Roberto volvía de visitar a su anciano padre, Valerio. Sus encuentros se multiplicaban como hojas de otoño, un otoño que llegaba a su fin y que había lastrado aún más si cabe la salud del abuelo. A sus setenta y ocho años mantenía una actividad envidiable, incluso para Roberto. Era digno de admiración para todos los que le conocían.
El parking de la vivienda estaba en un recinto privado, pero abierto a los viandantes. Se disponía a girar la curva para tomar la recta hacia la cerca de salida, cuando tuvo que frenar con brusquedad, reflejándose el lamento de los neumáticos en los edificios circundantes. Un coche había entrado por ese mismo acceso y circulaba en sentido opuesto, parando en seco para no colisionar. Ambos conductores tardaron en reaccionar, sorprendidos y confusos al contemplar el reflejo de sí mismos tras el volante de ambos vehículos. El que entraba en el recinto tenía una ocupante más, una chica morena de pelo corto cuyas palabras airadas se perdían en la nada. Su acompañante estaba ausente.
Ambos hombres salieron al unísono de sus vehículos. Podían pasar por hermanos gemelos. De facciones idénticas, únicamente su indumentaria los diferenciaba. Y no era esa, tan solo, la razón que los mantenía en estado de estupor. Ambos vehículos eran igualmente idénticos, portando hasta la misma matrícula.
—¿Quién eres? —dijo Roberto, incrédulo, en un susurro.
—Soy Roberto. Vengo a visitar a mi padre. ¡Somos idénticos! — dijo tras una pausa.
—¡Yo también me llamo Roberto! ¡Esto alucinando! Acabo de visitar a mi padre —. La chica salió del coche al ver la escena de los dos Roberto frente a frente.
—¿Qué ocurre aquí? ¿Quién es este señor? —dijo, dirigiéndose a su pareja.
—¿Ves lo que yo? ¡Es igual a mí! ¡Hasta tenemos el mismo coche! —los tres se cruzaban miradas incrédulas.
—No me dijiste que tuvieras un hermano gemelo —dijo Valentina.
—¡Y no lo tengo!
—Yo tampoco —saltó Roberto—. Al menos, que yo sepa.
Valentina, aunque igualmente confusa fue la que reaccionó proponiendo ir a una cafetería del barrio e intentar aclarar la situación. Los dos Roberto no pusieron objeción, todos querían saber qué era lo que estaba ocurriendo.
Así lo hicieron, se dirigieron a un café con terraza que daba a una zona ajardinada, en el lateral de un edificio. Hasta llegar al lugar no cruzaron palabra. Rumiaban qué podrían decirse y qué razón había para encontrarse consigo mismos. Una vez en el local, algunos miraban curiosos a los “hermanos gemelos”.
—Si os parece, podemos hacer una puesta en común —dijo Roberto. Os voy a hablar un poco de mí. Tengo 40 años, dirijo una inmobiliaria cerca del puerto. Somos tres hermanos, yo soy el menor. Mi madre falleció hace 3 años —. La pareja no extrañaba nada de lo que escuchaba, pues estaban relatando la propia vida del otro Roberto, distinta en algunos detalles menores, pero común en lo importante. El hecho de que ambos fueran visitar al mismo padre era lo más desconcertante. ¿Por qué nunca habían coincidido? ¿Es que el padre no percibía que uno tenía pareja y el otro no?
—Lo que me cuentas me es muy familiar —dijo el otro Roberto—. Yo conocí a Valentina el verano pasado. Fue en un concierto de “Si te he visto no me acuerdo”.
—¿El verano pasado? Lo recuerdo. Vi la publicidad en Instagram, en el perfil de los eventos de la ciudad, pero no pude ir porque por la mañana tenía que madrugar. Había quedado con unos amigos para hacer una ruta en bici por la montaña.
—¿También eres aficionado a la bici? No puede ser que nuestras vidas sean tan… ¿Y si fuésemos la misma persona? —soltó sin pensar.
—Obviamente, no lo sois —terció Valentina—. No es posible que estéis en el mismo lugar y tiempo en dos cuerpos distintos. Aunque hace poco leí un artículo muy interesante de los mundos paralelos. Quizás, de alguna forma, uno de esos mundos ha roto ese paralelismo y ha invadido el otro —lo dijo tan seria y convencida que los otros dos se quedaron serios.
—Es posible. Eso explicaría todas las coincidencias, pero no estamos en una película. Es pura ficción —dijo Roberto a su pareja.
—Puede que sea algo alocado, pero es la única forma de encajar que tengamos el mismo padre, el mismo coche, la misma familia… —terció el otro Roberto.
—En ese caso, ¿cómo podemos saber quién ha invadido el espacio de quien?
—Es fácil —dijo Valentina—. Tengo buena relación con tu hermana. Puedo quedar con ella y ver si me reconoce. O más fácil aún, podemos ir a ver a tu padre, como teníamos previsto, y ver cómo reacciona.
—A mi padre mejor no meterlo en esto. Está mayor y si no te reconoce, cuando vaya yo solo, no voy a saber qué decirle.
—¿Pues igual pasaría con tu hermana, no?
—Es distinto, pero podemos hacer una cosa. Vais a ver a Ana a tantear la situación. Si te reconoce de primeras, pues mejor. Si no, puedes decirle que eres solo una compañera de trabajo, para que no imagine cosas que no son.
—¿Qué pasa? ¿No te resulto atractiva? —. La pregunta fue tan sorpresiva que dejó descolocado a Roberto.
—Pero, ¿a qué viene eso? —saltó Roberto, mirando a su pareja.
—No se trata de ti —respondió Roberto, dirigiéndose a Valentina, con risa muda. Él también era muy celoso—, es que en mi mundo yo no te conozco, y nunca te conoceré. No podrá vernos juntos de nuevo.
—Nunca se sabe —dijo ella—, en otra ocasión leí un artículo que si alguien está predestinado a vivir algo, lo vivirá tarde o temprano…
—Parece que te gusta leer. ¿Y qué más cosas lees? —se interesó Roberto.
—Bueno, bueno, dejemos el tema —dijo el otro Roberto, que por un momento se convirtió en mero espectador y notaba cómo miraban sospechosamente a Valentina.
—Voy a pagar esto, ahora vengo —se levantó Roberto para dejar a la pareja a solas.
—¿A qué viene esa reacción? —se quejó Valentina—. ¿No estarás celoso de ti mismo? Ja, ja, ja.
—Muy graciosa, pero ¿quién te dice que no te vayas a enamorar de él, puesto que somos la misma persona?
—No digas tonterías. Sois iguales en aspecto, pero mi pasado contigo no lo he tenido con él. No tienes de qué preocuparte.
—Bueno, ya estoy por aquí —regresó el otro— ¿Vamos?
Una vez en la calle, cada uno cogió su camino. La pareja fue a hacer la visita que tenía planeada con el padre de Roberto, olvidando por completo lo que habían hablado en el bar o simplemente obviándolo. El otro Roberto se dirigió a su casa.
—Hola Papá. ¿Cómo estás? —dijo Roberto al abrirle el padre la puerta.
—¿Qué se te ha olvidado esta vez? —no se percató que llevaba otra indumentaria. Con los años iba perdiendo la capacidad de fijarse en los detalles.
—¿Olvidado? ¿A qué te refieres?
—Hace un momento que estuviste aquí. ¿Y quién es esta chica tan guapa? —. Fue entonces cuando la pareja cayó en lo que sucedía, los intrusos eran ellos. Roberto presentó a Valentina como una compañera de trabajo, tal como sugirió su otro yo, y salió del apuro como pudo.
—Sí, bueno, es que he recordado que tenía que coger un libro de mi habitación y me he encontrado con Valentina de camino. Por casualidad, estaba con un cliente por aquí cerca.
—Estaba calentando agua. ¿Os apetece una infusión? —dijo el padre, que sentía curiosidad por la chica.
—Vale, pero ya voy yo, Papá. Siéntate tú.
Roberto se adentró en la vivienda e hizo una visita fugaz a su habitación. Allí estaba su cama, el armario, las fotos de cuando era pequeño junto a sus hermanos, la cortina de siempre en la ventana. Pero la que contemplaba no era su habitación, era la del otro Roberto. Los libros en las estanterías no eran los mismos, algunos sí, pero estaban dispuestos de otra manera. El ordenador de escritorio tampoco era el suyo. Volvió a la cocina para preparar las infusiones. Sabía en qué lugar estaba cada cosa que necesitaba, como si siempre hubiera vivido allí. De hecho, así era, pero no en esa realidad en la que se encontraba. Se unió a su padre y a Valentina en el salón con las infusiones preparadas. Ambos charlaban como si se conocieran de mucho. Valentina jugaba con ventaja, conocía bastante bien al anciano y sabía cómo hacer que se sintiera a gusto.
—¡Ah, ya estás aquí! Tu amiga es muy simpática. Hemos congeniado enseguida.
—Sí, es un bicho. Estamos muy contentos con ella en la oficina. No sabes cómo ha crecido nuestra cartera de clientes, y todo gracias a ella.
—Eres un exagerado —le siguió el juego Valentina.
—¿Cómo vas con la rodilla? ¿Te sigue doliendo?
—Ahí vamos. He sacado cita para que me pongan otra inyección en esta también. Se me va la pierna cuando me levanto y no me gusta tomar tantas pastillas para el dolor.
—Sí, es lo mejor. Creo que el efecto dura un año, y así te quedas tranquilo —. A Roberto le gustó que, al menos, en lo que concernía a su padre, todo fuera igual.
Tras un rato de charla, sonó el móvil del padre.
—Vamos a ver quién viene por aquí. ¡Qué extraño! Aquí dice que me estás llamando tú.
—¿Yo? No puede ser —. Entró en pánico ante la situación y reaccionó tan rápido como pudo—. Ten cuidado con esas llamadas, no lo cojas. Con las nuevas tecnologías se producen muchas estafas telefónicas. No son lo que parecen. Se hacen pasar por otras personas para engañarte—. Pero el padre, en vez de darle a colgar, se le fue el dedo a responder. Aunque dominaba al aparato de tanto usarlo, se puso nervioso ante el tono insistente. Fue entonces cuando se sorprendió al oír la voz del otro Roberto en su auricular inalámbrico.
—Papá, me he dejado el cargador del móvil enchufado donde la lamparita. Quítalo, ya me pasaré a recogerlo.
—¿Roberto? ¡Pero si estás ahora mismo conmigo! —. Al otro lado se hizo el silencio.
—Papá, ¿para qué descuelgas? Te he dicho que es un engaño. ¡Corta ahora mismo! —. Roberto estaba atacado.
—Pero, no parece falsa. Realmente, el cargador está en la pared de la mesita, como dice la voz al otro lado —dijo el padre, desconcertado. Su cuerpo podía estar decrépito, pero no así su mente, muy despierta aún. Roberto, en la distancia, escuchaba la conversación.
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Published on e-Stories.org on 11/03/2024.
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