18 junio 1982
Escribo estas líneas, incapaz de encontrar sosiego a causa de una experiencia difícil de olvidar. Quizás, lo más sencillo hubiese sido compartirlo con alguien cercano, pero quería evitarles la inquietud de verme enajenado. A veces es mejor desahogarse con extraños que, aunque te juzguen o no te comprendan, en nada te afecta, pues son ajenos a ti.
Andaba yo por una calle cerca del centro de mi ciudad, de cuyo nombre no voy a acordarme, cuando vi un letrero sobre la puerta de un establecimiento. Rezaba “La bola de cristal”. En el escaparate lucía una gran esfera transparente sobre un paño rojo, y a su alrededor numerosos objetos de vivos colores, velas, cartas y estatuillas. En conjunto, una composición muy estudiada, en la que los reflejos sobre la bola hacían de esta una pantalla de imágenes deformes que reclamaban atención.
Entré para echar un ojo. No pretendía llevarme nada de allí, aunque a la postre fuera así. Tras el mostrador, una mujer leía un libro con la mirada baja. Su aspecto era de lo más estrafalario. Llamaba más la atención que todo el material que había colocado en las repisas y mesas. Lucía un vestido largo y holgado con motivos caóticos, parecía ser el lienzo de una pintura. Llevaba el cabello recogido y mate. Cuando alzó la cabeza, las patas de gallo y los pequeños surcos en su rostro revelaron sus cuarenta y pico primaveras. Su mirada era lánguida y perezosa. Me soltó un “¿qué se le ofrece?”, con tal simpatía, que me entraron ganas de dar media vuelta.
—Estoy buscando velas aromáticas. Tan solo he visto unas pocas en el escaparate. ¿Tiene más?
—Sí, claro. Por aquí tengo una caja con un buen surtido.
—Perdone, ¿puedo hacerle una pregunta? Lo de la bola de cristal me ha dado curiosidad. No es algo que se vea todos los días. ¿Cómo funciona?
—¿Quiere probar?
—¿Yo? Solo era una pregunta. Nunca he creído en esas cosas. Una vez me echaron las cartas y fue realmente decepcionante.
—Es como todo, hay buenos y malos profesionales, gente con más y menos intuición. Simplemente, tuvo mala suerte. También podía haberse llevado una grata sorpresa. La bola de cristal es distinta, no caben interpretaciones. Ya, sabe, una imagen vale más que mil palabras.
—Pero, ¿cómo funciona? ¿Se puede ver el futuro?
—No necesariamente. Ella es la que decide qué mostrar según la energía que emane del cliente. ¿Se atreve?
—No estoy muy convencido, pero no creo que haga ningún mal.
—Eso, nunca se sabe. —dejó caer la mujer.
Pasaron a una habitación tras una cortina. Antes, la señora había volteado un cartel de “Estoy con un cliente” colgado del cristal de la puerta y echado la llave para que no les molestasen.
En la habitación, sobre una pequeña mesa, un soporte sostenía una bola cubierta de tela negra. Era más grande que la que había en el escaparate. La mujer se sentó tras ella sobre una silla de madera y yo en un taburete al otro lado de la esfera.
—No se asuste por la oscuridad, debo apagar la luz. La bola no tardará en iluminarse, coloque las manos sobre la tela para que el cristal note su energía.
Hice lo que me dijo. Me latía el corazón más rápido de lo normal. Era algo nuevo para mí, la excitación me podía. Ya en total oscuridad, tras unos segundos, la bola se iluminó y la mujer me instó a levantar las manos. Apartó la tela encendida y la intensa luz me cegó por un momento. Como en una sala de cine, imágenes en movimiento aparecieron ante mis ojos.
La pitonisa continuó hablando. Me dijo que solo yo podía reconocer lo que allí aparecía porque, de alguna forma, estaba relacionado conmigo. Podían ser escenas de cualquier momento y lugar. Conforme pasaba el tiempo, sus palabras pasaron a ser ruido de fondo. Hipnotizado por las imágenes, me pareció estar solo en la habitación.
Vi mi casa. Aunque con distinto mobiliario y decoración, no había cambiado en exceso. Una familia, que no era la mía, vivía ahora en ella. Un matrimonio y dos críos. Supuse que habrían pasado muchos años. No supe qué momento del futuro era hasta que salieron imágenes por una pantalla que parecía ser un televisor. Comenzaba el telediario, “6 de mayo de 2024” indicó un rótulo. Aquel aparato era totalmente plano, sin fondo. No llegaba a entender cómo podían salir imágenes de ahí. Cuarenta y dos años de diferencia, pensé. Yo estaría cerca de mi jubilación.
Además de la televisión, muchas otras cosas me llamaron la atención. Los niños estaban en el sofá y no hablaban. Tenían en las manos algún tipo de aparato que emitía luz y lo tocaban frecuentemente con el dedo. Se reían de vez en cuando. Eran como la televisión, pero a escala reducida. El padre no tenía nada de pelo, era totalmente calvo, a pesar de ser joven y de aspecto sano. Me chocó aquella visión. Le brillaba la cabeza como una bola de billar.
Aquellas imágenes, de repente, se difuminaron y se convirtieron en otras fuera de la casa. Aparentemente, todo continuaba igual, los coches seguían rodando por la carretera, los semáforos, los pasos de cebra, la gente continuaba viviendo en edificios, pero era pura apariencia porque realmente todo se había transformado. Empezando por el tráfico, los coches eran enormes, muchos de ellos se elevaban del suelo una barbaridad, de forma que las personas no tenían que agacharse para entrar en ellos, tal como los vehículos de transporte de ahora. Había muchos jóvenes, y no tan jóvenes, circulando con patinetes que se movían solos y las paradas del bus tenían rótulos luminosos, similar a las tiendas, con la hora de llegada. ¿Cómo podían saber cuándo llegaba? Supongo que sería aproximado.
