Jona Umaes

Espejismo (final)

          Roberto volvió pensativo al trabajo. El destino no solo le había jugado una mala pasada trayéndolo a ese mundo, sino que también había acabado con su relación. No era cuestión de haber hecho algo mal, ni se trataba de un castigo. Simplemente, alguien se cruzó en su camino y lo cambió todo. Quizás su relación no era lo suficientemente fuerte. Su abuela tenía razón, más de una vez le dijo que no esperara nada de la vida, que se dedicara solo a vivir y disfrutar de cada día porque en cualquier momento las cosas podían cambiar. «Nadie tiene la culpa», pensó. «Estas cosas pasan».
Cuando acabó su jornada ya era de noche. Una vez en la calle prefirió caminar a coger el bus. Le vendría bien el paseo y tomar el fresco. Por el camino vio a lo lejos a Valentina, quien venía en sentido contrario. Iba sola y giraba la vista de vez en cuando hacia los escaparates.
—Hola cariño —dijo él deteniéndose y cortándole el paso—. Podías haberme avisado que ibas a estar por aquí. ¿Quieres que tomemos un café?
—Perdone, creo que se equivoca de persona —dijo Valentina sorprendida.
—Déjate de bromas, no estoy de humor.
—Le repito que se equivoca. ¿Me deja pasar? —Roberto no tardó en darse cuenta de qué estaba ocurriendo.
—Disculpe, se parece usted tanto a mi pareja, que no doy crédito. ¿Está buscando quizás unas botas que comprar? —dijo con una sonrisa en la boca, intentando enmendar la situación.
—Pues sí, pero ¿cómo sabe usted eso?
—Podría decirle que es intuición, pero se trata de algo más. Déjeme decirle que a mí también me pirran las albóndigas de espinacas —disparó al blanco—. Ella quedó muda durante unos instantes, hasta que finalmente reaccionó.
—Perdone, ¿nos conocemos?
—En cierta forma sí. Si me permite, la invito a un café y le cuento.

          Roberto sabía tocar muy bien aquel piano, sabía qué teclas pulsar para que sonara la melodía que enganchara a Valentina. Jugaba con ventaja y estaba dispuesto a aprovecharlo. Conectar con Valentina le resultó realmente fácil. Ella, a su vez, también tuvo esa sensación de proximidad cuando se conoce a alguien por primera vez y surge la química. Por supuesto, no le contó de qué forma habían aparecido en ese mundo, ni que su pareja era ella misma en otra realidad. Aquello saldría a la luz por sí solo. Le contó el mal momento que pasaba con Valentina y que alguien se había cruzado en su camino. El tiempo pasaba volando. En medio de la charla, su móvil comenzó a vibrar. Era Valentina. Al mirar la pantalla se dio cuenta de lo tarde que se había hecho. Roberto se excusó y se despidieron con la intención de verse en otro momento.

          Al llegar a casa tuvo bronca. Su pareja estaba preocupada, no le había avisado de que llegaría tarde. Roberto le explicó que tras el trabajo se quedó a tomar algo con un amigo. Recordó entonces cómo la vio charlando con el otro Roberto en el paseo y no se extendió más en sus explicaciones. En otras circunstancias la habría abrazado y calmado con mimos, pero en esa ocasión se abstuvo y ella lo captó al instante. Sabía que algo sucedía con él, pero para su sorpresa, tampoco le insistió como era de esperar.

          Quedaban dos días para que llegara la Dana. Durante ese tiempo, los encuentros furtivos entre ambas parejas se multiplicaron. Los dos Robertos y las dos Valentinas afianzaban sus lazos con inusitada rapidez dada la latente familiaridad de Valentina, por un lado, y de Roberto por el otro.
Quién sabe si algún día los cuatro llegarían a encontrarse. El shock sería tal, que nadie podría aventurar las consecuencias.

          Llegó el día en el que el cielo se ennegreció, amenazaba tormenta. Las previsiones apuntaban a fuertes lluvias por la tarde, pero daba la impresión que el cielo se fuera a caer en cualquier momento. Esa mañana la Valentina forastera iba al encuentro de su nuevo amor. Con paso acelerado, se dirigía a una cafetería para aprovechar el descanso matinal de Roberto, veinte minutos en el paraíso que ansiaba desde su despertar. Iba tan acelerada que se despreocupaba de la gente a su alrededor. De repente, sintió un fuerte impacto en el hombro derecho. Alguien había chocado con ella y los gestos de dolor no se hicieron esperar. Era una mujer, al mirarse frente a frente solo hubo silencio, un silencio espeso que ninguna de las dos era capaz de romper. Eran como dos gotas de agua.
—Pero, ¿quién eres? —dijo Valentina sin entender lo que ocurría. La otra mujer no tardó en comprender de quién se trataba.
—¡Vaya, qué casualidad!
—No entiendo. ¿Nos conocemos? Porque creo que no.
—Así es, pero sé quién eres. Disculpa, tengo prisa. Tengo tu número, te llamaré. ¡Bye!
—¡No me dejes así! ¡Dime algo! —. Sus palabras se desvanecieron entre la multitud. Valentina ya se alejaba y se perdía de vista.

          Aquel encuentro dio mucho que pensar a las dos mujeres, pero más para quien ignoraba de dónde había salido aquella otra tan igual a ella.

