... a veces, entra un tiempo al corazón con saña y hachas vivas y acampa en él,
sin piedad lo hiende y descuaja, lo tira a un vertedero y allí lo maldice,
lo aplasta con desprecio y lo escupe y después se va;
… y con el corazón tirado, con la sangre agredida y los pájaros picoteando el óxido
donde se tuvo encendido el ser,
allí no se exige vivir, pues nadie dudará entonces de que ha muerto
y que - cual siembras de sal y arena - empiezan a nacerle, incluso cardos, musgos y hierbas,
nadie, nadie de que empieza a aullarle el viento y a dejarle cardenillo en los huesos,
señales inequívocas con que escruta y va llenando sus intersticios la soledad;
… por tanto, cuando en la cumbre de un brutal instante, en alguien nace una rosa,
tiende a ignorar que es en él donde nace,
pues jurará y perjurará que su sangre infecta y su ser devastado no existen,
que la luz y el tiempo se han ido y sus hachas de guerra ya no pueden herirlo,
pues en su estricta nada,
tenderá a creer que sus manos de piedra no podrán levantar ya la vida
de los agraces rescoldos del corazón;
… y, aún, aún y así,
en su afán por recobrar los latidos, se removerá, llorará, implorará y gritará,
más ahíto de dolor, cual dios en un sol desolado, recurrirá a la memoria,
pero ésta, desde ese ingente abandono,
acudirá transida por un mar implacable de indecible dolor y tristeza:
Indolente y dañada, no recuerda las rosas.
***
Antonio Justerl/Orión de Panthoseas.
https://oriondepanthoseas.com
***
All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Antonio Justel Rodriguez.
Published on e-Stories.org on 05/04/2024.
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