Jona Umaes

Llave maestra

 

          Un día que Luis volvía del trabajo, entró en su portal y vio que sobresalía la punta de una llave sobre su buzón. Pensó que a alguien se le habría caído y algún vecino la había puesto allí, por si volvía su dueño. El caso es que los días pasaban y la llave seguía en el mismo sitio. Parecía que nadie la echaba de menos. Un día, sin saber por qué, le dio por coger la llave. Era normal y corriente, de cabeza redonda y brillaba como nueva, parecía recién salida del horno. En ese momento, iba a ir a comprar unas cosas al súper de la esquina y luego tomarse unos churros, que tenía antojo, después de tanto tiempo.

          En el comercio, se acercó a la estantería de los vinos. Solía comprar siempre el mismo, un Rioja del 2013, que no se cansaba de tomarlo. Era un caldo que tenía mucho gancho, las botellas se esfumaban en pocos días. Más de una vez se había encontrado con que ya no quedaban y tenía que ir a otro establecimiento más alejado a buscarlo, pero en esa ocasión tuvo suerte. Quedaba una que parecía recibirle con los brazos abiertos entre el vacío que había quedado a su alrededor. Se alegró de la suerte que había tenido y terminó de realizar las compras para dirigirse al café donde servían los churros, que se encontraba a unos metros.

          Era una cafetería de barrio, que aun disponiendo de numerosas mesas, era habitual encontrárselas todas ocupadas a esas horas. Mira por donde, conforme se iba acercando, vio que había una mesa individual libre, bajo el toldo, en el mejor sitio, pues era lugar de paso de las corrientes de aire que atravesaba la estructura de lona bajo la que los clientes se protegían del sol. Aceleró el paso para que nadie se le adelantara. No solo fue aquello la única sorpresa agradable. El aceite de los churros, normalmente requemado y que aprovechaban al máximo, en esa ocasión, hacía poco que lo habían repuesto, con lo que las porras, que de cualquier forma estaban muy ricas, en esa ocasión las encontró más deliciosas aún.

          Cuando entró de nuevo a su casa pensó en la suerte que había tenido esa tarde, todavía con el sabor del café y los churros en el paladar. Mientras veía la televisión, se acordó de la llave. La sacó del bolsillo del pantalón y se puso a observarla. Pensó que quien la estuviera buscando estaría desesperado al no encontrarla. Pero llevaba tantos días sobre su buzón que era extraño que nadie se hubiera acercado ya a buscarla o preguntar a los vecinos. La televisión pasó a un segundo plano y su imaginación comenzó a funcionar sobre qué cosas podría abrir esa llave. Quizás un candado que guardaba celosamente algo valioso, como unos papeles comprometedores, unos discos duros, una caja fuerte...o a lo mejor un secreto de familia, o simplemente nada porque aún no había tenido tiempo de guardar lo que fuera. Se rio de sus tonterías y volvió la vista de nuevo a la televisión, mientras acariciaba con su dedo índice las hendiduras de la llave.

          Al día siguiente, fue al banco, por enésima vez, en busca del crédito para un coche al que le había echado el ojo hacía tiempo. Sus ingresos no eran muy boyantes, y con los gastos que tenía en su día a día, siempre le ponían pegas para concedérselo. Pero él erre que erre, no cejaba en el intento, con la esperanza de que alguna vez la situación cambiara. Cuando atravesó la puerta, tuvo la suerte que una de las mesas estaba libre y nadie esperaba. Conocía a todos los que trabajaban allí, después de tantos años, qué menos, pero la chica que había en el puesto libre, era la primera vez que la veía, parecía nueva. Tenía la vitalidad y la simpatía que los otros habían perdido con el paso de los años, y bregar con tanto cliente. Tras contarle el tema del crédito, ella, muy diligente, se puso a hacer números. Luis se quedó embobado viéndola trabajar. Esta, una vez terminó de manejar el simulador en el ordenador, le dijo que debía consultar con su jefe la operación, y que, a pesar de que los números no daban, haría lo posible. No tuvo que esperar mucho tiempo antes de que volviera.

—Bien, parece que ha habido suerte. Tras planteárselo al gerente, aunque en un principio no lo vio claro, lo he podido convencer —dijo la chica. Luis se quedó mudo. No se esperaba aquello. Después de tanto intentarlo, al fin lo había logrado, y además había tenido que ser la chica nueva, que mientras más la miraba más tonto se volvía.

—¡Ah, estupendo! Trabaja usted muy bien —dijo él sonriendo.

—Gracias, y yo me alegro de que usted pueda estrenar coche nuevo. Eso es siempre causa de alegría.

—Sí, no sabe lo feliz que me hace.

—Bueno, pues firme, aquí, aquí y aquí.

—¡Eso está hecho! —dijo diligente Luis. Cuando fue a coger los papeles, lo hizo con tanto ímpetu que rozó la mano de la chica, que no le había dado tiempo a quitarla—. Disculpe, no sé por qué estoy tan nervioso.

—No se preocupe.

—Pues muchas gracias por todo —dijo él, una vez había terminado el papeleo, y le tendió la mano. Ella la estrechó, y del contacto saltaron chispas—. Perdone la indiscreción, estas cosas no suelo hacerlas, pero me gustaría invitarle a un café o algo. Me ha dado una alegría tremenda y quisiera agradecérselo de alguna manera.