—¡Hola! ¿Llevas mucho esperando? Disculpa, me tropecé con alguien por el camino y me he entretenido un poco.
—No te preocupes, acabo de llegar hace cinco minutos. ¡No veas cómo se ha puesto el cielo!
—Sí, va a caer una buena. ¿Me has echado de menos?
—Mucho, ¿y tú a mí? —. Los dos se miraban acaramelados, estaban como en una isla entre un mar de gente.

—¡Hola cariño! ¿Sabes qué me ha pasado? ¡No te lo vas a creer! —dijo Valentina.
—¡Tranquilízate! Ni que hubieras visto un fantasma.
—Pues casi. Me he topado con una mujer exactamente igual a mí.
—¿Igual, dices? ¿Cómo va a ser eso? —dijo Roberto tragando saliva— ¿qué aspecto tenía?
—Tenía mis ojos, mi boca, mi nariz, ¡todo igual! Podría decirse que éramos gemelas.
—¿Tienes una hermana gemela? —. Roberto intentaba ganar tiempo con preguntas estúpidas. Tenía que pensar qué decirle, cualquier cosa menos la verdad.
—¿Eres tonto o qué? Si tuviera una hermana gemela lo sabría, ¿no crees?
—Tienes razón, no pensaba lo que decía. Una vez leí en un artículo que todos tenemos un doble en algún lugar. Quizás te has cruzado con el tuyo.
—Puede ser, pero me dijo que sabía mi número teléfono y que me llamaría. Se comportaba como si supiera quién soy y nunca nos habíamos visto.
—Hay mucha gente trastornada suelta, no le des importancia. Lo que es extraño es que además de loca, se pareciera a ti. ¡Es mucha casualidad!
—¿Me estás diciendo loca?
—Ja, ja, ja. ¡Qué cosas tienes! No me seas suspicaz. ¡Ven aquí, que te voy a comer! —y la aferró fuerte contra sí.

          Como si estuvieran en dos mundos paralelos, ambas parejas se habían citado en sendas cafeterías. Comenzaba a chispear y a azuzar el viento. Golpes de lluvia intermitente azotaban los ventanales de los establecimientos. La gente en el interior se agitaba inquieta. La televisión emitía imágenes de otras zonas del país por las que ya había pasado la Dana causando inundaciones y destrozos.
—Con las prisas me he dejado el móvil en el despacho —dijo Roberto—. ¡Tengo que regresar! No puedo estar desconectado de mi padre. ¿Y si ha salido de casa con esta lluvia?
—¡Vamos!, ¡te acompaño!. No quiero separarme de ti —dijo Valentina.

—¡Tengo que sacar el coche del parking! ¿Has visto esas imágenes? ¿Y si hay inundaciones aquí también? —dijo el otro Roberto—. ¡Acabo de estrenarlo! No quiero que quede sepultado por el lodo.
—Pero lo tienes a todo riesgo, ¿no? —. Es peligroso salir a la calle.
—Me da igual el seguro. ¡Tengo que sacarlo!
—Voy contigo. ¡Vamos!

          Mientras corrían por la calle con el abrigo de él como paraguas, resguardando a ambos, Roberto se detuvo repentinamente al ver el parque próximo a su oficina.

—¡Mira! ¿Has visto eso? -dijo Roberto.
—¿Qué pasa?
—¡El parque! ¡No cae agua allí!

          Los dos quedaron atónitos al ver la cortina de agua que caía por doquier, salvo en el parque, que parecía una isla de la que no podían apartar la vista. La lluvia caía con tal intensidad que el agua hervía sobre los coches.
Roberto vio en aquello una señal. Era un hecho sobrenatural que solo podía tener una explicación.

—¡Tengo que ir al parque! ¿Vienes conmigo? No tengas miedo, no te ocurrirá nada.
—¿Por qué me miras así? ¿Qué te pasa? -dijo Valentina, asustada.
—¿Me quieres?
—¡Claro que sí! ¡Qué tonterías preguntas!
—¿Hasta el punto de dejar todo atrás?
—Me estás asustando. ¿Por qué no me dices qué es lo que ocurre?
—Te lo cuento cuando estemos al otro lado. ¡Vamos!
—¿El otro lado?

          Roberto tiró de ella mientras corría al parque seco. No sabía cuánto duraría aquel fenómeno, no podía arriesgarse a dejarlo pasar.

          La escena era observada por una pareja al resguardo de la marquesina de una tienda de lámparas. Roberto y Valentina se habían detenido en seco al ver el parque que no se mojaba y la pareja que corría hacia él, reconociendo sus propios rostros en cuerpos ajenos. Valentina se aferró a Roberto temiendo que la puerta a su mundo pudiera sorberla y separarlo de él. Ya no había lugar para ella al otro lado y tampoco lo quería.

           La pareja en el parque se desvaneció como si nunca hubiera existido.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Jona Umaes.
Published on e-Stories.org on 12/10/2024.

 
 

The author

 

Comments of our readers (0)


Your opinion:

Our authors and e-Stories.org would like to hear your opinion! But you should comment the Poem/Story and not insult our authors personally!

Please choose

Previous title Next title

More from this category "Experimental" (Short Stories in spanish)

Other works from Jona Umaes

Did you like it?
Please have a look at:


Un aroma peculiar - Jona Umaes (Fantasy)
El Tercer Secreto - Mercedes Torija Maíllo (Science-Fiction)