Isabelle era una mujer inquieta y siempre abierta a aprender cosas nuevas. Aunque el trabajo la absorbía y ocupaba la mayor parte de su tiempo, continuaba su aprendizaje de idiomas, como el español y el inglés, que requería su actual trabajo. Con tan poco tiempo libre las únicas personas nuevas que conocía eran los clientes con los que trataba. Al ser un trato superficial y por cuestiones de trabajo, no había lugar para un contacto más cercano.
Muchos en su situación recurren a las redes sociales, para evadirse y curiosear. Aunque no se pueda decir que sean un medio de conocimiento adecuado, sí son útiles para un primer contacto con personas de tus mismos intereses y quién sabe si para el inicio de una nueva amistad. Eso es lo que le ocurrió a esta chica francesa, al conocer a un español en una plataforma de aprendizaje de idiomas. Aunque no tuviera tiempo para estudiar, practicar hablando era una buena forma para avanzar en fluidez. Poco a poco fueron conociéndose, chapurreando entre español e inglés, ya que Roberto no tenía ni idea de francés.
A los pocos meses decidieron conocerse en persona. Cuadraron las fechas en los días que Isabelle había conseguido que le dieran libres. Necesitaba desconectar después de una temporada estresante de trabajo. Él fue a París por primera vez. Aunque le gustaba viajar, nunca había visitado Francia. Era una buena oportunidad para afianzar su amistad con Isabelle y de paso hacer un poco de turismo. Si había buen feeling en sus conversaciones online, en persona resultó ser aún mejor. Verse a través de una pantalla no era lo mismo que hacerlo cara a cara. Sus rostros eran lo más aproximado a la realidad de la visión que tenían el uno del otro. Roberto se llevó una sorpresa al ver que Isabelle era casi tan alta como él. La imaginación suele tergiversar la realidad a nuestro modo de pensar y eso les ocurrió también a ellos. La sorpresa, sin embargo, fue grata en su primer encuentro.
En los días que pasaron juntos, todo fue como la seda y ella le enseñó cada rincón de la ciudad. Así visitaron entre otros sitios: la Torre Eiffel, el museo del Louvre, la ópera de París, el arco del triunfo y los jardines de Luxemburgo. Por estos últimos pasearon tranquilamente, tomándose unos momentos de relax. El tiempo pasaba volando y ambos se encontraban muy cómodos juntos. La semana se les hizo bien corta. Ya en el aeropuerto se despidieron a disgusto.
—Me lo he pasado muy bien. Ha ido todo mejor de lo que esperaba. He estado muy a gusto —comenzó a decir Roberto en español para terminar en inglés, al ver que ella no entendía bien.
—Yo también me he alegrado mucho de conocerte —dijo Isabelle en un español algo desafinado.
—Ja, ja, ja. Admiro tu tesón en querer hablar español, en lugar del inglés, que lo dominas más.
—Sí, ahora quiero mejorar tu idioma todo lo que pueda para poder comunicarnos mejor.
—Me alegra que pienses así. Cuando vengas a Madrid, te soltarás mucho más. Ya verás.
Continuaron charlando hasta que avisaron por megafonía el embarque del avión de Roberto. Se despidieron con un fuerte abrazo y beso que les supo a poco.
Esa noche ella tardó en dormirse. Por su cabeza pasaron muchos momentos de aquellos días con Roberto. La cama se le hacía ahora grande en su ausencia. Antes de que perdiera la consciencia y el sueño la acaparase, tuvo un último pensamiento. Aprendería bien el español y se imaginó hablando el idioma con soltura en una España que veía aún lejos.
Durmió profundamente, quizás por el cansancio acumulado del trajín de aquellos días con su amigo, que no paraban de ir de un lado para otro, y luego a la noche más meneo aún. Cuando despertó a la mañana siguiente alargó el brazo a la otra mitad de la cama y lo encontró tristemente vacío. Se quedó un momento pensando en las musarañas y luego se levantó. Mientras preparaba el desayuno puso la radio para escuchar las noticias y le ocurrió algo extraño. O estaba aún medio dormida o el que hablaba lo hacía bebido porque no entendía ni la mitad de las cosas que escuchaba. Conforme pasaba el tiempo iba preocupándose porque aquello no era normal. Mientras tomaba el café caliente, cuya taza cálida reconfortaba sus manos, cambió de emisora y su inquietud fue en aumento al seguir sin entender lo que hablaban. Aunque si lo hacían un poco más lento sí captaba mejor la noticia. Aquello era muy raro. No podía ser que no entendiera bien.
Tras acabar el desayuno, la zozobra no la dejaba tranquila y llamó a una amiga para contarle lo que le pasaba.
—Buenos días Annette. Estoy preocupada. He puesto la radio y no entendía prácticamente nada de lo que hablaban— le soltó a su amiga de sopetón.
—¿Isabelle? No comprendo lo que dices, ¿te ocurre algo? —dijo Annette sorprendida al escuchar la voz de su amiga. Sonaba muy distinta a su forma de hablar habitual.
—¿Ves lo que te digo? A ti tampoco te entiendo. Esto es de locos. ¿Puedes hablar más despacio?
—Estás rara. Parece que fueras otra persona. ¿Me estás gastando una broma? Es como si me hablaras en español y no sé lo que hablas —dijo Annette.
Isabelle, sorprendida por lo que dijo su amiga, se quedó muda. Había podido comprender al hablarle más lento.
—¿Isabelle? ¿Sigues ahí? —dijo preocupada Annette.
No contestó. Cortó la llamada y dejó el móvil sobre la mesa. Su cabeza era un caos. Las ideas discurrían sin orden ni concierto. Estaba confusa. Aquel era su último día de descanso. Al día siguiente debía ir a trabajar y tenía que calmarse y saber qué le estaba sucediendo. Cogió de nuevo el móvil y llamó por WhatsApp a Roberto.
—¡Hola, Isabelle! ¡Qué sorpresa! No esperaba tu llamada tan temprano. Me pillas en la cafetería con un cliente —dijo él en inglés.
—Roberto, me siento mal. No sé qué me pasa. He puesto las noticias y apenas he entendido lo que hablaban —dijo ella también en inglés—. Luego he llamado a una amiga y tampoco comprendía bien lo que le decía. Me ha dicho que parecía otra persona.
—No sé qué quieres decir. ¿Otra persona? Yo no noto nada raro. Quizás la voz de camionero, típica de recién levantada, ja, ja, ja.
—¡Muy gracioso! ¡Déjate de tonterías! Esto es serio.
—Perdona, no te molestes, mujer. Dime algo en francés, anda. Que me gusta escucharte, aunque no entienda ni papa. Es tan sexy…
—Ja, ja, ja. ¡Qué tonto eres! Te echo de menos, ¿sabes?— dijo ella, ahora en francés.
—Te he dicho que me hables en francés, no en español. No pareces tú. ¿Te ocurre algo? Me ha sorprendido oírte en un castellano tan perfecto. Además, tu voz suena distinta.
—¡Pero, qué dices!, ¡no te burles que no estoy para bromas! —dijo ella enojada. La respuesta le salió tan espontánea que creyó decirlo en francés.
—¡Madre mía! ¡Estoy alucinando! Me has hablado otra vez en español. ¡Y además, sin acento francés! —ahora fue él el que, fruto de la sorpresa, se despistó y le habló en español.
—¿En serio? —dijo ella, desconcertada— ¿estoy hablando español?—. Ella ni se percató que había entendido a la perfección lo que había dicho Roberto y fruto de la espontaneidad, respondió sin pensar, igualmente en español.
Roberto se quedó mudo unos instantes, intentando asimilar aquello. Isabelle, de la noche a la mañana, hablaba un perfecto español y hasta su voz sonaba ligeramente distinta al no tener acento francés alguno.
—Isabelle, no sé qué te ha pasado, pero esto es increíble. Te escucho hablar en mi idioma como si fueras española. ¿Entiendes lo que te digo?— continuó él en español.
—Sí, te comprendo perfectamente. Termina de desayunar, anda. Luego hablamos. Quiero comprobar una cosa—. Isabelle hablaba espontáneo, sin ser consciente que continuaba haciéndolo español.
—Vale, te llamo luego. ¡Te quiero! —dijo Roberto.
—¡Yo también a ti! Hasta luego.
Después de colgar, se quedó pensando lo que estaba ocurriendo. Cuando intentaba hablar francés le salía el español, y además un español correcto. Apenas entendía el francés cuando le hablaban rápido. Solo le quedaba una cosa por comprobar para comprender lo que había sucedido, por muy inexplicable que pareciera.
Cogió de nuevo el móvil y llamó a su madre.
—Mamá, ¿cómo estás? —dijo ella en un torpe francés.
—Bien, aquí haciendo la colada. Y tú, ¿mi niña?
—Me ha ocurrido algo y tengo miedo— continuó en francés.
—¿Qué te pasa? Tu voz suena distinta—. A la madre le parecía escuchar a otra persona. El acento francés de Isabelle había desaparecido y lo notó al instante.
—Llaman a la puerta, mamá. Luego te llamo —y colgó.
Ahora estaba todo claro. Aquello la puso de los nervios. La angustia se adueñó de ella y comenzó a llorar. Se hizo un ovillo en el sofá, tapándose con la manta. Lloraba desconsoladamente. Así estuvo un buen rato hasta que se calmó un poco y fue a la cocina a prepararse una tila. ¿Qué haría ahora? No podía ir a trabajar. En seguida notarían algo raro. Ahora su francés era mediocre y tampoco entendería bien lo que le dijeran. Su habla sería igualmente torpe y no le saldrían las palabras, como le sucedía cuando hablaba español.
Debía ir al médico. Aquello tenía que tener alguna solución. Escribió un email a su jefe, contándole que no se encontraba bien y que no iría al trabajo al día siguiente. Que tenía que ir al médico y que ya se pondría en contacto con él en cuanto supiera algo. Por suerte, la relación con su jefe era buena, y no esperaba una mala reacción de su parte. Todo aquello lo tuvo que escribir con ayuda del traductor de Google, porque no quería cometer ninguna falta que llamase la atención.
