Jack pensó que era por economía que no encendían las luces de la catedral. Al fin y al cabo, era un día de diario en que apenas había visitantes. La luz se filtraba por los rosetones, tiñendo el templo de colores. Aquel haz se clavaba en suelo marmóreo, cual espada implacable en su víctima. Consideró que era una instantánea digna de inmortalizarse. La atmósfera fría y callada era tan solo rota por los ligeros murmullos de los pocos turistas que por allí pululaban. De vez en cuando se oía el crujir de las maderas de los asientos y reposapiés. Solo en el silencio de las Iglesias podía oírse aquellos lamentos quejumbrosos.
La luz era tan escasa que, cuando atravesó la puerta de entrada, quedó cegado por el resplandor del día. Se paró unos instantes para que su vista se adaptara al baño de luz y continuó caminando hacia el norte. Una señal a la entrada de una larga calle indicaba la distancia a los baños árabes. Mientras caminaba, pensó si merecería la pena. Guardaba escasas esperanzas de encontrar algo más que ruinas. Había visto fotos del interior en internet, pero no sabía cuánto tiempo tenían aquellas imágenes y si se habían preocupado de mantener adecuadamente las instalaciones.
Fue una grata sorpresa contemplar la buena presencia de la entrada. Sus temores se esfumaron conforme recorría las estancias. Desde el exterior no era posible hacerse una idea de la cantidad de corredores y habitaciones que albergaban aquellas instalaciones.
La persona de recepción le avisó que cerraban a las 19h. Tenía hora y media para la visita. Tiempo de sobra, pensó, aunque luego se dio cuenta de su error. Una vez recorrió las piezas en las distintas plantas del edificio, se dirigió hacia los baños. Por el camino vio salas con antiguos artilugios como norias de agua, herramientas de labranza, pilas de lavado, vasijas, etc. Cuando llegó, se encontró que habían sido parcialmente restaurados. Había salas totalmente vacías, tan solo decoradas en los techos, con orificios por los que entraba algo de luz del exterior. En los paneles, esquemas y dibujos mostraban cómo eran antiguamente. Tan solo una de las estancias albergaba una gran pila de agua. Habían colocado focos de luz de colores, tanto bajo el agua como en las paredes. En la penumbra, el agua lucía especial en su movimiento, se reflejaba en los muros y techo como cientos de tenias bailando al son de los chorros del surtidor. Como colofón al espectáculo visual, una abertura en el techo, justo sobre el agua, permitía colarse un haz de luz, dándole un tono turquesa justo donde incidía. El chorro de luz bañaba perpetua la superficie líquida. Por una minúscula abertura salía un ligero humillo, casi imperceptible, en dirección al haz que se colaba del exterior. Todo estaba pensado para que el efecto perdurase.
Aunque fuese un efecto artificial, era realmente atractivo. Allí se quedó un buen rato, como hipnotizado por el juego de luces y sonido. Miró su reloj y se sorprendió de que el tiempo hubiera pasado tan rápido. Quedaba apenas media hora para que cerrasen. Se encontraba solo en aquel lugar, los otros visitantes ya se dirigían hacia la salida. Aunque la luz que provenía del exterior, que incidía justo en el centro del círculo de la pila, estuviera fuera de su alcance, intento tocarla. Hincó la rodilla en el borde y, apoyando una mano en la pared, estiró la otra todo lo que pudo. Pensó que no lo lograría, pero finalmente lo consiguió. Sus dedos iluminados se movían y jugaban con el rayo sobre el agua.
De repente, y sin dar crédito a lo que veía, contempló su mano como si se tratará de una radiografía. Sus dedos, desnudos de carne, aparecían huesudos en macabra escena. A continuación, por unos instantes, tuvo un flash que le transporté a otro lugar. De la impresión, apartó la mano de inmediato y la visión desapareció. No tuvo tiempo de fijarse en lo que había presenciado. La curiosidad le pudo y acercó, de nuevo, la mano. En esta ocasión, se dejó llevar y contempló lo que había a su alrededor.
