Juan Carlos González Martín

CRÓNICAS ALCOHÓLICAS - La pelea

Estoy hasta los cojones de que mi jefe me tenga siempre para arriba y para abajo. El cabrón tiene tres o cuatro tiendas por Madrid y se piensa que me puede enviar a la que le salga de los cojones. Se cree que soy su puta.
Ahora mismo estoy en los vestuarios de la tienda que tiene en Carabanchel alto. Estoy cambiándome de ropa por que el mariconazo que tiene como encargado me acaba de dar la noticia de que me tengo que ir a otra de las tiendas en la otra punta del centro.
Estos vestuarios parecen las ruinas de un pueblo junto al río en la segunda guerra mundial. Solo pisas líquido. Y quiero creer que es agua, aunque puede que no lo sea del todo.
Termino de cambiarme. Meto la ropa de currar en la bolsa para llevármela a la otra tienda y salgo hacia afuera. Para salir desde los vestuarios tienes que pasar por en medio de toda la tiene. Esto es la pescadería, carnicería, pollería y la charcutería, que es la zona que pertenece a mi jefe y donde estaba de dependiente yo hace unos minutos.
Voy en dirección a la puerta y los idiotas de los puestos que no son el de mi jefe les ignoro y levanto la mano hacia mi compañero y le digo:

  • Venga tío. Que te vaya bien –
 
El me contesta con un levantamiento de cabeza y cejas.
Este tío, que es el que está a cargo de la tienda de Carabanchel, da la casualidad de que es un mariconazo o, al  menos, lo parece. Tiene el pelo como el príncipe de beckelar, el homosexual de las galletas. Y habla como Boris Izaguirre. Ni que decir tiene.
Salgo hacia la calle y espero al tío que va a venir a buscarme. Ese pedazo de mierda es el hermano del jefe, pero es un inútil, y le tiene de repartidor con una furgoneta para aquí y para allá. A veces también le pone de dependiente, pero más vale que no. Es un personaje al que mirar cuando trabaja no tiene precio. Sus mocos y su grasa del pelo se esparce por sus manos y a su vez, por la comida que despacha a los clientes. Y le huele el aliento. No tiene el más mínimo pudor ni sentido de la vergüenza. Es un gafotas gordo, que camina con los pies para afuera. Un saco de mierda.
Como le conozco y sé cómo funciona,  supongo que va a tardar en venir así que me meto en el bar de al lado de la tienda para beberme lo más fuerte que encuentre.
Esta mañana me ha dado por el coñac a palo seco. Así, para desayunar. Bueno, son las once de la mañana. A primera hora me he tomado un carajillo.
El bar está muy concurrido, pero el camarero me conoce y sabe que no doy guerra. Me sirve mi medicina y yo me quedo calladito tan contento.
  • ¡Un Carlos III! – le grito.
Es mi marca favorita de coñac. El tío viene corriendo, con el coñac en la mano y las manchas de sudor en los sobacos y lo deposita en la barra a la altura donde estoy yo y va y se derrama un poco. Cosa que me jode, pero bueno, vamos a dejarlo estar.
Me lo bebo de un trago y le digo que me ponga otro. Bueno, pienso que mejor otros dos, por si acaso.
Cuando termino ya estoy bastante más relajado pero me estoy encabronando solo de pensar en que me tengo que meter en la peor tienda de mi jefe nada menos que hasta las diez de la noche. Le pago al tío feo del bar y salgo para afuera.
El gandul hermano de mi jefe ya está en la tienda preguntando por mí, con la furgoneta en doble fila. Tiene prisa el cabrón. Tiene prisa para no hacer nada.
Le digo que estaba comprando tabaco y nos vamos. Espero que esté congestionado porque si no le voy a apestar con mi aliento de coñac triple. Aunque, mucho peor es el suyo, que huele a putrefacción.
Por el camino se pone a hablar de estupideces sobre la empresa que me importan una mierda, como si el entendiera de algo. Yo voy disfrutando de mi puntillo, pero jodido por meterme en esa tienda con el encargado que es un calvo hijo de la gran puta, y su perro faldero, que es el que le ríe las gracias y le chupa el culo.
A parte de estos hay otro chaval, pero ese no pinta nada.
Poco a poco me están entrando ganas de inflarles a hostias.
Llegamos allí. Esta tienda es diferente a la otra. Todo el local pertenece a mi jefe. Solo es charcutería y pollería y no tiene vestuarios. Hay que cambiarse de ropa entre la cámara frigorífica y un pequeño zulo que se supone que es el váter. Luego hay otra pequeña habitación con un lavabo y un espejo. Todo esto en dos metros cuadrados y oliendo a chorizo. Un infierno.
Los dependientes no entramos por la misma puerta que los clientes. Entramos por lo que yo llamo el backstage, que es un portal que hay al lado en el que está la puerta de atrás de la tienda.
El gordo gafotas me deja en el arcén de la carretera y tira millas. Allí es imposible aparcar. A saber donde irá el cabrón.
Entro por la puerta. Digo hola y voy en dirección a cuartucho para cambiarme pero el calvorota me frena en seco poniéndome una mano entre el pecho y el hombro y me dice:
  • Cambio de planes – dice. – Me ha dicho el jefe que te tienes que ir a la tienda de Alcobendas.
Alcobendas es un pueblo que hay a unos treinta kilómetros de donde estoy.
Y me dice:
  • Álvaro no puede venir a por ti así que te tienes que ir en el autobús –
Álvaro es el gafotas de la furgoneta.
Encima me tengo que ir en autobús. Esto es el colmo. Se me han hinchado los huevos del todo.
Le cojo de la mano que tiene en mi pecho y le retuerzo los dedos a ese cerdo, mientras le digo que a Alcobendas se va a ir su puta madre, que él y yo vamos a salir a la calle y le voy a decir a donde vamos a ir.
Mientras le empujo hacia afuera por la puerta de atrás, el segundo encargado, que es el chupaculos, deja de despachar a una cliente que, por cierto, está contemplando el panorama con la boca abierta, y viene hacia nosotros para ayudar a su amo, el calvo.
Me intenta retener poniéndome la mano en la cara y le muerdo los dedos con todas mis fuerzas. Chilla como una niña. Creo que también este energúmeno es maricón. Les empujo a los dos para fuera. Ahora que saben que la cosa va en serie se les ha puesto la cara de susto y están pálidos. Bueno, el encargado siempre ha sido pálido, y también huele mal.
Ya en la calle la gente se aparta alarmada al vernos salir a empujones. Una vez fuera, le propino un puñetazo en la nariz al encargado. Se lleva las manos al rostro y se echa hacia atrás. Encaro al segundo y le doy una patada en el muslo mientras él intenta darme una hostia en la cara. No lo consigue pero el encargado sí, que se ha repuesto un poco del puñetazo y a pesar de estar sangrando como un cerdo por la nariz, ha cogido una madera del suelo, de al lado de unos contenedores y me ha dado una hostia en el hombro. Joder, eso ha dolido.
Parece que finalmente tiene huevos el pequeño mierdecilla. El segundo, sin embargo, está muy asustado. Creo que si es maricón. Aunque hay algunos maricones que tienen huevos. Este no los tiene.
Estoy forcejeando con el encargado intentando que no me dé otra vez con el trozo de madera. Con el rabillo del ojo veo que el segundo se ha metido para adentro. Supongo que a llamar a la policía.
Según sujeto al encargado el muy ruin me da una patada en los huevos y me hace polvo. Cuando me encorvo me da con la madera en la espalda y caigo al suelo. Me doy la vuelta y veo que me va a dar otra vez, estando en el suelo, pero lo esquivo, y con la inercia, resbala y acaba también en el suelo. Consigo levantarme con una tortilla por huevos y le quito la madera. Le voy a reventar la cabeza, pienso.
Cuando le voy a rematar aparece el otro mariconazo con un cuchillo jamonero. Esto se ha puesto muy feo. Está toda la calle mirando la pelea. Viene corriendo hacia mi lanza una estocada. Lo esquivo pero me acierta en el brazo. Pssssssssss, sangre a borbotones por todas partes. Se me ha quedado el brazo un poco inmovilizado pero con el otro, no sé cómo lo hago pero me giro sobre mí mismo, en plan Jackie Chan y le doy una hostia en el cogote al maricón y cae al suelo de bruces y sale un diente disparado cuando hace contacto con el suelo. El encargado se ha levantado hace rato pero está como en estado de shock mirando la sangre que me sale del brazo, el diente de su amigo y el cuchillo que se ha quedado solo en el suelo.
Cojo el cuchillo como arma que lleva el diablo y a ras de suelo le rajo al tío cerdo los tobillos justo por encima de los pies y cae al suelo con cara de dolor.
Los tengo a los dos en el suelo. Si les remato pasaré mucho tiempo a la sombra. Matarles no, pero algún que otro corte mas…
  • ¡Deje el cuchillo! - ¡Manos arriba! –
Es lo que oigo detrás de mí. Me giro y hay como tres coches patrulla que se han estampado contra la barandilla y dos tíos armados saliendo de cada coche, cubriéndose con las puertas, apuntándome con pistolas.
Tiro el cuchillo y levanto las manos. Ha llegado la hora de rendirme. Al menos ya no voy a dar hoy más viajecitos para ir a otra estúpida tienda. Me he salido con la mía.
Además, les voy a poner a estos estúpidos el coche perdido de sangre. Espero que en la comisaría tengan coñac.Estoy hasta los cojones de que mi jefe me tenga siempre para arriba y para abajo. El cabrón tiene tres o cuatro tiendas por Madrid y se piensa que me puede enviar a la que le salga de los cojones. Se cree que soy su puta.
Ahora mismo estoy en los vestuarios de la tienda que tiene en Carabanchel alto. Estoy cambiándome de ropa por que el mariconazo que tiene como encargado me acaba de dar la noticia de que me tengo que ir a otra de las tiendas en la otra punta del centro.
Estos vestuarios parecen las ruinas de un pueblo junto al río en la segunda guerra mundial. Solo pisas líquido. Y quiero creer que es agua, aunque puede que no lo sea del todo.
Termino de cambiarme. Meto la ropa de currar en la bolsa para llevármela a la otra tienda y salgo hacia afuera. Para salir desde los vestuarios tienes que pasar por en medio de toda la tiene. Esto es la pescadería, carnicería, pollería y la charcutería, que es la zona que pertenece a mi jefe y donde estaba de dependiente yo hace unos minutos.
Voy en dirección a la puerta y los idiotas de los puestos que no son el de mi jefe les ignoro y levanto la mano hacia mi compañero y le digo:
  • Venga tío. Que te vaya bien –
 
