El atardecer comenzaba a cubrir con su manto oscuro la bóveda celeste. Un joven de buena apariencia salía de un hotel con paso firme. Maletín en mano, se disponía a coger el coche que se encontraba en las proximidades de la entrada. Aún no habían prendido las farolas de la ciudad. No tardarían en hacerlo, pero en ese intervalo, la calle donde estaba estacionado el vehículo no invitaba, precisamente, a pasear. Los altos edificios ensombrecían el ambiente y adelantaba la noche cuando aún había luz en el horizonte.
El muchacho parecía tener la cabeza en otro sitio, caminaba decididamente hacia su objetivo. Efectivamente, le esperaba una importante reunión de negocios que decidiría su futuro. Los japoneses eran gente a los que no se podía hacer esperar. Iban a financiar su proyecto a cambio de ser accionistas en lo que ellos atisbaban como una empresa prometedora. No podía arriesgarse a llegar tarde o, simplemente, no habría reunión.
Justo cuando Fran pulsó el mando a distancia y las luces destellaron dándole la bienvenida, un grupo de 3 cacos le rodeó aprovechando el poco tránsito en la calle, aún oscura. Sin mediar palabra, comenzó a lloverle puñetazos desde todos los ángulos. Se retorcía del dolor sin poder coger aliento para defenderse. Una vez en el suelo continuó recibiendo patadas entre risas e improperios. Justo en ese momento, las farolas de la calle comenzaron a despertar. Los muchachos se detuvieron un segundo, mirando hacia arriba y maldiciendo la luz que los delataba.
—Canijo, ¡pínchale hasta desinflarlo! —soltó el que parecía el cabecilla.
—¡No es necesario! ¡Cojamos el maletín y nos largamos!
—¡Que le pinches, te digo! Nos ha visto con la maldita luz.
El canijo no tuvo tiempo de usar su arma. Recibió tal golpe en la mano que la navaja salió despedida. La muñeca dejó de sostener su zarpa, que parecía de trapo. El desgraciado soltó un alarido del dolor.
—¿Qué hacéis, malnacidos? Largaos si no queréis que os abra la cabeza —Dijo un joven, bate en mano, que apareció de la nada amenazando con descargar golpes a diestro y siniestro.
—¡Me ha roto la mano! —se lamentó el otro.
—¡Largo! ¡Que os dejo lisiados para los restos!
Los rateros salieron corriendo como alma que lleva el diablo, soltando blasfemias por aquel desconocido que les había aguado la fiesta.
—¿Estás bien? —se interesó por Fran.
—¡Me duelen las costillas! Creo que me han roto algo —respondió quejumbroso.
—¡Vamos! Apóyate en mí, te llevo a la recepción y llamo a un médico.
—¡No! ¡Tengo prisa! Debo irme. Me esperan.
—¿Tú te has visto? Entra un momento y te adecentas. ¡Nadie va a querer recibirte cómo vas! —. Fran pasó al baño y, a pesar del dolor, se arregló como pudo la ropa a toda prisa. Cuando pasó frente a la recepción, se detuvo un momento.
—¡Gracias! ¡Me has salvado la vida!
—Cualquier otro hubiera hecho lo mismo. Deberían adelantar el encendido de esas luces —Fran sacó su cartera.
—¿Pero, qué haces? ¡Vete ya! ¿No tenías prisa? —le espetó el otro.
Fran estaba contrariado. Aquel joven le había hecho sentir un miserable, a pesar de su humanidad. Si hubiese sido al contrario no estaba seguro si habría movido un dedo por el otro. De cualquier forma, volvió a mostrarle su agradecimiento y partió raudo al vehículo. Temía que cuando llegase, los asiáticos se hubieran ido, cansados de esperar.
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—¿Qué te pasa, cariño? Tienes mala cara.
—No es nada. Un día duro.
—Te conozco. ¿Qué ha ocurrido?
—En unos días me veo en el paro. El hotel cierra.
—¡No me digas! ¿Tan mal va?
—El nuevo director es un desastre. Ya se le veía desde el primer día. No sé en qué invierte el dinero. El hotel está que se cae a pedazos. La situación es insostenible.
—Bueno, no te preocupes. Tienes mucha experiencia. Pronto encontrarás algo.
—Sí, un cambio de aires me vendrá bien. Es una lástima, he visto envejecer el hotel durante estos años. Ya no da más de sí.
La empresa donde trabajaba Ana de secretaria, se había convertido en unos de los mejores negocios de la ciudad. Constaba de tres torres que se perdían en las alturas, repletas de oficinas y en pleno centro de la urbe. El desarrollo de software para dispositivos móviles estaba en auge. Aquella empresa comenzó cuando la tecnología de comunicación apenas se conocía en el país, no así en el extranjero, siempre adelantados, donde se utilizaba de continuo. La visión de negocio en aquel escenario fue lo que hizo que un pequeño emprendedor se convirtiera con el tiempo en uno de los hombres más ricos y adelantados en su sector.