Era una sala oscura. Él se encontraba en el centro, en el interior de lo que parecía una máquina cilíndrica sin paredes. Ni rastro del agua y los baños. Aquello se asemejaba a un laboratorio. Había paneles como de metacrilato, aunque el tacto era extremadamente suave para ser de ese material y tampoco parecía cristal, no resultaba tan frío y sólido. En el extremo de la sala, a través de los resquicios de una puerta, se colaba la luz del otro lado. Junto a ella, en la pared, refulgía una luz azulada de forma circular. La tocó con la mano y pegó un respingo al encenderse, al instante, toda la estancia. Una fuerte luminosidad surgió de paredes y techo. De los paneles transparentes que había palpado, surgieron textos escritos que una mano invisible parecía escribir. El cursor, de repente, se detuvo, como esperando una orden. En la distancia, pudo leer, con grandes letras: "Proyecto Adams". Casualmente, su mismo apellido.
No entendía cuál era la razón de encontrarse en aquel lugar, y qué tenía que ver el agua con todo aquello. Desechó la idea de indagar más en el laboratorio y abrió la puerta. Salió a un pasillo iluminado. Tampoco allí encontró a nadie. Lo recorrió hacia la única dirección posible, ya que la sala se encontraba al final del corredor. Se topó con otra puerta de dos alas tras la cual continuaba el pasillo, pero en los laterales halló nuevas estancias. Entró en una de ellas. La sorpresa fue mayúscula tanto para él como para quienes estaban reunidos alrededor de una larga mesa. Aquellas personas, si se les podía llamar así, no emitían sonido alguno. Tenían un aspecto extraño: boca y orejas pequeñas, cabezas alargadas, y ojos redondos y grandes. Carecían de pelo y cejas. Nadie dijo nada, pero Jack “escuchó” que alguien preguntaba quién era y qué hacía allí. No supo quién había pronunciado aquellas palabras, sólo que lo había captado, y no por sus oídos. Se presentó a los allí reunidos.
—Hola, me llamo Jack Adams. No sé cómo he llegado hasta aquí ni dónde me encuentro. Me hallaba junto a un baño y el agua... —. Los seres que allí había se miraron entre ellos. Sus enormes pupilas variaban de tamaño, entre maravillados y recelosos por la aparición.
—Yo también me llamo Adams —dijo mentalmente quien presidía la mesa—. Tu aspecto es primitivo, eres como las personas de la antigüedad que aparecen en los registros de la biblioteca. ¿De qué época eres?
—¿Época? Estamos en 2023 —dijo Jack, aferrándose a su realidad como un náufrago a un madero en medio del océano.
—¿Cómo has podido viajar en el tiempo? Nosotros vivimos en 2300 y nuestra máquina aún no funciona.
—¿Se refiere a la que hay en el laboratorio donde he aparecido por arte de magia? Pues parece que sí que va, de lo contrario no estaría aquí.
El hombre que "hablaba" se levantó de su asiento. Era enorme. Casi doblaba la estatura de Jack y, más que andar, parecía levitar sobre una larga toga blanca que ocultaba sus pies. Se despidió de los reunidos e invitó, con un gesto, a Jack, a que le siguiese. Caminaron unos metros en silencio. Cuando llegaron a una cabina transparente desde la que se veía el exterior, Jack se paró en seco al ver el panorama.
—Quería que vieras en qué lugar vivimos. —dijo el extraño hombre.
—¡Pero, esto un desierto! —saltó alarmado Jack.
—Así es. No queda agua. Los mares se secaron. La catástrofe se produjo a causa de una gran erupción solar. Liberó una inmensa radiación térmica y electromagnética. Pudimos sobrevivir cobijándonos en refugios subterráneos, pero arrasó con todo lo que había en la superficie. Ahora subsistimos gracias al agua subterránea, muchos metros abajo.
—¿Y la conquista del espacio? ¿Dónde quedó aquello?
—Antes de que la tierra quedara desolada, la mayor parte de los humanos partieron en busca de otro hogar. Aquí solo quedamos unos pocos. Hace muchos años que perdimos el contacto con las naves. Quizás encontraron un planeta habitable o continúen con su viaje hacia lo desconocido en las naves—ciudad. En ellas pueden subsistir, son autosuficientes. ¿Quién sabe? Quizás algún día regresen con buenas noticias.
—¿Y aquí, qué hacen ustedes?
—Investigar. La máquina del tiempo está muy avanzada. Puede que dentro de poco podamos viajar sin naves a un lugar mejor.
—Pero entonces es más una máquina de teletransporte que de tiempo.
—Ambas cosas. Viajar en el espacio no es instantáneo. El tiempo avanza igualmente, aunque en una proporción ínfima.
—Pero yo vengo del pasado y sigo siendo el mismo.
—Tú no has usado la máquina. Has aparecido en ella por alguna razón que no acabo de explicarme. ¿Cómo lo lograste?
—No fue intencionado, fue la luz, solo quería tocarla.
—¿Qué luz?
—La del baño árabe.
—¿Árabe? No entiendo.
—No tiene importancia —zanjó Jack, al ver que no conocían las antiguas culturas—. Una pregunta. ¿Por qué tenéis la boca tan pequeña?
—Apenas la usamos. Cómo puedes apreciar, aprendimos a hablar con la mente. Ya no hay alimentos de la forma que tú los conoces. Ahora todo se sintetiza en pastillas. De hecho, ya no es necesaria la tierra para cultivar. Todo se produce a través de procesos químicos.
—Ya veo. ¡Pero, vuestros ojos son enormes!
—Al inhibir unos sentidos se expanden otros. Es la naturaleza.
—¿Y los ordenadores?
—Los ordenadores ya no existen como tú los conoces. Se miniaturizaron y se implantan en nuestras cabezas. Ahora son orgánicos, por eso no hay peligro porque estén en nuestro interior. Cumplen otras funciones, distintas a por lo que fueron concebidos en tu tiempo.
—¿Y cómo es posible que pueda escucharte con la mente?
—Es algo que tenemos los humanos desde siempre, aunque en tu tiempo aún no sabían cómo sacarle provecho.
—La máquina lleva tu nombre y el mío. ¿Es casualidad?
—Quizás seamos parientes. Es fácil de comprobar si analizamos el ADN.
—Si me dieras algo de este presente para llevármelo a mi tiempo, ¿tendrías algún inconveniente?
—Sé lo que estás pensando. Quieres salvar a tu madre.
—¿Puedes leer mis pensamientos? ¡Eso no es ético!
—Lo que no sería ético es que no te lo hiciera saber, ¿no crees?
—¿Sería mucho pedir que me ayudaras a curar a mi madre?
—Te daré el remedio para el cáncer. Aquí eso ya es cosa del pasado. No hay enfermedades. La genética no tiene misterios para nosotros. La manipulamos para nacer sanos y ser longevos.
—¡No esperaba menos de vosotros! ¡En 300 años ya habéis tenido tiempo!
—Te lo proporcionaré porque no es algo que pueda cambiar el futuro y sí salvar muchas vidas. Un pequeño empujón a vuestra ciencia.
—Te lo agradezco enormemente. ¿Puedo hacer algo por ti?
—Pues la verdad es que sí. Necesito tu móvil.
—¿Mi móvil? ¿Para qué?
—No puedo decírtelo, pero lo sabrás pronto.
—Pero ahí tengo todas mis cosas. ¡No puedo dártelo!
—¿Piensas que no sales ganando en el intercambio?
—Bueno, sí, claro... Siempre puedo recuperar la información. Lo tengo todo en la nube.
—No sé de qué nube me hablas, pero si estás de acuerdo, cerramos el trato.
—Está bien. Te lo daré. Pero no sé de qué te puede servir, aquí nunca funcionará.
—No estés tan seguro. Cambiando de tema. ¿Vemos la forma de que vuelvas a casa?
—¿Sabes cómo hacerlo?
—La verdad es que no, pero seguramente haya que utilizar mi máquina, ya que apareciste aquí a través de ella.
Jack y el hombre alto se dirigieron a la sala, al final del pasillo. Durante el trayecto, no dejaba de pensar qué era lo que tramaba el otro con el móvil. ¿Era tan inteligente que sería capaz de hacerlo funcionar? ¿Y para qué fin?
—Bueno, ¿qué tal si te colocas dentro de la máquina? Has de saber que todos los intentos hasta ahora han sido fallidos, pero tú has logrado viajar en el tiempo, quizás contigo funcione. La única forma de salir de dudas es ponerla en marcha. Nada se pierde intentándolo. Tienes todas las papeletas para tener éxito.