El me contesta con un levantamiento de cabeza y cejas.
Este tío, que es el que está a cargo de la tienda de Carabanchel, da la casualidad de que es un mariconazo o, al  menos, lo parece. Tiene el pelo como el príncipe de beckelar, el homosexual de las galletas. Y habla como Boris Izaguirre. Ni que decir tiene.
Salgo hacia la calle y espero al tío que va a venir a buscarme. Ese pedazo de mierda es el hermano del jefe, pero es un inútil, y le tiene de repartidor con una furgoneta para aquí y para allá. A veces también le pone de dependiente, pero más vale que no. Es un personaje al que mirar cuando trabaja no tiene precio. Sus mocos y su grasa del pelo se esparce por sus manos y a su vez, por la comida que despacha a los clientes. Y le huele el aliento. No tiene el más mínimo pudor ni sentido de la vergüenza. Es un gafotas gordo, que camina con los pies para afuera. Un saco de mierda.
Como le conozco y sé cómo funciona,  supongo que va a tardar en venir así que me meto en el bar de al lado de la tienda para beberme lo más fuerte que encuentre.
Esta mañana me ha dado por el coñac a palo seco. Así, para desayunar. Bueno, son las once de la mañana. A primera hora me he tomado un carajillo.
El bar está muy concurrido, pero el camarero me conoce y sabe que no doy guerra. Me sirve mi medicina y yo me quedo calladito tan contento.
  • ¡Un Carlos III! – le grito.
Es mi marca favorita de coñac. El tío viene corriendo, con el coñac en la mano y las manchas de sudor en los sobacos y lo deposita en la barra a la altura donde estoy yo y va y se derrama un poco. Cosa que me jode, pero bueno, vamos a dejarlo estar.
Me lo bebo de un trago y le digo que me ponga otro. Bueno, pienso que mejor otros dos, por si acaso.
Cuando termino ya estoy bastante más relajado pero me estoy encabronando solo de pensar en que me tengo que meter en la peor tienda de mi jefe nada menos que hasta las diez de la noche. Le pago al tío feo del bar y salgo para afuera.
El gandul hermano de mi jefe ya está en la tienda preguntando por mí, con la furgoneta en doble fila. Tiene prisa el cabrón. Tiene prisa para no hacer nada.
Le digo que estaba comprando tabaco y nos vamos. Espero que esté congestionado porque si no le voy a apestar con mi aliento de coñac triple. Aunque, mucho peor es el suyo, que huele a putrefacción.
Por el camino se pone a hablar de estupideces sobre la empresa que me importan una mierda, como si el entendiera de algo. Yo voy disfrutando de mi puntillo, pero jodido por meterme en esa tienda con el encargado que es un calvo hijo de la gran puta, y su perro faldero, que es el que le ríe las gracias y le chupa el culo.
A parte de estos hay otro chaval, pero ese no pinta nada.
Poco a poco me están entrando ganas de inflarles a hostias.
Llegamos allí. Esta tienda es diferente a la otra. Todo el local pertenece a mi jefe. Solo es charcutería y pollería y no tiene vestuarios. Hay que cambiarse de ropa entre la cámara frigorífica y un pequeño zulo que se supone que es el váter. Luego hay otra pequeña habitación con un lavabo y un espejo. Todo esto en dos metros cuadrados y oliendo a chorizo. Un infierno.
Los dependientes no entramos por la misma puerta que los clientes. Entramos por lo que yo llamo el backstage, que es un portal que hay al lado en el que está la puerta de atrás de la tienda.
El gordo gafotas me deja en el arcén de la carretera y tira millas. Allí es imposible aparcar. A saber donde irá el cabrón.
Entro por la puerta. Digo hola y voy en dirección a cuartucho para cambiarme pero el calvorota me frena en seco poniéndome una mano entre el pecho y el hombro y me dice:
  • Cambio de planes – dice. – Me ha dicho el jefe que te tienes que ir a la tienda de Alcobendas.
Alcobendas es un pueblo que hay a unos treinta kilómetros de donde estoy.
Y me dice:
  • Álvaro no puede venir a por ti así que te tienes que ir en el autobús –
Álvaro es el gafotas de la furgoneta.
Encima me tengo que ir en autobús. Esto es el colmo. Se me han hinchado los huevos del todo.
Le cojo de la mano que tiene en mi pecho y le retuerzo los dedos a ese cerdo, mientras le digo que a Alcobendas se va a ir su puta madre, que él y yo vamos a salir a la calle y le voy a decir a donde vamos a ir.
Mientras le empujo hacia afuera por la puerta de atrás, el segundo encargado, que es el chupaculos, deja de despachar a una cliente que, por cierto, está contemplando el panorama con la boca abierta, y viene hacia nosotros para ayudar a su amo, el calvo.
Me intenta retener poniéndome la mano en la cara y le muerdo los dedos con todas mis fuerzas. Chilla como una niña. Creo que también este energúmeno es maricón. Les empujo a los dos para fuera. Ahora que saben que la cosa va en serie se les ha puesto la cara de susto y están pálidos. Bueno, el encargado siempre ha sido pálido, y también huele mal.
Ya en la calle la gente se aparta alarmada al vernos salir a empujones. Una vez fuera, le propino un puñetazo en la nariz al encargado. Se lleva las manos al rostro y se echa hacia atrás. Encaro al segundo y le doy una patada en el muslo mientras él intenta darme una hostia en la cara. No lo consigue pero el encargado sí, que se ha repuesto un poco del puñetazo y a pesar de estar sangrando como un cerdo por la nariz, ha cogido una madera del suelo, de al lado de unos contenedores y me ha dado una hostia en el hombro. Joder, eso ha dolido.
Parece que finalmente tiene huevos el pequeño mierdecilla. El segundo, sin embargo, está muy asustado. Creo que si es maricón. Aunque hay algunos maricones que tienen huevos. Este no los tiene.
Estoy forcejeando con el encargado intentando que no me dé otra vez con el trozo de madera. Con el rabillo del ojo veo que el segundo se ha metido para adentro. Supongo que a llamar a la policía.
Según sujeto al encargado el muy ruin me da una patada en los huevos y me hace polvo. Cuando me encorvo me da con la madera en la espalda y caigo al suelo. Me doy la vuelta y veo que me va a dar otra vez, estando en el suelo, pero lo esquivo, y con la inercia, resbala y acaba también en el suelo. Consigo levantarme con una tortilla por huevos y le quito la madera. Le voy a reventar la cabeza, pienso.
Cuando le voy a rematar aparece el otro mariconazo con un cuchillo jamonero. Esto se ha puesto muy feo. Está toda la calle mirando la pelea. Viene corriendo hacia mi lanza una estocada. Lo esquivo pero me acierta en el brazo. Pssssssssss, sangre a borbotones por todas partes. Se me ha quedado el brazo un poco inmovilizado pero con el otro, no sé cómo lo hago pero me giro sobre mí mismo, en plan Jackie Chan y le doy una hostia en el cogote al maricón y cae al suelo de bruces y sale un diente disparado cuando hace contacto con el suelo. El encargado se ha levantado hace rato pero está como en estado de shock mirando la sangre que me sale del brazo, el diente de su amigo y el cuchillo que se ha quedado solo en el suelo.
Cojo el cuchillo como arma que lleva el diablo y a ras de suelo le rajo al tío cerdo los tobillos justo por encima de los pies y cae al suelo con cara de dolor.
Los tengo a los dos en el suelo. Si les remato pasaré mucho tiempo a la sombra. Matarles no, pero algún que otro corte mas…
  • ¡Deje el cuchillo! - ¡Manos arriba! –
Es lo que oigo detrás de mí. Me giro y hay como tres coches patrulla que se han estampado contra la barandilla y dos tíos armados saliendo de cada coche, cubriéndose con las puertas, apuntándome con pistolas.
Tiro el cuchillo y levanto las manos. Ha llegado la hora de rendirme. Al menos ya no voy a dar hoy más viajecitos para ir a otra estúpida tienda. Me he salido con la mía.
Además, les voy a poner a estos estúpidos el coche perdido de sangre. Espero que en la comisaría tengan coñac.

All rights belong to its author. It was published on e-Stories.org by demand of Juan Carlos González Martín.
Published on e-Stories.org on 06/01/2011.

 
 

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