Al igual que los niños en la casa, el uso de esos pequeños dispositivos era generalizado, incluso andando por la calle. Se los pegaban en la oreja y movían los labios. Otros los sujetaban dejando un extremo junto a la boca y hablaban un momento para, a continuación, guardárselo en el bolsillo. Todo el que llevara un cacharro de esos iba con el cuello doblado, sin mirar lo que había a su alrededor. Era como en las películas del futuro con sociedades alineadas y sin control sobre sus vidas. Pero si lo del aparato que asían con la mano me llamaba la atención, ya no digamos cuando vi que muchas personas hablaban solas. ¿Estarían locas? No podía escuchar qué decían, quizás pensaban en alto. ¿Se había vuelto chiflada la humanidad? Hoy en día se ve algún que otro loco suelto, pero avisando a la policía se les mete rápido en el manicomio. También los había quienes acercaban su reloj a la boca para hablar. Sigo sin comprender por qué hacen eso. Sin duda, la tecnología del futuro parece tan avanzada que se escapa a una mente tan primitiva como la mía. Por otro lado, por mucho que miraba, no había ni rastro de cabinas telefónicas, habían desaparecido por completo.
En las cafeterías, la gente continuaba tomando café, pero había quienes utilizaban otro artilugio parecido a una máquina de escribir. Las teclas estaban dispuestas en una superficie plana. Observaban una pequeña pantalla, como la de la televisión. Me sorprendió la forma en que lo doblaban quedando el aparato con el aspecto de un cuaderno. Hasta los camareros llevaban pequeñas pantallas en las manos. ¡Había pantallas por todos lados! ¡Menuda locura!
De nuevo, las imágenes cambiaron y reconocí la entrada al bar al que suelo ir. Aunque estaba muy distinto, pude ubicarlo por el quiosco que hay a unos metros y la morera en la misma acera, que estaba enorme. Un señor canoso tomaba café en una pequeña mesa, como no, con uno de aquellos dispositivos que todo el mundo usaba. Su rostro me resultaba familiar. La pista que me ayudó a reconocerme fue la cicatriz que tengo en la frente. Parecía esperar a alguien porque levantaba la cabeza, de vez en cuando, de la pequeña pantalla como buscando algo. Entre la multitud, vi pasear a hombres que caminaban cogidos de la mano con total tranquilidad. Nadie se escandalizaba de aquello, parecía de lo más normal. Muchas mujeres iban con el pelo corto, como los hombres, y no solo el cabello. Algunas lucían pantalones muy ajustados. o tan pequeños que poco tapaban. No tenían ningún pudor en enseñar las piernas, o llevar prendas semitransparentes. También aquello parecía ser normal en aquellos tiempos. Fue un shock el ver que los hombres tenían las piernas depiladas como las mujeres, ni asomo de vello.
Junto a la mesa donde tomaba café se paró una joven. Levanté la cabeza y sonreí. Quizás fuera mi hija, aunque actualmente sigo soltero. Iba con otra muchacha cogida de la mano, lo cual no le sorprendió lo más mínimo a mi yo del futuro. Las chicas tomaron asiento y pidieron algo de beber. Estuvieron hablando conmigo largo rato. El tiempo avanzó a cámara rápida hasta el momento en que las jóvenes se despidieron de mí. Yo me quedé aún un rato más a la sombra de la morera que se alargaba hasta la terraza del establecimiento. Pude apreciar cómo en las otras mesas había parejas disfrutando del momento. Solo una de ellas charlaba y disfrutaba de la conversación, el resto no hablaban entre ellos. Cada uno permanecía con la cabeza gacha, mirando sus pequeñas pantallas. Hasta en la mesa no dejaban a un lado los dichosos artefactos. Aún me pregunto, qué diantres miraba todo el mundo en aquellos aparatos.
Finalmente, vi cómo me levanté de la mesa y caminé calle arriba. Me detuve en el escaparate de una tienda. La garganta se me secó al ver aquellas imágenes en la bola. Levanté la cabeza para mirar a la señora tras la esfera. Solo pude apreciar difusamente su contorno en la oscuridad. Parecía haber desplazado su asiento hacia atrás. Volví la vista a las imágenes donde me encontraba junto al escaparate. Era la misma tienda en la que me hallaba en aquel momento. Allí estaba la bola de cristal como reclamo para curiosos. El mismo letrero a la entrada, la misma puerta, pasé adentro.
Tras el mostrador, una mujer, de atuendo similar al actual, leía un libro con la mirada baja. Alzó la cabeza presta a atender al nuevo cliente. Para mi sorpresa, no habían pasado los años por ella. Eso me hizo pensar si se trataba de una verdadera bruja. Ambos quedaron en silencio durante unos instantes, contemplándose, como si fueran viejos conocidos. Tras intercambiar unas palabras, pasaron a la sala donde me encontraba en esos instantes. Antes, la mujer había cerrado la puerta de la tienda, volteando un cartel informativo que se veía a través del cristal. Una vez sentados, vi mi rostro iluminado en la oscuridad al posar mis manos sobre la tela que cubría la gran bola.
A esas alturas, pensé que ya nada podía sorprenderme, pero no fue así. En la esfera aparecieron imágenes de mi pasado, de cuando paseaba por el centro de la ciudad y me detuve en el escaparate de una tienda sobre cuya puerta un letrero rezaba “La bola de cristal”.
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Published on e-Stories.org on 06/09/2024.
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