Para Pancho Javier de Diego
"Sincretismo astur"
La magia vuela en todos los rincones. Las brisas enfermizas acarician los musgos de las densas humedades que lloran en el pie del viejo tronco. Los dólmenes escuchan los dolores paridos con dolor donde la tierra lamenta los otoños venideros. Septiembre llora triste entre la niebla, la luz del alba clara en Covadonga, que vio tras densas nubes los colores.
El aire habla por fin del raro hechizo. Las meigas de Galicia, nuestras brujas, sus ceños blanquecinos y enfadados, prefieren recordarnos otro tiempo. Y es justo que recuerden ese tiempo que grita la verdad de siglos viejos que yacen enterrados por los nuevos. Y sabe todo a orbayu, porque orbaya, y el beso de la pruva nos refresca, nos llena de placer en las Asturias.
Se torna melancólico el embrujo: Asturias llora triste el desconsuelo de su dolor callado, de su herida, formada por los mares milenarios. Y pienso, mientras miro la ventana, si aquello que se asoma son los Picos que puedo ver en días despejados. Hoy hablan los turistas de Colunga, de Cangas y de Oviedo, de lugares históricos y artísticos de antaño.
El agua del orbayu es siempre dulce. Los dioses volverán desde el pasado, llenando de terror y de esperanzas a gentes de los pueblos más lejanos. Allí donde los viejos van muriendo, los pueblos se abandonan y, en la nada, resurge la tristeza del misterio. Diréis que no hay misterio en cada parte: la casa abandonada, la buhardilla, los sótanos callados en tinieblas.
La madre viste siempre un verde intenso. Y el pardo tomará, entre los helechos, sus reinos de colores malheridos, su imperio irrenunciable, pero efímero: el mar en Cabo Peñas se hizo fiero, las cumbres de los riscos se lamentan y duermen los hayedos temerosos. ¿Son días para el lobo y el raposo? ¿Acaso para el cárabo que gime, tal vez para el autillo entre las sombras?
Pero la magia sigue palpitando. Las gentes del presente no conocen el mundo aquel, perdido en el olvido, de las supersticiones ancestrales. Las cuevas paleolíticas, las piedras de tiempos megalíticos, los castros confirman un pasado y sus enigmas. Y no tienen cabida los enigmas en tiempos que la ciencia quiso claros, en tiempos en que todo se ilumina…
El Cuélebre ya dijo este destino. Así, la vieja madre que nos cría, la vieja Asturias, tierra, mar y playas, nos insta a recordar lo que no somos, aquello que ya fuimos otras veces, en tiempos tan lejanos que no puede volver ese recuerdo sepultado. Las cosas que se olvidan no regresan del modo en que vinieron otras veces, y no hemos de esperar a un dios vencido.
El Dios al que adoramos no es el nuestro: Aramo fue adorado por los celtas, y Cándamo también, con esas astas que son las de un cervato en primavera. Los trasgos, con sus juegos acrobáticos, recuerdan unos días en que el credo tal vez fue diferente entre los nuestros. ¡Quién sabe si Pelayo fue un pagano que alzó a su gente brava en Covadonga, la gente que se impuso contra el árabe!
En Covadonga habita la devana. Es ella la que otorga que los dones regresen a este mundo, propiciando la vida de sus gentes desde siempre. Por eso hay caza aquí, la misma caza que ya pidió la gente de las cuevas, la gente del lejano Paleolítico. Las horas de silencio nos revelan extrañas sensaciones que nos dicen distintos de ese ser lo que ya fuimos.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez