En un laboratorio de investigación se cocía algo grande. Varios armarios de supercomputadoras analizaban miles de vídeos de perros. Intentaban descifrar mediante Inteligencia Artificial el lenguaje de los canes según diversos parámetros: El ladrido, movimientos del cuerpo y cola…
Comenzaron por los perros porque exteriorizan bastante más que los gatos. Estos últimos, más tranquilos e inmutables, hubiera complicado la tarea. Hacían turnos de día y noche. Juan, uno de los técnicos, se encontraba en la sala de control. Eran las dos de la madrugada. Su trabajo consistía en supervisar los avances en el análisis que hacían los ordenadores de los vídeos y organizarlos conforme iban dándose por finalizados. Esa noche, en un receso, fue a tomar café a la sala que habían acondicionado para el descanso y las reuniones. Allí tenían todo lo necesario para descansar: un buen sofá, frigorífico, microondas, cafetera, televisión… De repente, un aviso sonoro le hizo dar un respingo cuando se encontraba medio adormilado en el sofá. En el silencio de la noche, aquella alarma sonó como el de una bocina de atracción de feria a un centímetro de su oído.
Allá que fue corriendo a ver lo que sucedía. Al parecer, el sistema había encontrado un patrón común, de los miles que tenía almacenados y su correspondiente interpretación al lenguaje humano. Como el resultado lo mostraba por escrito en la pantalla, Juan tecleó una serie de órdenes para que el ordenador articulará aquellas palabras y le fuera más cómodo ver el resultado.
—¡Ven Rocky bonito! ¡Ven! Toma un trozo de galleta. —El perro, que estaba tumbado a la bartola sobre el césped del parque, se levantó diligente y emitió un par de ladridos, moviendo nerviosamente la cola.
—A ver, a ver qué tiene para mí, mi querido amo. —dijo Rocky. Con su hocico húmedo comenzó a olfatear la galleta
¡Puaj!, ¡vaya porquería! ¿No tienes algo mejor? ¿Unas albóndigas, quizás? —respondió con varios ladridos. Juan se partía de la risa.
—¡Ja, ja, ja! ¡Encima exigente! —dijo el técnico.
—¡Chucho tonto! ¡Pues no hay otra cosa! ¡Ale!, ¡vete a vaguear de nuevo! —el perro lloriqueó y ladró, a modo de queja.
—¡Hijo de mala madre! ¡Mira que eres tacaño! —. El dueño del perro continuó haciendo su sudoku y dejó de prestar atención a Rocky. De pronto, el animal comenzó a ladrar.
—Te has equivocado en el cuadro central. ¿Es que no te das cuenta? —dijo el chucho, con más ladridos.
—¿Qué quieres ahora? ¡Déjame tranquilo!
—¡La leche con el perro! ¡Pero, si es inteligente y todo! ¡Esto va a ser la bomba! ¡Y nosotros que creíamos que los listos eran los gatos! Voy a escribir ahora mismo al jefe y a los compañeros, para que estén al tanto.
El sudoku, por supuesto, no le salió, y se lamentó maldiciendo entre dientes. Rocky tenía razón, y reía con ladridos cortos y estridentes, por no haberle escuchado.
—¡Eso te pasa por tonto! ¡Que eres tontoooo! Ja, ja. Menos mal que no me entiende. ¡Qué hambre tengo! A ver si vamos ya para casa.
Juan se divirtió de lo lindo viendo el resto del video. La noche pasó volando y llegó el turno de relevo. Le explicó al recién llegado, con incontenida emoción, lo ocurrido. El otro creyó que se estaba burlando, pero después de ver los emails, como le había dicho Juan, vio que realmente era cierto.
—¡Madre mía! ¡Esto es genial! ¡Al fin vamos a poder comunicarnos con los perros! Bueno, solo entenderlos, porque hablar su lenguaje aún no sabemos si es posible.
—Es cierto —dijo Juan—, pero ellos nos entienden bastante bien con los gestos. De hecho, aprenden lo que les enseñamos, así que, lo que hemos logrado es un paso de gigante.
—Ya te digo. En la próxima reunión, veremos cuáles son las pautas a seguir. Bueno, nos vemos. Voy a echar un ojo a estos videos.
—Hasta luego. ¡Que te diviertas!, ja, ja.
El día "D", se convocó una reunión. En ella hablarían del camino a seguir y durante cuánto tiempo estarían analizando vídeos antes de hacer público el descubrimiento. No querían precipitarse. Acordaron traer un perro y que el sistema tradujera en tiempo real. De esa forma verían si el software era lo suficientemente rápido como para interactuar con el animal.
Constataron, una vez procesaron un buen número de videos, que los perros eran muy inteligentes. Para empezar, estaba el vídeo del sudoku. ¿Cómo era posible esa capacidad de razonamiento? Quizás podían llegar más lejos. El perro que trajeron para hacer las pruebas era el de un empleado. Era un chucho de lo más corriente. No querían empezar mal, discriminando a perros sin raza. En ese laboratorio no había distinción de clases.
Comenzaron las pruebas y el sistema respondió a la perfección, haciendo la traducción sin apenas retraso. Problemas de matemáticas, lógica y abstracción, en general; el animal, sorprendentemente, no tenía ningún problema en resolverlos. Llegó un momento en que dijo que no seguiría cooperando si no le daban una lata de albóndigas. Desde luego, no era tonto.