Ana cogió a escondidas un currículum de Dani y decidió pedir una cita con el departamento de recursos humanos de su empresa. No quería que aquellos papeles se perdieran entre los muchos amontonados de la gente que aspiraba a un puesto. Cuando fue, la persona que le atendió le comentó que el recepcionista de unas de las torres estaba pronto a jubilarse. Ana pidió, como favor de compañero, un trato preferente para su marido. Pero no se quedó ahí, sino que le habló de la experiencia de su esposo en el puesto. Le comentaron que el departamento solo era el primer filtro. El director de la empresa era el que finalmente tenía la última palabra. Era un hombre muy implicado en su negocio y supervisaba todo cuánto se hacía. Le propuso tener una entrevista con él. Era la forma más rápida y directa de llegar a buen puerto en sus pretensiones.
Así fue como esa misma semana, Ana se vio sentada frente al director general, con los papeles de su marido en la mano.
—Buenos días. Me han pasado una nota de Personal. Veo que usted lleva tiempo con nosotros y con buenas referencias de su departamento.
—Sí, llevo unos años. Gracias.
—¿Y bien? ¿De qué quería hablarme?
—Pues verá. Mi marido está en el paro. Ha trabajado muchos años de recepcionista en un hotel y en Recursos Humanos me han comentado que va a quedar un puesto libre.
—Entiendo.
—Ha pasado prácticamente toda su vida laboral en ese hotel y verse ahora en el paro le pesa sobremanera. Tenemos una edad que es complicado, tal como está la vida.
—Bien, haré un hueco en la agenda para hablar con él. No le prometo nada. Usted, tan solo, se ha adelantado unos pasos en el protocolo, pero su marido tiene que ser apropiado para el puesto.
—Se lo agradezco. Es un asunto familiar, espero que lo entienda. Pero, por favor, no le comente nada sobre de que yo he intercedido. Es muy orgulloso y rechazaría el puesto si lo supiese.
—No se preocupe. El CV me ha llegado de Personal, que a su vez ha captado al candidato de la oficina de empleo y fue seleccionado por sus aptitudes.
—Nunca mejor dicho —Ana le regaló una sonrisa de oreja a oreja.
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—Hola cariño. ¿Qué has hecho hoy de comer?
—Pues, hoy me he atrevido con una paella.
—¡Te vas superando! Seguro que está muy rica.
—Eso espero. Quería hacer algo especial. ¡Tengo una buena noticia!
—¿Ah sí?
—Una entrevista de trabajo. ¿A que no sabes dónde?
—¿Dónde?
—En tu misma empresa.
—¡No me digas! A ver si tienes suerte. Aunque no sé si es buena idea que estés tan cerca de mí. No voy a poder flirtear con los compañeros.
—¿¡Pero qué dices!?
—Ja, ja. ¡Es broma, tonto! Aunque te cogieran, sería difícil el vernos. Aquello es muy grande, hay tres edificios y la pechá de gente.
—¿Te puedes creer que estoy nervioso, con la edad que tengo?
—Es normal. Has estado toda la vida trabajando, sin interrupción. Ni te acordarás como es una entrevista.
—Los tiempos han cambiado. No sé qué me voy a encontrar. Buscaré en Internet para ponerme al día.
—¡Buena idea!
Fran no reconoció al marido de Ana en la foto del currículum. En una imagen tan pequeña y acotada era difícil. Solo cuando lo tuvo en frente, y después de unos instantes hablando con él, pudo ubicarlo en sus recuerdos. Apenas había cambiado. Conservaba aún la mata de pelo de entonces, aunque sus rasgos evidenciaban el paso de los años. Él, sin embargo, había perdido casi todo el cabello y lucía una calva que le hacía irreconocible para Dani.
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—¿Cómo ha ido la entrevista?
—¡El trabajo es mío! —dijo efusivo, Dani.
—¡Me alegro tanto! ¡Hay que celebrarlo! ¡Pero, yo también tengo una buena noticia!
—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
—¡Me han ascendido!
—¿En serio?
—¡Uff! ¡Qué susto he pasado! Mi jefe de departamento me llamó y me dijo que tenía que hablar conmigo. Me comunicó que, por mi buen rendimiento, merecía un trabajo de mayor responsabilidad. Justo acababa de quedarse libre un puesto en otra sección y urgía su ocupación. Y bueno, ¡han pensado en mí!
—¡Madre mía! ¡La suerte nos sonríe!
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Published on e-Stories.org on 10/01/2022.
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