—¿No será peligroso? —dijo Jack, desconfiado.
—No. Solo son luces girando alrededor de ti.
—¿Luces? —se acordó de las luces de la pila, en los baños árabes.
—¡Quédate quieto ahí! Yo debo ir a la cabina para accionar los controles. Hablaremos pronto, antes de lo que imaginas.
—¿Hablar? ¿Cómo?
Una luz potente lo iluminó desde arriba, notaba su calor sobre la cabeza. Luces a su alrededor comenzaron a moverse en círculos, lentamente al principio y acelerándose por momentos. Tuvo que cerrar los ojos, ya que le producían mareo y, aun así, las sentía a través de los párpados. Durante unos segundos el juego de luces no paró de fluctuar hasta que desapareció.
Cuando abrió los ojos se encontraba sentado al borde la pila. El susurro del agua inundó sus oídos. El vigilante apareció por la entrada, sorprendido de que aún hubiera alguien en el recinto.
—Pero, ¿qué hace aún aquí? Hace media hora que hemos cerrado. Menos mal que le he encontrado, si no, le veo pasando la noche durmiendo en el suelo.
—Disculpe, me he quedado dormido. He perdido la noción del tiempo.
—Acompáñeme a la salida. Gracias a Dios que aún no he activado la alarma. Es un engorro tanta seguridad. No sabe la de sensores que tengo que activar.
Nunca imaginó que aquella visita iba a dar para tanto. En el viaje de vuelta, rememoró todo lo sucedido. Entonces, cayó en la cuenta de que el hombre alto no le dio en ningún momento el remedio para su madre. Con las prisas de que emprendiera el regreso a casa, se olvidó completamente. "El muy canalla se quedó con el móvil y no me dio lo que me prometió", pensó.
Lo primero que hizo al llegar a casa fue buscar un móvil nuevo y pedir una copia de la tarjeta SIM para no tener que cambiar de número. Al día siguiente, fue a casa de su madre a hacerle una visita. Mientras charlaban en el salón, sonó el teléfono. La madre cogió el inalámbrico que tenía sobre la mesa.
—¡Qué raro! Aparece tu nombre en la pantalla –dijo la madre.
—¿Mi nombre? No puede ser. Mi móvil no está haciendo ninguna llamada. A ver, ¡déjamelo! —y contestó, intrigado— ¿Sí?
—Hola Jack.
—¿Quién habla?
—¿No me reconoces? No ha pasado tanto tiempo, aunque, pensándolo bien, eso no es del todo cierto. Te llamo para darte lo que me pediste —Jack no daba crédito. Era el hombre alto.
—Lo lograste. Me estás llamando desde... pero, ¡tú no puedes hablar! ¿Cómo es que te escucho?
—Ya sabes que no necesito hablar para que me escuches. Aunque, a decir verdad, no estaba del todo seguro que pudiéramos comunicarnos a través de este aparato tal como lo hacíamos cuando estabas aquí.
—¿Cómo lo has conseguido?
—Hice unos ajustes en la máquina y parece que funciona.
—Eres bien listo. ¿Sabes que me fui sin el remedio que te pedí?
—Es por eso que te llamo. Toma nota de lo que te voy a decir. Es una combinación de hierbas que podrás encontrar sin problemas porque son de lo más común. Todos los remedios están en la naturaleza. Lo complicado es dar con la receta apropiada.
Jack escribió en un papel lo que el otro le decía. Este le dijo que una vez que se lo suministrara a la madre, durante un tiempo, sanaría. Debía llevar aquella receta a algún instituto de investigación para que el mundo se beneficiara de aquel milagro de la naturaleza. Por supuesto, no debía mencionar de dónde sacó la información. De cualquier forma, nadie le creería. También le hizo saber que seguirían en contacto, aunque tendría que mantenerlo en secreto. Comunicar pasado y futuro era mayor hito al que el ser humano jamás podría aspirar. Era un canal de comunicación único e inimaginado. Quizás, una forma de cambiar ambos extremos del tiempo, ya que el futuro de uno dependía del pasado del otro.
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Published on e-Stories.org on 03/22/2023.
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