Maria Teresa Aláez García

Eran de cristal

 Eran de cristal.

Reflejaban la parte inferior del lugar donde vivían. Porque en realidad, vivían al revés. Y justamente presentaban la otra visión, la que nadie aceptaba, la que todos ocultaban.

Ante los distintos elementos, aparentaban calidad, firmeza, educación, elegancia.

Pero ellas se compartían a sí mismas. Especulando ante las aguas, ante el cielo que era su tierra, ante los árboles que las repudiaban, ante la valla de piedra de la cual colgaban y que les servía de soporte.

 

No les hacía falta hablar. A veces, dejaban caer algo de su voz que se retiraba, por el cauce del silencio, hasta el olvido.

 

Después... la nada. La nada que en forma de olas irradiaba temeridad, violencia o una balsa de aceite para intrépidos nadadores.

 

La nada que significaba el todo.

la nada de si mismos. El todo con el cosmos.

 

Y poco a poco, la intrusa, se fue filtrando por las paredes.

Por las rendijas de los cáñamos.

Por los suspiros de los árboles.

Por el descanso de las hojas recién caídas.

Y la miré a los ojos.

Fue tal el resplandor de su belleza que no dudé en abrirle paso.

Y se hizo en mi soledad un nuevo día.

 

Se escondía de las nubes que acechaban desde las alturas, escudriñando sus movimientos entre las ajadas piedras del camino.

Las paredes parecían intentar solidarizarse con su miedo y las ventanas, cerrados sus ojos por la fuerza del postigo, le daban la esperanza de la huída cubierta.

Podría, quizás, cubrirse tras aquel cántaro que ahora ostenta como corona, geranios florecidos con regia dignidad.

Mas no fue necesario.

Su corazón se hizo brillo y deseó la libertad que le ofrecía la lluvia y pudo ver que siempre hay soluciones.

Siguió su camino.

 

¿Dónde? ¿Cuándo?

¿Cómo verá el sol esta hermosura?

¿Le encandilará el sensible canto

de mi silencio blanco de ternura?

 

¿Verá el velo de novia, coronando

los rizos del cabello de mis trazos?

 

¿Querrá el sol que sea compañera

con mi valor, del brillo de sus rayos?

 

Te entrego, mar, todo mi desaliento.

Quiero mecerme en tus suaves abrazos.

Quiero sentir las olas que me llevan

hacia tus mundos, de agua, sepultados.

 

Lleva hacia allá, donde el inglés descansa

en la tierra que señala antiguos llantos,

lleva a las aves de cortesía y esperanza

aquella que para mí, rompió en pedazos.

 

Quizás fuera una despedida. Quizás toda su vida había sido un breve encuentro y ahora comenzaba la vida de verdad.

 

Pero era necesario.

 

El instinto protector obligaba a rechazar la realidad y a mantener unidos el amor y la conciencia.

 

La vida, nunca se sabe qué pasos va a dirigir ni qué caminos colocará ante los ojos de los vivos.

 

Pero ellos... ellos no necesitaban seguir un camino...

 

Aún así... hay ciertos momentos que son difíciles y hay también ciertos momentos en que se requiere algo de amor, de ternura, de protección, coquetería, cariño y un poco de llamada de atención.

 

Quizás alguien emprendería un importante viaje a saber dónde... a ningún lugar.

 

O quizás alguien iba a volver y se generaban dudas porque a veces, el pasado puede ser una traba muy grande para solventar.

 

Fuera lo que fuera... mejor no recordarlo en este momento.

Su rostro descansa sobre la orilla, dando vida al frío y dejando constancia de un pasado que fue fragancia y optimismo...

 

La niebla, es el tul natural de la inconsciencia.

Encontrarse cara a cara una misma ante el espejo...

Los perfiles dejan señal de la vida que, poco a poco, se hará realidad en el universo y que se deja ver, brillando con alegría.

Y tanto que la vida puede incluso latir hasta en blanco y negro.

Y la oscuridad oculta y acompaña esos tristes momentos.

Tristeza... melancolía... soledad...

 

Me gustaría dejar escritos en el libro de mi vida los más bellos textos, los más útiles, tanto que hicieran que el hombre se superara a sí mismo.

El silencio puede ser el mejor pincel y la mejor tinta, el anonimato.

 

Desde lo más hondo del pensamiento, deviene la luz y una nueva idea crea amigos.

 

¿Y si acabara aquí la historia?

Ante la pesadumbre del alejamiento, del desconocimiento, del devenir, fue tal el sufrimiento que sentían por ser separados y por aceptar dicho distanciamiento que el aire, que vio sobre el mar las lágrimas, les trajo el Verbo.

Y sus corazones hablaron de su grandeza al rendirse ante lo inevitable con humildad y nobleza.

Salió hacia la superficie lo mejor de ellos.

Y nació la flor de la magnolia.

 

El último secreto del atardecer reflejado y encerrado en una jaula de puertas abiertas.

 No puede ser. Las flores son estáticas y la vida vibra en el aire de las alas.

No deseo una despedida pero tampoco un beso de perdón. Mirar atrás es una lección. Decir adiós un deseo. Sumirse en la oscuridad, el paraíso. Y vivir con los seres humanos, la eternidad.

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Published on e-Stories.org on 03/05/2009.

 
 

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