suenan. He cerrado tu diario. Mañana una enfermera vendrá para cuidarte. Regresaré a México, contigo bordado en mi corazón, como siempre te he llevado.

Voy al México descubierto a través de mi marido, con una óptica cambiada de la que tuve. Soy muy feliz. Tengo varios proyectos, novelas por escribir, poemas por recitar. Mi vida continúa mientras el mundo se transforma.

Antes de que despiertes te doy un beso en la mejilla, en tu cabeza llena de intelecto. Por último beso tus manos bellas, que me escribieron e-mails a diario, los que atesoro como si me hubieras acompañado en todos los procesos de mi vida.

 

___________º___________

 

Hoy mi esposo me despertó con una triste noticia. Has dejado este mundo. Un vació inmenso me invade, mi corazón, rápido, late, más y más. Siento me falta el aire.

Los vecinos fueron quienes te encontraron en la bañera. Al ver saliendo agua de tu departamento, forzaron la chapa. Sufriste un infarto, te arrebató la vida. Seguramente la soledad, la ausencia de Wilfried, hiceron grandes estragos. Siento y escucho el sonar del viento, donde viaja mi abrazo hacia ti. Te seguiré amando siempre, mi querido amigo. ¿Un día nos encontraremos? Quizás. En otra vida, otra galaxia. Sí, sé muy bien que continuarán nuestros lazos en el más allá. Aufwiedersehen.[9]

 

[1] Industria química alemana instalada en Méxcio Química Hoechts de México, absorbida por el consorcio farmaceútico Clariant en 1998.

[2] Estrudel de manzana.

[3] En aleman, Ministerium für Staatssicherheit, era la policia secreta de la República Democrática Alemana.

[4] Plato típico de la región alemana de Suabia. Consiste en una pasta en forma romboide o cuadrangular, rellena de carne (de ternera o Bratwurst es decir salchicha), acompañada de vegetales y verduras como espinacas o cebolla. Se incluye en su ingesta panecillos tipo Brötchen. También puede hacerse con jamón cocido o ahumado, salmón, zetas y existe una modalidad vegetariana.

[5] Explotación agraria israelí gestionada de forma colectiva y basada en el trabajo y la propiedad comunes.

[6] Empleado en los pacientes con SIDA, condición de salud distinta de los portadores de VIH. Las condiciones narrativas no dan lugar a dudas, pero la aclaración es pertinente en cuanto la información accesible de salud y para evitar la discriminación. El medicamento puede ser usado en ambos casos.

[7] Se refiere el libro de Sebastian Haffner Preußen ohne Legende, BTB, Deutschland, 1998. 

[8] Lengua austro-bavara. 

[9] Su traducción al español es: “adiós, hasta la vista”.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Lupita Mueller.
Published on e-Stories.org on 09/13/2020.

 
 

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