Las obras del convento no veían su fin. La sangre, aún fresca, sobre un sillar provocó que la abadesa reuniera de urgencia a las hermanas. La puerta se abrió tras ella y el susurro de un “Ha aparecido el cadáver…” consumió la mecha.
—¡Alcen los brazos y arremánguense! —Brazos níveos con marcas rosáceas delataron a las culpables.
—¿Por qué lo hicieron? —un dedo inquisidor las señalaba.
—¡Hace meses que no comemos decente! ¡Tenía la mirada del demonio y solo hacía que molestar!
—¿Y quién deleitará nuestros paladares esta Pascua? —. Nuevos susurros tras ella: “Han encontrado el cencerro”.
—¡Alabado sea el Señor!
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Published on e-Stories.org on 10/24/2024.
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