Maria Teresa Aláez García

Cruzando ciegos la mirada.

Qué hora tan, tan bonita.

 

Qué triste, qué melancólica parece. Qué distinta de las otras horas. Qué independiente, qué suelta, qué espontánea.

 

Qué miserable me siento unas ocasiones en esta hora y otras veces, qué grande. Qué horizontes puedo ver, qué alegrias puedo disfrutar. O qué mares construyo con mis ojos, con mis negaciones, con mis frustraciones y con mi vida. Enormes castillos de vacio con murallas sentenciosas. Grandes y elevados jardines de vistosas flores que festejan en secreto con muros que se encelan de los humanos y no desean que las visitas mancillen los pétalos que se miran sentimentales sobre el lago y se dejan caer con cierta desgana, suave y melancólicamente, sobre la ribera.

 

Cuántas horas perdidas en silencio. Sintiendo, sólamente sintiendo.

 

Sintiendo la tranquilidad. Sintiendo la soledad. Sintiéndome a mí misma. Sintiéndote a tí. Sintiendo tu nostalgia, tu tristeza, tus desaires, tus conflictos, tus miserias, tu contento, tus albricias, tus deseos, tu sencillez, tu timidez, tus caricias que no existen, tu lejania sobre el horizonte, su pequeña taza de café y el calor de la porcelana en las palmas de tus manos, el aroma y tus ojos cerrados disfrutando del cariño sin roce del humo, sintiéndote violento al leer las noticias y apesadumbrado e inquieto ante la fatalidad de no poder hacer nada mientras sólo se observa, sintiendo el poder de la mente y la violencia del sentimiento a la vez que la pequeñez de ser sólo uno para operar ante tanto que resolver. Sintiendo un enorme corazón que sobresale entre unas rejas que no quieren que se haga más grande y se llene de todo lo que necesita, sintiendo una santa compaña en tu pecho que de cuando en cuando anuncia que un día, a saber cuándo, en un momento indeterminado, tu estado cambiará hacia el del amor total y la luz acogedora.

 

Y recuesto mi cabeza hacia atrás. Cierro por unos momentos mis ojos. No quiero verte, no quiero pensar ahora, no quiero dejar que entres. Convengo contigo en que No, mejor así, mejor dejar que la noche oculte las pautas del olvido, mejor que las estrellas recojan el mensaje y que lo mantengan in aeternum porque es posible que exista. Existe para mí, para tí seguramente no. Pero me engaño y espero que esta mentira que nunca se hará realidad, llegue a pulsar una tecla y mueva todo un universo para que todo, todo te vaya bien, seas feliz y un dia, en algún momento, con tus nietos de la mano, veas llegar las nubes ocre sobre tu cielo o encuentres a tu derecha la inmensidad del mar y lo recuerdes todo, sonrias, que haya quedado un buen sabor en tu memoria, y, posteriormente, vuelvas a olvidar.

Será suficiente.

Mientras tanto en el interior de la tierra se funden los materiales, se provocan continuamente fusiones atómicas, el planeta tiene sentimientos y vive y yo convivo con él. Y tú también. Miramos a lo lejos, miramos en una pantalla, nos miramos a nosotros mismos y realmente no vemos más que letras, electricidad y signos en un teclado. Pero hay algo más que aparentemente no existe, que hace que alguna vez por segundos uno se sonría y por breves instantes sea realmente feliz y tenga ganas de vivir. Que nadie ve y todo el mundo sabe que existe y que nosotros siempre negamos.

 

Es increíble que, a veces, una mentira oculte tanta verdad para protegerla. Y qué cierto hace esta condición aquello de que Dios escribe recto sobre renglones torcidos.

 

Siempre estaré aquí. Aunque tú tomes otros derroteros y los caminos discurran hacia otras vertientes, descontrolando los cauces de los rios.

 

Para eso dicen que todos los caminos conducen a Roma... Roma, eterna tanto en el derecho como en el envés de sus letras... Eterna.

 

Gracias, soy feliz, tan inmensa como soy y me siento, tan enormemente feliz... Y hoy, esta tarde, con cuatro palabras tuyas, cómo me reí.

 

Dejo abierto este texto... no terminará nunca...

Rosana. Si tú no estás aquí… http://es.youtube.com/watch?v=XlFOpw8tG7Y

 

 

 

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Published on e-Stories.org on 11/01/2007.

 
 

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