Nino Oval
"Una fruta tentadora"
En la huerta, la platanera, se sentía feliz. Era una buena huerta.
Buena tierra, agua en abundancia y primorosamente abonada. Se
desarrollaba muy contenta, había tenido suerte. El trozo de terreno
donde se hallaba ubicada, en la finca La Paz, era perfecto. Tenía el
calor adecuado, buena luz solar y los alisios muy suaves. Era de la
zona del valle, con mejor clima. Sus hojas largas, grandes y muy
verdes, lo verificaban. Sus plátanos se podrían desarrollar con alegría
y sanos. Muchas veces, a los peones de la finca, les había oído
comentar: " ¡Qué cómo ese plantón de platanera no había ninguno! ".
Cosa que la regocijaba. Le estimulaba pensar que sus plátanos serían
los mejores, sólo de pensarlo se llenaba de orgullo.
Justo
en ese momento, el brote de la bellota era incipiente. Era consciente
que en unos meses, todo cambiaría transformándose en una exuberante
piña. Tendría que esperar un poco, ya conocía el proceso y era
laborioso, aún no había llegado a la fase de despunte, de quitar el
longo;
no había florecido todavía el ansiado fruto. Estaba muy impaciente por
ver desarrollar a su piña. También era consciente de que terminado el
proceso, tendría que dejar paso al mejor de sus retoños, sabía que
concluía su función. Sólo sería útil, en el mantenimiento y posterior
crecimiento del nuevo plantón.
Desde un principio, se podía
intuir
que daría un buen fruto. No podía ser de otra manera. Las condiciones
eran excelentes. Por tanto, con todas las condiciones favorables, el
proceso seguía su curso de una forma natural.
Pasados unos meses, el
fruto maduraba y tomaba forma. La platanera, se sentía pesada, había
momentos en que era difícil soportar el peso. Pero lo sobrellevaba
bien, estaba a punto de conseguir su propósito, su objetivo estaba más
cerca. Sabía de que muy pronto vendrían a por él. Por eso disfrutaba de
cada momento, aunque el peso de la piña se le hiciera insoportable.
Una
mañana de Domingo, muy tempranito, vio al peón que la cuidaba con otro
que no había visto nunca. El peón acompañante, traía algo en la mano,
que con la luz del sol
refulgía,
se trataba de un machete. El peón que la cuidaba con un saco vacío al
hombro, se puso debajo de su piña, mientras que el peón que tenía el
machete, como si fuera un experto cirujano; de un tajo cortó el delgado
tronco que les mantenía unidos. No sintió dolor. Sólo un gran vacío
interior. Se estaban llevando algo que había salido de sí misma, sentía
que perdía algo muy suyo. Por otro lado, oleadas de orgullo le llegaron
hasta la más profunda de sus
raíces. Había dado más de lo que se esperaba de ella. Se lo ratificaba las caras de satisfacción de los peones.
Por
el camino, el peón con la piña al hombro, le decía a su compañero: " ¡
Esta piña tiene unos plátanos que van a quitar el sentido! ".
Al
llegar al almacén de empaquetado, dejaron a la piña en la mesa de
clasificación. Unas manos muy expertas, fueron separando cada manilla
con sumo cuidado. Al poco tiempo, sólo quedaba el tronco pelado. Antes
había sido el soporte de muchas manillas, ahora, era todo lo que
quedaba de la exuberante piña.
Las manillas estaban llenas de
hermosos plátanos; de buen tamaño, con el grosor adecuado, duros y
verdes. No hubo que clasificar mucho, todas eran de primera. Ideales
para la exportación. Se les puso la pegatina de procedencia, y con
ternura fueron colocadas en cajas. Seguro que llegaban a sus destinos
en condiciones óptimas para el consumo.
En el supermercado, el carro
de la compra enfilaba el pasillo con determinación. La persona que lo
llevaba sabía lo que buscaba, lo tenía muy claro, sus deseos no eran
ambiguos; iba a comprar fruta. Le apetecía comer fruta. Por tanto, se
encaminaba al expositor de la fruta. Al llegar a él, se paró, y con
mirada escrutadora e intensa , hizo un primer análisis de lo que veía:
toda la fruta estaba muy apetecible. Pero su mirada se detuvo en lo que
tenía en la mente, en una hermosa manilla de plátanos.
¡ Eran una
maravilla de plátanos ! Como lo había imaginado. Grandes, gordos y bien
proporcionados. Se atrevió con las yemas de los dedos a tocar uno,
encontrándolo duro y consistente, Aún no estaban maduros, pero se
conservarían mejor. No le gustaban los plátanos fofos. Los prefería
así, tal como estaban, duros y todavía verdes. Pasados unos días,
estarían maduros. Leyó la pegatina que tenía pegada la manilla, se
relajó, eran de Canarias. Se le quitó un peso de encima. No le gustaban
los plátanos de otros lugares. Reconocía que eran más llamativos y de
mayor tamaño, pero también de sabor más soso. Seguía prefiriendo los
plátanos de Canarias.
Al llegar a su casa, los sacó de la bolsa para
ponerlos en el frutero. Observando, que uno de ellos, se había
desgajado de la manilla. ¡ Qué lastima ! ¡ Si es el más hermoso !
Espero que no se me estropee. Y lo puso con exquisito cuidado en lo
alto del frutero.
Al día siguiente, percibió que ya estaba entrando
en la fase de maduración. Había cogido el color verde penca, vistiendo
un amarillo oro. Se ponía muy apetecible. Los ojos que lo miraban, no
salían de su asombro, se podían leer en ellos: ¡ Qué ricura de plátano !
No
podía desviar la mirada del frutero. Le atraía como un imán. Como si
estuviera bajo el influjo de un hechizo, se acercó y se sentó en la
misma mesa donde descansaba el frutero. No podía dejar de mirarlo. ¡
Qué hermoso y apetecible lo veía !
Alargó la mano y lo cogió. La
suavidad de su piel, su textura, era increíble. Suavemente y con mucha
dulzura, empezó a quitarle la piel con sumo cuidado, desde arriba hacia
abajo, hasta dejar al descubierto lo que le fascinaba. ¡ Qué buena
pinta tiene ! ¡ Debe de estar
sabrosísimo !
Lentamente,
saboreando el momento, se lo metió en la boca. Tenía un sabor
exquisito. Se lo comía sin morderlo, sólo lo chupaba. Sintiendo un
placer indescriptible. No pudiendo aguantar más, empezó a morderlo,
poco a poco, hasta comérselo todo.
¡ Qué rico que estaba el plátano !
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Published on e-Stories.org on 12/12/2008.