Miquel Farriol López

EL MISTERIOSO CASO DEL QUIOSQUERO DESAPARECIDO

El
precinto policial fijado en la entrada del local alertó a los vecinos
de que algo malo estaba pasando en la librería del barrio.


Varios
vehículos de policía y una ambulancia con las sirenas mudas cortaban el
acceso al tráfico y un cordón de hombres uniformados mantenían a los
curiosos a una distancia de seguridad. Aquella madrugada, la gárgola,
llegó de su ronda nocturna y por primera vez se encontró con la persiana
bajada, cerrada a cal y canto. El librero no había abierto a su hora y
tampoco respondía ni a los golpes en la persiana, ni a las voces de su
amigo. Los minutos pasaban y después de agotar las posibilidades que se
le ocurrían para aquel hecho tan extraño, decidió que lo mejor era dar
parte y ponerlo en manos de profesionales.

Nadie sabía donde estaba el quiosquero, sin duda, había desaparecido.

Lo
más extraño era que, cuando forzaron la entrada con palancas,
comprobaron que el local estaba cerrado por dentro con pestillos y que
eso solo se podía hacer desde el interior.

La primera inspección
sirvió para cerciorarse de que allí no había nadie, aunque estaba todo
revuelto y desordenado. Fue un registro rápido, pues un cuerpo ocupa lo
suyo y aquello tenía pocos metros cuadrados. Así que llamaron a los
forenses para que revisaran posibles pistas que esclarecieran aquel
enigma, mientras los agentes interrogaban a la gárgola. A falta de
mayordomo, el culpable seguro que es el más feo por eso el monstruo
alado tenía todos los puntos.

Pronto se desmontó el supuesto pues
comprobaron la coartada de la gárgola y los porteros de la disco de
moda corroboraron que estuvo toda la noche de copas, hasta que cerraron.

Los
agentes especializados, desplegaron su instrumental y empezaron con su
análisis. Tomaron muestras aquí y allá, y fotografiaron cada rincón
mientras otros revolvían los papeles y facturas guardadas en cajones. El
especialista informático intentaba desencriptar la clave de acceso en
el ordenador y el inspector al cargo de la operación resoplaba perplejo
ante el enigma que se les planteaba cuando algo llamó su atención en una
repisa de la estantería donde se acumulaban archivadores y unas
bandejas con documentos.

Un resplandor azulado fluctuaba en el
fondo de una caja de uno de sus estantes. Era una luz energética,
pulánte que creaba una leve vibración a su alrededor.

Con
precaución, el agente, se acercó midiendo sus pasos. El zumbido
aumentaba cuanto más cerca estaba y el brillo se tornaba más hiriente
así que se protegió los ojos alzando la mano.

 ¡He!, Tú. Gárgola ¿Qué coño es esto? - Gritó autoritario al desconsolado monstruo que esperaba en un rincón.
 Es la caja de los cupones.
 ¿La qué?

Ahí guardamos las cartillas y cupones que recortamos de los periódicos.
Ya sabe, lo de las "promos" de todos los cachivaches que vendemos con
la prensa.
 Ya... cupones. Algo inofensivo ¿no?
 Según como se mire.- Contesto la gárgola.
 ¡Lo tengo!, - interrumpió el informático- estoy dentro.

Minutos
después los ojos expertos del técnico localizaron un icono en la
pantalla y pulsó el botón del ratón para activarlo. Un archivo de vídeo
se maximizó en el monitor. El rostro del quiosquero, con gesto estático
había sido capturado por la webcam y miraba a los ojos de los
inspectores.

 ¡Dale al play de una vez!

El vídeo avanzó y tomó movimiento, pronto el quiosquero empezó a hablar.

"Hoy es lunes, día de recontar los vales y cupones de esta semana que ha sido especialmente complicada.

Algún
día me he visto obligado a recortar un cuarto de página del diario para
que el cliente pudiera llevarse el tenedor, el yoyo, el corsé, y la
reserva de un colchón de agua. También ha sido especialmente prolija en
vales de suscriptor. En muchos casos de clientes que nunca habían visto y
que nunca volveré a ver. El miércoles llegaron cartillas de la
promoción para unas piernas ortopédicas y los que las trajeron tampoco
eran clientes míos. Seguro que conseguían los cupones en algún bar o en
su oficina. El caso es que ha sido un acierto de la editorial y la gente
se ha volcado con esta promoción. Dicen que la próxima será de unas
cartillas con las que te regalan un trasplante de órganos y un
coleccionable de narices de quita y pon.

Confieso que estoy
asustado, llevo horas clasificando y recontando las estampitas y tengo
una extraña sensación. Conforme las voy acumulando una extraña energía
hormiguea en mis extremidades y los oídos empiezan a zumbar.


que algo malo va a pasar, por eso me decido a gravar él cuadre final
para que quede constancia de lo que suceda y si lo que me estoy temiendo
acaba por cumplirse, podáis entender a que me enfrento.

Este es el último cupón del recuento, el que lleva un "suspensorio" con el escudo del Barça.

¡Que sea lo que Dios quiera! "

El
hombre del vídeo se levantó y por un momento desapareció del encuadre,
luego se le veía como dejaba caer el papelito en la caja de la
estantería y de repente una explosión luminosa cegó la pantalla
dejándola completamente en blanco. Cuando la imagen se recompuso, el
quiosquero ya no estaba.

Los policías estaban atónitos, pero para
la gárgola no había ningún misterio. Ya sospechaba que algo así había
pasado. Pues cada vez era más evidente que aquel sistema al que
obligaban a los vendedores tendría consecuencias funestas.

Tal
acumulación de justificantes de venta, cartillas, fichas de reserva y
vales de suscripción, llegaron a su masa crítica y el último, el del
suspensorio, colmo el límite colapsando la materia para crear un agujero
negro que absorbió al pobre quiosquero.



La
potencia de la materia compactada superaba cualquier expectativa. Todo
lo que estaba cerca era atraído hasta su centro, añadiendo más masa y
gravedad y nada podría detener su expansión. Solo cuando la presión que
ejerza sobre si misma la colapse se liberará la energía que acumula.

Pero ya nunca recuperaremos al viejo quiosquero. 

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Miquel Farriol López.
Published on e-Stories.org on 07/29/2010.

 
 

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