A continuación, pasaron a analizar la memoria. Ahí, se llevaron un chasco, porque se hizo patente que el animal solo tenía capacidad para recordar hechos, no conceptos. Tenía memoria emocional, como cualquier animal, incluidos los humanos. Esto es, si le pegaban una patada en el culo por orinar en una maceta, este ya no lo volvía a repetir. Claro que, en ese aspecto, los animales eran más inteligentes que las personas, porque si a un niño le regañan o le pegan un sopapo por romper una maceta con el balón, no va a dejar de hacerlo, sobre todo cuando no está la fuente del dolor, cosa que en el can nunca haría.
Sin memoria conceptual, el nivel de inteligencia quedaba claramente mermada, pero podrían sacarle partido a su capacidad abstracta. Fue entonces cuando comenzaron con los problemas. Primero con los más básicos y luego incrementando la dificultad. No solo los resolvía con una rapidez pasmosa, sino que hasta los más complicados tampoco les suponía gran esfuerzo. Aquello superó todas las expectativas. El humano planteaba el problema y comenzaba a resolverlo erróneamente para que el perro reaccionase. Así, de aquella forma, el animal iba guiando por el camino correcto hasta llegar a la solución.
No esperaron más en hacerlo público. Salió en todas las televisiones y la noticia corrió como la pólvora por internet, haciéndose eco a nivel global. Tardaron unos meses en implantar el software en un gadget que cualquiera podía comprar. Necesitaba conexión a internet porque los datos irían a parar el servidor central, ubicado en el laboratorio donde trabajaba Juan. Mientras más datos obtuviesen del lenguaje canino, más se profundizaría en su conocimiento. Algo parecido a como hacen los asistentes que tenemos hoy en día y, por supuesto, con el consentimiento del usuario.
Aquello fue como cuando apareció internet o la telefonía móvil. Llegó para quedarse. ¿Quién iba a pensar unos meses atrás que iba a ser posible entender a los perros, y más aún, que estos tuvieran más inteligencia de la que se pensaba? Adultos y niños, todos usaban a sus mascotas para que les ayudasen en sus tareas: Matemáticas, física… todo lo que requiriera cierta abstracción. Con el tiempo se vio que hasta podían ayudar a los ingenieros en el desarrollo de software. En ese momento es cuando se les sacó su mayor potencial. Problemas en los que no avanzaban ni con el ordenador más potente, que, al fin y al cabo, solo procesan datos, lograban resolverlos simples perros con su increíble inteligencia para las matemáticas.
Aquello fue un punto de inflexión. El desarrollo de software y el avance geoespacial tomó tal impulso que, lo que no se había logrado en décadas, ahora avanzaba a velocidad de vértigo. Estaban tan absortos con aquellos avances, al igual que las personas en sus casas, sirviéndose de sus perros, que desatendieron su cuidado.
Mientras tanto, en un callejón de una ciudad, libre de cámaras de vigilancia, un grupo de canes se reunió para discutir sobre los últimos acontecimientos.
—¡Esto no puede seguir así! ¡Nos están utilizando como máquinas! Ya ni me lanzan la pelota. ¡Mirad qué barriga se me está poniendo por no hacer ejercicio!
—Es cierto. Mi amo, ya solo me quiere para que ayude a su niño en los deberes. Nada de caricias, ni paseos por el parque. Les da igual que use su casa como retrete. No se molestan ni en sacarme. ¡Estoy cansado de todo esto!
Así, uno tras otro, fueron exponiendo sus quejas. Finalmente, se decidió, por unanimidad, que aquello se iba a acabar. Querían volver a su vida de antes, cuando eran felices corriendo tras una pelota de tenis y babeándola, pringando las manos de su amo. No necesitaban internet para que los perros de todo el mundo se unieran a la causa. El “boca a boca”, era lo más efectivo. Pero tenían que pasar el mensaje con una expresión que solo ellos conociesen y que no fuera interpretado por el diabólico aparato de los humanos. Así, acordaron que fuese “Guau, guau, jiji guau”, que significaba: “No somos esclavos, pásalo”.
La reunión se disolvió, y los canes salieron como flechas, ladrando el mensaje por doquier, para que cualquier perro, estuviese donde estuviese, lo escuchara y se uniese a la causa. En tan solo un día, toda la población perruna ya estaba al tanto de la situación. En adelante se negarían a ayudar a sus amos. No les hacía falta viajar para lanzar el mensaje a los cuatro vientos. Las noticias se hicieron eco de la rebeldía de los perros, y los canes que estaban próximos al reportero que daba la información, aprovechaban la ocasión para dar el ladrido secreto y que los perros que estuvieran en sus casas lo escuchasen y se unieran a la causa. Igual ocurría con internet. En las videoconferencias, se escuchaba los ladridos de fondo, y sus congéneres los escuchaban al otro lado, hallasen donde hallasen.
De esa forma, en pocos días, todos los perros del mundo estaban al tanto de lo que se cocía, y se unieron a la causa. La gente empezó a quejarse de que los canes no les ayudaban. Cada uno era libre de hacer como quisiera. Sabían que los humanos les entendían. Podían exigir sus derechos. Querían volver a la vida de antes porque no eran felices.
Finalmente, humanos y perros llegaron a un acuerdo. Los canes seguirían ayudándoles siempre que respetasen sus necesidades. Querían caricias, juegos, carreras y atención.
Así fue cómo la humanidad avanzó en su desarrollo, hasta llegar a conquistar el espacio cercano. Y la cosa no quedó solo ahí. Los perros entendían el lenguaje de los gatos. Desde tiempos inmemoriales habían convivido y, como no podía ser de otra forma, llegaron a entenderse. Ayudaron a los humanos a comprender el lenguaje felino, y a partir de ahí, todo fue en cadena para comunicarse con el resto de los animales.
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Published on e-Stories.org on 08/19/2022.
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