Al día siguiente acudió a su médico y le contó lo que había sucedido. Solo tenía que abrir la boca y decir algunas frases en francés y en español para que el doctor la creyese. Aquello era surrealista, y el médico no daba crédito, pero los hechos hablaban por sí solos. Le dio la baja del trabajo y cita para el neurólogo. Lo que le ocurría a Isabelle tenía que tener explicación. Un golpe en la cabeza era lo más lógico, pero no presentaba contusión alguna. De cualquier forma, tendrían que hacerle un TAC para comprobar cualquier daño interno.
Mientras llegaba el momento de hacerle la prueba, el médico le había dicho que guardara reposo y no hiciera actividades que pudieran causarle daño a causa de un posible desvanecimiento o confusión mental. Ella no quería ir con sus padres para no preocuparles. Se quedaría en casa tranquila por el momento.
Una vez arregló el asunto de su trabajo, llamó de nuevo a Roberto para contarle. Ella no se encontraba mal. Lo único que tenía era preocupación. Era el médico el que pensaba pudiera tener un daño cerebral y que debía estar alerta. Hablaron sobre el asunto. Él le propuso que, en espera de la prueba, fuera con él a España. De esa manera, podían estar juntos. Él era autónomo y podía aparcar el trabajo unos días.
No se lo pensó dos veces. Sacó billete para Madrid y se reencontró con Roberto. Ella quedó perpleja de estar en otro país y entender a la perfección todo lo que escuchaba y leía. Igualmente, hablaba como si fuera de allí y no tenía problema para comunicarse. Tras el feliz reencuentro, Roberto le comunicó que, salvo el primer día en Madrid, harían un pequeño viaje. Eso le vendría bien a Isabelle para despejarse y olvidarse de la preocupación. Él la cuidaría y lo pasarían bien juntos haciendo turismo.
Isabelle no se olvidó de su madre y le mandó un mensaje para que no se preocupara. Le dijo que ya se encontraba bien y que ya la llamaría otro día. Roberto e Isabelle pasaron unos días estupendos. Él estaba encantado de estar con ella y poder comunicarse en español. Tras el primer día de emociones fuertes, el resto transcurrió como con cualquier pareja de españoles que fueran de viaje. Isabelle asimiló el idioma como propio y se olvidó por completo de tema, centrándose en pasarlo bien viendo lugares nuevos y degustando comidas desconocidas para ella.
Llegó el día que debía volver. En el aeropuerto se deshacían en mimos el uno con el otro. Aquel segundo encuentro había afianzado aún más su relación y se despidieron emocionados cuando sonó el aviso de embarque para Isabelle. Durante el viaje de vuelta, en su asiento de ventanilla, disfrutó del paisaje con un cielo azul intenso, escaso de nubes, hasta que atravesaron los pirineos. Una vez en su país, el panorama cambió radicalmente. Las nubes hicieron acto de presencia y le impedían ver la tierra bajo ellas. La lluvia y el viento salpicaron de gotas su ventanilla. Se movían y chorreaban hacia abajo como lágrimas. Aquel panorama hizo que volviera a pensar en su problema. Esperaba que el escáner no detectara ningún tumor o derrame que fuera preocupante. Ella se encontraba bien y prueba de ello era los días tan buenos que había pasado con Roberto.
Una vez en el aeropuerto, se acercó al mostrador de su compañía, y habló en español con una chica francesa que le respondió igualmente en español, pero con un marcado acento francés. Le gustó la sensación de ser francesa y hablar un perfecto castellano, como si de una española se tratara. De repente, escuchando a la azafata, sus palabras comenzaron a distorsionarse, como si le llegasen una amalgama de vocablos sin sentido. Algo en su cabeza estaba cambiando. Notaba cierto mareo y temió desvanecerse. Se agarró con fuerza al mostrador donde yacían unos papeles desordenados. Las piernas le flaquearon y apenas si podía sostenerse en pie. Terminó cayendo al suelo, perdiendo sentido.
Cuando abrió los ojos se encontraba en la cama de un hospital. Una enfermera que dejaba medicamentos sobre la mesita se percató de que Isabelle había despertado.
—¿Qué tal vamos?
—¿Dónde estoy? —dijo desorientada Isabelle.
—Se desmayó en el aeropuerto. ¿No lo recuerda?
—Sí, bueno. Recuerdo que estaba hablando con una azafata en un mostrador y una sensación de mareo.
—No se preocupe. El médico hablará ahora con usted. Se encuentra mejor, ¿verdad?
En ese momento, Isabelle se dio cuenta de que estaba manteniendo una conversación y se abrazó con fuerza a la enfermera.
—¡Qué alegría! ¡No sabe lo feliz que me siento!
—¡Ey!, ¿Qué le ocurre?, ¿a qué viene ese entusiasmo?
Isabelle rompió a llorar de alegría y la enfermera, aún aprisionada entre sus brazos, quedó desconcertada sin saber lo que ocurría.
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Published on e-Stories.org on 11/28/2020.
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