—Bueno, no se moleste, es mi trabajo. —dijo ella apurada.

—No es molestia, de verdad. ¿A qué hora termina?

—A las dos.

—Pues la espero fuera luego y picoteamos algo, ¿le parece? —a la chica le había venido aquello de sopetón, no se lo esperaba. Como estaba en el trabajo y no quería llamar la atención, accedió para terminar cuanto antes con aquel cliente que, por otro lado, le había causado buena impresión.

—De acuerdo, pero tendrá que ser el viernes, hoy no puedo.

          Luis volvió a casa rebosante de alegría por haber conseguido finalmente que le dieran el crédito, y todo fue gracias a la chica nueva. Pensó que el personal antiguo, o era más exigente, o se habían ido oxidando con el paso de los años. Ese mismo día llamó a su hermano. Tras la muerte de su padre, quien había arreglado antes todo el papeleo para que cuando se vendiera la casa familiar se repartieran el dinero entre los dos hijos, Luis se encontraba en conflicto continuo con Pedro porque este no quería vender. Estaba ocupando la vivienda y no hacía más que ponerle pegas. No tenía intención de dejar la casa, prueba de ello era que, aunque una inmobiliaria se encargaba de la gestión, le había puesto un precio tan desorbitado que nadie se interesaba por ella. El hermano estaba muy cómodo habitándola y quería ahorrarse el trastorno de buscarse otro lugar donde vivir y la mudanza aun sabiendo que era una mejora en su nivel de vida, pues podían sacar una suma considerable por el inmueble. Para su sorpresa, Luis, tras un rato de charla con Pedro, se encontró con la conformidad de este que finalmente accedió a poner un precio más razonable a la vivienda. Había visto un piso en una zona muy buena, y le entraron ganas de cambiar de vida. Ese mismo día el hermano le comunicó a la inmobiliaria el cambio en el precio en espera de novedades. Luis, tras colgar, suspiró aliviado. Después de tanta lucha al fin Pedro había entrado en razón.

          Al día siguiente, Luis recibió la llamada de su hermano, comunicándole que ya había compradores. No podía creer lo que estaba sucediendo. Tantas cosas buenas de golpe y sopetón. Todas las puertas que antes permanecían cerradas, ahora se abrían como por arte de magia. Y la cosa no quedó ahí. Ese mismo jueves le llamaron del hospital, que se adelantaba la prueba que tenía pendiente para finales de año. “¿Pero qué está pasando? ¡Vaya racha más buena!”, pensó. Antes de salir de casa, vio la llave que encontrara en el portal y que había colgado en el llavero de la entrada. Se paró un momento para cogerla. Se le ocurrió pensar que desde que se topó con ella no hacían más que sucederle cosas buenas. “¡Pero qué tonterías se me ocurren, solo es  casualidad!”.

          Llegó el viernes y le sonó el recordatorio en el móvil de que había quedado con la chica del banco. Así que allá que fue un poco antes de las dos a esperar que saliera.

—Hola, ¿qué tal? —dijo él al ver que salía.

—Hola, bien. Ya de finde. Siempre es una alegría, ¿verdad? —contestó ella jovial.

—Y que lo digas —la chica iba más arreglada de lo habitual, eso le agradó a Luis—. Si quieres tomamos algo ahí enfrente. Ponen unas tapas muy ricas.

—Me parece bien —accedió ella.

          Como no hay dos sin tres, aquella racha tan buena por la que estaba pasando Luis, no podía quedarse solo ahí, le esperaba una pequeña sorpresa. Estuvieron un buen rato charlando, se veía a leguas que había feeling entre ellos. Luis le agradeció de nuevo lo que había hecho por él, había estado mucho tiempo detrás de aquel crédito y sus compañeros no habían tenido a bien concedérselo. También le contó la de cosas buenas que le estaban ocurriendo últimamente.

—¡Es increíble, nunca me había ocurrido nada así! —dijo él.

—Bueno, esas cosas suelen pasar. De repente te viene una racha buena, o al revés y deseando que se pase cuanto antes.

—Te va a parecer una tontería, pero creo que todo se debe a una llave que encontré.

—¿Una llave? ¿Y por qué piensas eso?

—Porque es desde entonces cuando la suerte ha comenzado a sonreírme. Supongo que es pura casualidad.

—Ja, ja. Claro, ¿qué tiene que ver una cosa con otra? ¿Y dónde encontraste la llave?

—En mi portal. Llevaba varios días sobre mi buzón y nadie parecía tener interés en ella, así que la cogí y me la quedé.

—Bueno, quizás algún día alguien toque a tu puerta a preguntar.

—Sí, ¿quién sabe? Mira, la tengo aquí. Es esta, está nuevecita.

—¿A ver? —al tomarla tuvo la sensación de que conocía esa llave—¿Te puedes creer que la semana pasada perdí una como esta? Acababa de hacer una copia de la mía en la ferretería y a continuación fui a casa de una amiga. Desde entonces, no sé dónde he metido la copia que hice, y mira que he buscado.

—¿En serio? ¡Qué casualidad!

—El caso es que se parece mucho a esta. Un momento, voy a comprobar una cosa —sacó su llave y la puso a la par de la de Luis— ¡Ostras! ¡Es la que perdí!
 

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Published on e-Stories.org on 06/27/2021.

 
 

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