Jona Umaes

2022

          "Imagina que tu vida actual es el inicio de una novela, llévala hasta donde quieras", decía el reto del mes. Una oferta tentadora, dirigir mi destino a voluntad. Si las cosas fueran en la realidad así, todo sería más sencillo. No me entretuve ni en abrir el portátil. Desde mi aplicación de notas del móvil comencé a escribir porque la musa estaba conmigo y me susurraba las palabras al oído.

          Era la víspera del día de Reyes, pero no quería dormirme sin haber planteado el comienzo de la historia. Aunque el sueño comenzaba a cerrarme los párpados estuve un rato más, me lavé los dientes y me acosté. No lograba dormirme, seguía dándole vueltas a la historia. Me encontraba como en una señal de Stop, con distintos caminos aguardando mi decisión. Cual ramas de un árbol, se perdían en el horizonte sin saber a dónde me llevarían. A veces, te ves en la vida en ese aprieto, varias posibilidades y una por elegir, pero la realidad es más dura, porque el camino que se anda ya no se puede deshacer.

          Abrí los ojos y me vi reflejado en el espejo del armario. En aquella oscuridad, apenas si podía ver mi rostro. De repente, me perdí de vista porque la puerta del armario se abrió. El corazón comenzó a galopar en mi pecho a tal ritmo que me costaba respirar. De la negrura del armario surgió una luz, como si del proyector de un cine se tratara, e imágenes de mi presente se plasmaron en el aire, delante de mis narices. Me vi en la pista de pádel en la que había jugado esa misma mañana. Me sorprendió la forma en que me movía jugando. Estaba como pez en el agua a pesar de ser mi primera vez. Ya me habían advertido que, si sabía jugar al tenis, el pádel era pan comido, pero hasta que no lo experimentara por mí mismo no podía opinar. Me pareció un juego de niños, hacía exactamente los mismos golpes en ambos deportes porque la mayor parte de mi juego siempre ha sido en las proximidades de la red. Aquella pista de tenis en miniatura tenía las medidas perfectas para mi modo de jugar. Fue una grata sorpresa que no me esperaba. Tras unos instantes viéndome, las imágenes desaparecieron sin más, dejándome a oscuras. Creo que me dormí porque no recuerdo nada más de esa noche.

          Por la mañana, una idea me rondaba la cabeza. Después de desayunar llamé a un amigo, Mauricio. Era profesor de tenis, pero también daba clases de pádel. Le dije que quería entrenar tres veces por semana. Se alegró de mi decisión porque conocía mi estilo de juego y sabía que el pádel me venía como anillo al dedo. El tiempo pasó tan rápido que tras un mes con las clases me vi jugando torneos. Mi entrenador me había puesto en contacto con otro de sus alumnos, un tal Sergio, con el que congenié casi instantáneamente. Y es que, en la pista, teníamos una coordinación que muchas parejas de pádel solo logran conseguir a base de tiempo y partidos.

          Torneo que jugábamos, torneo que ganábamos. Claro que era nivel amateur y nos topamos con todo tipo de jugadores. Hasta entonces, estaba siendo un 2022 redondo. Llegó junio y decidimos dar el salto. Nos federamos para poder jugar a nivel nacional y escalar lo más posible en el ranking. Llegaron las primeras derrotas. Aquello era otro nivel, pero no transcurrió mucho tiempo hasta adaptarnos a aquel ritmo de juego. Los triunfos no se hicieron esperar. Estábamos eufóricos por los resultados y lo bien que iban las cosas. Pero aquello se truncó cuando tuve el accidente. En uno de esos partidos, mis pies chocaron en carrera al intentar llegar a una bola baja cerca de la red. Mi cabeza impactó de lleno con el poste de metal. Según me dijeron perdí el conocimiento al instante. La brecha fue tal que teñí de rojo gran parte del césped artificial. Las aristas de aquel soporte no estaban lo suficientemente redondeadas, lo que hizo que el daño fuera aún mayor.

          Cuando me desperté en el hospital, las primeras personas que vi fueron mi hermana y mi compañero. Ellos me dieron la mala noticia. Había perdido la movilidad de mi cuerpo, al menos por el momento. Debían hacer más pruebas y ver si podía recuperarme. Apenas podía hablar. Me costaba horrores articular las palabras. Era pronto para aventurar qué iba a ocurrir.

          Pasaron las semanas y continuaba en el hospital. Gracias a la rehabilitación y mis ganas de salir de allí pude recuperar la movilidad de cintura para arriba, pero mis piernas quedaron muertas. Me vi abocado a vivir en silla de ruedas. Durante mi convalecencia, tuve tiempo de pensar. Me acordé de la imagen del Stop y los caminos frente a mí. Había escogido la senda equivocada y el destino hizo que me incorporará a la que debí haber elegido desde un principio.

          No necesito más que mi mente para hacer lo que más me gusta, escribir, y ninguna tara impedirá que disfrute de la escritura mientras tenga lucidez, cosa que no podría hacer con el deporte porque el cuerpo envejece antes que la cabeza.

          Estamos en plenas fiestas de Navidad. Con mi lista de propósitos para el 2022 parcialmente cumplida, me dispongo a hacer la del próximo año con la certeza de que ya no podré realizar ciertas cosas. Pero puedo continuar haciendo deporte. Muchas personas en mi situación juegan al tenis. En una ocasión, cuando aún podía correr, vi entrenar en la pista de al lado a un chico en sillas de ruedas. Era admirable la energía y las ganas que le echaba. Le pegaba igual o más fuerte que yo. En esos momentos, no imaginaba que iba a acabar como él. Casualidades de la vida. Nuestros problemas nos parecen grandes hasta que vemos los de los demás, pero siempre se nos olvida.

Es hora de cerrar algunas puertas y abrir otras. En este mundo, o te adaptas o te adaptas. No queda otra.

 

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Published on e-Stories.org on 01/07/2022.

 
 

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